Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 4. LA MARCA DE LA CORONA -Capítulo 4-

                                   



La reina del planeta Gata agoniza y Obi-Wan Kenobi y su maestro Qui-Gon Jinn deben preservar la paz planetaria y encontrar otro heredero antes de que el príncipe Beju, al que no el importa producir una guerra con tal de tomar el poder.


Capítulo 4

Legado. La palabra había golpeado una fibra sensible de Qui-Gon. Necesitaba tiempo para pensar por qué le había calado tan hondo. Bajó la escalera exterior que conducía hacia los jardines. Sin duda, Obi-Wan se habría ido hacia su habitación.
Los árboles estaban a rebosar de fruta o de flores. Qui-Gon reconoció sólo unas pocas especies muja y tango. Multitud de colores, blanco, rojo, púrpura y amarillo resaltaban en los jardines floreados que estaban un poco más allá. El palacio era bien conocido por sus inmensos parques. Qui-Gon sabía que en ellos había representación de cada planta, árbol o flor que existiese en el planeta Gala. Dio un paseo por los huertos. Los árboles muja estaban en flor, y cada ligera brisa hacía caer una aureola de pétalos rosas que iban a parar a la hierba que cubría el suelo bajo los árboles.
La Reina había hablado de su legado. Moribunda, ella reflexionaba sobre lo que quería dejar para cuando no estuviese. Su primer pensamiento se había dirigido a su hijo. Incluso podía sentir un vínculo con una hijastra que nunca había conocido.
Los galacianos eran gentes que tenían unos vínculos familiares muy fuertes. Los trabajos y la tierra pasaban a menudo de padres a hijos. Los matrimonios eran elegidos con mucho cuidado para fortalecer a las familias.
Qui-Gon había renunciado a tener una familia e hijos a cambio de llevar la vida de un Jedi. Lo había elegido libremente. Ningún Jedi estaba obligado a hacerlo. Podía dejarlo cuando quisiera. Pero sabía que no lo haría.
Qui-Gon se agachó para recoger unos pétalos del jardín. Los dejó deslizarse a través de sus dedos, para que el viento se los llevara. Esta iba a ser su vida, pensó. Deambularía por la galaxia. Arriesgaría su vida para ayudar a extraños. Pero, ¿qué dejaría detrás?
Los pasos sin rumbo de Qui-Gon le condujeron hacia los jardines de la cocina. Señales de siembra le rodeaban: palas y rastrillos, filas de semillas cuidadosamente plantadas que se abrían camino en medio del polvo. Miró al suelo, casi sorprendido de encontrar sus huellas allí. El viento y la lluvia pronto las harían desaparecer.
Elan había elegido vivir apartada de la sociedad. Seguía una serie de leyes que no pertenecían al gobierno ni a su mundo, sino a sus compañeros de viaje.
Se dio cuenta de que se parecía a él. Nunca la había visto, pero la conocía.
¿Qui-Gon?
Se volvió al oír la voz de Obi-Wan.
El chico miraba dudando, con miedo de molestar.
—Desapareciste —dijo Obi-Wan—. No sabía dónde encontrarte.
Qui-Gon no podía compartir con él sus pensamientos. Obi-Wan era joven, estaba empezando su vida de Jedi. No entendería su teoría sobre legados, o
 
sobre lo que se deja cuando uno ya no está. Todavía no.
¿Por qué accediste al trato que nos impide salir del palacio sin escolta? —la pregunta parecía haberse escapado de los labios de Obi-Wan.
Obviamente, el chico creía que Qui-Gon debería haber rechazado la propuesta de Giba.
—Es mejor para nosotros que piensen ahora que pueden controlarnos — contestó Qui-Gon.
¿Crees que la Reina dice la verdad? —Obi-Wan preguntó—. ¿De verdad que no quiere que su hijo gane las elecciones? ¿Qué quiere de Elan?
—Puede que sea como ella dice —replicó tranquilamente Qui-Gon—. O puede ser que quiera utilizarnos para atraer a Elan aquí para matarla. Cualquier miembro del Consejo que viviera cuando el Rey era joven sabe que Beju no es el heredero legítimo. Yo averiguaría lo que sabe Giba, por ejemplo. Es por esto por lo que nos tiene tanto miedo. Siempre existe el peligro de que el secreto se haga público. Por supuesto, si la Reina miente sobre sus intenciones, podría estar compinchada con Giba y haber fingido su desacuerdo delante de nosotros. Si pueden deshacerse de Elan, la reina Veda puede suspender las elecciones y proclamar Rey a Beju. — Qui-Gon hizo una pausa—. O podría estar mintiendo acerca de sus intenciones sobre Elan por alguna otra razón que todavía no conocemos.
¿Y entonces qué crees tú que es lo que pasa? —preguntó Obi-Wan, tratando de que la confusión y la impaciencia no se notaran en su voz.
—Creo que hay más secretos —respondió Qui-Gon con actitud pensativa—. Todavía debemos seguir actuando como si la Reina nos hubiese dicho la verdad. Voy a ir al país de las montañas a encontrar a Elan.
¡Pero nuestra misión es vigilar las elecciones! —protestó Obi-Wan—. Y eso no lo podrás hacer desde las montañas.
Qui-Gon levantó un lado de sus labios y esbozó una media sonrisa.
—A veces eres demasiado estricto en el seguimiento de las reglas, Obi-Wan. Las cosas cambian. Una misión a veces no está tan clara. Puede ser que el camino directo no sea la única manera de llegar a la solución.
—Pero la seguridad de Gala está en nuestras manos —discutió Obi-Wan—. Se nos envió como guardianes de la paz, no para buscar hijas perdidas hace tiempo.
—Acepto que estés en desacuerdo conmigo, Obi-Wan —dijo Qui-Gon—. Estás en tu derecho. Pero voy a ir.
—No se nos permite dejar la ciudad, o incluso el palacio, sin escolta —le recordó Obi-Wan—. ¡Y tú fuiste el primero en estar de acuerdo con esto! Giba y el príncipe Beju se enfadarán. ¿Por qué no dejamos que un mensajero de la Reina entre en contacto con Elan?
—Ella no escuchará un mensaje —Qui-Gon respondió—. Hay que convencerla.
Si no ve la verdad en mis ojos no vendrá.
 
¡Hablas como si la conocieses! —exclamó Obi-Wan.
—La conozco —respondió Qui-Gon tranquilamente.
Se acercó a Obi-Wan y puso su mano con suavidad sobre el hombro del chico durante un momento.
—No te preocupes, padawan. Tú puedes llevar solo la misión hasta que yo vuelva. Permanece alerta a las intrigas de palacio. —Qui-Gon echó una mirada hacia el edificio—. No te fíes de nadie. Hay interferencias en la Fuerza. Y no sé exactamente de dónde vienen.
Obi-Wan le miró decepcionado.
¿Y qué les voy a decir cuando me pregunten dónde estás?
En vez de responderle, Qui-Gon enfiló hacia los jardines a medio plantar y se marchó hacia los árboles. Según caminaba, estiró una mano y cogió una fruta madura de una rama que había encima de su cabeza. Sin volverse, la tiró por encima de su hombro. No tuvo que girarse, porque sabía que su padawan la recogería.
—Es muy simple —le dijo—. Diles que todavía estoy aquí.
 






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