Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 4. LA MARCA DE LA CORONA -Capítulo 5-

                                    



La reina del planeta Gata agoniza y Obi-Wan Kenobi y su maestro Qui-Gon Jinn deben preservar la paz planetaria y encontrar otro heredero antes de que el príncipe Beju, al que no el importa producir una guerra con tal de tomar el poder.


Capítulo 5

El respeto es la piedra angular donde se sostiene la relación Maestro y padawan", decía Obi-Wan entre dientes. La voz retumbaba en las paredes de la habitación, y sonaba extraña en sus oídos. Todavía necesitaba ese recordatorio. Cada día, solo en el palacio, cuestionaba la decisión de Qui-Gon.
El sol de la mañana hacía arder la madera de la enorme cama en la que dormía. Un tapiz colgaba en la pared de enfrente, hecho con finos hilos metálicos dorados, plateados y verdes. Ropa de cama tejida con materiales preciosos, que tenían el color de las joyas, le protegían del frío de la noche. Era la mejor habitación en la que había dormido nunca. Pero los dos últimos días pasados en palacio no habían sido un regalo.
Qui-Gon le había encargado una tarea imposible de realizar. Cada mañana, antes de que amaneciese, Obi-Wan pasaba a través de la puerta que le conectaba con los aposentos de Qui-Gon y desarreglaba las sábanas de su cama. Se echaba sobre su almohada para dejar la huella de su cabeza. Cada mañana, Jono Dunn llamaba a su puerta trayendo té y fruta. Obi-Wan le había contado a Dunn que Qui-Gon se levantaba temprano para ir a meditar al jardín. Esperaba que Jono se fuera, y luego se tomaba su desayuno y el de Qui-Gon. Esto no le costaba mucho esfuerzo, porque Obi-Wan siempre tenía hambre.
Para el príncipe Beju y para Giba, también tenía Obi-Wan que inventar constantemente excusas para justificar la ausencia de Qui-Gon: el Jedi estaba descansando o meditando, o paseando por los jardines, y volvería en un momento si querían esperarle..., pero nunca lo hacían; hoy comerá en su habitación...; ya se ha retirado a descansar...
Puede que sospecharan. Obi-Wan no sabría decirlo. Tenía el presentimiento de que ellos se daban cuenta de que Qui-Gon no se preocupaba mucho de las elecciones. Incluso, Obi-Wan le comentó a Jono Dunn que su Maestro le había dejado gran parte de la responsabilidad a él.
Obi-Wan oyó un suave golpe en la puerta de su habitación. Un momento después, Jono la abrió.
—Traigo la bandeja para Qui-Gon como todos los días —dijo Jono.
Dejó la bandeja en la pequeña mesa que había al lado de la ventana. Normalmente, hacía una reverencia y se marchaba inmediatamente, pero esta vez permaneció en la estancia.
—No le he visto en los jardines —comentó—. Uno de mis trabajos es recolectar flores para la Reina por la mañana y por la noche. Y nunca me he encontrado con el Jedi en los parques.
Obi-Wan estiró la mano y cogió una pieza de fruta.
—Los jardines son muy grandes. Lo más seguro es que te haya evitado. No le gusta que le interrumpan durante su meditación.
Jono permaneció de pie tranquilamente. Era un muchacho guapo, de pelo rubio
 
y con la brillante piel de los galacianos. Aunque había acompañado a Obi-Wan en bastantes ocasiones para inspeccionar los principales escenarios electorales de Galu, casi no habían hablado.
—Crees que soy un espía —le espetó de repente—. Y que trabajo para el Príncipe.
¿Y no lo eres? —preguntó Obi-Wan con calma.
—No tengo que darle cuentas al Príncipe —le contestó con desprecio Jono—. Sirvo a la Reina. Los Dunn hemos servido a los monarcas de Gala desde que se implantó la dinastía Tallah.
—Así que perteneces a una familia de sirvientes reales, ¿no? —preguntó Obi- Wan con curiosidad.
Acercó un plato de comida hacia Jono.
El guardián lo ignoró. Levantó su barbilla orgulloso.
—Los Dunn tienen grandes extensiones de tierra lejos de Galu. A mí me eligieron a los cinco años para que viniera a palacio. Es un gran honor. Todos los niños de la familia Dunn son enseñados desde que son muy pequeños. Sólo los más listos y preparados son elegidos.
Obi-Wan le acercó una pieza de fruta.
—Yo también fui elegido cuando era muy pequeño —comentó—. Dejé a mi familia y me fui al Templo Jedi. Fue un gran honor. Pero echaba mucho de menos a mi familia, aunque no me acordaba de muchas cosas de ellos.
Jono alargó una mano dubitativa y cogió la fruta que le ofrecía Obi-Wan.
—El comienzo fue lo más duro —dijo, llevándose la fruta a la boca.
—El Templo Jedi es agradable y bonito. Es mi hogar, aunque no es un hogar
como el que tiene el resto de la gente.
¡Eso es exactamente lo que yo también siento! —coincidió Jono, sentándose en el borde de la cama cerca de Obi-Wan—. El palacio era demasiado grande al principio. Y echaba de menos el olor del mar. Pero ahora me siento como en casa. Sé cuál es mi obligación y me siento orgulloso de cumplirla. Es un gran honor servir a mi Reina. —Se encontró con la mirada penetrante de Obi-Wan—. Pero no soy un espía.
***
A partir de ese momento, Obi-Wan y Jono se hicieron amigos. Jono continuó acompañándole en sus salidas a Galu, pero en vez de ir un paso por detrás de él en silencio, Jono caminaba al lado de Obi-Wan, contándole historias de la ciudad y de Deca Brun, su héroe.
—La Reina ha acertado al convocar elecciones —Jono le dijo—. Deca Brun hará que Gala prospere otra vez. Quiere gobernar para todo el mundo, no sólo para los ricos.
 
Jono nunca le volvió a preguntar por Qui-Gon. Obi-Wan sabía que Jono sospechaba que su Maestro había dejado el palacio. Apreciaba el silencio de su guía. No quería volver a mentirle, aunque su amigo no hacía preguntas.
Jono le hablaba a menudo de su familia. Incluso aun cuando apenas los veía, conservaba un fuerte vínculo con ellos. Obi-Wan llegó a envidiar ese sentimiento familiar tan fuerte en su amigo. Él había perdido los vínculos familiares cuando escogió el destino de ser un Jedi. Debía lealtad al Código Jedi. ¿Había elegido la opción correcta? De repente, le parecía que ese Código era mucho más abstracto que los lazos sanguíneos.
Herencia. Legado. Le hubiera gustado hablar de lo que estaba sintiendo con Qui-Gon. Pero su Maestro no le hubiese entendido, porque estaba fuertemente unido al Código Jedi. No miraría hacia atrás y reflexionaría sobre lo que echaba de menos.
Y, además, le había abandonado para ir a buscar a un fantasma.
***
Las noches eran largas en Gala. El sol se ocultaba pronto y tres lunas se alzaban poco a poco en el cielo. A Obi-Wan le gustaba caminar por los jardines a esa hora, cuando la pálida luz de las lunas hacía que la fruta de los árboles adquiriera un color plateado.
Una noche se sorprendió al encontrar a la reina Veda sentada en el césped, con la espalda apoyada en el grueso y firme tronco de un árbol muja. No llevaba su tocado, y su dorado pelo suelto le llegaba hasta la cintura. Parecía una chica joven hasta que Obi-Wan se acercó lo suficiente para advertir el desgaste de la enfermedad en su cara.
—Siéntate, joven Obi-Wan —le dijo señalando un sitio a su lado—. A mí también me gusta ver los jardines a esta hora.
Obi-Wan se sentó cerca de ella, con las piernas cruzadas y el cuerpo estirado en una postura típica entre los Jedi. No había visto a la Reina desde su primer encuentro cuando llegaron. Parecía alarmantemente más enferma.
—Me gusta el olor de la hierba —murmuró la Reina pasando sus manos sobre ella—. Antes de ponerme enferma, solía mirarla desde mi ventana. Todo lo veía desde la ventana. Ahora creo que prefiero tocar y oler y sentirme parte de las cosas. —Puso un poco de hierba en la palma de la mano de Obi-Wan y cerró sus dedos sobre ella—. Agárrate a la vida, Obi-Wan. Es lo único que te aconsejo.
Obi-Wan observó las marcas de lágrimas que había en la cara de la Reina. Le hubiese gustado que Qui-Gon estuviera allí. El carácter calmado del Maestro suavizaba los más fieros corazones. ¿Qué hubiese dicho Qui-Gon en esta situación?
Habría empezado diciendo algo diplomático pero cordial. Hubiera dejado hablar a la Reina, sabiendo que necesitaba desahogarse.
—No se encuentra bien —dijo con cuidado.
 
—No, me siento peor —contestó la Reina dejando descansar su cabeza en el tronco—. Tengo muchos dolores por las noches. No puedo dormir. A mitad del día me siento algo mejor, pero por la noche el dolor comienza otra vez. Por eso salgo ahora, antes de que el dolor sea más fuerte. Quiero recordar los días en los que me sentía bien. Los días en el campo... —la Reina suspiró.
¿En el campo? —Obi-Wan preguntó sorprendido.
—Los Tallah tienen un territorio en el campo al oeste de la ciudad —contó la Reina—. Justo antes de que cayera enferma fui allí para recuperarme. Puede que fuera el aire puro. O puede —dijo mostrando arrepentimiento— que fuese que allí descansaba. El Consejo de Ministros no me llamaba para mis reuniones y no tenía a los sirvientes zumbando a mi alrededor. Sólo estábamos mi cuidador y yo. Pero parecía que el gobierno no podía funcionar sin mí y vinieron a verme. Durante esos días, me sentí más enferma que nunca. Fue lo peor de todo —comentó tristemente—. Sentir que mejoraba para luego volver a recaer.
¿Y por qué no vuelve allí? —preguntó Obi-Wan.
—Las elecciones consumen mi tiempo y son ahora mi prioridad —dijo la Reina
—. Ahora estoy muy débil para viajar. Es lo que me dicen mis médicos, y son los mejores de Galu. Todos los días son iguales para mí, con la esperanza de recuperarme, pero luego esa esperanza desaparece. Ahora se ha ido definitivamente. Sólo me queda llegar al final.
Obi-Wan la miró. Las lunas habían subido a lo alto y hacían que la cara de la Reina luciera de un color plateado. Pudo volver a ver que en su momento la monarca había sido guapa.
—No estés triste —dijo la Reina a Obi-Wan—. Ya lo he aceptado. ¿Me ayudas a levantarme? Es la hora de mi té.
Obi-Wan se levantó y la cogió de la mano. La presión de sus dedos era débil.
Colocó otra mano debajo de su codo y la ayudó a levantarse.
—Buenas noches, reina Veda —le dijo cuando se iba, con su vestido rozando la hierba—. Lo siento —añadió en voz baja, sabiendo que ella ya no le oía.
Las palabras de la Reina le habían conmovido. No sabía si ella mentía acerca de los derechos de Elan por la corona. Pero sabía que había hablado honestamente de su enfermedad y de sus miedos. Podía imaginar lo terrible que es sentir cómo se acaba la vida lentamente. Sufrir, luego recuperarse, y más tarde volver a sentir que la esperanza de vivir se esfuma cada vez que las lunas se alzan en el cielo cada noche...
Cada noche. Obi-Wan se estiró. La Fuerza le estaba diciendo que se concentrara. ¿No tenía la enfermedad de la Reina un ritmo extraño? ¿No decía que se encontraba mejor en el campo?
Hasta que llegaron los miembros del Consejo... Este pensamiento conmocionó a Obi-Wan.
¿Habría sido envenenada la Reina?
 





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