Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 3-

                                         



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 3

Obi-Wan dio un salto con su sable láser apuntando hacia delante. El golpe no encontró carne o hueso, sino que pasó sin hacer daño a través de la figura.

Sorprendido, Obi-Wan se giró hacia la izquierda, preparado para golpear de nuevo, pero Qui-Gon le detuvo.

—No puedes luchar contra este enemigo, padawan —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan miró atentamente y se dio cuenta de que el guerrero era un holograma.

De repente retumbó una voz.

—Soy Quintama, el capitán de la Fuerza de Liberación de Melida. El holograma colocó su arma a un lado.

—Mañana comenzará la Vigésimo Primera Batalla de Zehava. Conseguiremos derrotar a nuestros enemigos de Daan de una vez y por todas, y lograremos una victoria gloriosa. Reconquistaremos la ciudad que fundamos hace mil años, y toda Melida vivirá en paz.

¿La Vigésimo Primera Batalla de Zehava? —susurró Obi-Wan a Qui-Gon.

—La ciudad ha cambiado de manos muchas veces a lo largo del tiempo —le explicó Qui-Gon—. Mira su arma. Es un modelo viejo. Yo diría que de hace quince años o más.

—Espero con ilusión una victoria completa y gloriosa—continuó relatando la figura fantasmal—. Y, sin embargo, existe la posibilidad de que muera para conseguirla. Acepto la muerte, al igual que mi mujer Pinani, que lucha a mi lado. Pero mis hijos... —la fuerte voz vaciló durante un momento—. A mis hijos, Renei y Wunana, les dejo la memoria de los ancestros que he compartido con ellos, las historias de la larga persecución a la que nos han sometido los Daan. Vi cómo mataban a mi padre, y vengaré esa muerte. Vi cómo dejaban morir de hambre a mi pueblo, y vengaré a mis vecinos. Recordadme, hijos míos. Y recordad lo que yo he sufrido en manos de los Daan. Si muero, coged mi arma y vengad mi muerte como yo he vengado la de mi familia.

De repente, el holograma desapareció.

—Creo que no lo consiguió —dijo Obi-Wan. Se agachó cerca de una marca hecha en la piedra—. Murió en esa batalla.

Qui-Gon pasó de largo la marca y se dirigió a la siguiente. Había una gran bola de oro encima de una columna próxima a él. Puso la mano encima. Inmediatamente, otro holograma se elevó de su marca como un fantasma.

—Debí despertar al primero cuando tropecé —dijo Obi-Wan.

El segundo holograma era una mujer. Su túnica estaba manchada y desgarrada, y llevaba el pelo corto. Sostenía una pica y tenía un arma atada a la


cadera y otra al muslo.

—Soy Pinani, viuda de Quintama, hija de los grandes héroes Bicha y Tiraca. Hoy marcharemos sobre la ciudad de Bin para vengar la Batalla de Zehava. Nuestras reservas están agotadas. Tenemos pocas armas. Muchos de nosotros han muerto en la gloriosa batalla para reconquistar nuestra querida ciudad de Zehava de los rudos Daan. No tenemos ninguna posibilidad de ganar la batalla, pero luchamos por la justicia y para vengarnos del enemigo que nos persigue. Mi marido murió delante de mis ojos. Mi padre y mi madre murieron cuando los Daan fueron a nuestro pueblo, lo rodearon y los mataron. Así que os digo a vosotros, hijos míos, Renei y Wunana, no nos olvidéis. Seguid luchando. Vengad este terri- ble y enorme error. Yo morí valientemente. Morí por vosotros.

El holograma desapareció. Obi-Wan se adelantó hacia la siguiente marca.

—Renei y Wunana murieron solamente tres años después en la Vigésimo Segunda Batalla de Zehava —dijo—. Eran poco mayores que yo.

Se volvió y se encontró con la mirada de Qui-Gon.

¿Qué clase de lugar es éste? —preguntó.

—Un mausoleo —dijo Qui-Gon —. Un lugar para que descansen los muertos.

Pero aquí, en Melida/Daan, las memorias permanecen vivas. Mira.

Qui-Gon señaló las ofrendas que ya habían visto delante de las columnas. Las flores estaban frescas, y las bandejas de alimentos y los cuencos con agua, llenos.

Caminaron a lo largo de los pasillos, pasando frente a filas de tumbas, activando todos los hologramas. El enorme espacio hacía resonar las voces de los muertos. Vieron cómo distintas generaciones contaban historias de sangre y venganza. Oyeron relatos de pueblos completamente devastados, hijos arrancados de los brazos de sus madres, ejecuciones masivas y marchas forzadas que acababan en sufrimiento, y la mayoría en muerte.

—Parece que los Daan son un pueblo sediento de sangre —comentó Obi-Wan.

Las historias de sufrimiento y agonía le habían conmovido como un dolor creciente en una herida profunda.

—Estamos en un mausoleo Melida —le contestó Qui-Gon—. Me pregunto qué tienen que contar los Daan.

—Hay tantos muertos —puntualizó Obi-Wan—, pero no hay una razón clara para saber por qué luchan. Una batalla sigue a otra, y en cada una se venga la anterior. Pero ¿cuál es el verdadero motivo de la lucha?

—Puede que lo hayan olvidado —dijo Qui-Gon—. El odio está impreso en sus huesos. Ahora ellos luchan por un pedazo minúsculo de tierra o por vengar algo que ocurrió hace cien años.

Obi-Wan se estremeció. El aire frío le había calado hasta los huesos. Se sintió alejado del resto de la galaxia. Su mundo entero se había concentrado en este negro y sombrío espacio lleno de sangre, venganza y muerte.


—Nuestra misión ni siquiera ha comenzado y ya he visto suficiente sufrimiento para el resto de mi vida.

La mirada de Qui-Gon era triste.

—Hay algunos mundos que logran vivir en paz durante siglos, padawan, pero me temo que hay muchos que han vivido cruentas guerras capaces de llenar de miedo los recuerdos de cada generación. Siempre ha sido así.

—Bueno, de momento ya he visto lo suficiente —dijo Obi-Wan —. Encontremos la salida.

Empezaron a caminar, ahora más deprisa, pasando de largo al lado de las marcas, buscando una salida. Al final vieron un atisbo de luz. Había una puerta de un material traslúcido que emitía un destello blanco.

Qui-Gon empujó la luz que indicaba la salida y, con gran alivio, ambos vislumbraron una débil luz solar. Se quedaron en la sombra de la puerta, explorando el área cercana antes de moverse más allá.

El mausoleo estaba situado en una cuesta. Frente a ellos se alzaba una montaña coronada por un acantilado. A su izquierda, un camino atravesaba unos jardines, y a su derecha se levantaba una pared.

—Creo que tendremos que ir por ese camino —dijo Obi-Wan, señalando el sendero.

—Supongo —dijo Qui-Gon.

Todavía dudaba, buscando con su perspicaz mirada una manera de subir la cuesta de la montaña que tenían delante. —Pero creo que... De repente, el polvo explotó a los pies de Obi-Wan.

¡Francotiradores! —gritó Qui-Gon—. ¡Ponte a cubierto!





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