Obi-Wan dio un salto con su sable láser apuntando
hacia delante. El golpe no encontró
carne o hueso, sino que pasó sin
hacer daño a través de la figura.
Sorprendido, Obi-Wan
se giró hacia la izquierda, preparado para golpear
de nuevo, pero Qui-Gon le detuvo.
—No puedes luchar
contra este enemigo,
padawan —dijo Qui-Gon.
Obi-Wan miró atentamente y se dio cuenta de que el guerrero era un holograma.
De repente retumbó
una voz.
—Soy Quintama, el capitán
de la Fuerza de Liberación de Melida. El holograma colocó
su arma a un lado.
—Mañana comenzará la
Vigésimo Primera Batalla de Zehava. Conseguiremos derrotar a nuestros enemigos de Daan de una vez y por todas, y
lograremos una victoria gloriosa.
Reconquistaremos la ciudad que fundamos hace mil años, y toda Melida vivirá en paz.
— ¿La Vigésimo Primera
Batalla de Zehava?
—susurró Obi-Wan a Qui-Gon.
—La ciudad ha
cambiado de manos muchas veces a lo largo del tiempo —le explicó Qui-Gon—. Mira su arma. Es un modelo viejo. Yo diría que
de hace quince años o más.
—Espero con
ilusión una victoria completa y gloriosa—continuó relatando la figura fantasmal—. Y, sin embargo,
existe la posibilidad de que muera para conseguirla. Acepto la muerte, al igual
que mi mujer Pinani, que lucha a mi lado. Pero
mis hijos... —la fuerte voz vaciló durante un momento—. A mis hijos, Renei y Wunana, les dejo la memoria de los
ancestros que he compartido con ellos, las historias
de la larga persecución a la que nos han sometido los Daan. Vi cómo mataban a mi padre, y vengaré esa muerte. Vi cómo
dejaban morir de hambre a mi pueblo,
y vengaré a mis vecinos. Recordadme, hijos míos. Y recordad lo que yo he sufrido en manos de los Daan. Si
muero, coged mi arma y vengad mi muerte como yo he vengado
la de mi familia.
De repente,
el holograma desapareció.
—Creo que no lo
consiguió —dijo Obi-Wan. Se agachó cerca de una marca hecha en la piedra—. Murió en esa batalla.
Qui-Gon pasó de
largo la marca y se dirigió a la siguiente. Había una gran bola de oro encima de una columna próxima
a él. Puso la mano encima. Inmediatamente, otro holograma se elevó de su marca como un fantasma.
—Debí despertar al primero cuando
tropecé —dijo Obi-Wan.
El segundo
holograma era una mujer. Su túnica estaba manchada y desgarrada, y llevaba el pelo corto. Sostenía una pica y tenía un arma atada a la
cadera
y otra al muslo.
—Soy Pinani,
viuda de Quintama, hija de los grandes héroes Bicha y Tiraca. Hoy marcharemos sobre la ciudad de Bin
para vengar la Batalla de Zehava. Nuestras
reservas están agotadas. Tenemos pocas armas. Muchos de nosotros han muerto en la gloriosa batalla para
reconquistar nuestra querida ciudad de Zehava
de los rudos Daan. No tenemos ninguna posibilidad de ganar la batalla, pero luchamos por la justicia y para
vengarnos del enemigo que nos persigue. Mi marido
murió delante de mis ojos. Mi padre y mi madre murieron cuando los Daan fueron a nuestro pueblo, lo rodearon y los
mataron. Así que os digo a vosotros, hijos
míos, Renei y Wunana, no nos olvidéis. Seguid luchando. Vengad este terri- ble y enorme error. Yo
morí valientemente. Morí por vosotros.
El holograma
desapareció. Obi-Wan se adelantó hacia
la siguiente marca.
—Renei y Wunana murieron
solamente tres años después en la Vigésimo
Segunda Batalla de Zehava
—dijo—. Eran poco mayores que yo.
Se volvió y se encontró con la mirada de Qui-Gon.
— ¿Qué clase de lugar es éste? —preguntó.
—Un mausoleo
—dijo Qui-Gon —. Un lugar
para que descansen
los muertos.
Pero aquí, en Melida/Daan, las memorias permanecen vivas. Mira.
Qui-Gon señaló
las ofrendas que ya habían visto delante de las columnas. Las flores estaban frescas,
y las bandejas de alimentos
y los cuencos con agua, llenos.
Caminaron a lo largo de los pasillos, pasando
frente a filas de tumbas,
activando todos los hologramas. El enorme espacio hacía resonar las
voces de los muertos. Vieron cómo distintas
generaciones contaban historias
de sangre y venganza. Oyeron relatos de pueblos completamente devastados, hijos arrancados de los brazos de sus madres, ejecuciones masivas y marchas
forzadas que acababan en sufrimiento,
y la
mayoría en muerte.
—Parece que los Daan son un pueblo sediento
de sangre —comentó
Obi-Wan.
Las historias
de sufrimiento y agonía le habían conmovido
como un dolor creciente en una herida profunda.
—Estamos en un
mausoleo Melida —le contestó Qui-Gon—. Me pregunto qué tienen que contar los Daan.
—Hay tantos
muertos —puntualizó Obi-Wan—, pero no hay una razón clara para saber por qué luchan. Una batalla
sigue a otra, y en cada una se venga la anterior. Pero ¿cuál
es el verdadero motivo de la lucha?
—Puede que lo
hayan olvidado —dijo Qui-Gon—. El odio está impreso en sus huesos. Ahora ellos luchan por un pedazo
minúsculo de tierra o por vengar algo que ocurrió
hace cien años.
Obi-Wan se
estremeció. El aire frío le había calado hasta los huesos. Se sintió alejado del resto de la galaxia. Su mundo
entero se había concentrado en este negro
y sombrío espacio lleno de
sangre, venganza y muerte.
—Nuestra misión ni
siquiera ha comenzado y ya he visto suficiente sufrimiento para el resto de mi vida.
La mirada de Qui-Gon
era triste.
—Hay algunos
mundos que logran vivir en paz durante siglos, padawan, pero me temo que hay muchos que han vivido
cruentas guerras capaces de llenar de miedo
los recuerdos de cada generación. Siempre
ha sido así.
—Bueno, de
momento ya he visto lo suficiente —dijo Obi-Wan —. Encontremos la salida.
Empezaron a
caminar, ahora más deprisa, pasando de largo al lado de las marcas, buscando una salida. Al final
vieron un atisbo de luz. Había una puerta de
un material traslúcido que emitía un destello blanco.
Qui-Gon empujó la luz que indicaba
la salida y, con gran alivio, ambos vislumbraron una débil luz solar. Se quedaron en la sombra de la puerta, explorando el área cercana antes de moverse
más allá.
El mausoleo
estaba situado en una cuesta.
Frente a ellos se alzaba una montaña coronada por un acantilado. A su
izquierda, un camino atravesaba unos jardines, y a su derecha se levantaba una pared.
—Creo que
tendremos que ir por ese camino —dijo Obi-Wan, señalando el sendero.
—Supongo —dijo
Qui-Gon.
Todavía dudaba,
buscando con su perspicaz mirada una manera de subir la cuesta de la montaña que tenían delante. —Pero creo que... De
repente, el polvo explotó a los pies de Obi-Wan.
— ¡Francotiradores! —gritó Qui-Gon—. ¡Ponte
a cubierto!
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