Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 17-

                                            



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 17

—No nos reuniremos con ellos —dijo Nield a Qui-Gon con fiereza—. Sé lo que valen sus promesas. Han aceptado para distraernos. Nos dirán que quieren que dejemos las armas y luego comenzarán a luchar otra vez. Su derrota está demasiado cerca. Si cedemos, pensarán que somos débiles.

—Saben que les habéis arrinconado —argumentó Qui-Gon —. Están deseosos de hablar. Ya has ganado, Nield. Ahora recoge los frutos de tu victoria.

Cerasi se cruzó de brazos.

—No estamos locos, Qui-Gon. Por eso ganamos.

Qui-Gon se giró. Llevaba discutiendo con Cerasi y Nield desde que había vuelto, y no había conseguido nada. El problema estaba fuera de su control.

Obi-Wan estaba sentado en una mesa de madera, observando. No había dado su opinión ni había intentado convencer a Cerasi o a Nield. Qui-Gon se había dado cuenta de esto sorprendido. Obi-Wan quería la paz en el planeta. ¿Por qué no hacía nada ahora? Una vez más, cuando trató de ponerse en contacto con su padawan sólo encontró el vacío.

Los cuarteles estaban ahora llenos de chicos y chicas que habían llegado de los campos. Había más reunidos arriba, en los parques y en las plazas. Los Jóvenes se habían movilizado, trayendo toda la comida que tenían e intentando crear un sistema de suministro. Llevaría todo el día hacer que todos comiesen, pero estaban decididos a lograrlo.

¿Cómo volasteis las torres? —preguntó Qui-Gon con curiosidad a Nield y a Cerasi.

Era una pregunta que se hacía desde que se había enterado de los hechos.

—Tenéis que haberlo hecho desde el aire, pero vuestras naves no pueden hacerlo. Hubieseis necesitado...

Qui-Gon se detuvo. Se giró hacia Obi-Wan. Lentamente, Obi-Wan echó su silla hacia atrás. Qui-Gon oyó cómo rallaba en el suelo de piedra. Después se puso de pie. No vaciló ni retiró la mirada. Miró directamente a Obi-Wan.

—Así que fuiste tú —dijo Qui-Gon —. Utilizaste el caza de combate. Lo cogiste aunque sabías que era nuestra única forma de salir de este planeta. Lo cogiste aunque sabías que era la única esperanza de vida de Tahl.

Obi-Wan asintió.

Cerasi y Nield miraban primero a un Jedi, luego al otro. Cerasi empezó a hablar, pero no dijo nada. El problema era entre Qui-Gon y Obi-Wan.

—Por favor, ven conmigo, Obi-Wan —dijo Qui-Gon con tono cortante.

Le llevó a un túnel adyacente donde pudieran hablar en privado. Esperó unos momentos para recomponerse. La amargura no tenía que superarle. Y, aun así, surgió en él. Obi-Wan había roto su confianza.

 

No sabía qué decir. Sus emociones le dominaban. Qui-Gon hizo un esfuerzo para acordarse de la preparación que había recibido en el Templo. Según el Código Jedi, tenía que reñir a su padawan. Pero primero tenía que describir la ofensa. Era el deber de todo Maestro: hacerlo sin juzgarle.

Agradecido de tener un pensamiento claro, Qui-Gon respiró profundamente.

—Te ordené que no tomaras partido en esto.

—Sí —respondió tranquilamente Obi-Wan.

Era el deber de un padawan no discutir sus faltas. —Te ordené que estuvieses preparado para partir en cualquier momento —dijo.

—Sí —replicó Obi-Wan.

—Te ordené que tu mayor preocupación tenía que ser la salud de Tahl. Y, sin embargo, has puesto en peligro su vida cogiendo el único transporte que tenemos y utilizándolo para una misión peligrosa.

—Sí —repitió Obi-Wan por tercera vez. Qui-Gon tragó saliva con dificultad.

—Haciendo eso no sólo has puesto en peligro la salud de Tahl, sino el proceso de paz en Melida/Daan. Obi-Wan dudó por primera vez.

—Yo ayudé a que el proceso de paz...

—Ésa es tu interpretación de los hechos —interrumpió Qui-Gon—, pero ésas no eran tus órdenes. Tu Maestro y el Maestro Jedi Yoda habían decidido que la intervención de los Jedi en este caso sólo perjudicaría a los Melida y a los Daan, e incluso interferir en el proceso de paz. Yo te había dicho todo esto. ¿No es verdad, Obi-Wan?

—Sí —admitió Obi-Wan—. Es verdad.

Qui-Gon hizo una pausa y se concentró en sí mismo para considerar toda la sabiduría Jedi que había sobre la relación entre un Maestro y su padawan: que las reglas habían evolucionado a lo largo de miles de años; que la promesa de obediencia de los padawan no tenía nada que ver con ejercer el poder, sino con obtener sabiduría y ser humilde en el cumplimiento del deber; y que él no estaba allí para castigar a Obi-Wan, ni siquiera para enseñarle, sino para ayudarle en su desarrollo personal hasta que creciera y se convirtiera en un Caballero Jedi.

—No me importa —dijo Obi-Wan, sacándole de sus propios pensamientos.

¿Qué no te importa? —preguntó Qui-Gon, sorprendido. Normalmente, un padawan permanecía en silencio a la espera de la decisión de su Maestro.

—No me importa haber roto las reglas —dijo Obi-Wan—. Hice bien en romperlas.

Qui-Gon respiró profundamente.

¿Estuvo bien, también, romper mi confianza? Obi-Wan asintió.

 

—Lo siento. Tuve que hacerlo. Pero sí.

Qui-Gon sentía que las palabras de Obi-Wan le atravesaban como una espada. Visualizó en un destello que él había esperado este momento desde que tomó a Obi-Wan como aprendiz. Esperaba la traición. El golpe. Había endurecido su corazón preparándose para este instante.

Y, sin embargo, todavía no estaba listo para eso.

—Qui-Gon, tienes que entender —dijo Obi-Wan con calma—. He encontrado algo nuevo aquí. Toda mi vida me han dicho lo que estaba bien, lo que era mejor. El camino que estaba marcado para mí. Era un gran don, y estoy agradecido por todo lo que he aprendido. Pero en este mundo se han concretado todas las abstracciones que he aprendido. Hay algo que puedo ver. Algo real.

Obi-Wan retrocedió para volver a los cuarteles de los Jóvenes.

—Estos chicos parecen mi gente. Su causa es mi causa. Me llama como nada antes me había llamado.

La sorpresa de Qui-Gon se convirtió en dolor y rabia consigo mismo. Obi-Wan se le había escapado. Debía haberlo previsto antes. Debía haber recordado que Obi-Wan era sólo un niño.

Eligió sus palabras con cuidado.

—La situación aquí es dolorosa, lo reconozco. Es difícil mantenerse al margen. Por eso intenté resolverlo antes de marcharnos, pero ahora debemos irnos, padawan.

La expresión de Obi-Wan se congeló.

—Obi-Wan —dijo amablemente Qui-Gon—. Todo lo que piensas que has encontrado aquí, ya lo tenías. Eres un Jedi. Lo que necesitas es distanciarte y tener un tiempo de reflexión.

—No necesito reflexionar —dijo Obi-Wan en tono cortante.

—Ésa es tu elección —dijo Qui-Gon —, pero, aun así, debes acompañarme al Templo. Necesito encontrar algunas cosas para Tahl en la ciudad. Cuando vuelva espero que hayas recogido tus cosas y estés preparado para partir.

Comenzó a dirigirse hacia el túnel principal. Obi-Wan no se movió.

—Vamos, padawan —dijo.

De mala gana, Obi-Wan le siguió. Qui-Gon sintió cómo le invadía la preocupación. Había algo en el interior de Obi-Wan, algo inamovible que no había encontrado en ningún otro aprendiz. Le vendría bien volver al Templo, donde la sabiduría de Yoda y la calma que rodeaba todo ayudaría a Obi-Wan a centrarse de nuevo.

Qui-Gon oyó un rugido desde el túnel principal, voces que gritaban y pasos agitados en el suelo. Aceleró el paso y se metió en la bóveda, con Obi-Wan pisándole los talones.

 

Nield les buscó entre la multitud, hasta que estuvo frente a ellos.

—La oferta de negociaciones fue un truco. ¡Los Mayores nos atacan!







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