Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 7-

                                          



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 7

Obi-Wan llegó al final de la renqueante escalera de metal. Tras bajar el último escalón, notó que pisaba un suelo cubierto de agua que le llegaba a la altura de los tobillos. Qui-Gon le seguía, moviéndose con su elegancia habitual y sorprendido de encontrarse con esa presencia.

Era imposible decir si su rescatador era hombre o mujer. La figura vestía una túnica amplia, y en ese momento se colocaba un sucio dedo en los labios. Después levantó el dedo y señaló hacia arriba. El significado de esos gestos estaba claro. Si no caminaban en silencio, los guardias de arriba les oirían.

Los pasos que oían sobre sus cabezas eran fuertes; las voces, enfadadas. El salvador de los Jedi se giró y comenzó a andar muy despacio en el agua, levantando un pie y volviendo a sumergirlo con cuidado para no hacer ningún ruido. Obi-Wan le imitó. En silencio, y con mucha cautela, fueron avanzando a lo largo del túnel.

Las paredes estaban reforzadas con vigas astilladas. Obi-Wan las miró con desconfianza. No le parecía que el túnel fuera muy seguro. De todas formas, era mejor que luchar para huir de una fortaleza altamente protegida.

En cuanto se alejaron un poco de la entrada, comenzaron a andar a buen ritmo. Debido al agua y al barro, caminaron con gran esfuerzo a lo largo de lo que parecían kilómetros de túnel. A veces, el nivel del agua les subía por encima de las rodillas.

Su rescatador les llevó por túneles que formaban parte del alcantarillado, donde el olor era terrible. Obi-Wan trató de no vomitar. El desconocido hizo como que no se daba cuenta y siguió caminando a la misma velocidad.

Por fin llegaron a un gran espacio abovedado iluminado por brillantes antorchas colocadas en las paredes. El suelo estaba seco y el aire era mucho más respirable. La habitación estaba llena de cajas rectangulares de piedra cubiertas de musgo. Algunas de ellas estaban alineadas cerca de las paredes.

—Tumbas —murmuró Qui-Gon—. Es un viejo cementerio.

Una de las tumbas, a la que habían limpiado el musgo, desprendía un resplandor blanco en medio de la oscuridad. Había asientos alrededor de ella. Un grupo de chicos y chicas, algunos de la edad de Obi-Wan, otros más jóvenes, estaban sentados allí, comiendo sobre la improvisada mesa.

Un chico alto de pelo oscuro y muy rizado se dio cuenta de su presencia y se puso de pie.

—Los encontré —anunció el rescatador. El chico asintió.

—Bienvenidos, Jedi —dijo solemnemente—. Somos los Jóvenes.

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Alrededor de ellos, las paredes parecieron moverse. Muchachos y muchachas

 

empezaron a salir de las sombras, surgiendo de la oscuridad y de detrás de las tumbas que estaban cerca de Obi-Wan y Qui-Gon.

Asustado, Obi-Wan miró sus caras. La mayoría estaban delgados y vestían harapos. Todos llevaban armas improvisadas colgadas de sus cinturones o al hombro. Les miraban con curiosidad, sin ninguna intención de ser amables.

El chico alto se les acercó. Llevaba la pieza de una armadura.

—Soy Nield, el jefe de los Jóvenes. Ésta es Cerasi.

Su rescatador se quitó la capucha y Obi-Wan pudo ver que se trataba de una chica de aproximadamente su misma edad. Llevaba el pelo corto y descuidado. Tenía la cara redonda y la barbilla picuda. Sus ojos verdes claros eran como pie- dras preciosas, resplandecían en la oscuridad de la bóveda.

—Gracias por rescatarnos —dijo Qui-Gon—. ¿Por qué lo hiciste?

—Sólo habríais sido un peón en el juego de la guerra —dijo Nield, encogiéndose de hombros —. Nos gustaría que ese juego acabara.

—Vi las pintadas de la ciudad —dijo Obi-Wan—. ¿Sois Melida o Daan? Cerasi negó con la cabeza.

—Cada uno es lo que es —dijo, levantando orgullosamente su cabeza.

¿Queréis parar la guerra? —preguntó Qui-Gon.

—Se supone que ahora hay una tregua —señaló Obi-Wan. Nield hizo un gesto despectivo con la mano.

—La guerra comenzará de nuevo. Mañana, la próxima semana... Siempre es igual. Ni siquiera los más viejos pueden recordar el origen del enfrentamiento. No recuerdan por qué empezó la guerra. Sólo recuerdan las batallas. Guardan archivos de ellas y van una vez por semana para rememorar la cantidad de sangre que se ha derramado, y nos obligaban a ir también.

—Las Salas de la Evidencia —asintió Obi-Wan.

—Sí, malgastan el dinero allí mientras la ciudad se desmorona a nuestro alrededor —dijo Nield enérgicamente—. Mientras los niños mueren de hambre y los enfermos por falta de medicinas. Ambos, los Melida y los Daan, arrasan grandes cantidades de territorio y no dejan terreno para la agricultura. No hay un pedazo de tierra que no haya sido utilizado para la guerra o se esté preparando para una guerra futura.

—Y mientras siguen luchando —señaló Cerasi —. El odio no cesa.

¿A quién defienden nuestros gloriosos líderes? —preguntó Nield—. Sólo a los muertos.

Señaló a las tumbas.

—Hay muertos por todo Melida/Daan. Ya no queda espació para colocarlos. Esto es un antiguo cementerio subterráneo, pero hay otros más arriba. Los Jóvenes queremos luchar por los vivos. Es nuestra responsabilidad volver a

 

instaurar la paz en el planeta. La Generación de Mediana Edad ha desaparecido, y nuestros padres están muertos. Los que quedan se han unido a los Mayores para seguir luchando. Desde que la mayor parte de la munición y las armas se agotó en la última batalla, las tácticas bélicas utilizadas son los francotiradores y los sabotajes.

—Casi no quedan cazas de combate —les dijo Cerasi—. Los Melida y los Daan malgastan todo su dinero en levantar fábricas para construir más armas. Obligan a los niños a trabajar allí. Obligan a cualquiera que tenga más de catorce años a ingresar en el ejército. Por eso nos escondemos aquí. La otra opción era morir.

Obi-Wan miró alrededor de la bóveda, al rostro de los chicos y las chicas. Con lo que había visto en el poco tiempo que llevaba en este mundo, sabía que Nield y Cerasi tenían razón. Los Mayores estaban destrozando el planeta. Las antiguas y clásicas leyes morales sobre mejorar el mundo para las generaciones futuras no servían aquí. Incluso los niños eran sacrificados por el sentimiento de odio. Obi- Wan les admiró por su manera de resistirse.

—Por eso te salvamos de Wehutti —explicó Nield—. El Consejo de Guerra planeaba utilizaros como rehenes para forzar al Consejo Jedi a que les devolviera el Gobierno. Esperaban poder obligaros a hablar en su favor en el Senado de Coruscant.

—Entonces es que no conocen a los Jedi —señaló Qui-Gon. Habló un chico delgado.

—No saben nada —dijo en un tono de burla—. Son Melida.

Nield salió disparado hacia él, le agarró del cuello y le levantó del suelo. El chico pataleaba mientras Nield le apretaba la garganta. Los ojos del chaval se abrían con desesperación. Dejó escapar un sonido angustioso con el que trataba de coger aire. Nield apretó aún más fuerte.

Qui-Gon dio un paso hacia delante, pero justo en ese momento Nield soltó al chico, que cayó al suelo jadeando.

—No hables así aquí —dijo Nield—. Nunca. Cada uno es de donde es. Towan, dormirás durante tres días en el Desagüe Dos por haber dicho eso.

El chico asintió, llevándose las manos al cuello y tratando de recuperar el ritmo normal de respiración. Nadie le miró cuando se dirigió a la parte trasera del grupo y se perdió entre las sombras.

—Os ayudaremos a encontrar a Tahl —dijo Nield tranquilamente, volviendo a la conversación como si no hubiera pasado nada—. Pero vosotros también tendréis que ayudarnos a nosotros.

Obi-Wan tuvo que contenerse para no gritar: "¡Por supuesto que os ayudaremos!" Era su Maestro el que tenía que tomar una decisión. Nunca se había enfrentado a una situación cuya causa le pareciera más justa. Habían sido enviados a rescatar a Tahl, pero seguramente podrían continuar con su misión de Guardianes de la Paz. El principal propósito de la galaxia era conseguir la paz

 

para ese planeta. Nield les estaba dando la oportunidad de hacer algo por la paz, a la vez que cumplían el propósito originario de su misión. Esperó a que Qui-Gon hablara. Los ojos de todos los presentes en la bóveda estaban expectantes, clavados en la figura del fornido Caballero Jedi.

—Hemos hablado con los Melida —dijo Qui-Gon con precaución—. Y con vosotros. Pero todavía no tenemos una visión completa de lo que sucede ahí afuera. No os puedo prometer la ayuda hasta que no haya hablado con los Daan.

Pasó un momento hasta que las palabras de Qui-Gon hicieron su efecto.

Después, la cara de Nield se volvió roja de ira.

¿Quieres ver algo de los Daan? —preguntó, retándole—. Yo soy Daan. Ven conmigo. Te mostraré por qué los Daan no son mejores que los Melida. Pero tampoco peores.

 







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