Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 14-

                                           



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 14

Lleno de rabia y frustración, Obi-Wan no supo qué responder a Cerasi. Fue Qui- Gon quien dijo amablemente:

—Lo siento, Cerasi. Nos marchamos mañana.

Obi-Wan no quiso ni ver la reacción de Cerasi. Se giró, con un gran dolor en su corazón. La había decepcionado.

No podía hacer nada. No iba a cambiar la opinión de Qui-Gon. Obi-Wan le ayudó a atender a Tahl. La cuidaron, dándole caldo y té. Cerasi había traído el botiquín de Qui-Gon y pudo curarle algunas heridas. Ya parecía más fuerte. Obi- Wan sabía que estaría lista para viajar al día siguiente. Los poderes de recuperación de los Jedi eran asombrosos.

En cuanto acabaron de cuidar a Tahl, Obi-Wan se sentó, apoyándose en una pared, e intentó calmar sus sentimientos de dolor. Le había pasado algo que no comprendía. Sentía como si hubiese dos personas en él: un Jedi y una persona llamada Obi-Wan. Antes nunca había podido separar ambas partes.

No se había comportado como un Jedi con Nield y Cerasi. Había sido uno de ellos. No había necesitado la Fuerza para sentirse unido a algo más fuerte que él.

Y ahora, Qui-Gon le pedía que dejara a sus amigos justo cuando más le necesitaban. Le habían rogado que les ayudara, habían luchado a su lado, y ahora se tenía que ir, precisamente porque una persona mayor le decía que tenía que hacerlo.

La lealtad parecía un concepto más fácil de entender en el Templo. Pensaba que había sido el mejor padawan imaginable. Había logrado unir su cuerpo y su mente con su Maestro, y servirle.

Pero ahora no quería seguir haciéndolo. Obi-Wan cerró los ojos a la vez que le inundaba la frustración. Presionó sus manos alrededor de las rodillas para evitar que temblaran. Se sentía asustado de ver lo que le estaba ocurriendo. No podía acudir a Qui-Gon para pedirle consejo. No podría confiar en su consejo nunca más. Pero tampoco podía oponerse a él.

Nield caminaba nervioso por las habitaciones, rondando por todos los rincones, en silencio. Todos esperaban la respuesta de los Melida y los Daan a su declaración de guerra. La tarde, que se había hecho eterna, se convirtió en noche, y nadie había respondido.

—No nos toman en serio —dijo Nield amargamente—. Debemos golpearles otra vez, y hacerlo con suficiente intensidad para que reaccionen.

Cerasi le puso la mano en el hombro.

—Pero no esta noche. Todo el mundo necesita descansar. Mañana pensaremos algo.

Nield afirmó con la cabeza. Cerasi bajó la intensidad de las luces hasta que no quedaron más que tenues puntos de luz en las paredes oscuras, como si fueran

 

estrellas lejanas en un cielo oscuro.

Qui-Gon se envolvió en su capa y durmió al lado de Tahl, por si necesitaba su ayuda durante la noche. Obi-Wan se quedó expectante, hasta que los chicos y las chicas que tenía a su alrededor se quedaron dormidos. Vio en una esquina a Nield y a Cerasi, que hablaban tranquilamente.

Debería estar con ellos, pensó Obi-Wan amargamente. Pertenecía a ellos y quería hablar de estrategias y planes. En vez de eso, tenía que permanecer en silencio, sin hacer nada. Cerasi no le había mirado ni una sola vez durante toda la noche. Nield tampoco. No había duda de que estaban enfadados y decepcionados con él.

Obi-Wan se levantó titubeante. Incluso si se iba al día siguiente, quería dejarles claro que no tenía otra opción. Caminó con cuidado entre los chicos que dormían y se aproximó a ellos.

—Quería despedirme de vosotros ahora —dijo—. Nos iremos mañana a primera hora —se detuvo—. Siento no poder ayudaros. Me hubiese gustado hacerlo.

—Lo entendemos —dijo Nield en un tono cortante—. Tienes que obedecer a tu mayor.

—No es sólo obediencia, es también una cuestión de respeto —explicó Obi- Wan.

Sus palabras sonaban huecas, incluso para él.

—Ah —dijo Cerasi, asintiendo—. Mi problema es que nunca he tenido nada que respetar. Mi padre me decía lo que estaba bien, pero siempre se equivocaba.

¿Qué importa si hubiese dicho que miles o millones deben morir? El cielo sigue siendo azul y nuestro mundo sigue existiendo. La causa es lo que importa. Y así, tu Jefe-Maestro te dice lo que tienes que hacer y tú vas y lo haces. Aunque sepas que está equivocado. Eso es lo que se llama respeto —miró a Nield—. Puede que yo haya vivido demasiado tiempo en la oscuridad, pero no puedo verlo claro.

Obi-Wan permaneció de pie ante ellos, acobardado. Se sentía confuso. La vida de un Jedi siempre le había parecido clara como una fuente de agua pura, pero Cerasi había embarrado el agua, llenándola de dudas.

—Os ayudaría si pudiese —dijo finalmente—. Si pudiera hacer algo que os hiciese cambiar de opinión sobre mí...

Nield y Cerasi se miraron, y luego se volvieron hacia él.

¿Qué pasa? —preguntó Obi-Wan.

—Tenemos un plan —dijo Cerasi. Obi-Wan se acercó a ellos.

—Contadme.

Nield y Cerasi se agruparon junto a él, con las frentes casi tocándose.

 

—Sabes que hay torres deflectoras alrededor de la ciudad —susurró Cerasi—. Y también alrededor del centro Melida. Esas torres controlan el campo de partículas que impide la entrada y que separa a los Melida de los Daan.

—Sí, las he visto —asintió Obi-Wan. Nield se acercó un poco más.

—Hemos entrado en contacto con los Jóvenes que están fuera de la ciudad — dijo—y les hemos mandado un mensaje explicándoles que hemos tenido éxito en la captura de las armas de los dos bandos. Hay muchos pueblos destruidos alre- dedor de la ciudad, y muchos de esos chicos viven allí, en el campo. Cientos. Miles, si consideramos un área amplia. Todos están conectados a través de una red. Si conseguimos romper los campos de partículas, ellos podrían entrar en Zehava.

—Y, además, tienen armas —añadió tranquilamente Cerasi—. Tendríamos un ejército. Los Mayores no solamente serían inferiores en número, sino que, además, no tendrían nada con lo que luchar. Si tenemos cuidado y los Mayores son lo suficientemente inteligentes para rendirse, podríamos ganar una guerra sin necesidad de matar a nadie.

—Parece un buen plan —dijo Obi-Wan —, pero ¿cómo vais a acabar con las torres deflectoras?

—Ése es nuestro problema —dijo Nield—. Sólo pueden ser destruidas desde el aire. Todo lo que necesitamos es una nave.

—No podemos utilizar las nuestras —explicó Cerasi—. Las torres tienen un sistema de defensa, y las nuestras no son lo suficientemente rápidas. Necesitamos un caza de combate.

Cerasi y Nield miraron fijamente a Obi-Wan.

—Sabemos que llegaste volando con algún tipo de nave a Melida/Daan.

¿Podrías llevarnos en esa nave para realizar nuestra misión? —preguntó Cerasi.

Obi-Wan se quedó sin respiración. Cerasi y Nield le estaban pidiendo un gran favor. Iba más allá de la desobediencia de un padawan. Significaba desafiar al propio Yoda.

Qui-Gon estaría en su derecho de hacerle volver al Templo. Probablemente tendría que comparecer ante el Consejo Jedi, y Qui-Gon podría hacer que dejara de ser su padawan.

—Podemos salir al amanecer —dijo Nield—. Esta misión durará una hora, un poco más quizás. Y después podéis llevar a Tahl de vuelta a Coruscant.

—Además, la destrucción del campo de partículas también os facilitará a vosotros la salida de Zehava —señaló Cerasi.

—Pero si el caza de combate resulta dañado, eso significará que no podremos sacarla de aquí de ninguna manera —dijo Obi-Wan—. Eso hará que fracasemos en nuestra misión, y yo seré responsable de la muerte de Tahl.

Cerasi se mordió el labio.

 

—Siento haberme burlado de ti antes —dijo con gran esfuerzo, como si no estuviera acostumbrada a disculparse—. Sé que el Código Jedi dirige vuestras vidas. Y sabemos que te estamos pidiendo mucho. Si no estuviésemos desesperados no lo haríamos. Ya has hecho bastante por nosotros.

—Y vosotros también habéis hecho mucho por nosotros —dijo Obi-Wan —. No habríamos rescatado a Tahl sin vuestra ayuda.

—Es nuestra última oportunidad de lograr la paz —dijo Nield—. Cuando los Mayores vean cuántos somos, no tendrán más opción que rendirse.

Obi-Wan miró a la figura de Qui-Gon, que dormía. Le debía mucho a su Maestro. Qui-Gon había luchado a su lado, le había salvado la vida. Tenían un vínculo especial.

Pero también se sentía unido a Nield y a Cerasi. No importaba que hiciera poco tiempo que se conocían. La corriente que surgía entre ellos era algo que no había experimentado nunca. Y aunque Cerasi se había disculpado por lo que había dicho, ¿no había un germen de verdad en sus palabras? ¿Era correcto obedecer cuando su corazón le decía que estaba equivocado?

La habitual fiereza de la mirada de Cerasi se había suavizado cuando vio la confusión que reflejaba su cara. Nield le miraba fijamente, acalorado. Sabía también que estaba pidiendo a Obi-Wan un gran sacrificio.

Tenía que traicionar a Qui-Gon, traicionar su vida de Jedi. Por ellos. Por su causa. Ellos podían pedírselo porque sabían que tenían razón.

Obi-Wan estaba de acuerdo con ellos. Y no podía defraudarles. No podía tomar esa decisión como Jedi. La tomaría como amigo.

Respiró hondo.

—Lo haré.

 







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