Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 5-

                                          



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 5

Nos dijeron que nos encontraríamos en las afueras de Zehava —comentó Qui- Gon mientras desactivaba su sable láser.

—Siento no haber acudido a la cita —dijo Wehutti, acercándose a saludarles—. El mensaje que recibí del Templo estaba distorsionado. Los malignos Daan complican a veces las comunicaciones. Mandé un mensaje de contestación di- ciendo que me encontraría con los representantes de los Jedi y que esperaba instrucciones. Ahora mismo estamos en el sector que los Daan saquearon en la Vigésimo Segunda Batalla. Hasta que nos venguemos, ellos controlan las afueras de la ciudad. He estado husmeando por allí durante tres días con la esperanza de encontraros de alguna manera.

Extendió la palma de su mano hacia delante, haciendo el saludo local.

—Tú debes de ser Qui-Gon Jinn.

—Y éste es mi aprendiz, Obi-Wan Kenobi —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan hizo una reverencia a Wehutti. Estaba encantado de que hubiesen encontrado a su contacto. Llevaban alrededor de una hora en Melida/Daan y ya se había dado cuenta de lo peligroso que era el lugar.

Wehutti presentó a sus compañeros: Moahdi, Kejas y Herut. Este último se tocó su dolorida muñeca e hizo una reverencia a Obi-Wan, que trató de ser amable a su vez.

—Parece que hemos tenido suerte al encontrarnos —dijo Qui-Gon—. Si los Daan controlan el perímetro de la ciudad, me sorprende que vosotros estéis aquí.

La expresión amable de Wehutti se volvió seria.

—Por la memoria de nuestros honorables ancestros, nosotros debemos proteger nuestra Sala de la Evidencia.

¿Sala de la Evidencia? —preguntó Obi-Wan.

Wehutti señaló el monolito negro donde Qui-Gon y Obi-Wan habían estado paseando.

—Ahí guardamos las honorables memorias de nuestros gloriosos muertos. Todos ellos son guerreros y héroes. Si los terribles Daan pudieran, destrozarían nuestros lugares sagrados. Necesitamos demostrarles que no pueden.

—Así que los Melida y los Daan estáis todavía en guerra

—observó Qui-Gon.

—No, en este momento tenemos un alto el fuego —explicó Wehutti.

Dibujó un círculo en el polvo con la punta de su bota, y después otro mayor alrededor de él.

—Los Daan, sedientos de sangre, sacaron a los Melida de sus casas y los redujeron al Círculo Interior —señaló el primer círculo—. Los bárbaros nos rodean

 

desde el Círculo Exterior, pero algún día obtendremos la victoria. Reconquista- remos Zehava. Paso a paso, nos vamos expandiendo hacia el exterior.

Qui-Gon miró el arma que estaba en el suelo.

—Dices que estáis en un alto el fuego, pero veo que continuáis disparando.

—Yo dejaré mi arma el día que el pueblo Melida sea libre

—dijo Wehutti firmemente.

¿Qué hay de la Maestra Jedi Tahl? —preguntó Qui-Gon—. ¿Tenéis noticias suyas?

Wehutti asintió.

—He hablado con los líderes Melida. Están convencidos de que retener a un Jedi no será beneficioso para nuestra causa.

Se necesitará seguir negociando un poco más, pero estoy seguro de que será liberada y se la dejará a vuestro cargo.

—Eso son buenas noticias —dijo Qui-Gon. Wehutti asintió.

—Bueno, nosotros tenemos que irnos. Éste no es un lugar seguro. Como nuestros adorados ancestros, estamos en peligro cada momento.

Se volvió hacia Moahdi, Kejas y Herut.

—Juntad las armas. Mirad a ver si podéis encontrar el rifle que ha caído por el acantilado. Os veré de nuevo en el Círculo Interior.

Los tres acompañantes se dieron prisa en buscar todas las armas, y, antes de marcharse, encontraron la vibrocuchilla y un rifle dañado. Wehutti cogió su rifle y lo colocó en su cartuchera.

—Nos quedan pocas armas —explicó al Jedi—. Incluso con desperfectos, hay que guardarlas para el día de nuestra venganza.

¿También estáis escasos de recursos médicos? —preguntó Qui-Gon. Wehutti asintió y señaló el brazo que le faltaba.

—Me temo que no hay prótesis de recambio. Algunos tuvieron la suerte de conseguir alguna, pero la mayoría no. Se nos terminó todo lo que teníamos antes de la Batalla de Zehava, y el Gobierno no tiene dinero para conseguir nada más. Pero no me importa. El sacrificio de mi pueblo significa más que mi dolor.

Qui-Gon tocó la parte de su cuerpo donde Wehutti le había herido.

—Lo haces bien —le dijo.

Wehutti les condujo a la parte baja de la escarpada colina, a través de un camino que pasaba por detrás de varias casas situadas al borde de un parque. El lugar estaba lleno de aviones de combate dañados.

—No parece que los Daan tengan muchos recursos tampoco —apuntó Qui-

 

Gon.

—La última guerra supuso la bancarrota para ambos contrincantes —dijo alegremente Wehutti—. Por lo menos en eso estamos igualados.

Alargó dos discos amarillos a los Jedi.

—Por si acaso nos paran, esto son identificaciones Daan falsificadas. Pero esperemos que no nos detengan.

Wehutti les condujo a través de retorcidos callejones y abandonados jardines entre las casas, por estrechas calles y por encima de algunos tejados. Si veían a alguien, se escondían en las sombras de los edificios o simplemente empezaban a caminar en dirección opuesta. Empezó a caer una fina lluvia que vació las calles de gente.

—Conoces bien la ciudad —observó Qui-Gon. La boca de Wehutti hizo un gesto.

—Viví en esta zona cuando era pequeño. Ahora se me prohíbe venir aquí.

Por fin llegaron a un área desolada. Los edificios habían sido bombardeados y los cristales de las ventanas estaban rotos.

—Esto solía ser un barrio Melida —explicó Wehutti—. Ahora, los Daan lo controlan, pero nadie vive aquí. Está demasiado cerca del territorio Melida.

Caminaron rápido a lo largo de la calle. Delante tenían una valla alta con dos torres deflectoras. Los cañones apuntaban hacia la calle.

—Tranquilos —dijo Wehutti—. Los guardias me conocen.

Wehutti hizo un gesto de saludo informal a los guardias, que les permitieron pasar el puesto de control y saludaron respetuosamente. Obi-Wan notó que eran mayores, probablemente de unos sesenta años. Parecían ser antiguos guardias.

Cuando estuvieron en territorio Melida, Obi-Wan trató de relajarse, pero sus nervios se lo impedían. Se sentía tan aprensivo como lo había estado en territorio Daan. Posiblemente era por las fuertes interferencias que sentía en la Fuerza. Qui-Gon iba a su lado, con su expresión impasible, pero Obi-Wan sabía que su Maestro permanecía atento y alerta.

Había barricadas y puestos de control en casi todos los edificios. Podía ver las evidencias de las batallas que se habían librado allí: señales de disparos y de granadas en los edificios, algunos de los cuales estaban en ruinas. Todos los ciu- dadanos que se encontraron por las calles llevaban armas. Era como lo que había oído que sucedía en planetas alejados de la galaxia, donde no existían leyes.

—Hemos visto otras Salas de la Evidencia mientras sobrevolábamos Melida/Daan —comentó Qui-Gon a Wehutti.

—Nosotros llamamos Melida a nuestro mundo —corrigió amistosamente Wehutti—. No queremos unir nuestra gloriosa tradición con la de los sucios Daan. Sí, incluso los Daan tienen sus propias Salas de la Evidencia. Evidencia de sus mentiras, como decimos nosotros. Los Melida visitamos a nuestros ancestros cada

 

semana para oír sus narraciones. Llevamos a nuestros hijos para que tengan presente la historia de las injusticias que han sufrido los Melida a manos de los Daan. Nadie olvida. Nadie podrá olvidar nunca.

Obi-Wan sintió un escalofrío al oír las palabras de Wehutti. Incluso siendo los Daan tan malos como él decía, ¿cómo podrían seguir peleando, batalla tras batalla, si estaban destrozando su propio mundo poco a poco? Resultaba evidente que Zehava había sido una ciudad bonita alguna vez. Ahora estaba en ruinas. Al construir esos mausoleos, ¿estaban manteniendo viva la historia o destrozando su propia civilización?

Obi-Wan pensó que había algo más que no estaba bien. Algo que rondaba por su cabeza y que no le permitía relajarse.

La mirada distraída de Obi-Wan se dirigió hacia el final de la calle, donde un grupo de Melidas se sentaba en la terraza de un café. La ventana del restaurante había sido volada, y el fuego había destrozado el interior, pero el propietario había puesto sillas y mesas fuera. Había unas cuantas plantas con flores rojas que habían sido colocadas allí para añadir una nota alegre al edificio bombardeado.

De repente, Obi-Wan se dio cuenta de lo que no encajaba.

No había visto a nadie por la calle que tuviera entre 20 y 50 años. La gente de la calle era, en su mayor parte, ancianos o niños como él. No había visto a nadie de la edad de Qui-Gon a excepción de Wehutti. Se dio cuenta de que incluso los otros francotiradores parecían gente mayor. ¿La gente de mediana edad estaba trabajando o se reunían en algún lugar?

—Wehutti, ¿dónde está la gente de mediana edad? —preguntó Obi-Wan con curiosidad.

—Están muertos—afirmó Wehutti, tajante. Incluso Qui-Gon pareció sorprendido.

¿Las guerras han acabado con toda la Generación de Mediana Edad?

—Los Daan han acabado con esa generación —corrigió Wehutti con un gesto de horror.

Qui-Gon había notado la misma falta de población de esa edad, pero no se lo había querido mencionar a Wehutti. Obviamente, el odio que profesaban a los Daan era tan profundo que no veían las dos versiones de la historia.

Cuando pasaron por el café, Obi-Wan observó que había pintadas en las paredes medio destruidas. Escrito en un color rojo chillón, habían puesto las palabras: "¡Los Jóvenes ganarán! ¡Somos la esperanza!"

Doblaron una esquina y caminaron por un vecindario antaño próspero. Mientras pasaban junto a las barricadas construidas en lo que una vez fueron agradables plazas, Obi-Wan vio más pintadas. Todas repetían las frases que habían visto en el café.

¿Quiénes son los Jóvenes? —preguntó a Wehutti, señalando la pintada—.

¿Algún tipo de grupo?

 

Wehutti frunció el ceño.

—Sólo niños haciendo travesuras. No basta con tener que vivir entre jardines y casas destrozados por los Daan. Además, nuestros propios hijos deterioran el paisaje pintando las paredes. Ah, ya hemos llegado.

Paró en lo que una vez debió de ser una lujosa mansión.

Una sólida muralla de acero coronada por cables electrificados había sido construida a su alrededor. Las ventanas tenían barrotes, y Obi-Wan estaba seguro de que producirían una descarga si se tocaban. La casa era ahora una fortaleza.

Wehutti se paró delante de la puerta y colocó el ojo frente a un lector de iris. La puerta se abrió, y él les indicó por señas que pasaran.

Entraron en un patio amurallado. Enfrente de la casa había un mueble lleno de armas.

—Lo siento, pero tendréis que dejar vuestros sables láser aquí —se disculpó Wehutti. Luego se despojó de sus propias armas—. Éstos son los cuarteles Melida. Es una zona sin armas.

Qui-Gon dudó un instante. Obi-Wan esperó para ver qué debía hacer. Un Jedi nunca se separa de su arma.

—Lo siento, pero si no respetáis esta regla las negociaciones no irán muy bien

—dijo Wehutti en un tono conciliador—. Necesitan una prueba de vuestra confianza, ya que vosotros sois los que habéis pedido hablar con ellos. Pero es vuestra elección.

Muy despacio, Qui-Gon se quitó su sable láser y asintió a Obi-Wan para indicarle que hiciese lo mismo. El Maestro Jedi dejó el arma en el mueble y luego cogió la de Obi-Wan y la dejó junto a la suya.

Wehutti sonrió.

—Estoy seguro de que así todo irá bien.

Qui-Gon indicó a Obi-Wan que empezara a andar delante de él, mientras él colocaba su capa alrededor de su cuerpo. Wehutti caminaba detrás de ellos.

El pasillo era oscuro y el suelo de piedra tenía numerosos agujeros. Wehutti les hizo torcer hacia la izquierda. Las ventanas estaban recubiertas con un material oscuro que no permitía pasar la luz. Había una lámpara en una esquina que lanza- ba tímidos destellos que se perdían entre las sombras.

Obi-Wan adivinó la presencia de un grupo de hombres y mujeres sentados en una mesa larga situada contra una pared. Era como si los estuviesen esperando.

—El Consejo Melida —les comentó Wehutti en un susurro—. Ellos gobiernan a los Melida.

Cerró la pesada puerta tras ellos. Obi-Wan oyó cómo pasaban un cerrojo. Echó una mirada rápida a Qui-Gon para tratar de ver si su Maestro sentía la misma clase de aprensión que él.

 

—He vuelto, cantaradas —anunció Wehutti. Extendió sus brazos para señalar a Qui-Gon y a Obi-Wan—. ¡Y he traído a dos rehenes Jedi más para unirse a nuestra gran causa!

 







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