Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 10-

                                           



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 10

Esa noche, los Jóvenes extendieron sacos de dormir sobre las tumbas. Qui- Gon encontró un hueco, cerca de una de las entradas de los túneles adyacentes, donde el aire era más fresco.

Obi-Wan se aproximó a él con miedo.

—Nield y Cerasi me han pedido que comparta con ellos su habitación. Cuidan de los chicos más pequeños.

Qui-Gon le dirigió una mirada inquisidora, pero asintió.

—Que duermas bien, padawan.

Obi-Wan cogió un saco de dormir y volvió junto a Nield y Cerasi. Dormían en una pequeña antesala de la bóveda. Nield colocó un dedo sobre los labios de Obi- Wan cuando entró.

—Los chicos están dormidos —susurró.

—Nosotros deberíamos dormir también. Necesitaremos todas nuestras fuerzas para mañana.

Puso su mano en el antebrazo de Obi-Wan.

—Cerasi me ha dicho que te vas a unir a nosotros. Me siento honrado.

—El honor es mío por poder ayudaros —contestó Obi-Wan.

Se acomodó en el suelo, cerca de Nield y Cerasi. Pensó que no sería capaz de conciliar el sueño, pero la tranquila respiración de los chicos terminó por acunarle.

Era difícil precisar a qué hora se despertó. Cerasi se levantó y tocó el hombro de Nield, que ya estaba casi despierto y se puso en pie de inmediato.

Obi-Wan le imitó. Estaba preparado. No actuaba como un Jedi, sino como una persona, como un amigo. Se afianzó su sable láser y la honda que Cerasi le había dado la noche anterior. Había una entrada que comunicaba la antesala directa- mente con los túneles que llevaban a la zona Daan. Qui-Gon no le vería marcharse.

Obi-Wan sabía que era incorrecto no pedir permiso, pero no estaba seguro de cuánto se iba a enfadar Qui-Gon cuando se enterara de su marcha. Después de todo, el Maestro Jedi también se había ofrecido a ayudarles con la estrategia.

Obi-Wan se sintió satisfecho de su decisión en cuanto se unió a Nield y Cerasi en las desiertas calles del Círculo Exterior, controlado por los Daan. Los tres se movían como un equipo, soportando el helado aire de la mañana. Caminaban hacia abajo por las calles desiertas, casi sin hacer ruido con sus pisadas. Nield y Cerasi ya habían decidido su primer objetivo.

Encendieron un tubo y se subieron al tejado de una vivienda. Desde allí podían ver el sol, que era más un asomo de brillo que una fuente de calor.

—Odio tener que despertar a todo el mundo —dijo Nield, luciendo una amplia

 

sonrisa.

—De todas formas, ya es hora de que estuvieran levantados. Cerasi cogió un tubo de misiles camuflado como un juguete.

—Estoy lista.

Obi-Wan llevaba varios proyectiles colgando de su cinturón. Puso uno en el tubo. Los proyectiles iban equipados con pequeños amplificadores para que el sonido que provocaran al caer se pareciera al de un torpedo de protones real. Cerasi y Nield habían escogido una calle que acentuaría el eco del sonido.

—Vamos —Obi-Wan mostró su conformidad.

Cerasi apuntó a un edificio abandonado que había al otro lado de la calle.

Disparó.

El estruendo de la explosión les sorprendió.

¡Escucha eso! ¡Ha funcionado! —dijo Nield, exultante.

Colocó una bola láser en su honda y disparó contra la pared del otro lado de la calle. Sonó el inconfundible y característico golpeteo de un disparo láser. Obi-Wan puso rápidamente otro proyectil dentro del tubo, y Cerasi lo hizo explotar. El estruendo resonó en todos los edificios que tenían debajo.

Nield continuó lanzando bolas láser con su honda y Obi-Wan siguió cargando. Lanzaban bola tras bola, recargando y volviendo a disparar rápidamente. El sonido de los disparos resonaba en toda la calle. Alguien surgió de una puerta y miró rápidamente arriba y abajo de la calle. Nield y Obi-Wan, situados donde nadie podía verlos, lanzaron una lluvia de disparos a un edificio abandonado.

¡Crack crack crack crack! Las bolas láser chocaron contra una superficie metálica, provocando un ruido aún mayor. Los Daan comenzaron a dirigirse al edificio.

—Han dado la alarma —dijo Nield—. Ya hemos hecho nuestro trabajo aquí.

Vámonos.

Saltando de edificio en edificio, llegaron a otra calle más tranquila. Repitieron el mismo proceso y luego se fueron. Corriendo, disparaban ráfagas de bolas láser mientras Cerasi lanzaba proyectiles hacia aquellos lugares en los que hubiese un eco mayor y pudiese hacer más ruido. Mientras se movían entre los bloques de edificios, levantaban barricadas donde podían para interceptar los vehículos militares. En los puestos de control, lanzaban disparos con sus armas fingidas sobre las cabezas de los guardias, que adoptaban posturas defensivas y exploraban las calles desiertas con sus electrobinoculares de infrarrojos, en busca de los atacantes invisibles.

El sol salía y las sirenas empezaron a sonar en toda la ciudad. Nield se volvió hacia ellos. El sol arrancaba reflejos rojos de su oscuro pelo.

—Vayamos ahora a los cuarteles militares.

Obi-Wan se sentía emocionado. Era casi como un juego, una trampa que Nield

 

y Cerasi habían urdido. Pero ahora, el juego se volvía serio. Atacar un objetivo militar, incluso con explosivos falsos, podía ser peligroso.

Nield les condujo a través de los tejados hasta los cuarteles militares. Desde el tejado de un edificio al otro lado de la calle, Obi-Wan podía ver a los soldados corriendo hacia sus vehículos militares, portando rifles láser y lanzatorpedos. Ob- viamente, iban a investigar qué sucedía en los numerosos sitios donde habían saltado las alarmas.

—Cuanto más lejos, mejor —comentó Cerasi—. Así no habrá muchos soldados por aquí.

Esta parte podía ser peligrosa. No se trataba de disparar a casas llenas de civiles que dormían. Los militares podían reaccionar con firmeza, pero Nield había afirmado que si no les convencían de la autenticidad del ataque, su plan no funcionaría. Si los soldados se sentían bombardeados, pensarían que no eran los disparos de un francotirador aislado, sino un ataque en toda regla.

Además de Nield, Cerasi y Obi-Wan, otros grupos de los Jóvenes habían ido a los barrios Daan y Melida. Sus ataques debían ser simultáneos a los de los cuarteles militares.

Esperaron hasta que los militares se alejaron en sus vehículos. Dos guardias se quedaron en el exterior, en dos refugios armados transparentes. Cerasi cargó su tubo. Obi-Wan y Nield pusieron bolas en sus hondas. Tras contar tres en voz baja, dispararon a la vez.

Las bolas láser alcanzaron el edificio y sonaron como disparos láser. El proyectil explotó. Los tres habían vuelto a cargar y disparar, y rápidamente se deslizaron hacia el borde del tejado para saltar al edificio contiguo. Desde allí, volvieron a disparar.

Los soldados salieron del edificio con sus armaduras y empuñando sus armas. Enfocaban con sus electrobinoculares a las calles y edificios que tenían alrededor. Las sirenas sonaban con insistencia. Los soldados comenzaron a avanzar por la calle. Pequeñas naves de vigilancia aérea despegaron y vehículos armados empezaron a salir de una estación subterránea.

—Es el momento preciso de alejarnos de aquí —dijo Cerasi.

Volvieron a colocar sus falsas armas y sus hondas en los cinturones, cruzaron a través del tejado y descendieron veloces al suelo, a través de una tubería. Cuando llegaron a la calle, disminuyeron su paso como si fueran unos adolescentes Daan que habían salido a dar una vuelta por la mañana.

¡Eh, vosotros! ¡Deteneos!

Se quedaron helados. La voz venía de detrás de ellos. Nield les había dado tarjetas de identificación, así que estaba seguro de que no tendrían problemas. Cerasi sacó un paquete del interior su túnica. Obi-Wan la miró confundido. ¿Tenía un arma? Él, por supuesto, llevaba su sable láser, pero no habría sido capaz de utilizarlo contra las tropas que había por la calle. Habría comprometido a Nield y a Cerasi.

 

Se volvieron y vieron a tres soldados que se aproximaban con sus armas, apuntándoles directamente al corazón.

—Tarjetas de identificación —dijo un soldado con un tono de voz brusco.

Los tres chicos se las entregaron rápidamente. Nield había dado a Obi-Wan la de un chico Daan que más o menos tenía su edad y su peso. Los soldados insertaron los discos en una máquina lectora. Obi-Wan esperó a que se la devolvieran, pero, por el contrario, el primer soldado echó una ojeada a los otros dos chicos. Todavía parecía sospechar algo. Les miró con detenimiento.

¿Pasa algo? —preguntó Nield con preocupación.

¿Qué lleváis ahí?

El primer soldado señaló el paquete con el arma de Cerasi.

—Du... dulces de muja —balbuceó Cerasi, nerviosa. Se agarró al paquete—.

Para el desayuno. Los compramos todas las mañanas.

—Déjame ver.

El soldado abrió la tapa del paquete. Dentro, Obi-Wan pudo ver una fila de pastelitos envueltos en servilletas.

¿Qué lleváis en los cinturones? —preguntó el otro soldado—. ¿No sois un poco mayores para llevar juguetes?

—Estamos practicando para cuando estemos en el ejército —contestó Nield. Levantó la barbilla.

—No podemos esperar para luchar contra los malvados Melida.

¿Y eso qué es?

El soldado apuntaba hacia el sable láser de Obi-Wan. El Jedi lo cogió y lo encendió.

—El último juguete de Gala. Mi abuelo los vende en la Calle de la Victoria. Los soldados lo miraron.

—Nosotros no teníamos juguetes como ésos cuando éramos pequeños —dijo el primer soldado con resentimiento.

¡En la próxima Batalla de Zehava, los Daan se impondrán! —contestó Obi- Wan, blandiendo su sable en el aire.

—Ahora debemos de estar entrando en la próxima Batalla de Zehava, así que daos prisa y meteos en algún refugio —dijo el tercer soldado con pesar.

Devolvió a Nield su tarjeta de identidad y sugirió al otro soldado que hiciese lo mismo.

—Vosotros pronto estaréis luchando con armas de verdad.

Los tres soldados se marcharon, con sus comunicadores llenos de mensajes de otros ataques en diferentes puntos de la ciudad.

 

—Estuvimos cerca esta vez —Cerasi respiró con fuerza—. Me alegro de haber traído los pastelitos. Nos han servido de excusa para justificar nuestra presencia en la calle tan pronto.

—Vaya, yo pensé que los traías por si yo tenía hambre —fue capaz de bromear Obi-Wan.

Su corazón iba recuperando su ritmo normal. No quería ni pensar cómo habría reaccionado Qui-Gon si los Daan le hubieran capturado.

—Fue un movimiento inteligente activar el sable láser y hacerles creer que era un juguete —dijo Nield a Obi-Wan —. Tuvimos suerte de que fueran tan tontos que no se dieron cuenta de que eras un Jedi.

Cerasi los miró.

—Yo pensé que Obi-Wan estaba preparado para utilizarlo. Nield sonrió ampliamente.

—Yo pensé que iba a salvarnos a todos.

Los tres rieron aliviados. Obi-Wan sintió una corriente de simpatía entre Nield, Cerasi y él. Incluso aunque seguía en peligro, nunca se había sentido tan libre.

 








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