Los disparos
procedían de lo alto del acantilado que tenían sobre sus cabezas. Obi-Wan y Qui-Gon se deslizaron hasta
alcanzar la pared que había a su derecha. Pequeños
tronos de piedra saltaban a causa de los disparos que alcanzaban la pared. Qui-Gon sólo dispuso de medio
segundo para averiguar qué había al otro lado
del muro. Después saltó,
seguido de Obi-Wan.
Cayeron en un pequeño
espacio lleno de maquinaria humeante.
Las paredes les rodeaban por tres lados, en el cuarto
estaba el edificio del
mausoleo. Por lo menos allí no les alcanzaban los disparos. Qui-Gon se preguntó por un instante si los francotiradores se habrían aburrido
y se habrían ido.
Desafortunadamente, su larga experiencia le decía que los francotiradores nunca se aburren y se marchan.
Qui-Gon examinó
la maquinaria.
—Deben de ser las
unidades que mantienen la temperatura
del edificio — observó mientras los disparos
láser continuaban silbando
sobre sus cabezas.
—Por lo menos
estamos fuera de la línea
de fuego —dijo Obi-Wan.
—Me temo que tenemos
un problema mayor —continuó Qui-Gon. Se agachó
para examinar un tanque de metal—. Está lleno de gasolina de protones.
Si le alcanza un disparo volaremos por los aires.
Intercambió una mirada de preocupación con Obi-Wan. Tendrían
que exponerse de nuevo a los
francotiradores. No podían continuar allí, a la espera de que un disparo
les alcanzase.
—Veamos qué hay
al otro lado de aquella pared —dijo Qui-Gon, señalando el muro situado enfrente
del que habían saltado para llegar allí.
Obi-Wan y Qui-Gon
convocaron a la Fuerza. Cuando el Maestro Jedi la sintió crecer y manifestarse a su alrededor, saltó junto con Obi-Wan. A
mitad de camino, en el aire, echaron
una ojeada a lo que había en el otro lado. Sintieron que los disparos se acentuaban a su alrededor,
pero Qui-Gon los iba rechazando con su sable
de luz.
Cayeron al suelo.
—Hay un agujero en el
fondo de ese barranco —informó
Obi-Wan a Qui-Gon—.
¿Crees que podríamos ocultarnos allí?
—El suelo parece blando —dijo Qui-Gon—.
Eso podría ayudarnos
a no lesionarnos al caer, pero, si es pantanoso, podría ser
peligroso. No me gustaría que nos
ahogásemos en una ciénaga. Recuerda que el terreno de Melida/Daan está lleno de trampas.
—Al menos
sorprenderíamos a los francotiradores —señaló Obi-Wan—. No esperan
que vayamos a arriesgarnos.
Qui-Gon asintió.
—Podemos rodear el
acantilado y subir por el otro lado para sorprenderles. Los matorrales nos esconderán. Ellos no saben
por qué camino hemos venido, así que probablemente no esperan que les
ataquemos.
—La única alternativa, Maestro,
es volver atrás sobre el muro. Cuando hayamos llegado
al camino podremos
cobijarnos entre la vegetación de los jardines.
Qui-Gon se detuvo un momento, pensando
en su siguiente movimiento. Mientras consideraba todas las
circunstancias, pensó en cómo habían llegado
Obi-Wan y él a actuar como una unidad. Aunque a veces hubiese roces en
su relación, cuando estaban bajo presión se adecuaban perfectamente el uno al otro y sus pensamientos coincidían. Admiraba
la habilidad de su padawan para, en cualquier
circunstancia, pararse a pensar. Incluso en situaciones de gran peligro, Obi-Wan era capaz de elaborar una
estrategia, de calcular las ventajas y los inconvenientes e incluso de bromear.
—Si vamos por los
jardines perderemos el elemento sorpresa —dijo por fin Qui- Gon—. Recuerda esto, padawan: cuando uno
está en inferioridad numérica, el factor
sorpresa es tu mejor aliado. Probaremos a ir por el
barranco.
Los disparos
láser hacían un ruido metálico al chocar contra las máquinas, y Qui-Gon
miró preocupado el tanque de gas.
—Creo que es el
momento oportuno para que nos vayamos. Recuerda que tenemos una línea de arbustos justo al principio de la cuesta
del otro lado. Intenta que tu salto sea lo más amplio que puedas.
Qui-Gon llamó a
la Fuerza. Siempre estaba allí, lista para entrar en acción. Era su compañía, al igual que Obi-Wan. Imaginó
el salto que necesitaba. Nada era imposible
cuando la Fuerza estaba cerca. Su cuerpo sería capaz de hacer lo que fuera necesario.
Caminaron hacia atrás para coger impulso.
Después corrieron, dieron tres pasos rápidamente e iniciaron el salto.
Superaron la pared sin dificultad, y la Fuerza y el impulso los lanzó al vacío y les hizo caer
al fondo del barranco.
Qui-Gon sintió el
suelo pantanoso moviéndose debajo de sus pies cuando cayó, pero no fue absorbido por él. Obi-Wan
cayó suavemente, muy cerca de su Maestro.
—Corre, padawan —le instó Qui-Gon.
El barro se
pegaba a sus botas, dificultando su camino, mientras iban dando la vuelta al acantilado. Podían oír el sonido
de los disparos y el de una granada de protones
al explotar. Qui-Gon se giró. La granada había caído cerca del lugar donde ellos habían estado encerrados. Si
acertaban directamente en el tanque de combustible sería de ayuda para camuflar aún más su ataque sorpresa.
Al fin llegaron
al otro lado del acantilado. Era una subida rocosa, pero allí, al menos,
el suelo era firme.
Obi-Wan se movía a su lado rápidamente y sin dar muestras de estar cansado;
era
su fuerza física potenciada por su fuerza mental. Qui-Gon sabía que, con el paso del
tiempo, Obi-Wan adquiriría elegancia.
Redujeron la
velocidad de su marcha a medida que se iban acercando a la cumbre de la colina. El factor sorpresa
no era una simple ayuda, era completamente necesario. No tenían ni idea
de cuántos francotiradores iban a encontrar
allí.
Cuando estuvieron
muy cerca de la cumbre, Qui-Gon hizo una señal, y ambos se echaron al suelo y comenzaron a reptar. Qui-Gon guió a Obi-Wan
hacia un grupo de rocas situado en el borde de la colina y que les
serviría de refugio.
Había cuatro francotiradores alineados en el pico de la colina, tirados en el suelo y apuntando con sus armas al
mausoleo. No muy
complicado para un Jedi, pensó Qui-Gon.
En silencio, sacó
su sable láser. Obi-Wan le imitó. A un gesto de Qui-Gon, ambos se levantaron, activando sus armas. Se acercaron
en silencio a sus atacantes.
Qui-Gon se encaró
con el que parecía más fuerte y grande, y Obi-Wan atacó al francotirador que estaba a punto de
dispararles. Con un simple movimiento de su sable
láser, Obi-Wan partió por la mitad el
rifle de su rival.
Qui-Gon golpeó
el arma del atacante más grande, y el rifle salió volando de su mano. El francotirador se revolvió para esquivar el siguiente golpe y dio una patada a Qui-Gon. El golpe le alcanzó,
sorprendiéndole. También se sorprendió de que el tirador sólo tuviese un brazo.
Un tercer
francotirador se abalanzó sobre Qui-Gon con una vibrocuchilla. Qui- Gon se desplazó rápidamente hacia su
izquierda para evitar el filo del arma, a la
vez que intentaba desarmar a su atacante con el sable láser. Obi-Wan,
por su parte, se dirigió al cuarto
francotirador y, de una patada, tiró su arma terraplén abajo.
Qui-Gon saltó
hacia atrás cuando el francotirador que sólo tenía un brazo sacó un arma que llevaba enfundada en la
cadera. El disparo casi le acierta. El segundo
enemigo, que había perdido su cuchilla, tiró a Qui-Gon una granada de
protones. El Jedi la esquivó, y la granada se perdió por el precipicio.
Qui-Gon estaba
intentando desarmar a su oponente cuando se sintió sacudido por una enorme explosión. La granada había
alcanzado el tanque de combustible. Qui-Gon
sintió que el aire que lo envolvía parecía una pared de fuego. Sus reflejos de Jedi le hicieron reaccionar con
rapidez. Obi-Wan estaba igualmente prevenido,
pero el cuarto atacante perdió el equilibrio y empezó a balancearse
sobre el borde del acantilado. Se
agarró a una raíz gracias a la cual, y con dificultad, consiguió salvarse de la caída. Obi-Wan se dirigió
hacia él con su arma preparada, por si tenía
que defenderse.
El adversario de
Qui-Gon mantenía su arma lista para disparar. Era un poco más viejo que Qui-Gon. Debajo de su
armadura se dejaba entrever un cuerpo fuerte y atlético. Una de sus mejillas tenía la carne dañada. Qui-Gon supuso que
habría sido herido
hace poco y que todavía
no había tenido
tiempo de recuperarse.
Los ojos
del hombre se fijaron en el arma de Qui-Gon,
luego se echó a reír.
— ¿Es ése el famoso
sable láser del que tanto he
oído hablar?
Sorprendidos por la conversación que estaba manteniendo con el enemigo que trataba
desesperadamente de matarle,
Qui-Gon asintió.
El hombre esbozó
una amplia sonrisa.
— ¡Sois
Jedi! ¡Pensábamos que erais Daan! Qui-Gon no bajó la guardia.
El hombre
puso su arma a un lado de su cuerpo.
—Relájate, Jedi. Por la fuerza de nuestras
madres y el valor de nuestros padres,
esto no es un truco.
Soy vuestro contacto, Wehutti.
¡Por fin estáis aquí!
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