Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 16-

                                            



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 16

Qui-Gon se había levantado pronto y fue a ver cómo estaba Tahl. Dormía profundamente. Eso era buena señal. El sueño era la mejor cura hasta que pudieran llegar a Coruscant.

Vio que Obi-Wan había desaparecido, al igual que Nield y Cerasi. No había duda de que había querido hacer algo junto a sus amigos antes de marcharse. Qui-Gon no se preocupó en exceso. Sabía que era difícil para el chico despedirse de sus amigos.

Y había hecho planes por su cuenta.

Había dicho a una chica callada llamada Roenni que vigilara a Tahl. Después había viajado a través de los túneles, por la ruta de la noche anterior, deslizándose sin ser visto mientras los Jóvenes celebraban su victoria.

Cuando salió al campo, en los barrios abandonados de la frontera Melida y Daan todavía estaba oscuro. Unas pocas estrellas lucían en un cielo despejado que se iba volviendo cada vez más claro.

Qui-Gon esperó hasta que estuvo seguro de que habían llegado todas las personas que él había invitado. Después caminó hacia el edificio parcialmente bombardeado que había en una esquina.

Anoche había mandado una nota a Wehutti a través de un mensajero de los Jóvenes, y había pedido un encuentro entre los Consejos Melida y Daan. Había sugerido que les convenía verse. Tenía noticias de los Jóvenes que deberían saber.

Hasta entonces no estuvo seguro de si alguien le habría delatado. Tampoco estaba seguro de que cualquiera de los dos bandos quisiera capturarle. Era una apuesta desesperada. Estaba preparado para cualquier cosa. Pero tenía que hacer un último intento para lograr la paz antes de abandonar Melida/Daan. Había visto, en la expresión de su cara, cómo se le rompía el corazón a Obi-Wan. Lo haría por su padawan.

Se paró un momento a escuchar, cerca de una ventana rota.

¿Dónde está el Jedi? —preguntó una voz en un tono frío—. Si eso es otro sucio truco Melida os juro por la honorable memoria de nuestros antepasados que tomaremos represalia.

—Otra sucia trampa Daan querréis decir —Qui-Gon reconoció la voz de Wehutti

—. Es cobarde, en nombre de vuestros honorables, o no, ancestros, desafiar a vuestros enemigos a un encuentro con falsas perspectivas. Nuestras tropas estarán aquí en unos segundos.

¿Y qué harán? ¿Tirar piedrecitas? —la otra voz sonaba divertida—. ¿No fueron los Melida los que volaron sus propios arsenales temiendo un ataque Daan?

¿Y no fueron los Daan los que se dejaron robar sus armas en sus propias narices? —contraatacó Wehutti.

 

Qui-Gon sabía que era el momento de aparecer. Subió por encima de un muro medio derrumbado. Los miembros del Consejo Melida estaban de pie en un lado de la habitación, fuertemente armados y con sus armaduras puestas. Los Daan estaban en el lado contrario de la habitación, idénticamente pertrechados. Todos los miembros del Consejo mostraban cicatrices y señales de haber sido heridos. A algunos les faltaban brazos o piernas, otros respiraban a través de máscaras.

—Ni trucos ni estratagemas —dijo Qui-Gon, irrumpiendo en medio de la habitación —. Si los Melida y los Daan cooperan, esto no nos ocupará mucho tiempo.

Qui-Gon examinó la habitación, viendo las caras escépticas de los miembros de ambos Consejos. Por lo menos los dos grupos tenían algo en común: la desconfianza.

¿Qué nos vas a contar de los Jóvenes? —preguntó Wehutti con impaciencia.

¿Y por qué nos debería interesar lo que hagan esos chicos? —preguntó un anciano Daan impetuosamente.

—Porque ayer ellos hicieron que os volvieseis locos —contestó tranquilamente Qui-Gon.

Hizo una pausa mientras observaba cómo las miradas de odio se clavaban en

él.

—Y por una razón mucho más práctica, porque os han robado las armas —

añadió—. Ellos os pidieron el desarme, pero no les hicisteis caso. Obviamente, han sido capaces de lograr lo que pedían.

—Sólo tenemos que recuperar nuestras armas —dijo el líder de los Daan, respirando a través de una máscara—. Pan comido.

—Os advierto —dijo Qui-Gon, girándose para mirar a todos los asistentes de la reunión—que no deberíais subestimar a los Jóvenes. Han aprendido de vosotros a luchar. Han aprendido vuestra determinación. Y, además, tienen sus propias ideas.

¿Nos has hecho venir para escuchar esto? —gritó el líder Daan—. Si es así, ya he oído suficiente.

—Por una vez, estoy de acuerdo con Gueni —dijo Wehutti, refiriéndose al anciano de la máscara—. Esto es una pérdida de tiempo.

—Debo pediros que reconsideréis vuestras posiciones —dijo Qui-Gon—. Si formáis un Gobierno de coalición tendréis el control de Zehava y, por consiguiente, el de Melida/Daan. Si no, los Jóvenes ganarán esta guerra y terminarán gobernando sobre los ancianos. Y aunque sus intenciones son buenas, me temo que tendrá sus consecuencias.

Wehutti comenzó a salir de la habitación, seguido de los líderes Melida.

¿Gobernar con los Daan? ¡Tú sueñas!

Rápidamente, Gueni inició el mismo movimiento. No quería que los Melida

 

fuesen los primeros en abandonar la reunión. Los otros Daan le siguieron.

¡Impensable!

De repente, el sonido de una explosión hizo que los cristales de las ventanas que estaban sin romper temblaran. Los Daan y los Melida se miraron entre sí.

¡Esto ha sido una trampa! —rugió Wehutti—. ¡Los locos Daan nos atacan!

¡Los detestables Melida nos atacan! —gritó Gueni al mismo tiempo—.

¡Demonios!

Qui-Gon se dirigió a la ventana. Miró arriba, pero no pudo ver nada. Mientras observaba alrededor, sonó otra explosión. Venía del sector Daan, según pudo intuir. Pero ¿qué había sido exactamente?

En ese momento, el comunicador de Gueni comenzó a vibrar. Los ancianos Daan se fueron a una esquina para leer en secreto el mensaje. Mientras Gueni escuchaba, vuelto hacia la pared, Qui-Gon empezó a preocuparse. Obi-Wan había desaparecido esa mañana. Esperaba que su padawan no estuviera envuelto en lo que estaba ocurriendo. Usando la Fuerza, trató de establecer una comunicación con Obi-Wan, pero no pudo. No había interferencias ni problemas de comunicación. Nada... Sólo el vacío.

Cuando Gueni se volvió hacia el grupo, estaba temblando.

—Los informes indican que han volado dos torres deflectoras del sector Daan. Uno de los guerreros Daan echó mano de su arma.

¡Lo sabía! Los traidores Melida...

¡No! —gritó Gueni—. Han sido los Jóvenes. Lentamente, el guerrero bajó la mano. Los Melida, que habían empezado a sacar sus armas, también se detuvieron. Emergió un murmullo de conversaciones.

¡Estos chicos no pueden hacer lo que les venga en gana!

¡Los deplorables Melida están detrás de todo esto! —gritó uno de los miembros del Consejo Daan.

¡Los mentirosos Daan siempre están listos para acusar sin pruebas! —rugió un Melida desde el fondo.

Qui-Gon retrocedió y esperó a que acabara la discusión. A veces es mejor sentarse a esperar que los acontecimientos se desarrollen solos.

Los comunicadores empezaron a sonar. Los Melida y los Daan hablaban a través de ellos, con cara de pánico. Los informes desbordaban a ambos bandos. Una a una, iban cayendo todas las torres. Primero en el perímetro, luego las del centro. Las explosiones sonaban cada vez más cerca, hasta que las últimas torres fueron destruidas.

—Los Jóvenes llegan desde el campo —informó Gueni con una expresión de asombro en su rostro—. La ciudad está ahora abierta, sin defensas. Y vienen armados.

 

Los Melida y los Daan se miraron. Ahora sabían que el peligro al que se enfrentaban era serio.

¿Entendéis ahora por qué debéis uniros? —preguntó Qui-Gon con tranquilidad—. Los Jóvenes sólo quieren la paz. Se la podéis dar. ¿No queréis reconstruir vuestra ciudad?

—Dicen que quieren la paz, pero utilizan métodos guerreros —dijo Wehutti impetuosamente —. Bien, podemos hacer una guerra de la que estén orgullosos nuestros antepasados. Hemos perdido algunas armas, pero todavía podemos defendernos.

—Nosotros también tenemos algunas armas —añadió rápidamente un Daan—.

Esta tarde llegarán unos cuantos barcos con suministros a la ciudad.

—Ellos se detendrán ante cualquier tipo de defensa —intervino una mujer Melida—. Podemos luchar contra ellos.

—Pero no juntos —dijo Wehutti—. Los gloriosos Melida podemos con ellos sin la ayuda de los Daan.

¡Por una vez, no os sobrestiméis! —cortó Qui-Gon—. No tenéis armas. No tenéis apoyo desde el aire. Tenéis un ejército compuesto por ancianos heridos. Piensa lo que estás diciendo. ¡Ellos son miles de chicos!

Los dos grupos guardaron silencio. Wehutti y Gueni se miraron. Qui-Gon pudo notar un punto de sorpresa en vez de desconfianza.

—Puede que el Jedi tenga razón —admitió Gueni de mala gana—. Sólo veo una manera de ganarles. Debemos unir nuestros ejércitos y nuestras armas. Pero el Jedi debe liderarnos.

Wehutti asintió lentamente.

—Es la única manera de asegurar que los Daan no nos traicionarán una vez hayamos ganado la batalla.

—Es nuestra única manera de asegurarnos —dijo Gueni—. No podemos fiarnos de la palabra de los Melida.

Qui-Gon negó con la cabeza.

—Yo no os dirigiré en una batalla. He venido aquí para animaros a encontrar una solución, para lograr la paz.

¡Pero ahora no existe la paz! —gritó Wehutti—. ¡Los Jóvenes han roto las líneas de batalla!

¡Son vuestros hijos! —gritó Qui-Gon.

La obstinación de ambos bandos le había hecho perder la paciencia. Controló su voz y siguió hablando.

—No mataré a ningún niño. ¿Quién de vosotros está dispuesto a hacerlo? —se volvió hacia Wehutti—. ¿Qué pasa con Cerasi? ¿Eres capaz de luchar en una batalla contra tu propia hija?

 

Wehutti palideció y bajó la barbilla.

—Mi nieta Rica vive bajo tierra —dijo Gueni.

—No he visto a mi Deila desde hace dos años —dijo una mujer Melida en voz baja.

Los Daan y los Melida se miraron de nuevo, desconcertados. Hubo una larga pausa.

—De acuerdo —dijo por fin Wehutti—. Si te conviertes en nuestro emisario, comenzaremos a dialogar con los Jóvenes.

Gueni asintió.

—Los Daan estamos de acuerdo. Tienes razón, Qui-Gon. No podemos luchar contra nuestros propios hijos.






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