Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 6-

                                          



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 6

Wehutti acababa de terminar de hablar cuando Qui-Gon se movió. Su sable láser se activó mientras Wehutti todavía estaba sonriendo. Qui-Gon giró, alcanzando a Wehutti en el hombro. Al mismo tiempo, lanzó a Obi-Wan su sable, con la esperanza de que el chico estuviera preparado para cogerlo.

Qui-Gon se esperaba la traición, y no necesitaba que la Fuerza le advirtiese de que Wehutti les estaba conduciendo a una trampa. Su instinto se lo había dicho incluso antes de entrar por las puertas del Círculo Interior. Cuando Wehutti les dijo que dejaran las armas, Qui-Gon fingió cierta duda. Había previsto la petición y estaba preparado para ella, y había sido fácil fingir que se estaba arreglando la capa para recuperar los sables láser.

Incluso los hombres más inteligentes sólo ven lo que desean ver. Wehutti ya se estaba felicitando por la ingenuidad de los Jedi al dejarse atrapar.

Wehutti cayó al suelo con un grito de dolor y de rabia. Obi-Wan activó su sable láser.

—La puerta —le dijo Qui-Gon, preparándose para defenderse del grupo sentado a la mesa.

Muchos habían comenzado a levantarse, pero el resto estaba todavía demasiado sorprendido para reaccionar.

Oyó a Obi-Wan dar un golpe al candado. Dos guerreros, un hombre y una mujer, habían reaccionado más rápidamente que los otros y se dirigían a Qui-Gon empuñando sus armas.

De repente, la luz lo inundó todo. Obi-Wan debía de haber activado la iluminación mientras trataba de abrir la puerta. Era mejor no luchar en la oscuridad, aunque un Jedi estuviese entrenado para ello.

Qui-Gon reprimió su sorpresa cuando vio a los soldados Melida a la luz. Todos presentaban heridas de consideración. Vio que tenían lesiones en cara y brazos, y piernas ortopédicas. Dos de ellos usaban máscaras para respirar.

Los Melida y los Daan se estaban destrozando literalmente, trozo a trozo.

Fue un pensamiento fugaz que se fue tan rápido como vino. Qui-Gon sabía que tenía que concentrarse en la lucha. Fue rechazando los disparos a medida que corría hacia Obi-Wan, que había hecho saltar el candado fácilmente. La puerta estaba abierta. Obi-Wan y Qui-Gon salieron corriendo de la habitación, hacia el pasillo.

Oyeron mido de pisadas sobre sus cabezas y se pararon. Una luz roja intermitente brillaba con fuerza en una de las paredes. De repente, unas barras cayeron sobre la puerta principal.

—Alguien ha puesto en funcionamiento una alarma silenciosa —dijo Qui-Gon.

—Nunca saldremos por esa puerta —advirtió Obi-Wan.

Volvieron por el pasillo, intentando encontrar una puerta posterior. Sabían que

 

tenían poco tiempo hasta que el resto de los soldados Melida los encontrasen.

A medida que pasaban por distintos puntos del pasillo, iban sonando diversos dispositivos electrónicos.

—Son sensores de localización —dijo Qui-Gon —. Nos siguen, saben exactamente dónde estamos.

Al final del pasillo encontraron una puerta altamente protegida. Qui-Gon giró a la izquierda y abrió la primera puerta que vio. Intentarían escapar a través de una ventana, si podían, claro.

La habitación de techo alto estaba llena de equipamiento almacenado: circuitos, equipos de navegación, partes de sensores, androides desmantelados.

Qui-Gon se dirigió a la ventaba. Barras de alta tensión cruzaban el cristal. Era un dispositivo de seguridad capaz de alejar a cualquier tipo de criatura y construido para resistir el ataque de cualquier arma. Menos los sables láser de los Jedi. Qui-Gon cortó las barras con un solo golpe, abriendo un agujero lo suficientemente grande como para que pudiesen pasar a través de él. Hizo lo mismo con el cristal de la ventana.

—Vamos, padawan —dijo Qui-Gon.

El chico pasó fácilmente a través del agujero. Qui-Gon le siguió. Se encontraron en un patio amurallado. Qui-Gon calculó que no sería difícil escalar el muro. Demasiado fácil.

—Vamos, Qui-Gon —dijo Obi-Wan con impaciencia.

—Espera.

Qui-Gon se acercó al muro, se agachó y lo examinó.

—Está minado —dijo a Obi-Wan—. Detonadores térmicos. Si lo escalamos, o simplemente saltamos sobre él, los sensores infrarrojos nos harán saltar por los aires.

—Así que estamos atrapados.

—Me temo que sí —contestó Qui-Gon, estudiando todas las posibilidades.

Tendrían que entrar en la fortaleza Melida y luchar para lograr huir. No tenían mucho tiempo. Los soldados adivinarían dónde estaban en unos pocos segundos.

Qui-Gon escuchó un sonido metálico y se giró con su sable láser en alto. Pero no había ningún soldado Melida cerca. El sonido procedía del suelo. Una pequeña gruta se estaba abriendo frente a ellos.

De la abertura salió una mano pequeña y sucia que les hacía gestos. Obi-Wan, confundido, miró a Qui-Gon.

¿Qué hacemos?

Una voz irónica surgió de la cueva.

—Venid. Hablemos. Esperaré. Tenemos mucho tiempo.

 

Qui-Gon oyó cómo corrían y gritaban dentro de la fortaleza. En cualquier momento, los soldados aparecerían en la ventana.

—Vamonos —dijo a Obi-Wan.

Esperó hasta que su padawan se deslizó a través de la abertura. Qui-Gon le siguió a ciegas y buscó con sus pies. Encontró una escalera y, con la esperanza de no haberse equivocado, empezó a descender.







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