Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 5. LOS DEFENSORES DE LOS MUERTOS -Capítulo 11-

                                           



Los habitantes de Melida/Dan están anclados en el pasado y dos facciones de la población luchan en una interminable guerra civil. Todos parecen haberse olvidado de los Jóvenes. Obi-Wan Kenobi y su maestro no deben tomar partido allí, pero pronto Obi-Wan se encuentra luchando codo a codo con los Jóvenes en contra de los deseos de su maestro.


Capítulo 11

Qui-Gon estaba sentado en las sombras, contemplando la intensa actividad de los Jóvenes mientras entraban y salían de la bóveda, en busca de municiones. Después salían corriendo hacia las calles.

Algo le había despertado antes del amanecer, un movimiento mínimo muy silencioso. Había visto salir a Obi-Wan con Nield y Cerasi, y le había dejado marchar.

Habría sido muy fácil levantarse y desafiar a Obi-Wan. Qui-Gon se había enfadado y le hubiese gustado enfrentarse al chico. Obi-Wan no podía salir sin pedir permiso. Había traicionado la confianza de Qui-Gon. Era una traición pequeña, pero al Maestro Jedi le dolía.

Obi-Wan y él no habían alcanzado todavía la comunicación mental perfecta de la relación entre Maestro y padawan. Ya habían dado unos cuantos pasos del largo viaje juntos. De vez en cuando tenían desacuerdos y malentendidos, pero Obi-Wan nunca le había ocultado algo deliberadamente.

Obviamente, Obi-Wan tenía miedo de que Qui-Gon no le dejara ir. El chico tenía razón: se lo hubiese prohibido. Qui-Gon creía que los Jóvenes deseaban sinceramente la paz, pero no estaba seguro de que esas mismas buenas intenciones se mantuvieran cuando alcanzaran el poder. Veía mucha rabia en ellos. Obi-Wan sólo había visto la pasión.

Por fin, Nield, Cerasi y Obi-Wan regresaron. Qui-Gon dejó escapar un suspiro de alivio. Había empezado a preocuparse.

—Es el momento de la fase dos —dijo Nield mientras los tres entraban en la bóveda—. Ahora vamos a atacar las reservas de armamento de ambos bandos.

¿Qué hay de Tahl? —preguntó Qui-Gon.

—Cerasi os llevará hasta Tahl —dijo Nield—. ¿Deila?

Una chica alta y delgada dejó de cargar los proyectiles que colgaban de su cinturón.

¿Sí?

¿Qué tal van las cosas en el lado Melida? Ella sonrió.

—Es el caos más absoluto. Creen que los Daan están por todas partes, incluso en sus taquillas.

—Bien.

Nield se giró hacia Qui-Gon.

—Hay confusión suficiente para que te puedas deslizar sin ser visto. Cerasi te llevará hasta el lugar donde está retenida, pero tendrás que rescatarla tú solo.

—Está bien —accedió Qui-Gon.

 

No quería poner a la chica en peligro.

Obi-Wan no miró a los ojos de Qui-Gon hasta que no estuvieron siguiendo a Cerasi por un estrecho túnel. Qui-Gon dejó de lado su enfado. No quería enfrentarse a Obi-Wan por haberse escapado. Todavía no. Trató de pensar en la tarea que tenían que resolver ahora. Intentó concentrarse en el rescate de Tahl.

Cerasi los condujo por una serie de túneles hasta una cueva. Una luz mortecina se filtraba del exterior.

—Estamos bajo el edificio donde tienen retenida a Tahl —susurró—. Esto os llevará hacia un piso bajo de barracones militares. Tahl se encuentra en una habitación, tres puertas a la derecha. Habrá guardias en el barracón, aunque no tantos como antes del ataque. Los soldados son necesarios en las calles.

¿Cuántos solía haber antes? —preguntó Qui-Gon en voz baja.

—Temo tener que daros malas noticias —dijo Cerasi—. Sólo está custodiada por dos guardias, pero justo a la vuelta de la esquina están los cuarteles principales de los soldados, donde van a comer y a dormir. Así que siempre hay muchos soldados yendo y viniendo. Por eso Nield y yo pensamos que necesitaríais una alternativa —señaló encima de sus cabezas—. Esta cueva conduce directamente a un área de almacenamiento de grano, así que podréis subir sin ser vistos.

—Gracias, Cerasi —dijo calmadamente Qui-Gon—. Encontraremos la manera de volver.

Pero cuando Qui-Gon y Obi-Wan emergieron en un almacén lleno de sacos de grano, la cabeza de Cerasi asomó tras ellos.

—Pensé que ibas a volver —susurró Obi-Wan. Ella sonrió.

—Y yo pensé que quizá necesitaríais ayuda. —Sacó su honda—. Un plan alternativo puede necesitar de alguien más.

Obi-Wan volvió a sonreír, pero Qui-Gon frunció el ceño.

—No quiero meterte en una situación peligrosa, Cerasi. Esto no entra en nuestro trato. Nield dijo que...

—Yo tomo mis propias decisiones, Qui-Gon —le interrumpió Cerasi—. Te estoy ofreciendo ayuda. Sé la manera de salir de aquí. ¿Vas a aceptar mi ofrecimiento o no?

Cerasi tenía la barbilla levantada en un gesto de orgullo. Miraba fijamente a Qui-Gon.

—De acuerdo —dijo—, pero si Obi-Wan y yo encontramos problemas, escaparás. ¿Me lo prometes?

—Te lo prometo —accedió Cerasi.

Qui-Gon abrió la puerta fácilmente con un golpe e inspeccionó el área. Había un

 

pasillo con robustas puertas metálicas. Un soldado pasó corriendo y desapareció tras una esquina. Dos soldados estaban situados a ambos lados de una puerta. Era la de la habitación en la que estaba Tahl.

Un soldado se dirigió hacia el lugar en el que se encontraba Qui-Gon. El Jedi se echó hacia atrás, pero permaneció cerca de la puerta.

¿Vuelves allí otra vez? —preguntó uno de los guardias.

—Tenemos una invasión entre manos —dijo el otro soldado de forma arisca—. Acaban de llegar noticias de otro ataque a un par de manzanas de aquí. Tengo que encontrar mi unidad.

Los guardias intercambiaron miradas nerviosas.

—Estamos perdiendo el tiempo aquí —murmuró el primero—. Deberíamos estar ahí fuera, luchando. Este servicio es una pérdida de tiempo se mire como se mire. No me importa que sea una Jedi, está demasiado débil para convertirse en una amenaza.

—Está acabada —dijo el otro guardia—. No tardará mucho en morir.

Qui-Gon sintió cómo crecía en él el odio y el dolor. No podía ser demasiado tarde. Controló su ira y llamó a la Fuerza. Sabía que Obi-Wan estaba haciendo lo mismo. De repente, la Fuerza era una presencia en la habitación, y surgía alre- dedor de ellos.

—Qui-Gon —murmuró Cerasi—. Tengo una idea. ¿Me escuchas?

¿Tengo otra elección? —respondió Qui-Gon.

Cerasi se acercó y susurró su plan en el oído de Qui-Gon.

—De acuerdo —dijo—, pero después te marcharás. ¿De acuerdo? Cerasi asintió. Después abrió la puerta con facilidad y desapareció. Les costó a los guardias un momento darse cuenta de su presencia. Cerasi corrió hacia ellos con una expresión compungida.

¡Alto! —le dijeron los guardias.

¿Qué? —preguntó Cerasi con aire distraído. Siguió avanzando.

¡Alto o disparamos! —advirtieron los guardias. Cerasi se paró y juntó sus manos.

¡Mi padre está ahí! ¡Tengo que verle! — ¿Quién es tu padre? Cerasi se paró.

—Wehutti, el gran héroe. Tengo que decirle que mi tía Sonie ha muerto. Murió en un ataque con una granada de protones de los Daan. ¡Tenéis que dejarme pasar!

¿Eres la hija de Wehutti?

 

—Sí, mira. Tengo una tarjeta de identificación.

Cerasi enseñó a los guardias la tarjeta de identificación Melida.

Uno de los guardias la cogió y la pasó por su lector. Cuando se la devolvió, su tono de voz era mucho más amable.

—No he visto a Wehutti por aquí. Posiblemente esté en las calles. Estamos siendo invadidos, ¿lo sabes?

¿Crees que no lo sé? —gritó Cerasi —. Los Daan están tomando el Círculo Interior, edificio a edificio. Estarán aquí en un minuto. ¡Necesito a mi padre! Me prometió que estaría aquí si lo necesitaba. ¡Me lo prometió!

La voz de Cerasi temblaba. Con su pequeña figura y su voz fingida parecía más joven de lo que era.

Los guardias intercambiaron una mirada.

—Está bien, pero después te marcharás y buscarás un refugio —dijo uno de ellos.

Cerasi salió corriendo por el pasillo y dobló la esquina. Pasó un minuto, luego otro. Qui-Gon esperó pacientemente. Tenía confianza en Cerasi. Necesitaría tiempo para dar la vuelta y coger a los guardias por el otro lado.

De repente, el sonido de un disparo láser retumbó en el pasillo, en dirección opuesta a donde había desaparecido Cerasi. Los dos guardias se miraron.

¡Los Daan! —gritó uno de los guardias—. ¡La chica tenía razón! ¡Nos atacan!

Antes de que los guardias se volvieran y pudieran reaccionar, Qui-Gon había salido hacia la puerta con su sable láser en la mano. Obi-Wan corría a su encuentro.

Los guardias dispararon tan pronto como vieron al Jedi, pero ya era demasiado tarde. Obi-Wan y Qui-Gon rechazaban los disparos con sus armas sin perder velocidad en su carrera.

Moviéndose al unísono, saltaron los últimos metros, hasta alcanzar a los guardias. Rechazaron los disparos, hirieron a los soldados en el pecho de una patada y les hicieron caer hacia atrás, despojándoles de sus armas.

—Cúbreme —ordenó secamente Qui-Gon a Obi-Wan.

Mientras comenzaba a romper el candado con su sable láser, los guardias se recuperaron y echaron mano a otras armas que llevaban en su cinturón.

Obi-Wan no les dejó levantarse. Se abalanzó sobre ellos, obligándoles a volverse y a girarse para atacarle. De una patada, hizo que un guardia soltara su arma y después apuntó al otro con su sable láser. El guardia gritó y soltó su arma.

—No os mováis —advirtió Obi-Wan, manteniendo el sable láser sobre sus cabezas.

El candado cedió, y Qui-Gon empujó la puerta. Se paró, conmocionado al ver el estado de Tahl. Su compañera de entrenamiento en el Templo siempre había sido

 

guapa, una mujer alta del planeta Noori, con los ojos dorados y verdes a rayas, y la piel del color de la miel.

Ahora estaba delgada y parecía débil. Su bonita piel estaba afeada por una cicatriz que iba desde un ojo hasta debajo de la barbilla. El otro ojo estaba cubierto por un parche.

—Tahl —dijo intentando mantener el tono de voz firme—. Soy Qui-Gon.

—Ah, el rescate, por fin —dijo en el mismo tono amable e irónico de siempre, el que le hacía sonreír—. ¿Tan mal aspecto tengo, viejo amigo?

Entonces se dio cuenta de que no podía verle.

—Estás tan adorable como siempre —dijo Qui-Gon—, pero ¿podemos dejar los cumplidos para luego? Tengo cosas más urgentes que hacer.

—Lo siento, me temo que estoy un poco débil —confesó Tahl.

—Yo te llevaré —Qui-Gon cogió a Tahl en brazos. Pesaba tan poco como un niño pequeño.

¿Puedes agarrarte a mi cuello? —preguntó. Sintió cómo asentía cuando sus brazos le agarraron.

—Sácame de aquí —dijo—. Me han dado muy mala comida en la cantina hutt. Justo en ese momento, Qui-Gon escuchó un sonido que no hubiese querido oír:

disparos láser. Habían llegado los refuerzos. Obi-Wan estaría metido en un lío. Se le había acabado el tiempo.

Se acercó con cuidado a la puerta y se asomó.

Seis soldados habían abandonado sus barracones y disparaban a Obi-Wan desde el final del pasillo. Obi-Wan había abierto una puerta y la estaba usando como escudo. Los soldados habían rearmado a los dos que estaban en el suelo y ahora eran ocho para luchar.

¿Cuál es el problema? —preguntó Tahl.

—De momento, ocho soldados —dijo Qui-Gon—. Y quizá vengan más ahora.

—Eso es pan comido para ti —dijo ella débilmente.

—Exactamente eso mismo iba a decir yo ahora.

Los disparos láser rebotaban en la puerta que Obi-Wan estaba utilizando como escudo. Su aprendiz se había dado cuenta de que las puertas eran blindadas, y eso podía ser una ventaja para ellos.

Qui-Gon abrió la puerta y se resguardó detrás de ella a la vez que pensaba. Obi-Wan había mantenido a los soldados a una distancia prudencial, rechazando los disparos láser con su sable, pero pronto se darían cuenta de que no tenían rifles láser.

Y entonces vendrían a por ellos.

 

Qui-Gon miró a Obi-Wan. Era el momento de volver a la ofensiva, pero no podía dejar a Tahl, estaba muy débil para caminar. Estaban atrapados. No dejaría sola a Tahl. Ni siquiera quería soltarla de sus brazos. Si se separaba de ella, era posible que no volviera a encontrarla.

—Déjame, Qui-Gon —le murmuró Tahl—. No sirvo de mucho. No dejes que te capturen a ti también.

—Ten un poco de fe, ¿quieres? —le dijo amablemente Qui-Gon.

De repente, empezó a surgir fuego láser del otro lado del pasillo. ¡Ahora estaban rodeados!

Pero, tras un momento, Qui-Gon se dio cuenta de que los disparos iban dirigidos directamente a los soldados.

De repente, también se dio cuenta de que los disparos al menos sonaban como láser. Cerasi no se había ido después de haberlos despistado, como había prometido.

Los soldados doblaron la esquina para protegerse. Qui-Gon se volvió y vio a Cerasi, que lanzaba otra bola láser desde el extremo opuesto del pasillo. El disparo rebotó en la pared y resonó en toda la sala.

Los guardias disparaban a ciegas, no se atrevían a enfrentarse al peligro que salía de detrás de la esquina. Obi-Wan se adelantó. Ahora le resultaba fácil rechazar los disparos con su sable láser. Qui-Gon protegía a Tahl contra su pecho, sujetándola con un brazo a la vez que rechazaba los disparos que se le escapaban a Obi-Wan. Así, se movían a la vez hacia atrás por el pasillo, en dirección al almacén.

A medida que se desplazaban, Obi-Wan iba abriendo las puertas que encontraba en su camino para que funcionaran como escudos ante los disparos de sus atacantes. Los soldados seguían disparando a buen ritmo, pero Cerasi cargaba y disparaba bolas láser tan rápido que sus enemigos creían que estaban siendo atacados de verdad.

Qui-Gon y Obi-Wan llegaron al almacén. Cerasi venía corriendo hacia ellos.

—Daos prisa —gritó Cerasi —. Ya estoy ahí.

Cerasi continuó disparando mientras Obi-Wan abría la compuerta de la cueva y Qui-Gon descendía por ella con Tahl agarrada a su cuello.

¡Ahora! —gritó Obi-Wan.

Cerasi descendió veloz tras Qui-Gon. Obi-Wan la siguió y volvió a colocar en su sitio la tapa de la entrada a la cueva.

—Gracias, Cerasi —dijo Qui-Gon tranquilamente—. No hubiésemos rescatado a Tahl sin tu valiente ayuda.

—Obi-Wan nos ayudó esta mañana —replicó Cerasi sin darle mayor importancia, como si haber arriesgado su vida no supusiese nada—. Sólo estaba devolviendo el favor.

 

¿Cómo se te ocurrió decir que eras la hija de Wehutti? —preguntó Obi-Wan cuando iniciaban el camino de vuelta.

—Porque lo soy —contestó Cerasi.

—Pero tú me habías dicho que tu padre estaba muerto —señaló Obi-Wan.

—Está muerto para mí —contestó Cerasi, encogiéndose de hombros —, pero a veces viene bien utilizarle. Como pasa con la mayoría de los mayores.

Miró por encima de su hombro y sonrió a Obi-Wan. Los ojos de Obi-Wan brillaron.

Qui-Gon se dio cuenta de que algo profundo había nacido entre ellos. Se habían hecho amigos verdaderos y se comunicaban sin utilizar palabras. La aventura que habían vivido esta mañana les había unido.

Qui-Gon notó de nuevo crecer la rabia. Sabía que Obi-Wan a veces se sentía solo, viajando de un lado a otro con alguien que era mucho mayor que él. Por fuerza, tenía que echar de menos la compañía de chicos y chicas de su edad. Le parecía bien que hubiese conectado tan fácilmente con ellos.

Entonces, ¿por qué se sentía tan mal?








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