Fanfic Piratas del Caribe -El Libro del Destino- *Capítulo 35: Norrington Vende su Alma y Billy Hace Nuevos Amigos*

              Resumen de la historia: El capitán Jack Sparrow comete el gran error de ponerse un anillo maldito que lo transformará en mujer y le traerá un sin fin de problemas tanto a él como a quienes lo rodean, amigos y enemigos. Una elección que cambiará la vida y los destinos de todos, en especial del Comodoro James Norrington y el mismo Jack. Esta historia está ambientada después de la primera película y desarrollada durante la segunda y tercera película. Una historia larguísima pero muy entretenida, con drama, humor, acción y romance. ¡Que la disfruten!



*PIRATAS DEL CARIBE: EL LIBRO DEL DESTINO*

LIBRO SEGUNDO: EL COFRE DEL HOMBRE MUERTO

SEXTA PARTE: TORTUGA

¡Jack y Jacky se separaron! ¡ahora son 2! ¡Un hombre y una mujer! ¡Doble problemas para todos! ¿Lograrán cambiar sus destinos y el de los demás? Continuaciòn de La Maldición del Anillo de la Calavera. James y Jacky pasan su primera noche juntos...¿pero será la última?

Género: drama, amistad, acción, suspenso, humor, romance, violencia, aventura, fantasía, erotismo
Pareja: Jacky Sparrow/James Norrington. Elizabeth Swan/Will Turner
Personajes: Jack Sparrow/Jacky Sparrow, James Norringon, Elizabeth Swan, Will Turner, Hector Barbossa ¡y muchos más!
Calificación: para mayores de 18 años
Cantidad de palabras: variable
Duración: 67 capítulos la primera parte, 57 la segunda parte y 51 la última parte.
Estado: finalizado
Escritora: Gabriella Yu
Mi estilo: estoy influenciada tanto por el anime, los dramas asiáticos y la literatura universal. Me gusta hacer pasar a los personajes por duras pruebas.
Aclaraciones: Esta historia la escribí hace más de 10 años, es muy entretenida, no se arrepentirán de haber perdido el tiempo en leerla. Le tengo mucho cariño porque fue una rara mezcla que logré hacer con el drama, humor y acción. 
IMPORTANTE: contiene escenas subidas de tono XD


*Capítulo 35: Norrington Vende su Alma y Billy Hace Nuevos Amigos*


Habían pasado cerca de quince minutos cuando Jacky Sparrow decidió que
ya había llorado todo lo necesario y que eso no la llevaría a nada, así
que resolvió que era tiempo de tomar al toro por las astas y hacer algo
al respecto con su situación actual.

—Bueno —dijo mientras se secaba las lágrimas con las manos—, de nada me
vale ponerme a llorar como una mozuela. ¿Qué se diría de mí si me vieran
llorar de esta manera por un hombre? ¡Buena la he hecho! Mejor bajo a la
taberna para tomarme unas jarras de ron y conseguir el valor necesario
que me hace falta para reconquistar a Norry… que me imagino que ya debe
haber pensado muy bien sobre todo lo que le dije…

Se calló, y mirando con tristeza hacia la botella de ron que se había
hecho pedazos cuando la lanzó contra la pared presa de la desesperación
y la angustia, dijo apesadumbrada:

—Es increíble lo que uno puede llegar a hacer cuando se está desesperado
por amor…

Mientras tanto, en la habitación de al lado, sentado sobre el sucio y
viejo piso de madera, James Norrington mantenía su cabeza oculta entre
los brazos que descansaban sobre las rodillas. El silencio y la
oscuridad reinantes en aquel cuartucho le habían dado el tiempo y la
tranquilidad suficientes como para poder pensar en las inesperadas
confesiones de amor de Jacky Sparrow. A pesar de su embriaguez, su mente
seguía lo bastante despejada como para poder llegar a una conclusión de
la que esperaba no arrepentirse en el futuro: no tenía sentido que Jacky
le hubiera confesado su amor cuando él ya no poseía nada de lo que
supuestamente la había acercado a él, por lo tanto, había decidido darle
otra oportunidad a su querida pirata.

"Me dijo que me ama —pensó emocionado—. Me ama a pesar de que yo ya no
soy nada ni nadie. Realmente a ella jamás le importó mi rango,
¡solamente le importé yo! ¡Yo!".

Ya decidido con lo que iba a hacer, James se puso penosamente en pie y
se dirigió hacia la puerta para salir en busca de su amada y darle las
buenas nuevas, pero, cuando la abrió, enorme fue su sorpresa al
encontrarse frente a frente con el almirante George Jacobson.

—¡Almirante Jacobson! ¿Pero qué hace usted aquí? —le preguntó estupefacto.

—Vine a arreglar algunos asuntos con usted, comodoro Norrington —le
contestó con su falso tono masculino—. Hágame el favor de dejarme entrar
para que podamos tratar a solas la propuesta que le vengo a exponer.

James tardó unos segundos en asimilar aquella imprevista visita y,
haciéndose a un lado, dejó pasar dentro del cuarto a quien antes había
sido su mejor amiga.

Tan sólo por algunos minutos, Isabel y Jacky no se habían cruzado en el
camino, afortunadamente para la segunda, pues ésta lo hubiera pasado muy
mal. Para cuando Isabel había entrado al cuarto de James, la pirata
había salido del suyo y se había dirigido directamente hacia la taberna.

—¿Pasó algo durante mi ausencia, Mabel? No me digas que se acabó el ron
—preguntó mientras miraba a su alrededor y notaba a todo el mundo
completamente atemorizado.

—No lo vas a poder creer —comentó la obesa tabernera—, pero hace un
momento entró a este respetable negocio ese asqueroso almirante a
quienes todos odian y temen.

—Quizás vino a beber tu maravilloso ron… —bromeó Jacky, acodándose sobre
la barra y sirviéndose ron en una sucia jarra, sabiendo muy bien a quién
se refería la mujer.

—O tal vez vino a visitar a tu noviecito —propuso maliciosamente la
tabernera.

Apenas terminó de escuchar esto, Jacky escupió lo que había tomado sobre
la cara de la mujer.

—¡¿Cómo?! —exclamó terriblemente sorprendida para luego mirar hacia el
piso de arriba, preocupada.

—¡Ja! ¡Ya sabía que tú eras la que había arruinado a ese condenado
inglés! —festejó la mujer.

—¿Bromeas? Ya te dije soy la sobrina... de un primo
hermano...conocido... un vecino... pariente lejano... que no ha visto en
muchos años... y tantas otras cosas más… —y mientras decía esto, había
tomado una botella de ron y se había dirigido discretamente hacia las
escaleras con la intención de llegar sigilosamente hasta la habitación
de James y escuchar detrás de la puerta. Tanta precauciones había tomado
a su paso, que casi se cayó escaleras abajo al errarle a los escalones.
Una vez frente a la puerta deseada, pegó la oreja en ella, tratando de
escuchar algo de lo que allí se decía mientras que, de vez en cuando,
tomaba unos sorbos de su botella. Jacky frunció el entrecejo bastante
disgustada, los clientes de abajo hacían demasiado ruido como para poder
llegar a oír algo detrás de la puerta.

—¡Shiiit! ¿Es que no pueden hacer menos alboroto? ¡Aquí hay gente
tratando de espiar! —pidió en un susurro mientras abanicaba la mano,
pero, como es de suponerse, nadie la escuchó ni le hizo caso.

Soltando una sarta de palabrotas en voz baja, los ojos negros de nuestra
protagonista se toparon con un vaso. Sonriendo de oreja a oreja, lo alzó
del suelo y lo contempló llena de felicidad.

—¡No hay nada como un vaso para poder escuchar detrás de las puertas!
—exclamó con júbilo, e inmediatamente lo llenó de ron y procedió a beber
de él, pero se detuvo cuando sus labios casi tocaron el vaso, dandose
cuenta de que había actuado por instinto.

—Es verdad, para esto no era… —murmuró, y se lo tomó de un solo trago.

Cuando hubo terminado, contempló el vaso vacío y declaró mientras alzaba
los hombros:

—"El hombre es un animal de costumbres…".

Y colocando la boca del vaso sobre la puerta de madera, pegó su oreja en
la base y se dedicó a adivinar lo que allí se decía.

Una vez adentro y con la puerta bien cerrada, Isabel se dedicó a echarle
una mirada de desaprobación a todo aquel precario y asqueroso lugar.
¿Cómo era posible que su amigo viviera en esa pocilga?

—Ha elegido un lugar apropiado para su lamentable estado, comodoro
Norrington —opinó pensativa.

—Hace tiempo que ya no soy comodoro, almirante Jacobson… —le confesó
Norrington—, pensé que ya lo sabía.

—Ya estaba al tanto de eso, comodoro Norrington, y de todo lo demás
también. Todo —aclaró mientras giraba lentamente sobre los talones y lo
miraba detenidamente con una mezcla de enfado y decepción.

James no pudo mantenerle la mirada, la vergüenza lo invadió, desvió sus
ojos verdes al suelo y, dando un suspiro entre ansioso y desesperado, se
dejó caer sobre una silla, tomándose la cabeza entre las manos.

—Debes estar muy decepcionado conmigo… —dijo—. Actué como un verdadero
idiota y merezco este castigo…

Isabel nada dijo, ni siquiera se acercó a él, pues aún estaba muy
molesta con todo lo que había hecho su amigo.

—¿Cómo te atreviste a proponerle matrimonio a esa sucia pirata, James
Norrington?

—¿Eh? —fue lo único que James logró decir, estupefacto, alzando la
cabeza para mirarla.

—¡Dime! ¿Por qué lo hiciste? —le espetó con dureza.

—¿Por qué tengo que decírtelo? —le replicó sonriendo con ironía—. A ti
ya no te importa nada sobre mí.

—¿Cómo dijiste? —inquirió Isabel, bastante sorprendida con el tono de
voz que su amigo utilizaba para con ella.

—Que yo ya no te importo y no tengo por qué darte explicaciones. ¿Por
qué no te marchas de aquí junto con Madame Foubert y Billy y me dejan en
paz de una buena vez? —James no iba a soportar que nadie hablara mal de
Jacky, nadie.

Terriblemente furiosa, Isabel no iba a dejar pasar aquella falta de
respeto hacia su persona, así que se acercó rápidamente hasta James y le
propinó un formidable cachetazo en el rostro, haciéndole volver la cabeza.

Sorprendido, el vapuleado ex oficial se llevó la mano a su adolorida
mejilla y la miró con sus ojos verdes llenos de furia.

—Jamás vuelva a hablarme con ese tono, James Norrington, jamás —le
advirtió con dureza.

Pero él ya estaba harto, ya no le importaba nada y estaba lo bastante
borracho como para sentir ánimos de enfrentarse a su amiga sin
importarle el resultado. Y así, con los ojos brillantes por la
humillación y la ira, declaró:

—Yo ya no soy tu subordinado, no tienes derecho a tratarme de esta manera.

—¿Ah, no? —replicó hirviendo de rabia—. Pues eso lo veremos…

Y sin darle tiempo a reaccionar, Isabel volvió a golpearlo en la otra
mejilla aún con más fuerza que antes con el revés de la mano, doblándole
la cabeza hacia un lado. La humillación a al que lo había sometido al
golpearlo de esa manera había dado resultado, pues ya se podía notar el
cambio de ánimo operado en Norrington, volviéndose más dócil al trato.

—No voy a hacerte daño a menos que tú te lo busques, James —declaró—. Sé
que estás borracho y te sientes completamente desamparado y perdido en
este camino que tú mismo escogiste transitar por tu propia estupidez…
Ahora dime: ¿por qué demonios te apegas tanto a una pirata? ¡Por amor de
Dios, James Norrington! ¡Tú eres un oficial de la Armada! ¡No puedes ni
debes mezclarte con gentuza de esa clase! ¡Con una asesina!

Luego de permanecer en silencio por unos segundos, Norrington se animó a
hablar:

—Jacky Sparrow no es ninguna asesina —susurró sin atreverse a mirar a su
amiga a la cara—, ella podrá ser cualquier cosa, pero no una asesina…

—¿Cómo? ¿Qué dijiste? —replicó incrédula—. ¿Te atreves a defenderla? ¿A
contradecirme? ¿Acaso necesitas otro golpe para que termines de entrar
en razón y dejes de comportarte como un imbécil?

—No me malinterpretes, George. Conozco lo suficiente a Jacky como para
saber que ella no es ninguna asesina…

Pero Isabel no lo dejó terminar, pues lo tomó violentamente del cuello
de la casaca y lo levantó de la silla, tirándola al suelo y lo arrinconó
contra la pared, en donde lo aprisionó con su mano, aferrándose
fuertemente del cuello del desdichado como si fuera la garra de un
águila para volver a golpearlo con mucha más fuerza que antes.

—¡¿Qué tú la conoces lo suficiente?! ¡No la defiendas! ¡Ni siquiera
intentes hacerlo! ¿Qué sabes tú de ella, eh? ¿Te atreviste a acostarte
con esa mujerzuela? ¡Dime!

—¡No! ¡No me acosté con ella! ¡La respeté como ella me respetó a mí!

Isabel se quedó impactada con aquella inesperada declaración, pero
enseguida sonrió, incrédula y furiosa.

—¿Dices que ella te respetó a ti, James? No digas tonterías… ¡Los
piratas no saben nada de respeto! —Y agregó con un marcado tono de
desprecio—: ¡Por ella es que has caído tan bajo! ¡Mírate! ¡Eres una
basura! ¡Un pordiosero! ¡Un pobre infeliz que solamente vive de
mendrugos! ¿Te has visto en un espejo? ¿Eh? ¿Te has visto en un espejo?
¡Eres un sucio cerdo borracho que apesta a rayos! ¿Qué pasó con el gran
comodoro James Norrington? ¿Qué pasó con el hijo del gran almirante
Lawrence Norrington? ¡Eres una vergüenza para tu familia tal y como
siempre lo opinó tu padre! ¡Un inútil!

—¡Agh! ¡Ya basta! ¡Basta! —pidió el pobre hombre, cubriéndose
desesperadamente los oídos con las manos, pero ella no paró ahí, siguió
atormentándolo, quería que reaccionara.

—Mírate hasta dónde has caído por culpa de esa mujer… Ese gran hombre
que fuiste se convirtió en una porquería… Por culpa de esa mujer que
tanto defiendes ahora eres un donnadie, un borracho asqueroso sin ningún
futuro decente… ¿Dónde están todas las cosas por las que luchaste toda
tu vida? ¿En dónde están? ¡Tanto luchar para demostrarle a tu padre que
vales la pena y todo lo arruinaste por culpa de tu tonto enamoramiento!
¿Acaso se te ocurrió pensar alguna vez en el honor de tu familia? ¡No lo
creo! ¡Ahora son ellos los que deben soportar las burlas de los demás
por la estupidez de su hijo! ¡A ver! ¡Dime! ¿En dónde está el comodoro
James Norrington? ¿Eh? ¿En dónde está? —Y luego de hacer una corta
pausa, ella misma respondió a su propia pregunta—: Yo no lo veo.
Solamente veo a un completo y mediocre perdedor que lo único que hace es
compadecerse de sí mismo y que sigue siendo el mismo idiota ingenuo de
antes…: enamorado de quien le destruyó la vida.

Tremendamente adolorido por aquellas punzantes palabras de desprecio,
James hubiera preferido mil veces los golpes a ser imprecado de aquella
manera tan cruel. Sentía que se la había hecho un enorme nudo en la
garganta y que su cabeza y su pecho estaban a punto de estallar por la
inmensa angustia que embargaba su corazón.

—¡Oh! ¡Ya déjame en paz! —pidió James entre aturdido y molesto mientras
se desembarazaba de las manos de Isabel y se dirigía presurosamente
hacia la ventana para apoyarse en ella y poder tomar un poco de aire
fresco para relajarse un poco.

Pero Isabel no tenía ninguna intención de acabar con su discurso, pues
quería convencerlo a toda costa de seguir adelante y salir del horrible
pozo en el que se había metido.

—Te dije que te cuidaras de los piratas. Te dije que te iban a hacer un
daño irreparable tanto como me lo hicieron a mí… —comenzó a decirle
suavemente, pero poco a poco volvió a alzar la voz, pues no sentía ni
una pizca de compasión por su amigo, ya que odiaba los hombres débiles y
quería volver a verlo fuerte y orgulloso como antes. Pensaba que con
aquellos insultos iba a lograr devolverle el valor. ¡Oh! ¡Pero qué
equivocada estaba! ¡No se daba cuenta de que eso era justo lo que más lo
lastimaba cuando en su infancia había sido siempre martirizado y
menospreciado por su padre! —¿Te dije o no que ellos iban a terminar por
destruirte? ¡Dime! ¡Responde si aún te consideras un hombre!

A James le costó hablar, pero haciendo acopio de toda su voluntad, logró
responderle:

—Sí… Me lo dijiste… Y yo no te hice caso… —Bajó la cabeza, humillado—…
Me comporté como un estúpido…

—Sparrow, esa sucia pirata logró corromperte hasta destruirte, James.
¿Es que no te das cuenta de que fuiste vilmente utilizado? ¿Qué jugaron
contigo?

—… Sí… Me soy cuenta… —replicó casi sin voz.

Ella, viendo que ya casi estaba en sus manos, cambió de táctica y
utilizó una voz mucho más persuasiva, casi dulce.

—¿Entonces no quieres volver a recuperar tu vida de antes? ¿Volver a ser
alguien? ¿Regresar a Inglaterra con la frente en alto para que tu padre
se sienta orgulloso de ti?

—Sí, claro que sí quiero. Es lo que más deseo en este mundo…

—Entonces, ¿no quieres vengarte de los que te hicieron mal? ¿De los que
destruyeron tu vida y te mandaron al olvido?

Al escuchar aquello, Norrington alzó la cabeza y se volvió para mirarla
directamente a los ojos. Había olvidado por completo la declaración de
amor de Jacky; lo único que deseaba ahora, era vengarse y recuperar su vida.

—Sí. Quiero vengarme.

—Bien… —Isabel sonrió triunfal—. Entonces debes escuchar con cuidado
todo lo que te diré, pues, si logras hacer lo que voy a pedirte,
regresarás triunfante a Inglaterra como el Almirante James Norrington…

—¿Y qué es lo que debo hacer?

Su amiga hizo una breve pausa antes de responderle.

—Debes casarte conmigo.

—¿C-cómo…? —balbuceó incrédulo.

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Mientras tanto, afuera de la taberna en donde se estaban dando estas
escenas, el pequeño y simpático niño sordomudo apodado como "Billy" por
Jack Sparrow, se encontraba paseando por el mercado, mirando aquí y allá
todos los productos que ofrecían los comerciantes, llamándole
especialmente la atención una jaula llena de apetitosas ranas.

En un momento dado, cuando el vendedor sacó una para ofrecérsela a un
cliente, ésta se le escapó de las manos de un salto y comenzó brincar
por el suelo, desesperada por recuperar su libertad perdida.

Mientras el vendedor de ranas perdía el tiempo imprecando a la
desventurada sin hacer el más mínimo esfuerzo por volverla a atrapar,
Billy salió corriendo detrás de la rana fugitiva con claras intenciones
de apoderarse de ella. Pero él no era el único que había visto el escape
de la rana, pues una pequeña niña de rubios cabellos vestida con
harapos, había decidido que nadie se comería a aquel pobre animal, así
que también corrió detrás de ella para evitar que otro la capturase y la
convirtiera en su alimento.

Corriendo entre medio de la gente y provocando algunos pequeños
accidentes sin importancia entre los clientes, los vendedores y sus
mercancías, la pequeña niña y Billy lograron poner sus manos casi al
mismo tiempo sobre la rana luego de haberla arrinconado en unas cajas de
frutas, con la diferencia de que el muchachito también había "atrapado"
las manitas de la nena.

Molesto porque alguien le había ganado su cena, Billy se dispuso a
golpear a su adversario, pero, cuando alzó la vista, se dio de golpe con
la angelical belleza de la niña, aturdiéndolo.

—¡Suelta a la ranita! ¡Yo la atrapé primero! —se quejó la pequeña, quien
no era otra que nuestra querida Alwine, la niña a quien el difunto
doctor había salvado de las garras del pirata Bart "Sangre Negra" Morgan.

Obedeciendo en el acto, Billy soltó a la rana y las manos de la niña,
quedándosele mirando como un tonto.

Alzando rápidamente al animalito entre sus manos, la dichosa niña se dio
media vuelta para retirarse, radiante de felicidad por haberla
rescatado. Pero su alegría no duró mucho, puesto que el hijo del
vendedor de ranas, —un chico de quince años con todo el aspecto de un
malandrín—, la tomó sorpresivamente de los cabellos y la lanzó
bruscamente al suelo.

—¡Regrésame mi rana, sucia ladronzuela! —le exigió mientras intentaba
arrebatársela de las manos, pero Alwine, testaruda a pesar de estar
muerta de miedo, no la soltaba.

Si aquel duro forcejeo hubiera durado unos segundos más, la niña de
habría visto obligada a soltar al anfibio, pero la oportuna intervención
de Billy hizo que todo cambiara, pues el muchacho, sin previo aviso, se
le lanzó encima al acosador y comenzó a golpearlo ferozmente con todas
sus fuerzas, logrando que éste soltara a la niña.

A pesar de haber puesto toda su voluntad en defender a la pequeña y su
rana, la fuerza de Billy no podía compararse con la del otro chico, por
lo tanto, pronto se vio superado en fuerza por su adversario. De
espaldas al suelo, el italianito no tuvo más remedio que evitar como
pudiera los golpes de su atacante hasta que ambos comenzaron a rodar por
el suelo fangoso, rodeados por los curiosos que se habían acercado para
observar la pelea.

Viendo que su salvador llevaba las de perder, la pequeña Alwine decidió
actuar, así que, metiendo a la rana en un saco de lino, procedió a tomar
cuidadosamente una langosta de un tanque y, acercándose sigilosamente
hasta los muchachos que aún seguían peleando encarnizadamente, hizo que
las pinzas del crustáceo se aferraran fuertemente al trasero del
agresor, haciéndolo aullar de dolor y salir corriendo despavorido hacia
quién sabe donde.

Aprovechando el alboroto, Alwine ayudó a Billy a levantarse y, luego de
tomar el saco con la rana adentro, ambos salieron huyendo en sentido
contrario al que el otro muchacho había tomado.

Luego de correr sin detenerse por varios minutos, los dos chicos se
escondieron dentro de un viejo galpón, tratando de recuperar el aliento.
Viendo que nadie los había perseguido, ambos niños pudieron respirar
tranquilos.

—Gracias por ayudarme. ¿Cómo te llamas? —quiso saber la pequeña Alwine,
pero como Billy no podía hablar, escribió su nombre en el suelo.

—¿Billy? ¿Te llamas Billy? —repitió la niña en cuanto leyó lo escrito
para luego alzar la cabeza un tanto curiosa—. ¿No puedes hablar?

El chico asintió sonriente con la cabeza.

—¿Puedes escucharme?

Esta vez, Billy lo negó.

—¿Y entonces cómo puedes saber lo que te estoy diciendo?

Billy, quien no era un chico tonto, se llevó una mano a los ojos y la
otra a la boca, señalándolos, como si quisiera darle a entender la
manera como podía comprender a los demás, pero, la pequeña Alwine, que
tan sólo tenía seis o siente años, no podía entender del todo aquel
extraño mensaje que él le quería hacer comprender, así que comenzó a
divagar.

—¿Lees por la boca? ¿Hablas con los ojos? ¿Y cómo comes? ¿Cómo puedes ver?

Billy comenzaba a exasperarse, señalando con insistencia sus ojos y su
boca hasta que una voz femenina intervino.

—Quiere decir que "lee los labios", pequeña rata.

—¡Oh! ¡Qué mala eres, Elena! ¡Ya te dije que no me gusta que me digas
así! —Se quejó Alwine.

Y así era, la joven que había hablado era quien antes había acogido y
traicionado al bueno del doctor Christian Jacobson, arrepintiéndose
luego de haberlo hecho y acogiendo a Alwine como si fuera su hermana menor.

La visión de aquella chica harapienta y salvaje que se mantenía con una
actitud desafiante con los brazos en jarra, una mirada de lince y con la
boca fruncida por el disgusto, intimidó de alguna manera al pobre
sordomudo, quien se quedó quieto en el lugar en que lo había
sorprendido, agazapado y esperando alguna retahíla de insultos o golpes,
claro que, a pesar del miedo, no iba a dejar a su nueva amiga
desprotegida ante semejante bruja; él iba a quedarse costara lo que le
costara.

—¿Y quién es el mocoso? ¿Acaso un amigo tuyo, pequeña rata? No parece de
aquí… —observó Elena al darse cuenta de que sus ropas no eran las de una
persona de bajos ingresos.

—Se llama Billy y me ayudó a recoger esta ranita —le explicó mientras
sacaba al animalito del saco y se la mostraba sonriente.

—¡Oh! ¡Pero qué mocosos tan adorables! ¡Consiguieron algo qué cenar!
—llena de felicidad, la joven quiso tomar la rana entre las manitas de
Alwine, pero la niña la apartó inmediatamente.

—¡No! ¡Yo no la atrapé para que la comamos, mala! ¡La rescaté de ese
malvado señor para que nadie se la coma!

—¡¿Es que ahora te crees el mesías de las ranas, grandísima tonta?!
¡Hace días que no comemos como la gente decente!

—¿Y a mí que me importa? ¡No me voy a comer a una inocente ranita aunque
esté tan flaca y fea como tú!

—¿¡Cómo me dijiste, renacuajo!? ¡Esto no va a quedar así, ¿sabes?! ¡Oye!
¡Te estoy hablando, pequeña lombriz! —le gritó ofendida mientras veía
cómo la niña salía corriendo hacia el lado opuesto del pueblo seguida
por un dubitativo Billy, pues temía que la llamada Elena pudiera
lanzarle uno de sus viejos y agujereados zapatos a la cabeza.

Corriendo detrás de ellos entre la vegetación tropical, la angustiada y
hambrienta Elena vio cómo los chicos se acercaban a un hermoso arroyuelo
cristalino y dejaban ir a la afortunada rana. Dando un pequeño grito de
angustia, la joven se quejó a viva voz de aquella liberación piadosa e
"injusta":

—¡Perfecto, condenados demonios! ¿Y ahora qué vamos a comer? ¿Barro, quizás?

Viendo que la pobre chica se moría de hambre, Billy, quien poseía un
corazón generoso, tomó a Alwine de la mano y se acercó a Elena, a quien
también tomo de la mano.

—¿¡Pero qué haces, pequeño renacuajo mudo!? ¿¡Qué demonios quieres?!
—exclamó retirando rápidamente su mano de la del niño, quien la miró
entre extrañado y asustado.

—No seas tonta, Elena. ¿No ves que quiere invitar a comer? —le explicó
Alwine con un dejo de contrariedad en su voz.

—¿Quiere invitarnos a comer? —repitió asombrada mientras contemplaba a
Billy con cierta incredulidad—. ¿Es verdad?

Leyendo perfectamente los labios de Elena, el aludido asintió sonriente
con la cabeza y extendió la mano para que ella la tomara, pero ésta la
rechazó terminantemente.

—Voy a ir con ustedes, pero ni siquiera pienses que voy a tomarte de la
mano, pequeño renacuajo —protestó mientras se cruzaba de brazos y giraba
la cabeza hacia un costado con marcada testarudez.

Entonces, Billy y Alwine intercambiaron pícaras miradas cómplices,
decidiendo fastidiar un poco a la joven montaraz. Y así, sonriendo
maliciosamente, la niña declaró:

—Bueno, pues mi amiguito dice que si no lo tomas de la mano, no habrá
cena para ti.

—¿C-cómo? —Elena se preocupó, pero notó con alarma que los chicos ya se
habían puesto en marcha hacia el pueblo, abandonándola—. ¡Oigan!
¡Esperen! ¡No se vayan sin mí!

Y, aunque no le gustaba ni pizca hacerlo, Elena se vio obligada por el
hambre a tomar la mano de su pequeño benefactor y caminar con ellos como
si fuera una nena más. Ella estaba muy avergonzada, pero aquella
situación le había devuelto algo de su niñez perdida.

Mientras caminaban los tres juntos por el sendero que llevaba al pueblo
(dos de ellos muy felices y la otra muy molesta), Elena quiso saber algo.

—Oye, pequeña rata —miró a Alwine—, ¿cómo supiste que éste renacuajo
quería invitarnos a comer?

—¡Oh! ¡Es muy fácil! Lo escuché con mi corazón —fue la extraña explicación.

—¿Lo escuchaste con tu corazón? ¡Pero qué estupidez! —rebatió
completamente incrédula.

Feliz por haber hecho nuevas amigas, el pequeño Billy era dichoso y las
conducía amablemente hacia la taberna en donde madame Foubert y su
idolatrado oficial de la marina se encontraban hospedados, ignorando que
el tan temido almirante Jacobson se encontraba allí al igual que su
adorada pirata y que las cosas se iban a poner muy serias.

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—¿Casarme… contigo…? —balbuceó Norrington, impactado con aquella idea—…
¿Casarnos…? ¡Pe-pero eres mi amigo…! ¡No! ¡No podría hacerlo!

—¡Oh, James! —exclamó Isabel dirigiéndose rápidamente hacia él para
tomar sus manos entre las suyas—. ¿Por qué no? ¡Yo te amo! ¡Siempre te
he amado desde que era una niña!

James alzó la cabeza, en su rostro estropeado se leían tanto la
desesperación como la tristeza.

—¡Pero eres mi amigo!

—¡Y lo somos! ¡Pero podemos ser mucho más! Escúchame con atención… —lo
tomó de las mejillas—. Si accedes a casarte conmigo, yo mismo me
encargaré de limpiar tu imagen. Regresarás como un héroe a Inglaterra y
nadie se atreverá a hablar en tu contra ni de tu pasado…

—Pero…

—¡Shit! No digas nada aún —le puso un dedo en los labios para
silenciarlo—. Yo te amo y soy capaz de hacer cualquier cosa por ti… Sé
que aun no me amas, pero pronto lo harás cuando compartamos nuestra vida
como marido y mujer. Dime, ¿qué tienes qué perder? Cásate conmigo y
conseguirás todo lo que has deseado en toda tu vida: el almirantazgo,
una esposa que te adorará y todos los hijos que quieras tener. ¡Tendrás
todo lo que has soñado con tan sólo aceptar mi mano en matrimonio!

—¡No sé…! —gimió James, demasiado confundido como para decidirse en
aquel momento, escondiendo su rostro entre las manos.

—¡Oh, James! ¡Acepta mi proposición! ¡Arriésgate a ser feliz! ¡Ya no
dudes más! —y tomándolo de las manos, las apartó de su rostro,
obligándolo a mirarla—. ¿No crees que ya has sufrido suficiente por
culpa de tu amor no correspondido? ¡Acéptame como tu esposa y tendrás
todo lo que has deseado en tu vida y te aseguro que jamás te
arrepentirás de haber tomado esta decisión!

El ex oficial se le quedó mirando en completo silencio, sin saber qué
decir, pero en su mente los pensamientos se arremolinaban sin piedad alguna.

"¡Oh! ¿Qué es lo que debo hacer? —pensaba lleno de desesperación—.
¿Debería aceptar lo que ella me está proponiendo? ¡Con tan sólo
aceptarlo mi vida se arreglaría en un abrir y cerrar de ojos! ¡Podría
regresar a Inglaterra con la frente en alto! ¡Mi padre ya no me
despreciaría! ¡Casándome con mi amiga tendría todo lo que he anhelado en
mi vida: el almirantazgo, una esposa e hijos! Isabel es hermosa,
inteligente, valiente y tenaz, debo admitirlo, pero… no puedo verla como
una mujer, ¡es como una hermana para mí…! Además, Jacky dijo que me ama…
¡Me ama a pesar de que ahora yo soy un donnadie! ¡No le importa que yo
ya no sea un oficial del cual pueda aprovecharse! Pero… —Miró a Isabel—.
¿Y si Jacky me está mintiendo otra vez? ¿Y si estuviera jugando conmigo
como siempre? ¿Qué pasaría si realmente me está engañando? ¿Podré
soportarlo una vez más? No… No lo creo. Me moriría ahí mismo si me
enteraría de su engaño… ¡Oh, Dios! ¡Yo no puedo vivir como un pirata!
¡Yo nací para ser militar! —Se tomó nuevamente la cabeza entre las
manos, mirando hacia el suelo, terriblemente angustiado y confundido—.
¿Qué es lo que debo hacer?".

Un profundo silencio se hizo entre sus confusos pensamientos hasta que
una vocecilla de su interior se encargó de aclararlo todo, aquella vieja
vocecita que siempre lo había guiado durante toda su vida: la voz del
intelecto frío y calculador.

"Debo casarme con Isabel y olvidarme de Jacky. Con la primera tengo
futuro y con la segunda tengo asegurado el fracaso…".

Entonces, todo se aclaró en su mente.

Y así, permitiendo una vez más que la razón dominara a su corazón,
vendiendo su alma al Dios de la Codicia, James Norrington tomó una de
las decisiones más equivocadas de toda su vida de la que estaría
arrepentido de haberla tomado hasta el día de su muerte.

—Accedo a casarme contigo, amigo mío —le dijo sin ningún sentimiento en
su voz, pues no era algo que hubiera deseado hacer realmente.

Al escuchar aquello, Isabel Jacobson únicamente se limitó a sonreír,
deleitada con su triunfo, pues había conseguido aquello que siempre
había anhelado: que James fuera su esposo y el de nadie más. Una vez
más, había obtenido lo que deseaba.

Tomando las manos de su atribulado amigo, exclamó gozosa:

—¡Te aseguro de que jamás te arrepentirás de esto, James! —Declaró—. ¡Te
haré el hombre más feliz sobre la Tierra!

El aludido, sin decir nada, simplemente se limitó a forzar una triste
sonrisa, sintiendo que se estaba traicionado tanto a sí mismo como a una
muy querida amistad que jamás en su vida hubiera deseado perder.

Habiendo ya experimentado lo que era estar con un hombre, Isabel no
reparó un solo segundo en besarlo, así que unió sus labios con los de
él, sorprendiéndolo y rompiéndole el corazón.

Pero aquel beso no había sido como ella hubiera deseado: profundo y
apasionado; él se había quedado completamente tieso, sin devolverle el
beso. Furiosa porque sabía perfectamente que James no la amaba como ella
quería y que seguía enamorado de aquella maldita pirata, Isabel decidió
vengarse.

—No me gustó tu beso, te ves horrible y me das asco —fue la poca
cariñosa declaración de su amiga, haciéndolo sentir terriblemente miserable.

Entonces, apartándose despectivamente de él, el almirante comenzó a
caminar por el cuartucho mientras comenzaba a revelarle a su prometido
lo requerimientos que necesitaba para conseguir el perdón de la Corona.

—Tienes otras cosas que hacer para conseguir tu nueva vida aparte de
casarte conmigo —empezó a decir—. Mientras estabas ausente has sido
acusado por alta traición junto a la hija del gobernador Swann y William
Turner.

—¿Qué? ¿Pero por qué los acusaron a ellos?

Isabel se detuvo y lo miró como si lo culpara de lo más obvio.

—Ustedes han sido los responsables de la liberación de Jack Sparrow, ¿lo
recuerdas?

James nada dijo, pero se había puesto muy pálido. Isabel reinició su
caminata.

—Lord Cutler Beckett fue quien trajo las órdenes judiciales para
detenerlos a los tres y hacerlos ejecutar, tomando el poder en Port
Royal. Elizabeth Swann fue apresada y se dejó libre a su prometido por
orden de Beckett para que trabajara para él y le consiguiera un objeto
para así librar a su novia de un muy posible encuentro con la horca.

—¿Elizabeth condenada al cadalso? ¡Pero eso es inaudito!

—Guarde sus sentimientos hacia esa señorita para otra ocasión que yo no
esté presente, señor Norrington —le espetó con severidad—. De nuestros
planes para que usted vuelva a ser un caballero respetable y no un
inmundo borracho es de lo que ahora nos ocuparemos, ¿comprende la
seriedad de su situación, futuro almirante Norrington?

—Sí. Lo comprendo perfectamente, señor —asintió intimidado.

—Bien. Continuemos —dijo ella, muy satisfecha por el poder que ejercía
sobre él—. Lord Beckett le encargó a William Turner que consiguiera una
brújula que posee el pirata Jack Sparrow. Si llegara a conseguirla,
Beckett le concedería una Patente de Corso para el perdón de su novia.

—¿Acaso quieres decirme que yo consiga esa brújula para que Beckett me
conceda la Patente de Corso? ¿Y que será de Elizabeth Swann?

Isabel le dirigió una mirada terriblemente penetrante.

—¡Oh! No te preocupes por ella, pues ya logró escaparse… Pero, dime,
James, ¿acaso ella se preocupó por ti cuando estuvieron a punto de
colgarte? ¿Eh? —le preguntó fría y ásperamente.

Por unos segundos, James se quedó mudo como una estatua, mirando sin
mirar a su amiga, comprendiendo que ella tenía toda la razón. ¿De qué
valía preocuparse por alguien que jamás se había dignado a preocuparse
por él y que solamente se había molestado en dejarlo en ridículo cuando
había elegido a otro hombre para casarse a pesar de que ya se había
comprometido con él?

Viendo que su amigo parecía dudar en su proceder, Isabel decidió
ayudarlo a resolver sus conflictos y, acercándose a él, comenzó a
hablarle con voz persuasiva pero segura:

—Escucha, James, sé que en el pasado le has tenido en muy alta estima a
la señorita Swann, a su padre y a tus hombres, pero, ¿alguno de ellos te
ha ayudado cuando necesitaste ayuda desesperadamente? ¿Acaso aquella
sucia pirata hizo algo para ayudarte? ¿Para que seas feliz? ¡Ellos
únicamente te han traído sinsabores en la vida! ¡No tienes por qué
dudar! ¡Mira en el estado en el que te encuentras por culpa de ellos!
—Lo tomó de los hombros y lo obligó a mirarla a la cara—. ¡Deja de dudar
y actúa ya mismo! ¡Hazlo solamente por ti y no pienses en nadie más! ¿No
te das cuenta de que uno alcanza el éxito únicamente pensando en sí
mismo? ¡Mírame a mí! ¡Mira hasta dónde he llegado por mis propios
medios! ¡Tu has lo mismo si quieres llegar a ser lo que tanto has
deseado, James Norrington!

Aquellas palabras habían cavado profundo en los pensamientos,
sentimientos y razón del ex oficial, llegando a la conclusión de que
ella tenía toda la razón, aclarando así su mente aunque su corazón
siguiera gritando por su eterno amor a Jacky Sparrow, pero, como nadie
es perfecto y todo el mundo muestra lo peor de sí cuando se siente solo,
desamparado y traicionado, el odio y el desprecio que James sentía hacia
todo y todos, ensombreció sus buenos sentimientos, permitiendo que su
latente personalidad cruel y egoísta acallara su naturaleza generosa y
honorable.

—Tienes razón. Que se vayan todos al diablo, es hora de pensar a hacer
las cosas para mi propio beneficio… ¡A mi salud! —celebró su decisión
sirviéndose un poco de ron en un vaso.

Y así, James Norrington había terminado de corromper su alma,
vendiéndola a un precio tan alto, que su conciencia jamás lograría
soportar el resultado de su egoísmo.

Frunciendo el entrecejo bastante disgustada al ver la manera tan
desagradable con la que su amigo bebía el ron, Isabel se alejó de él, lo
miró despectivamente y dijo:

—Encuentra la manera de conseguir la brújula de Sparrow y regresar a
Port Royal para entrevistarte con Lord Beckett y conmigo, así te
asegurarás la Patente de Corso, el perdón del Rey, tu rango de almirante
y… mi mano.

—¡Ja! ¡Será como tú quieras, amigo! —aseguró James, sintiéndose feliz y
miserable a la misma vez.

Isabel lo fulminó con la mirada.

—Ya deja de ser tan patético, James —dijo—. Si lo que quieres es seguir
bebiendo, hazlo abajo en la taberna, no frente mío.

—Como quieras… —replicó éste mientras se dirigía endeblemente hacia la
puerta—. No te preocupes más por mí, te juro que conseguiré como sea la
brújula que tanto quiere Beckett...

Se quedó parado por unos momentos, ensimismado en nuevos pensamientos y,
girando sobre sus talones, preguntó:

—¿Para qué demonios quiere Beckett una brújula que no sirve?

—No lo sé —se alzó de hombros con marcada indiferencia—, pero lo
averiguaré. Lo importante es que la consigas, ¿entendido?

—Entendido, mi almirante —y se dispuso a abrir la puerta, ignorando que
la capitana Sparrow se encontraba espiando al otro lado—. ¿No quiere
beber una copa conmigo, almirante?

—¡Claro que no! ¡Jamás me rebajaría a beber con un borracho miserable
como tú!

James solamente se limitó a soltar una carcajada, pero por dentro se
sentía terriblemente abatido por los insultos de su amiga.

Mientras tanto, muy molesta porque casi no lograba escuchar nada,
nuestra protagonista, sentada al estilo indio, comenzó a maldecir su
mala suerte hasta que una voz la sorprendió y la hizo volverse.

—¡Ajá! ¡Usted! ¿Se puede saber qué está haciendo a la puerta de mi niño?

—¡Ma-madame Foubert! ¿Usted aquí? —gritó muy sorprendida la pirata al
ver a la mencionada mujer parada detrás de ella, con los brazos cruzados
y su típico aire de severa superioridad, pero ahora se la podía notar un
poco demacrada.

—La misma que conociste en Port Royal —rebatió la francesa, inclinándose
para tomar a la aludida por la oreja, haciéndola chillar de dolor—.
¿Cómo es que te atreves a regresar aquí para importunar al pobre
señorito Norrington? ¿Acaso no has hecho ya suficiente para destruirlo,
pirata?

—¡Ouch! ¡Le juro por todo el ron del mundo que yo nunca quise que esto
terminara así! —se defendió mientras intentaba soltarse de las garras de
Annete.

—¿Ah sí? ¿Y usted cree que caeré en ese cuento? ¡Nunca! —la mujer estaba
furiosa, si hubiera tenido una varilla en ese mismo momento, le hubiera
dado unos buenos azotes en el trasero para que aprendiera a comportarse
como una verdadera dama.

—¡Es verdad! —repitió Jacky—. ¡Que se muera usted si no es cierto!

—¡¿Cómo?! —exclamó la ex institutriz, presionando con más fuerza la
oreja de su prisionera, haciéndola aullar de dolor.

—¡Bueno! ¡Que se muera Barbossa si no es cierto! —se corrigió
inmediatamente la capitana del /Perla Negra/—. ¡Acabo de confesarle a
Norry de que lo amo!

—¡¿Quéee?! —asombrada, Annete la soltó y la tomó de los hombros para
comenzar a sacudirla febrilmente—. ¡¿Pero cómo pudiste hacerle algo así
al señorito?! ¡Con lo mucho que ha sufrido por tu culpa! ¡Eres una
pirata malvada!

—Pero sexy… —agregó mientras le sonreía pícaramente y alzaba su dedo
índice para enfatizar lo dicho.

Exasperadamente furiosa, madame Annete Foubert procedió a ahorcarla con
sus propias manos, pero justo en ese momento, la puerta del cuarto de
Norrington se abrió, dando paso al ex comodoro y al almirante Jacobson,
quienes se quedaron estupefactos al ver a la capitana Jacky Sparrow.

—Oh, oh… Creo que llegó el momento de levar anclas… —fue lo único que
dijo la pirata al ver el furioso rostro del almirante.


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