Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 3-

                           



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 3

Piloto realizó una acción evasiva cuando los cazas se lanzaron aullantes contra ellos. Obi-Wan se vio arrojado contra la consola.
—¡Creo que puedo perderlos! —gritó Piloto cuando la nave tembló por el fuego de los láseres.
—¡Para! —rugió Qui-Gon. Se lanzó hacia adelante y apartó a Piloto de los mandos—. ¿Eres idiota? ¡Este transporte no puede esquivar a dos cazas!
—¡Soy un buen piloto! ¿No puedes usar esa Fuerza vuestra?
El Caballero Jedi clavó en él una mirada cortante y negó con la cabeza.
—No podemos hacer milagros —repuso con firmeza—. Los cazas nos escoltarán hasta aterrizar. Si no los sigues, nos harán pedazos en pleno espacio.
Piloto volvió a hacerse cargo de los controles de mala gana. Los cazas giraron para situarse a los flancos y conducirles hasta la superficie del planeta. Cuando avistaron la plataforma de aterrizaje, los cazas esperaron hasta asegurarse de que la nave de transporte aterrizaba, alejándose a continuación.
Piloto aterrizó lentamente su nave. El Maestro Jedi miró por las videopantallas para tener una visión completa de la plataforma de aterrizaje.
—La nave está rodeada por androides asesinos —informó.
—Eso no suena bien —repuso Piloto con nerviosismo—. Tengo un par de pistolas láser y una granada de protones...
—No —le interrumpió Qui-Gon—. No lucharemos. Están aquí para vigilarnos hasta que llegue alguien. No nos atacarán.
—Yo no estaría tan seguro —comentó el phindiano, mirándolos de reojo.
—Yo estoy preparado, Maestro —dijo Obi-Wan.
—Vamos, entonces —fue todo lo que dijo el Caballero mientras accionaba el interruptor que bajaba la rampa de salida.
Salió a ella seguido por su discípulo, mientras Piloto se demoraba en la escotilla.
Los androides asesinos se volvieron para mirarlos, pero no dispararon sus láseres incorporados.
—Como veis, han venido sólo a escoltarnos —comentó el Jedi—. No hagáis movimientos bruscos.
Obi-Wan bajó por la rampa, con los ojos clavados en los androides. Eran máquinas de matar, diseñadas y programadas para luchar sin problemas de conciencia y sin miedo a las consecuencias. ¿En qué clase de mundo habían aterrizado?
Cuando llegaron al final de la rampa, Qui-Gon alzó las manos con lentitud.
 
—Somos Jedi... —empezó a decir, pero sus palabras fueron interrumpidas por el fuego de las pistolas láser.
¡Los androides asesinos les atacaban!
Obi-Wan oyó el revoloteo de la capa de su Maestro cuando éste saltó y dio una voltereta en el aire, aterrizando sobre una pila cercana de viejas cajas metálicas. El joven también se movió, sin pensar, saltando sobre las cabezas de la primera fila de androides, con el sable láser ya en la mano. Lo activó y vio extenderse el reconfortante brillo azul.
Pudo oír los chasquidos y zumbidos de las juntas de los androides cuando éstos giraron para poder apuntar mejor. El aprendiz de Jedi tenía la ventaja de su rapidez y su mayor maniobrabilidad. Además, había descubierto que sus propias percepciones acentuadas por la Fuerza le permitían predecir en qué dirección se movería un androide.
Qui-Gon bajó de un salto de la pila de cajas, cortando a tres androides de un solo tajo. Sus cabezas metálicas rebotaron en el suelo y rodaron. Sus cuerpos se retorcieron y agitaron antes de derrumbarse.
Obi-Wan cortó en dos al primer androide de su derecha, aprovechando su propio impulso para encogerse y rodar hasta las piernas del segundo. Éste se tambaleó al intentar corregir la puntería, mientras el muchacho le cercenaba las flacas piernas con el sable láser. Apenas el androide tocó el suelo, el aspirante a Jedi atacó el panel de control de su pecho, dejándolo inoperativo.
Pero no se quedó quieto, moviéndose ya por el siguiente y por el otro. Sentía a su Maestro a su espalda y supo que éste empujaba a los androides hacia el derruido muro exterior de la plataforma de aterrizaje. Obi-Wan continuó luchando, cortando, moviéndose constantemente, y situándose en el flanco exterior de los androides, para así poder empujarlos hacia el mismo lugar que Qui-Gon.
Para cuando los Jedi consiguieron finalmente arrinconarlos contra la pared, sólo quedaban cuatro en pie. Trabajando en equipo, Maestro y discípulo evitaron el constante fuego láser y, con un movimiento repentino, apelotonaron a los androides, cortándoles las junturas de las piernas. Los cuatro se derrumbaron en confuso montón y el Caballero Jedi atacó nuevamente, asegurándose así que estaban definitivamente fuera de combate.
Se volvió para mirar a su alumno. Sus ojos azules brillaban.
—Al final resulta que no eran escoltas. Me equivoqué. A veces pasa.
Obi-Wan se enjugó el sudor con la manga de la túnica. Devolvió el sable láser a su cinto.
—Lo recordaré —dijo con una sonrisa.
Qui-Gon se volvió, examinando el hangar con ceño fruncido.
—¿Dónde está ese maldito Piloto? El phindiano había desaparecido.
 
Qui-Gon caminó de vuelta hasta la rampa y subió a la nave. La consola de control estaba inutilizada, alcanzada por un láser.
—Debieron ordenar a un androide que lo hiciera mientras los demás peleaban
—comentó frunciendo el ceño—. Las comunicaciones en este mundo deben estar bloqueadas. Es evidente que no quieren interferencias de nadie.
—¿Qué hacemos ahora, Maestro?
—Tenemos que hablar con Piloto. —Pero, ¿cómo vamos a encontrarlo? —No te preocupes. Él nos encontrará a nosotros —repuso endureciendo el gesto.
 



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