Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 7-

                            



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 7

Qui-Gon se puso en pie de un salto. No tenía ninguna gana de volver a enfrentarse con esas letales máquinas de muerte.
—¿Hay puerta de atrás?
—Mejor que eso, Jedi-Gon —respondió Guerra—. Seguidme, por favor.
El phindiano se acercó a la chimenea. Presionó algo que el Jedi no pudo ver y la pared se desplazó mostrando una abertura.
Oyeron que algo se rompía en el café.
—Es momento de correr, creo —comentó Guerra alegre—. Tú primero, Paxxi.
Muestra el camino a Obawan.
Paxxi entró en la abertura, y los dos Jedi le siguieron. El último en entrar fue Guerra, el cual cerró la abertura tras de sí. Los ascendentes escalones eran de piedra, con una depresión en el centro por la presión de cientos de años de pisadas. Paxxi se movía con rapidez, con Obi-Wan pisándole los talones. Al llegar a lo alto de las escaleras empujó una rejilla y los dos desaparecieron de la vista.
Qui-Gon le imitó y salió para descubrir que estaban en el tejado de la casa, tal y como había supuesto. La salida de la escalera secreta estaba disimulada como si fuera una rejilla parte del sistema de ventilación. Guerra volvió a poner la reja en su sitio.
El Caballero Jedi se acercó al borde del tejado y se puso de rodillas. A continuación se tumbó y se arrastró unos centímetros para mirar por el borde.
La calle estaba llena de androides asesinos que la patrullaban con sus movimientos espasmódicos. Los dirigían los plateados guardias del Sindicato, armados con pistolas láser. Los androides entraban por enjambres en una tienda tras otra, en un negocio tras otro, y a medida que se desplazaban arrojaban a la calle sillas, mesas, estantes y objetos personales. Parecían una tribu de insectos limpiando la zona. Cualquier phindiano que tuviera la desgracia de encontrarse en ese momento en la calle echaba a correr antes de que androides o guardias pudieran golpearlo con la culata de una pistola láser o atacarlo con una pica de fuerza.
—No parece que registren buscando algo concreto —le dijo Qui-Gon en voz baja a Guerra, que se había tumbado a su lado—. Más bien parece que sólo quieren propagar el terror.
—¡Sí, así es, Jedi-Gon! —concedió el otro nervioso—. Y su plan está funcionando.
El Jedi se tensó un momento.
—Pasos —dijo al oído del phindiano—. Vienen del otro lado de la escalera.
—Momento de irse —dijo Guerra, levantándose y desapareciendo de la vista.
 
Hicieron un gesto a Obi-Wan y a Paxxi para que se movieran en silencio. Los hermanos se columpiaron hasta el siguiente tejado empleando sus largos y poderosos brazos. La separación entre los dos tejados era amplia. Si el joven Kenobi no podía dar el salto solo, Qui-Gon debería cargar con él.
Le hizo la pregunta en silencio. ¿Podrás conseguirlo? Su alumno asintió al instante. Una vez más, el Maestro Jedi se sintió impresionado ante los aguzados instintos de su padawan. Siempre parecía saber lo que se requería de él.
El muchacho titubeó sólo una fracción de segundo. Qui-Gon notó cómo la Fuerza rodeaba a su discípulo, antes de echar a correr hasta el borde del tejado con rápidas zancadas y dar el salto. La Fuerza y la energía natural de Obi-Wan le propulsaron sano y salvo hasta el otro lado.
Qui-Gon le siguió. El valor de su aprendiz siempre acababa impresionándolo, igual que sus instintos.
Los hermanos Derida ya iban a medio camino del segundo tejado, usando sus largos brazos para darse impulso, y aumentando la velocidad de su carrera. Guerra miró hacia atrás para asegurarse de que los Jedi les seguían.
Maestro y discípulo les alcanzaron, y los cuatro saltaron al siguiente tejado. Sobre este tejado había otra estructura: un pequeño generador. Corrieron hasta ella para ocultarse detrás, parando un momento, escuchando, rogando por que sus perseguidores no les hubieran seguido.
Pero oyeron que algo saltaba al tejado. Aún no podían ver a su perseguidor, pero les estaba ganando terreno. Paxxi emitió un gruñido. Se movieron silenciosa y rápidamente hasta el borde del tejado. Guerra llegó el primero, se agarró al borde y acomodó los dedos para darse impulso en el salto.
De pronto, apareció una mano que le cogió por el cuello. Profirió un sonido de estrangulamiento y Qui-Gon dio media vuelta, dispuesto a atacar a la mujer phindiana que sujetaba a su aliado.
—¡Soy yo, Guerra! ¡Kaadi! —dijo la mujer.
—K-K-aaa... —respondió Guerra.
—Oh. Lo siento mucho —repuso ella, apartando su mano del cuello—. Sólo quería cogerte. ¡Corréis muy deprisa!
—¡No lo bastante, ya veo! —dijo Paxxi con alegría—. ¡Por suerte para todos! Te habríamos perdido, Kaadi.
Guerra, Paxxi y Kaadi entrelazaron los largos brazos en un abrazo phindiano, apretando tres veces para demostrarse gran cariño. Se acercaron las caras y se sonrieron durante un largo momento.
Guerra se volvió al Jedi mientras se frotaba el cuello.
—Buenos amigos nuestros Jedi-Gon y Obawan, ésta es Kaadi, también buena amiga.
—Qui-Gon y Obi-Wan —corrigió el primero.
 
—Es lo que he dicho —asintió Guerra—. El padre de Kaadi es el dueño del café donde casi nos capturan. Hace mucho que sirve de lugar de encuentro para los rebeldes. Ella también lucha contra el Sindicato.
Kaadi sonrió. Era una hembra pequeña, con el pelo negro azabache y ojos amarillos con vetas verdes.
—Yo trabajo de transportista. ¿Necesitáis alguna pieza para un deslizador?
¿Una batería energética, quizá?
—No, gracias —dijo Qui-Gon educadamente. Le daba la impresión de que en este planeta estaba constantemente rodeado de ladrones.
—¿Hay alguna noticia de tu buen padre Nuuta? —preguntó Paxxi, agachando la cabeza para poder mirarla a los ojos.
La sonrisa desapareció del rostro de Kaadi, y ella negó con la cabeza.
—Pero sabremos si deja de existir, supongo. Tendremos noticias de ello.
Guerra y Paxxi guardaron un momento de silencio. Los dos alargaron un brazo para rodear el esbelto cuerpo de Kaadi.
—Su padre es uno de los renovados —explicó Guerra a los dos Jedi—. Lo enviaron a Alba.
El Caballero asintió comprensivo. Alba era un mundo que estaba padeciendo una sangrienta y caótica guerra civil.
Ella le miró con sus claros ojos amarillo-verdosos.
—Sí, es mal lugar. Pero ser phindiano significa tener esperanzas.
—Sí. Nunca se debe perder la esperanza —asintió el Jedi.
—Pero dejad que os diga por qué he venido. Debía decirle a los hermanos Derida que os habían localizado. El Sindicato conoce vuestro regreso. Han redoblado los esfuerzos para capturaros.
—No tenemos miedo —dijo Guerra—. ¡Qué va, es mentira!
—¿Quieres decir que toda esa actividad de abajo es por Guerra y Paxxi? — preguntó Qui-Gon.
Kaadi negó con la cabeza.
—No sólo por ellos. También buscan a los Jedi y a cualquier sospechoso de ser un rebelde. Terra y Baftu están haciendo detenciones en masa. Esperan una visita importante y quieren asegurarse de que no haya problemas. Han proclamado que cualquier acto de sabotaje o alteración del orden será castigado con la muerte o la renovación. Y que bastará con que sea sospechoso.
—¿Quién va a llegar? —preguntó el Caballero Jedi.
—El príncipe Beju del planeta Gala —respondió Kaadi. Maestro y discípulo se miraron.
 
—Nuestros espías dicen que pretenden formar una alianza. El Sindicato piensa financiar al príncipe para que pueda recuperar el control de su planeta. El príncipe ya ha creado una falsa escasez de bacía en su planeta.
—Eso es horrible —-dijo Obi-Wan.
Qui-Gon tuvo que estar de acuerdo. El bacta era un milagro médico que curaba hasta la más grave de las heridas.
—Los enfermos de Gala sufrirán innecesariamente —comentó.
—Sí… el príncipe carece de conciencia. Es como Baftu y Terra —dijo Kaadi, presionando a continuación la mano de Guerra por un momento—. Siento tener que decir esto. El príncipe piensa volver a Gala con el bacta que le proporcione Phindar. Así se convertirá en un héroe para su pueblo, y será entonces cuando el Sindicato llegue a su planeta. Controlará Gala como ya controla Phindar. Ése es su plan.
—Y después se apoderarán del resto del sistema solar, planeta a planeta, ¿eh?
—comentó Guerra en voz baja—. Haciendo que escasee aquello que necesita la gente, borrando sus recuerdos y usando androides asesinos que matarán a cualquier oposición que no sea renovada. —Parpadeó mirando a Qui-Gon—. Hemos visto lo deprisa que funciona ese método.
Era un plan cruel y meditado. El Caballero Jedi sabía que el phindiano tenía razón al decir que Gala sólo sería el primer paso.
Había procurado no comprometerse con los planes de los hermanos Derida, pero estaba viendo que había mucho más en juego de lo que suponía. Si conseguían acabar con el control del Sindicato sobre Phindar, su misión en Gala les resultaría mucho más sencilla. Obi-Wan y él estaban encargados de que las elecciones allí fueran libres, y honestas.
Pero no era sólo eso. Sentía que le embargaba una profunda ira. Le había conmovido la valentía de Kaadi ante la situación de su padre. Incluso Guerra y Paxxi le habían conmovido. Bajo ese comportamiento de payasos había un profundo sufrimiento. Lo notaba. La Fuerza resonaba en esos hermanos con fuerza y pureza. No sabía si podría confiar completamente en ellos, pero sí sabía que se merecían su ayuda.
A veces es el destino quien te encuentra a ti, recordó el Jedi.
—Os ayudaremos —dijo a los hermanos Derida, alzando una mano para callarlos antes de que pudieran decir nada—. Pero debéis prometerme una cosa.
—Lo que sea, Jedi-Gon —juró Guerra.
—Me contaréis siempre toda la verdad —ordenó con gesto severo—. No me ocultaréis información, ni la disimularéis, ni la retorceréis. Obedeceréis la regla Jedi de decir siempre la verdad de forma clara y veraz.
—¡Sí, así será, Jedi-Gon! —se apresuró a decir
Guerra mientras Paxxi asentía enérgicamente—. ¡Por lis cien lunas que no volveré a mentiros!
 
—Olvida las cien lunas y haced lo que os digo.
Obi-Wan dirigió una mirada inquisitiva a su Maestro. Éste se dio cuenta de que el muchacho no comprendía su decisión. Todavía interpretaba las reglas de manera demasiado estricta. Aun así, el muchacho acataría su decisión.
—Será mejor actuar con rapidez —dijo Guerra—. Esta misma noche entraremos en el cuartel general del Sindicato.
Kaadi palideció.
—¿Entrar en el cuartel general teniendo la cabeza puesta a precio? ¿A quién se le ha ocurrido eso?
—A mí —dijeron los dos hermanos al unísono.
—Un plan muy valiente, ¿eh? —preguntó Paxxi.
—Puede que valiente. Y puede que loco.
—Ya veremos si es valiente o si es loco —dijo Guerra sin preocuparse—. ¿Qué puede salir mal yendo con verdaderos Jedi?
Qui-Gon clavó en los hermanos Derida una mirada de cansina exasperación.
—Estoy seguro de que esta noche lo descubriremos.
 



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