Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 8-

                            



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 8

El cuartel general del Sindicato estaba en una mansión en tiempos majestuosa pero ya medio derruida, aunque con un fuerte sistema de seguridad. Para poder entrar en el complejo había que atravesar unas enormes puertas, y todas las puertas y ventanas estaban cubiertas por rayos láser de seguridad.
—Sólo tendréis que hacernos pasar ante dos guardias —le susurró Guerra a Qui-Gon—. Nosotros haremos el resto.
El Caballero odiaba tener que depender de la honestidad de Guerra, pero ya había ido demasiado lejos para retroceder. Asintió con la cabeza.
Los hermanos guiaron a los Jedi alrededor del complejo hasta una entrada en la parte de atrás. Ante ella se encontraba un guardia con la acostumbrada túnica plateada, el visor oscuro y la mano en un rifle láser que llevaba en una cartuchera que le cruzaba el pecho.
No había más remedio que ir directamente hacia él.
—Buenas tardes —dijo Qui-Gon—. Tenemos una cita.
El guardia movió la cabeza para fijarse en los dos Jedi y los dos phindianos.
Éstos no podían verle los ojos.
—Sigue tu camino, gusano.
El Caballero Jedi llamó a la Fuerza. Rodeó al hombre del Sindicato con su propia voluntad.
—Por supuesto, podemos entrar —-dijo.
—Por supuesto, pueden entrar —repitió el guardia, bajando el láser.
¡Lo ves, hermano Paxxi! —exclamó Guerra exultante—. Los Jedi son poderosos. ¡No era mentira!
—Ya lo veo, hermano Guerra. ¡Es verdad!
Cruzaron a paso vivo un pequeño patio lleno de deslizadores plateados, de motojets y unos cuantos gravitrineos. Había otro guardia ante una amplia escalera de piedra que conducía a la parte trasera de la mansión.
Éste avanzó hacia ellos alzando el láser.
¿Quiénes sois y qué os trae por aquí? —les preguntó retador.
Qui-Gon volvió a usar la Fuerza. Con guardias como éstos era fácil dominar sus pequeñas mentes. Estaban acostumbrados a obedecer órdenes y rara vez pensaban por su cuenta.
—Somos bienvenidos a echar un vistazo —dijo.
—Sois bienvenidos a echar un vistazo —repitió monótonamente el guardia, bajando el rifle láser.
Pasaron por su lado y subieron las escaleras. Los rayos láser de seguridad trazaban una cuadrícula en el umbral.
 
—Te toca a ti —le dijo el Caballero Jedi a Guerra.
—Ah, yo no hago nada —repuso éste—. Ya lo verás.
Un segundo después, los rayos se desconectaron y se abría la puerta. Ante ellos estaba una anciana phindiana de pelo negro veteado de plata. Llevaba la larga túnica plateada del Sindicato. Qui-Gon se tensó, pero ella les hizo gestos para que entrasen.
—Deprisa —les dijo.
Entraron a una gran sala de paredes forradas de brillante piedra verde. Sus pies pisaron costosas y mullidas alfombras que cubrían el suelo. De las ventanas colgaban relucientes tapices.
—Todo saqueado a nuestros ciudadanos —murmuró Guerra.
La mujer les condujo por un pasillo que debía estar construido para androides o sirvientes, pues era estrecho y el suelo de apagada piedra gris. Un largo mueble con varios estantes y ganchos sostenía varias armas: láseres, picas de fuerza y vibrocuchillos.
—Para que los guardias puedan cogerlas cuando salen a la calle —explicó Paxxi—. Siempre van bien armados.
—¡Sí, así es, más armas con las que poder dispararnos! —dijo Guerra alegremente.
—Por aquí —dijo la anciana guiándolos hasta una puerta estrecha—. Ahora no hay seguridad abajo, pero debéis daros prisa. Yo debo irme.
Y se fue pasillo abajo, antes de que ninguno pudiera darle las gracias.
—Le gusta su trabajo —dijo Guerra, mirando cómo se iba—. No ve el momento de volver a él. Qué va, es mentira. Su túnica plateada lleva un rastreador incorporado en la tela. La controlan constantemente. Si Duenna pasase demasiado tiempo donde no debe, los androides asesinos saldrían en su busca para pedirle educadamente que vuelva a su puesto. ¡Qué va, es mentira! La matarían allí mismo.
Paxxi abrió la puerta. Al otro lado había una escalera de piedra que descendía al nivel inferior, y entró por ella seguido por los demás. Llegaron a una gran sala vacía.
—El primer almacén —dijo—. Y está vacío. ¿Es extraño o no es extraño?
—Lo es —contestó su hermano, cruzando el umbral que conducía a una sala contigua.
También estaba vacía. Los hermanos corrieron de sala vacía en sala vacía, a lo largo de toda la planta dedicada a almacenaje.
—Ha desaparecido todo —dijo Paxxi.
—Sí, así es —concedió su hermano con tristeza.
—¿Habéis arriesgado nuestras vidas por esto? —preguntó Obi-Wan incrédulo.
 
El Maestro estaba tan irritado como el aprendiz, pero intentaba mantener la calma.
—¿No comprobasteis antes la información? ¿No pudo traicionaros vuestra espía?
—¡Qué va, Jedi-Gon! —gritó Guerra, exaltado—. ¡Duenna está de nuestro lado!
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —preguntó Qui-Gon—. Es igual. Hay que salir de aquí.
De pronto oyeron un sonido chirriante. El Jedi inclinó la cabeza. Conocía ese ruido, pero había algo en él que le resultaba extraño. No esperaba oírlo en un interior.
—Deslizadores —dijo Obi-Wan.
Por una esquina apareció de pronto un pequeño deslizador conducido por un guardia del Sindicato. Tras él aparecieron tres más, todos tripulados por guardias, y llevando cada uno un androide asesino detrás. El primero maniobró su máquina voladora para que Paxxi ofreciera un blanco mejor.
—¡Moveos! —gritó Qui-Gon.
Usó la Fuerza para empujar a Paxxi hacia atrás. Cuando chocó contra la pared, el disparo del láser le falló por sólo unos milímetros.
Obi-Wan sacó el sable láser con un movimiento tan rápido que apenas fue algo más que un borrón de pulsante luz. Atacó al guardia, pero sólo consiguió cortarle la mano al androide que llevaba detrás. Qui-Gon saltó hacia adelante, pero la nave aceleró, casi derribándolo de paso, por lo que sólo pudo propinar un golpe de costado al guardia.
De pronto, de la pared brotó un estrecho rayo de luz roja en dirección a Guerra. Éste lo vio y empezó a moverse. El Caballero Jedi también vio el rayo y usó la Fuerza para hacer saltar a Guerra por encima del rayo justo a tiempo.
—¡Rayos disruptores! —le gritó el Maestro a su discípulo.
Era un arma que había sido prohibida en la mayoría de los mundos. Proyectaba una descarga de energía capaz de cortar a una persona en dos.
Obi-Wan cargó contra el deslizador que iba a por él y golpeó al conductor en el cuello con el sable láser. El conductor lanzó un grito y perdió el control de la nave, la cual se estrelló contra la pared, dejándole inconsciente. De la pared brotaron de pronto más rayos disruptores que alcanzaron al androide; los controles de su mano derecha humearon y chisporrotearon. El androide cayó al suelo, pero intentó levantarse empleando los controles del lado izquierdo. Mientras tanto, el rayo se desplazó hacia el joven Kenobi, que lo esquivó saltando por encima de él y dando una voltereta en el aire que le permitió aterrizar sano y salvo junto a su Maestro.
—Algunos de esos rayos se activan con el movimiento —dijo Qui-Gon secamente—-. Pero la mayoría deben estar activados de forma permanente. Evítalos cueste lo que cueste. Usa la Fuerza, padawan.
 
Qui-Gon se volvió y le cortó la cabeza al androide asesino del deslizador estrellado. A continuación saltó hacia adelante, lanzándose contra el siguiente vehículo. Propinó un centelleante golpe al guardia cuando éste pasó por su lado y saltó por encima de un rayo disruptor.
Los rayos que quedaban serían fáciles de esquivar, si no les empujaban hacia ellos. Más difícil resultaba el predecir cuándo se dispararían los rayos accionados por movimiento. Qui-Gon dejó que la Fuerza le rodeara, le inundara, le llenara de energía. La envió al encuentro de la de su discípulo para que así se multiplicase llenando la sala.
Paxxi era perseguido por un deslizador, al cual esquivó con un salto, usando los brazos para propulsarse. El Caballero Jedi sabía que los hermanos no tenían armas, así que saltó hacia el vehículo, contorsionando el cuerpo para evitar de paso un rayo disruptor. Obi-Wan se desplazaba ya hacia la izquierda de la nave, para poder rodearla en un movimiento de pinza e inutilizarla con los sables láser. El guardia se tambaleó hacia atrás a consecuencia de los golpes, y cayó fuera de la nave arrastrando consigo al androide que le acompañaba. Qui-Gon sintió que le disparaban desde su derecha, pero ya estaba saltando a la izquierda, y dando media vuelta para propinar a su contrincante el golpe final.
Los hombres de los dos deslizadores que quedaban eran mucho más rápidos y obligaron a los Jedi a correr hasta la siguiente sala. Dado que los techos eran muy altos, los conductores del Sindicato podían evitar fácilmente los rayos disruptores volando a mayor altura, precipitándose desde ahí para embestir a sus contrincantes.
Los acosaban constantemente. Era como un juego para ellos. Se reían mientras embestían a los Jedi, obligándolos a saltar para apartarse.
Maestro y aprendiz desarrollaron una estrategia nacida de la desesperación: correr, girar, luchar, marcha atrás y vuelta a correr. Los rayos disruptores siseaban a su alrededor. Uno de ellos alcanzó al sable láser de Qui-Gon y éste notó el impacto en un latigazo de dolor que le recorrió todo el brazo.
Los guardias sin rostro estaban decididos a acabar con ellos y los androides asesinos mantenían constante su fuego láser. El blindaje de la túnica había protegido hasta ese momento a los hombres del Sindicato. Qui-Gon empezó a desviar los disparos láser de los androides contra cualquier parte expuesta de los hombres, como el cuello, las muñecas o los pies. Obi-Wan hizo lo mismo.
El Caballero Jedi pudo ver que su joven discípulo se estaba cansando. Él mismo sentía las piernas doloridas por el constante correr y saltar para evitar disruptores y láseres. No podrían aguantar mucho más. Empezaba a darse cuenta de que las salas formaban una especie de laberinto. Intentó mantener la concentración. Dudaba que pudiera recordar cómo llegar a la salida. Habían perdido por completo a Paxxi y a Guerra. Esperaba que hubieran encontrado un lugar donde esconderse.
 
Finalmente llegaron a una sala donde los disruptores eran más abundantes y se entrecruzaban por todos lados formando una espesa red. A los Jedi les sería imposible evadirlos.
Ya tenían detrás el zumbido de los dos deslizadores y en cualquier momento llegarían a la habitación. Qui-Gon retrocedió unos pasos, alejándose del umbral de la sala hasta casi llegar a la esquina de la misma. Indicó a su discípulo que hiciera lo mismo en la otra esquina, y éste asintió con gravedad a su Maestro, haciéndole saber que adivinaba el plan desesperado que se había trazado.
Tendrían que calcular la velocidad y la altura exacta a la que se desplazaban los vehículos, y un segundo antes de que aparecieran. Entonces echarían a correr, usando su impulso y el poder de la Fuerza para poder saltar en el aire. Atacarían al primero que apareciera, chocando con él en pleno aire, esperando desalojar así tanto al piloto como al androide. Después tendrían que aterrizar sanos y salvos.
No había tiempo para repasar el plan, y Qui-Gon esperaba que su aprendiz pudiera seguirle.
El zumbido del deslizador se acercó más. El Caballero Jedi inició la carga, y su alumno lo hizo casi en el mismo momento. Acumularon velocidad al correr por la enorme habitación y saltaron dejando el suelo en el mismo instante en que entraba el vehículo.
Qui-Gon pudo ver la cara sorprendida del hombre del Sindicato justo antes de acertarlo de lleno en el pecho. El hombre salió volando y el Jedi consiguió golpearle en el cuello con el sable láser en su caída. El androide asesino sólo tuvo tiempo de disparar una descarga rápida antes de que Obi-Wan le alcanzara, con los pies por delante, y le hiciera volar por los aires.
La fuerza de su salto los mantuvo en el aire. Obi-Wan dio una voltereta antes de aterrizar.
Entonces entró en la sala la segunda nave, que chocó con la primera. El encontronazo envió por los aires al segundo guardia y al androide. Los dos deslizadores continuaron su camino y acabaron por ser alcanzados por un rayo disruptor proveniente del otro lado de la sala, y que les hizo dar vueltas sin control. El lugar tembló cuando se estrellaron contra la pared.
De pronto, una parte de la enorme pared se desplazó con un gemido, revelando una abertura en la misma. Los rayos disruptores chisporrotearon y se apagaron.
Los guardias del Sindicato se quedaron tan sorprendidos como los Jedi. Los únicos que se movieron fueron los androides, que estaban dañados pero no destruidos. Uno había perdido un brazo, otro parte del panel de control. Sus láseres seguían operativos. Los disparos fallaron a los Jedi por un margen tan escaso que sonaron como susurros en sus oídos.
La Fuerza indicó a Maestro y discípulo que saltasen, y así lo hicieron, dando una voltereta sobre los guardias para atacar primero a los androides. Qui-Gon
 
partió a uno por la mitad, dejándolo inutilizado. Obi-Wan buscó el panel de control del otro, convirtiéndolo en un montón de chatarra con un golpe de su sable láser.
Los hombres del Sindicato, que ya se habían recobrado de la sorpresa de verse derribados de sus vehículos y de descubrir una sala oculta y desconocida, sacaron las picas de fuerza y avanzaron hacia los Jedi.
Éstos aguantaron terreno, con los sables láser apuntando al suelo. Qui-Gon contaba mentalmente los segundos, esperando a que su padawan tuviera su mismo ritmo de combate. Tendrían que mantener la cabeza despejada, hacer que sus golpes fueran metódicos, impedir que les dominara el cansancio. Buscó la Fuerza. Ya rodeaba todo su ser; sólo tenía que usarla.
Sus enemigos seguían estando a unos pasos de distancia cuando el joven Kenobi saltó hacia adelante. ¡Demasiado pronto!, gritó mentalmente su Maestro, pero aun así saltó para cubrirle el naneo. Obi-Wan atacaba con furia, su sable láser era un borrón azul en la penumbra. Qui-Gon debía equiparar su velocidad a la de él si quería protegerlo. Intentó reducir el ritmo del muchacho, pero éste había dejado que el agotamiento forzara su control al límite. El Caballero se dio cuenta de que no siempre podría contar con que su aprendiz se moviera a su ritmo. Tendrían que trabajar más tarde en eso, cuando tuvieran tiempo. Si es que lo tenían.
Los Jedi atacaron a la vez, cortando y golpeando, moviéndose siempre, esquivando, rodando, fintando hasta derrotar a sus contrincantes. Los oponentes cayeron pesadamente al suelo.
Qui-Gon pasó sobre ellos, sorteándolos al tiempo que envainaba el sable láser.
Se acercó a la abertura y miró dentro.
—Creo que hemos encontrado la bóveda —le dijo a Obi-Wan.




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