Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 12-

                             



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 12

Obi-Wan observaba esperando una oportunidad de escapar, pero eso era imposible. Una parte de su entrenamiento en el Templo se había centrado en la paciencia, pero ésa había sido su peor asignatura.
El cuartel estaba plagado de guardias. Lo primero que le hicieron fue quitarle la túnica acorazada y el visor.
—No es un phindiano —dijo sorprendido uno de los guardias. El aprendiz de Jedi no dijo nada.
El otro guardia le cogió el sable láser. Intentó activarlo, pero no pudo hacerlo.
—¿Qué es esto? ¿Un arma primitiva? Obi-Wan continuó callado.
Los dos guardias se miraron nerviosos.
—Será mejor llevarlo con Weutta.
Weutta resultó ser el jefe de seguridad. Escanearon el iris del muchacho para compararlo con el del auténtico guardia K23M9. En la pantalla aparecieron las palabras "No hay equivalencia". No apareció nada más.
—No tenemos ningún registro tuyo, rebelde —dijo el jefe de seguridad, acercando su rostro al del prisionero—. ¿Quiénes son tus contactos? ¿Por qué has venido a Phindar? ¿Qué le ha pasado al guardia K23M9.
Obi-Wan siguió sin decir nada. Weutta le dio un suave golpe con una pica de fuerza. Ese toque bastó para hacerle caer de rodillas. La cabeza le daba vueltas y tenía el costado ardiendo por la descarga eléctrica.
—Se lo llevaré a Baftu. Se ha declarado el estado de máxima seguridad. Quiere ver personalmente a todos los rebeldes —dijo Weutta, procediendo a empujar bruscamente al debilitado muchacho por lo que le parecieron kilómetros de pasillos.
Finalmente llegaron hasta unas enormes puertas laboriosamente talladas. Un guardia les hizo pasar a una sala grande y completamente vacía con pesados tapices tapando las ventanas. En el otro extremo había otras dos enormes puertas.
Weutta caminó hacia ellas y se detuvo. Obligó a su prisionero a arrodillarse y le empujó la cabeza hacia abajo.
—Espera aquí, gusano —gruñó—. Y no alces la mirada.
Mientras mantenía la cabeza baja, el joven Kenobi movió los ojos para ver cómo el gordo phindiano se ajustaba el visor, se alisaba la túnica y se aclaraba la garganta antes de apretar un botón situado a un lado de la puerta. Era obvio que Baftu ponía nervioso hasta al jefe de seguridad.
La puerta se abrió un instante después para descubrir a un molesto Baftu en el umbral de su despacho.
 
—¿Por qué me molestas? —ladró, desdeñoso.
—He traído un rebelde... —balbuceó Weutta.
—¿Por qué se me molesta con esas cosas? —rugió.
—Porque usted me lo ordenó —respondió con voz que casi era un gemido.
—Me desagradas. Deja al rebelde y vete.
—Pero...
—Disculpa, cabeza de babosa, ¿cómo es que sigues ante mí? —dijo Baftu con tono asesino—. ¿O es que tengo que empalarte en un electropunzón para que te sacudas hasta la muerte?
—No —susurró el jefe de seguridad, y corrió hasta las puertas del otro lado, cruzándolas y desapareciendo por ellas.
—¡Baftu! —Era Terra, aunque el aprendiz de Jedi no podía verla—. ¡Aún no he acabado!
Baftu se volvió, dejando la puerta ligeramente entreabierta, y sin mirar ni una vez en dirección a Obi-Wan. Éste se arrastró hacia adelante, forzando el oído. Llamó a la Fuerza para que le aguzara los sentidos y así poder oír la conversación entre la pareja. Hablaban en furiosos susurros.
—¡Yo estuve desde el principio en contra de la alianza con el príncipe Beju — dijo Terra—. ¿Qué sabemos nosotros de él? Todavía tenemos que conocerlo o verlo en persona. Todos nuestros tratos con él se han realizado mediante intermediarios. No me fío de alguien a quien no he visto.
—Vendrá mañana y entonces podrás verlo. Dejemos ya esta conversación.
—¿Y por qué piensas ahora en expansiones? —continuó la mujer, ignorándolo
—. Deberíamos consolidar nuestro poder en Phindar. Los actos rebeldes van en aumento. El pueblo tiene hambre. Los centros médicos necesitan más suministros.
¡Has creado una escasez demasiado grande, Baftu! El pueblo está al borde de la revuelta.
—¿Y qué importa que sea así? Está hambriento y enfermo. En caso de que pudiera conseguir armas, estaría demasiado débil para mantener mucho tiempo el alzamiento.
—¡Esto no es cosa de broma, Baftu!
—Ah, te estás ablandando, hermosa Terra. ¿Por qué no te ocupas tú del estado de las cosas en Phindar, ya que tanto te importa? Apacigua esta semana al pueblo con algo de comida extra. No es mala idea, estando Beju en camino. Eso los distraerá. Pero no les des bacta... Se la he prometido casi toda a Beju.
—No confío en ese príncipe...
—Eso ya lo has dicho. Una y otra vez. Yo me ocuparé de recibirlo. Tú ocúpate de Phindar. Y ahora déjame, tengo cosas que hacer.
—¿Qué hacemos con el rebelde?
 
—Ocúpate tú de él. Ahora Phindar es tu responsabilidad, ¿recuerdas?
Obi-Wan escuchó el taconeo de unos pasos, seguidos del abrir y cerrar de una puerta en la habitación contigua. Retrocedió rápidamente sobre manos y rodillas antes de apretar el rostro contra las manos.
Una bota le golpeaba el hombro un instante después. Por la mullida alfombra, no había oído a Terra acercarse.
—Alza la cabeza, rebelde.
Levantó la mirada, extrañándose de ver los amistosos ojos de Guerra y Paxxi en un rostro tan cruel.
—Así que no eres phindiano. ¿Quién eres? —preguntó impaciente la mujer.
—Un amigo —respondió el joven Kenobi.
—Mío no —bufó ella—. Has suplantado a un guardia. Ya sabes cuál es el castigo a eso. Aunque igual no lo conoces. Puede que tus amigos phindianos no te lo contaran. Serás renovado y transportado a otro planeta.
Obi-Wan no movió ni un músculo, pero en su interior lanzó un grito de horror
¡Renovado! No había imaginado eso. Estaba preparado para soportar todo tipo de torturas. ¡No para que le borraran la memoria! Era algo demasiado doloroso para concebirlo.
Terra lanzó un suspiro. Parecía cansada, y el aprendiz de Jedi vio por un momento un atisbo de la niña que había sido una vez. Ella apartó la mirada.
—No te preocupes, rebelde. No es tan malo como dicen.
Obi-Wan se arriesgó a hacer una pregunta, quizá movido por ver en sus rasgos una sombra de los de sus amigos.
—¿Echas de menos a tu familia?
Ella se envaró por un momento. Él esperó un golpe, se preparó para él. Pero, en vez de eso, la phindiana se volvió para mirarle con una mirada cortante tan triste como llena de espacios vacíos.
—¿Cómo se puede echar de menos lo que no se recuerda?




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