Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 13-

                             



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 13

La voz de Qui-Gon era tan cortante como el filo de un vibrocuchillo. —¡Lo has abandonado!
¡Qué va, Jedi-Gon! ¡Él insistió! —exclamó Guerra—. Y todo pasó muy deprisa. ¡No supe qué hacer!
¡Pudiste quedarte con él! —replicó bruscamente.
—Pero Obawan me dijo que me llevara el anti-registrador. Dijo que eso era lo más importante —lloró el phindiano desesperado.
Qui-Gon profirió un suspiro de exasperación. Obi-Wan tenía razón. Su misión era conseguir ese aparato. Eso debía ser lo importante.
Le dio la espalda a Guerra e intentó recuperar la compostura. Estaban ocultos en las sombras, fuera del enorme almacén. Quería atacar a Guerra, atacar al primer guardia del Sindicato que viera, atacar el cuartel general. La ira le inundaba, cruda, pulsante, irracional. Le sorprendió lo fuerte que era. Guerra ya había traicionado a su padawan en aquella plataforma minera. ¿Lo habría vuelto a hacer?
—No supe qué hacer, Jedi-Gon. Obawan insistió. Dame tu túnica, me dijo. Dijo que la Fuerza le ayudaría.
Ahora me doy cuenta de que sólo quería que le obedeciera. De saber yo que se lo habrían llevado, bien me habría puesto en su lugar.
El Caballero Jedi se volvió para mirar a los apesadumbrados ojos de Guerra. Sus instintos le dijeron que confiara en el phindiano. Y todo lo que decía sobre Obi-Wan parecía auténtico. Su aprendiz se había sacrificado para que pudieran sacar el aparato anti-registrador del edificio. Él habría hecho lo mismo.
Paxxi habló en voz queda.
—Tenemos una señal para llamar a Duenna en caso de emergencia. Podemos activarla y mañana se reunirá con nosotros en el mercado. Nos dirá cómo está Obawan y lo que planean para él. Entonces podremos planear su rescate.
—Mañana sería demasiado tarde. Tiene que ser esta noche. Ahora mismo. No dejaré a Obi-Wan tanto tiempo encerrado.
Paxxi y Guerra intercambiaron miradas.
—Sentimos decirte que no, Jedi-Gon —dijo el segundo—. El cuartel general se cierra por las noches. Nadie puede entrar o salir de él. Ni siquiera Terra y Baftu.
—¿Qué pasa con el aparato anti-registrador? Dijiste que podría hacerte entrar en cualquier parte.
—Así es. En cualquier parte. Salvo en el cuartel general tras el cierre. Duenna cuidará de Obawan. Le protegerá lo mejor que pueda.
Qui-Gon volvió a apartarse. La rabia de la impotencia volvía a desbordarlo. Pero esta vez no iba dirigida contra Guerra, sino contra sí mismo. Debía haber
 
acompañado a Obi-Wan y dejar que los hermanos Derida se las arreglaran solos. Pero temió que no fueran capaces de sacar el aparato anti-registrador del edificio.
—Toma una decisión, y después otra —decía siempre Yoda—. Rehacer el pasado no puedes.
Sí, sólo podía seguir adelante. Y el corazón apesadumbrado del Jedi sabía que esa noche no podría rescatar a su discípulo. No podía comprometer el éxito de la misión intentando un rescate condenado a fracasar.
***
Obi-Wan se sentaba en una celda apenas lo bastante grande para contenerle. Tenía las piernas recogidas, con las rodillas bajo la barbilla, y hacía frío. El aire que rozaba su piel era como el miedo gélido que atenazaba su corazón.
Cualquier cosa menos esto, pensaba. Puedo soportarlo todo, menos esto. ¡No quiero perder la memoria!
Perdería todo su entrenamiento Jedi, todos sus conocimientos. Cualquier sabiduría que tanto se había esforzado por obtener. ¿Perdería también la Fuerza? Perdería los recuerdos que le decían cómo dominarla.
¿Qué más perdería? Las amistades. Todas las que había hecho en el Templo. Las de la gentil Bant de ojos plateados. La de Garen, con quien había peleado y reído y que era casi tan bueno como él en la clase de manejo del sable láser. La de Reeft, que nunca tenía bastante comida y que solía mirar con tristeza el plato vacío hasta que Obi-Wan le pasaba algo de su comida. Había forjado estrechos lazos con ellos, y los echaba de menos. Si perdía los recuerdos de ellos, morirían para él.
Pensó en su decimotercer cumpleaños. Parecía haber tenido lugar mucho tiempo antes. Nunca había realizado su ejercicio de reflexión. Recordaba el aviso que le había dado su Maestro. Sí, el tiempo es algo escurridizo, pero siempre conviene buscarlo.
Obi-Wan no lo había buscado. No había hecho tiempo. Ahora tendría todo el tiempo del mundo, y nada que recordar.
Apretó la frente contra las rodillas, sintiendo que el miedo le abrumaba, le llenaba la mente de tinieblas. Por primera vez en su vida supo ¡o que era perder toda esperanza.
Y entonces, en medio de todo ese miedo y ese frío, sintió una calidez dentro de su túnica. Buscó en el bolsillo oculto del pecho. Sus dedos se cerraron alrededor de la piedra de río que le regaló su Maestro. ¡Estaba caliente!
La sacó. La oscura piedra brillaba en la oscuridad con un destello casi cristalino. Volvió a cerrar los dedos sobre ella y sintió que vibraba contra las yemas de sus dedos. La piedra debe ser sensible a la Fuerza, pensó.
Eso envió un rayo de luz pura a la oscuridad de su mente. Nada está perdido allí donde está la Fuerza, recordó del Templo. Y la Fuerza está en todas partes.
 
Pensó en lo que Guerra le había dicho sobre el borrado de memoria. Los de voluntad fuerte habían podido resistirse a algunos de los efectos del borrado. Quizá eso significaba que la Fuerza podría ayudarle. Pues, ¿qué era la Fuerza sino luz y fortaleza?
Apretó la piedra con energía e hizo que la Fuerza le rodeara como si fuera un escudo. Se la imaginó enroscándose alrededor de cada célula de su cerebro como si levantara una fortaleza. Rechazaría la oscuridad y conservaría sus recuerdos.
Ni siquiera alzó la mirada cuando se abrió la puerta de la celda y entraron los guardias.




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