Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 9-

                            



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 9

Oyeron una voz tras ellos. —¡Buen trabajo, Jedi! —aprobó Guerra en tono quedo y reverente.
—Sabíamos que ganaríais incluso aunque os superaran en gran número — aseguró Paxxi.
—¿Qué va? —comentó Qui-Gon alzando una ceja.
—¡Así es! —contestaron los hermanos a coro.
Obi-Wan intentó controlar su respiración. El último envite contra los guardias le había dejado agotado. Sabía que había llevado su control al límite, mientras que su Maestro se había mantenido frío y metódico, cubriendo con golpes rápidos cualquier torpeza suya. Habían derrotado a los guardias, pero Kenobi se sentía decepcionado consigo mismo. Era consciente de haber cedido a su impaciencia y perdido la concentración. Había sido una lucha difícil.
—Gracias por vuestra ayuda —dijo con irritación, desactivando el sable láser.
—Oh, nosotros ayudamos al escondernos, Obawan —le aseguró Guerra—. Los hermanos Derida no son buenos en combate. Sólo estorbaríamos.
—¡Sí, vosotros sois mucho mejores luchando! —dijo Paxxi con mirada alegre.
El joven Jedi se secó el sudor de la frente con la manga. Deseó poder sentir tanto entusiasmo por sus habilidades como el que mostraban los Deridas.
Se volvió para descubrir a Qui-Gon estudiándolo.
—Has luchado bien, padawan —le dijo con calma—. La próxima vez lo harás mejor. Es hora de que nos centremos en el presente. Ya hemos alcanzado nuestro objetivo.
—¡Sí, encontrasteis la bóveda! ¡Excelente! —exclamó Guerra antes de fruncir el ceño y dedicarse a recoger a guardias y androides asesinos—. Esto no es bueno. Debemos irnos de aquí sin que el Sindicato sepa que estuvimos. Es lo mejor.
—Buscaré un lugar donde esconderlos —repuso Paxxi.
—Paxxi es bueno en eso —dijo su hermano.
—No preguntaremos por qué —comentó el Caballero Jedi con un suspiro.
—No, es mejor así. Pero antes debemos quitarles las túnicas blindadas.
Podrían sernos útiles. El fuego de las pistolas láser parece seguir a los Jedi.
—¡Fuiste tú quien nos trajo aquí! —exclamó Obi-Wan. No podía evitar sentirse irritado por Guerra. Empezaba a darse cuenta de la manera en que su amigo alteraba los hechos a su conveniencia.
—¡Cierto, Obawan! —respondió éste, alegre— ¡Un buen argumento!
Paxxi encontró una sala de equipo abarrotada de viejos circuitos y piezas de repuesto para deslizadores. Una capa de polvo de medio centímetro cubría las piezas y el suelo.
 
—Bien —aprobó Qui-Gon—. Ya no usan este cuarto. Tardarán un tiempo en encontrarnos.
Transportaron hasta allí a guardias y androides cargándolos en deslizadores y evitando cuidadosamente los rayos disruptores que aún quedaban. Se llevaron consigo cuatro túnicas blindadas y otros tantos visores y cerraron la puerta tras ellos.
—Junto a las escaleras había un muelle para los deslizadores, así que podemos dejarlos allí —dijo Guerra—. Ahora vamos a ver la bóveda.
—Entremos nosotros primero —ordenó Qui-Gon—. Obi-Wan y yo os alertaremos de los rayos disruptores.
Pero, antes de que pudieran dar un paso, el comunicador de una de las túnicas empezó a emitir señales.
—Comprobación de alerta —dijo una voz—. Comprobación de alerta. ¿Por qué se han activado los rayos disruptores?
Los ojos anaranjados de Guerra se desorbitaron. Paxxi se cubrió la boca con una mano. Qui-Gon frunció el ceño.
Buscó el comunicador y lo activó, empleando la Fuerza para responder de modo que no atrajera la atención.
—Es una comprobación de rutina. Repito, una comprobación de rutina. Todo sin novedad. Sugiero cancelar la seguridad de rayos disruptores en el piso inferior para realizar más comprobaciones.
—Hecho.
Los rayos disruptores se desconectaron con un zumbido.
—Rayos desconectados —dijo Qui-Gon.
—Acaben el turno —respondió la voz—. Abandonen la zona. Cierre en diez minutos.
—Mensaje recibido —repuso, apagando el comunicador y mirando a los demás
—. No tenemos mucho tiempo.
—Habrá que darse prisa entonces —dijo Paxxi.
Corrieron hasta la bóveda y entraron por la puerta secreta. Obi-Wan se sobresaltó. Las salas de arriba le habían parecido grandiosas, pero ésta refulgía de tantos tesoros como tenía. En el suelo se amontonaban costosas alfombras una encima de la otra. Había plataformas de dormir cubiertas con las mantas más finas y suaves. Grandes almohadas bordadas en oro y plata se apilaban junto a las plataformas.
Qui-Gon rondó por el lugar, examinando las cajas que se amontonaban a lo largo de las paredes.
—Aquí hay comida y suministros médicos suficientes para varios meses.
—Música y hologramas —comentó Paxxi, hurgando en las cajas de otro rincón.
 
—Raciones de emergencia y armas —añadió Obi-Wan, mirando las que tenía a su lado.
—Es su santuario —dijo Qui-Gon—. De hacerles falta, podrían pasar aquí meses encerrados.
—¡Aquí! —exclamó Guerra.
Todos corrieron hacia él. En una esquina había semioculta una puerta con un panel de control.
—Aquí deben tener el tesoro —dijo Guerra.
—Bueno, al menos tenías razón en esto —comentó el Maestro Jedi.
—De acuerdo, entremos ya —urgió su discípulo—. No tenemos mucho tiempo. Guerra miró a Paxxi. Paxxi miró a Guerra.
—Por supuesto, Obawan, no es problema —afirmó Paxxi—. ¡Oops, que va, es mentira! Sólo hay un problema.
Qui-Gon cerró los ojos y respiró hondo, como para recomponer su gastada paciencia.
—¿Cómo dices?
Los hermanos miraron al suelo.
—Ah —dijo Guerra—. Sí. Dijimos la completa verdad, sí. Pero no toda la completa verdad. Sí, podemos acceder al tesoro. ¡Es fácil! Pero, para ello, antes necesitamos algo. Algo que el Sindicato nos robó primero a nosotros. ¡Entraron en nuestro escondrijo y lo robaron todo! Todo aquello que tanto tiempo y esfuerzo nos había costado acumular...
—Robar —corrigió el joven Kenobi.
—Así es, Obawan, lo robamos, sí, pero sólo para poder vendérselo al pueblo. Teníamos repuestos de deslizadores, circuitos, motores, todo aquello que antes abundaba en Phindar y que ya no tenemos. ¡Pensábamos vendérselo al pueblo a precios mucho más baratos que los del Sindicato! Como ves habríamos hecho un gran servicio público...
—Limítate a los hechos, Guerra —interrumpió impaciente el muchacho.
Su amigo empezaba a poner a prueba su amistad. ¿Por qué no les habría contado eso antes?
—Claro, Obawan, es un buen consejo —repuso Paxxi—. Nos lo robaron todo.
Pero lo que ellos no sabían era que entre esas cosas había algo muy valioso.
—Algo inventado por mi buen hermano. Un antiregistrador. Puede deshacer todo lo que haga un registro de transferencia.
Los hermanos asintieron y sonrieron a los Jedi. Un registro de transferencia es el sistema con que se grababan las transacciones en la galaxia. Un aparato
 
electroóptico que grababa las impresiones de las palmas de las manos de compradores y vendedores.
—La máquina de Paxxi puede duplicar cualquier impresión que esté memorizada por un sistema de seguridad o de registro.
Obi-Wan lo comprendió enseguida. La máquina anti-registradora podría ser incalculablemente valiosa. Permitiría al usuario apoderarse de bienes y propiedades y entrar en cualquier sistema de seguridad de la galaxia que requiera un registro de huellas para su acceso.
—Ese aparato es muy peligroso —dijo Qui-Gon.
—¿Peligroso? —preguntó Guerra—. ¡Qué va, Jedi-Gon! ¡Nos ayudará!
—Pero si el Sindicato supiera que lo tenéis... si cualquiera lo supiera, estaríais en grave peligro.
—No tenemos miedo —repuso Paxxi, agitando una mano—. ¡Qué va! Es mentira, claro que lo tenemos. Pero eso hace que tengamos más cuidado. Podemos robar el tesoro, dejar el planeta si hace falta, y hasta vender el aparato en el mercado negro...
—¿Podéis imaginaros cuánto puede valer? —cloqueó su hermano—. ¡Doce fortunas!
Qui-Gon les miró con severidad.
—No es que eso importe —se apresuró a añadir Guerra—. Primero acabamos con el Sindicato, ¿no?
—Lo cual nos devuelve a nuestro problema, hermano. Las mercancías que nos robaron estaban aquí. Ahora no lo están. Así que no podemos entrar.
—Todavía no. Pero podremos hacerlo.
—En cuanto encontremos el aparato.
—Será mejor que volvamos. Ya casi es la hora del cierre y Duenna nos estará esperando.
Qui-Gon les siguió fuera de la sala, lanzando un suspiro de exasperación. Localizaron el mecanismo que abría y cerraba la puerta secreta y ésta se deslizó suavemente hasta su antigua posición. A continuación llevaron los deslizadores hasta el muelle que había tras la escalera, y se dirigieron de vuelta al piso principal.
—Llegáis tarde —les susurró Duenna preocupada al verlos llegar. Sus brillantes ojos anaranjados escrutaban el pasillo que tenía a sus espaldas, pero el rostro se le suavizó al ver a los hermanos—. Pero me alegro de veros. Ordenaron una exploración de rutina de los pisos inferiores. No pude avisaros.
—Ya nos ocupamos de los guardias —le aseguró Paxxi—. Pero el piso inferior está vacío. Ya no hay mercancía allí.
 
—Siento decíroslo ahora —repuso Duenna, caminando con ellos por el pasillo
—. Pero lo descubrí en cuanto os dejé. Han trasladado las mercancías al almacén del espaciopuerto. La mayoría se cargarán en la nave del príncipe Beju para que éste las lleve a Gala —hizo una pausa cerca de la puerta—. Ahora debéis iros.
¡Deprisa! Terra y Baftu han vuelto. Dentro de unos minutos será la hora del cierre.
—¡Duenna!
La voz era cortante y con tono de mando. Se oyeron pasos provenientes del ramal de pasillo situado a la derecha.
—¡Duenna!
El rostro de Duenna palideció.
—¡Es Terra! —dijo en un susurro.




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