Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 11-

                             



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 11

Esa noche, Guerra y Paxxi compartieron con los Jedi sus abarrotados aposentos. Era una pequeña habitación en la casa que Kaadi compartía con su familia. Desde el mismo momento en que los encontró, había insistido para que los hermanos se quedaran con ella y recibió a sus acompañantes con la misma calidez.
Pasaron la noche acostados en unas mantas extendidas en el suelo. Paxxi se durmió de inmediato, y Qui-Gon se sumió en el estado que los Jedi llaman reposo- en-peligro, con los ojos cerrados y manteniendo la mente en constante alerta.
Obi-Wan no podía dormir. No podía dejar de pensar en lo horrible que sería perder la memoria. No se imaginaba nada que fuera más terrible. Se había esforzado tanto en el Templo, había hecho tantas amistades y había aprendido tanto de Yoda y de los demás Maestros. ¿Y si le quitaban todo eso?
—¿Estás despierto, Obawan? —susurró Guerra desde la manta que tenía al lado.
—Sí.
—Sí, claro, eso pensaba. Te he oído pensar. ¿Sigues enfadado conmigo?
—No estoy enfadado contigo, Guerra. Pero puede que sí algo impaciente.
Nunca cuentas toda la verdad.
—Qué va. Oh, es mentira. Tienes razón, Obawan, como siempre. Siento que no estás de acuerdo con la decisión de Jedi-Gon de ayudarnos.
—Qué va... O sí. Igual es mentira.
—Ah, te burlas de mí. Y me merezco tus burlas
—¿Por qué no me hablaste de tu hermana?
—Terra —murmuró, lanzando un suspiro— es mi enemiga, y también lo es tuya, ¿verdad? Pero no siempre fue así. Debes creerme. Ah, ¡si la hubieras conocido de niña! ¡Era tan alegre y lista y curiosa! ¡Y divertida! Nos seguía a todas partes. Baftu cogió todo lo que había de bueno en ella y lo borró para llenarla de odio. ¿Entiendes por qué debemos acabar con él, Obawan? Por eso se arriesga tanto Duenna... Paxxi y ella creen que podrán recuperar Terra una vez el Sindicato haya dejado de existir.
—¿Y tú crees eso?
—No, amigo mío —contestó con otro suspiro—. No lo creo. Pero sí que lo deseo. Como mi familia. Ha habido personas de gran fortaleza mental que han podido resistir algunos efectos del borrado de memoria. Conservan fogonazos de recuerdos. Sólo retazos de cosas, un rostro, un olor, un sentimiento. Me temo que eso no será posible para Terra. Lleva demasiado tiempo así. No tengo la misma fe que mi buen hermano. En mi corazón sólo tengo una esperanza muy pequeña.
—Es algo a lo que poder aferrarse.
 
—Sí, así es. Por eso fue por lo que engañé a mi amigo, y no se lo conté todo desde el principio. Puede que mi buen amigo Obawan me comprenda y me vuelva a dar su ayuda.
Reinó una larga pausa. La irritación que sentía Obi-Wan por Guerra le abandonó al instante. Vio el dolor y el terror en que había vivido su amigo, y que en Phindar estaba haciendo lo mismo que había hecho en la plataforma minera, disimulando con sonrisas y bromas su miedo a una muerte segura. Qui-Gon había hecho bien en querer ayudarlos, y ahora lo sabía.
—Pues claro que te ayudaré —susurró, pero Guerra ya estaba dormido.
***
A la noche siguiente, los cuatro se pusieron las túnicas blindadas encima de sus ropajes y se colocaron los visores. Observaron la actividad en los almacenes del espaciopuerto ocultos bajo un saledizo.
No parecía haber mucha seguridad. Los miembros del Sindicato entraban y salían de los edificios sin mostrar pase alguno. Sólo tendrían que simular que iban a entregar un cargamento. O al menos eso esperaban.
Paxxi y Guerra se habían pasado todo el día preparando unos suministros que parecieran auténticos. Aunque sus contenedores tenían carteles de "Bacta" y "Botiquín", en realidad estaban llenos de circuitos viejos. Pero al menos tendrían algo que llevar al espaciopuerto.
—En cuanto entremos nos dividiremos en dos grupos —dijo Qui-Gon—. Guerra irá con Obi-Wan, Paxxi conmigo. Empezaremos cada uno por un extremo y nos encontraremos en el centro, si podemos. Si localizáis vuestras mercancías y encontráis el aparato anti-registrador, salid de aquí. Y dentro de veinte minutos dejaremos el edificio, lo hayamos encontrado o no. No podemos correr ningún riesgo.
—¿Y si no lo encontramos? —preguntó Paxxi.
—Volveremos a intentarlo. No podemos arriesgarnos a que nos descubran. Cuanto antes salgamos de aquí, mejor —repuso, antes de volverse hacia su discípulo—. No olvides mantener las manos dentro de los bolsillos para que nadie se dé cuenta de la longitud de tus brazos. Debemos parecer phindianos.
El joven Kenobi asintió, y los cuatro caminaron con viveza por el patio.
—Entrega de bacta —ladró Qui-Gon al guardia de la puerta cuando llegaron a la puerta del almacén. El guardia les dejó pasar.
Entraron a un enorme espacio de altos techos. Hilera tras hilera, las transparentes unidades de almacenaje corrían de un extremo al otro del edificio. Cada unidad estaba llena de cajas y contenedores. Miembros del Sindicato con plateadas túnicas cargaban suministros en deslizadores antes de dirigirse al gran muelle de carga situado en la parte de atrás.
Los hermanos Derida se pararon de golpe, con la sorpresa pintada en el rostro. Obi-Wan supo por qué. Aquí había hilera tras hilera de todo aquello por lo que los
 
phindianos hacían cola desesperadamente. Suministros médicos. Comida. Piezas de repuesto para hacer operativos a deslizadores, androides y máquinas. Todo almacenado por el Sindicato. Los hermanos lo sabían de antemano, pero verlo finalmente con sus propios ojos era recibir un golpe muy fuerte.
—Poneos en marcha —dijo Qui-Gon con un tono amable preñado de urgencia.
Obi-Wan, con las manos en los bolsillos, se dirigió con Guerra a un extremo del almacén. Caminaron rápidamente de una hilera a otra. Las veces que se cruzaban con otros miembros del Sindicato se limitaban a saludar con la cabeza y a seguir andando.
—¡Esto es muy fácil, Obawan! —susurró su compañero—. ¡Me alegro de que robáramos estas túnicas!
El comunicador de la túnica de Guerra se puso a funcionar de pronto.
—-Guardia K23M9, informe —dijo una voz—. ¿Cuál es su paradero?
—Será un control de rutina —murmuró el joven Kenobi.
—Haciendo una entrega en el almacén —repuso el phindiano activando el comunicador.
—Paradero no previsto. Explíquese —chirrió el comunicador tras una pausa. Guerra miró a Obi-Wan con pánico.
—Dile que se equivoca —le susurró éste.
—¡Qué va! Cumplo órdenes —dijo con rapidez, apagando el comunicador.
Se concentraron en la siguiente hilera. El aprendiz de Jedi vigilaba mientras su compañero examinaba los estantes.
—¡Lo encontré, Obawan! ¡Allí, en la balda de arriba! Reconozco mi caja de células energéticas. Debe estar aquí.
Se subió al primer estante y cogió la caja con sus largos brazos, bajándola luego.
—Aquí está, en el fondo —dijo con una ancha sonrisa tras mirar dentro. Obi-Wan puso en su sitio la caja marcada "Bacta".
—Muy bien, vamonos.
Caminaron por el pasillo, intentando aparentar que no iban con prisa. De un altavoz cercano brotó de pronto un anuncio.
—Guardia K23M9, preséntese ante seguridad. Guardia K23M9, preséntese ante seguridad.
—¡Ése soy yo! ¿Qué podemos hacer, Obawan? —inquirió Guerra, lleno de pánico.
El joven pensó con cuidado. Tenían que sacar del edificio el aparato anti- registrador.
 
—Dame tu túnica —ordenó. El phindiano titubeó.
—Pero eso te pondrá en peligro, Obawan. Eso ya lo hice en Bandomeer, y no volveré a hacerlo.
—La Fuerza me protegerá —le dijo Obi-Wan, aunque lo dudaba—. Debes buscar a Qui-Gon y sacar ese aparato de aquí.
—¿Puedes usar tu Fuerza para escapar?
—Sí. Date prisa.
El joven se quitó su propia túnica, y su compañero hizo lo mismo con gesto reticente. Intercambiaron las túnicas y Guerra se puso la de Obi-Wan, llevando bajo el brazo la caja que contenía el anti-registrador.
—Vamos —le dijo el joven Jedi cuando por la esquina apareció un deslizador con hombres del Sindicato.
Guerra dio media vuelta y se alejó andando, pasando junto a los guardias que se dirigían hacia el muchacho. No le dedicaron ni una mirada. El joven Kenobi se volvió para ver que había cuatro guardias más dirigiéndose hacia él desde el otro lado. Sabía que no debía ofrecer resistencia. Si podía escapar a esos guardias, seguridad cerraría el edificio y Guerra no conseguiría salir. Sólo podía hacer una cosa: rendirse.
Su amigo phindiano desapareció por una esquina y los guardias aceleraron hasta llegar a él. Pararon el vehículo en el aire, apuntándole con sus pistolas láser al cuello, única parte del cuerpo que llevaba desprotegida.
—Guardia K23M9, estás fuera de tu cuadrante —dijo uno de ellos—. Ya conoces el castigo. Debemos escoltarte al cuartel general. Resístete y morirás.
El joven Jedi asintió y subió al deslizador. El guardia que tenía detrás continuó apuntándole al cuello con el láser. Se dirigieron al cuartel del Sindicato.




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