Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 6-

                           



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 6

Guerra sonrió a Qui-Gon. —Espera, amigo. Pareces insinuar que te engañamos, ¿eh? ¿Yo? ¿Engañar a mi amigo Obawan? ¿Cómo voy a hacer algo así?
Qui-Gon esperó.
—Oh, vaya, igual sí que lo hice. ¡Pero fue con un buen motivo!
¿Cuál es ese motivo, Guerra? —preguntó Obi-Wan—. Y esta vez dinos toda la verdad.
—Yo siempre le digo toda la verdad a Obawan. No, que va. Pero ahora lo haré por vosotros, hombres Jedi de honor. ¿Por dónde podría empezar?
¿Por qué no nos dices por qué hay una sentencia de muerte a tu nombre? — sugirió el Caballero Jedi—. Parece buen sitio por donde empezar.
¡Cierto, lo es! Bueno, supongo que el Sindicato me considera un ladrón. Y también otros.
¡No eres un ladrón, hermano! —le interrumpió Paxxi—. ¡Eres un luchador por la libertad que roba!
—Cierto; gracias, hermano. Eso es lo que soy. Igual que mi hermano. El Sindicato lo controla todo. Comida y materiales, y medicinas y combustible, todo lo que necesita un phindiano para sobrevivir. Por supuesto, en situaciones así, uno debe buscar otros sistemas, no controlados por el Sindicato, de comprar y vender cosas.
—Un mercado negro —sugirió Qui-Gon.
—Sí, eso es, puedes llamarlo así, mercado negro. Robamos un poco aquí, vendemos un poco allí. ¡Pero todo por el bien del pueblo!
—Y en beneficio propio —añadió el Jedi.
—Eso también, sí —repuso Paxxi—. ¿Acaso debemos sufrir más de lo que ya sufrimos? Pero eso al Sindicato no le gusta nada. Si robamos, debemos robar para ellos. Y nos negamos a eso.
—¿Por qué debemos usar nuestro talento para una banda de ladrones? — preguntó Guerra, golpeando la mesa—. Es cierto que nosotros también somos ladrones. ¡Pero somos ladrones honrados!
—¡Así es, hermano! Y no somos asesinos ni dictadores.
—¡Así es, hermano! Por eso debemos liberar a nuestro amado planeta de las garras de esos monstruos. El jefe del Sindicato es Baftu, un gángster sin conciencia. ¡Disfruta haciendo sufrir a la gente! —Sus ojos anaranjados se entristecieron—. Y siento decir que su ayudante Terra no es mucho mejor que él. Su corazón es negro y frío, pese a su belleza.
—Deben ser los phindianos que vimos en el deslizador dorado —dijo Obi-Wan.
 
—¿Llevaban túnicas doradas? Entonces son ellos.
Guerra y Paxxi intercambiaron una mirada de tristeza. Negaron con la cabeza, sin un atisbo de su alegría habitual.
—¿Qué pasa con la gente que vimos en la calle? —preguntó Qui-Gon—. La del rostro ausente.
Los hermanos intercambiaron otra mirada de tristeza, y Guerra profirió un suspiro.
—Los renovados —dijo con suavidad—. Es muy triste.
—Sí—admitió Paxxi.
—Es el control definitivo —se explicó Guerra—. ¿Sabéis lo que es un borrado de memoria?
—Se usa para reprogramar androides —comentó Obi-Wan—. Elimina todo rastro de su memoria y su entrenamiento para así poderlos reprogramar.
—Pues han desarrollado un aparato que puede hacerle eso a cualquier phindiano que consideren un enemigo o un agitador. Borran la memoria de una persona y después los llevan a otro mundo, a algún lugar terrible. La persona no tiene recuerdos de quién fue o de lo que puede hacer. Es un juego para los hombres del Sindicato, que apuestan por cuánto tiempo podrá sobrevivir. Una sonda androide los sigue continuamente, retransmitiendo holoimágenes de lo que sucede. La mayoría de ellos no sobrevive.
Qui-Gon estaba inexpresivo. Obi-Wan le había visto antes así, esa mirada revelaba lo profundamente ultrajado que se sentía su Maestro ante la injusticia y la crueldad cometidos.
—A algunos no se les envía fuera del planeta —dijo Paxxi en voz queda—. Y puede que eso sea aún más triste. Phindar está lleno de personas sin raíces que no recuerda a sus familias, a sus seres queridos, o las cosas que una vez pudieron hacer. Están indefensas. Phindar está llena de gente que se cruza por la calle con padres, esposas, hijos, sin reconocerlos.
—Como veis, el Sindicato no se detiene ante nada —continuó Guerra—. Y eso nos lleva a la manera en que podéis ayudarnos.
—Siempre que los sabios Jedi sean tan amables de hacerlo.
—Ya has visto los carteles en las tiendas y el mercado —prosiguió Guerra—. El Sindicato controla todos los suministros. Hacer que escasee algo es la manera que tiene de controlar a la gente, tal y como la renovación les permite controlarles la mente. No hay ninguna necesidad de racionar los suministros. Pero la gente no tiene tiempo de rebelarse cuando se pasa todo el día haciendo cola para poder alimentar a su familia. ¿Y puede hacer alguna vez suministros de sobra? Qué va. Los reparten con tanto cuidado que la gente debe volver al día siguiente para volver a hacer cola.
—El Sindicato tiene guardado en almacenes todo lo que se supone que escasea —repuso Paxxi—. Comida, suministros médicos, material de
 
construcción, lo que se te ocurra. Y todo ello lo tienen oculto en grandes almacenes. Lo sabemos.
—Y una parte la tienen escondida en los hangares que tienen aquí, bajo su cuartel general en Laressa —dijo Guerra—. ¿Comprendes ahora nuestro plan? Si podemos sacar los suministros de ahí, podremos demostrar a la gente que el Sindicato les ha privado de comida y de suministros médicos. ¡El pueblo reaccionaría y se alzaría en una revuelta! Sólo necesitamos tu ayuda. En la plataforma minera pude ver cómo era el control mental de los Jedi.
Obawan convenció a los guardias para que le dejaran entrar en el lugar.
¡Podéis hacer aquí lo mismo!
—Un momento —repuso Qui-Gon con frialdad—. En primer lugar, los Caballeros Jedi no son ladrones. En segundo lugar, ya tenemos una misión propia por cumplir. No estamos aquí para interferir en los problemas de otro planeta. Pero, aunque sólo sea por continuar conversando, ¿cómo pensáis sacar sin lucha todas esas mercancías del edificio? ¿Y por qué creéis que eso afectaría en algo a una organización criminal tan poderosa? Seguro que el Sindicato dispone de enormes sumas a su disposición. ¿Por qué iba a cambiar nada que le vaciáramos un almacén?
—¡Aja! Muy bien, Jedi-Gon. ¡Eres muy listo, tanto como Obawan! —exclamó Guerra, dando a Qui-Gon un codazo amistoso en el hombro—. Vamos a discutirlo. Lo primero es decirte que el almacén debe tener dos entradas. ¿Cómo, si no, iban a entrar y sacar las mercancías sin que les vieran? Así que sólo debemos entrar en el cuartel general, localizar la otra entrada ¡y el resto será cosa fácil! ¡Nos lo llevaremos todo!
—No tan fácil —comentó el Jedi.
—Pero vale la pena correr el riesgo, creo. Hay otra cosa que debo dejar clara... Paxxi y yo sabemos que, en el lugar donde tienen la comida, las medicinas y las armas, también hay una bóveda de seguridad. ¡Allí guardan el tesoro del Sindicato!
—Una bóveda —repitió Qui-Gon. Eso implica mucha seguridad.
—¡Sí! ¿Verdad? —concedió Guerra feliz—. ¡Pero Paxxi y yo tenemos la llave!
—¿Cómo conseguisteis una llave?
—¡Ja! ¡Pregunta cómo! —le dijo Guerra a Paxxi.
—¡Ja! —asintió éste—. ¡Es una larga historia!
—También tenemos una forma de entrar en el edificio. ¿Lo ves? Es fácil.
¿Qué? ¿Venís?
—A ver si me he enterado bien —interrumpió incrédulo el Caballero—.
¿Quieres que dos Jedi ayuden a dos ladrones comunes a robarle un tesoro a un montón de gángsteres?
 
Obi-Wan estaba callado. Estaba de acuerdo con su Maestro. No era una misión propia de un Jedi. Yoda no lo aprobaría nunca. Y se alegraba de que Qui-Gon hubiera manifestado esa objeción por muy bien que le cayese el phindiano.
—¡Sí, justo! —dijo éste, todavía alegre ante la irritación de Qui-Gon.
—Espera, hermano, debemos explicarnos mejor —repuso Paxxi—. Debemos asegurar al Jedi que estamos más interesados en liberar a nuestro pueblo que en robar tesoros.
—¡Pues, claro! Aunque debo decir que nunca viene mal conseguir un pequeño tesoro...
Y se interrumpió por la conmoción que se oía procedente del café. Paxxi salió del cuarto con rapidez para investigarlo. Momentos después estaba de vuelta.
—Lo siento mucho —anunció—. ¡Me temo que es hora de irse! ¡Hay muchos androides buscándonos!




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