Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 5-

                           



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 5

Qui-Gon desapareció tras Piloto. Su alumno les siguió, desconcertado, sin imaginar cómo había podido saber su Maestro que Piloto los encontraría o por qué se fiaba ahora de él para que les sirviera de guía.
El phindiano galopó entre serpenteantes callejas y estrechas calles laterales. Se movía con rapidez, mirando a menudo a derecha y a izquierda, o a los tejados de las casas, como si temiera que alguien les siguiera. El muchacho estuvo seguro de que habían pasado varias veces por el mismo sitio. Por fin, Piloto se detuvo ante un pequeño café con un escaparate tan salpicado de suciedad que Obi-Wan no conseguía atisbar el interior.
Piloto abrió la puerta y les hizo entrar. Los ojos del joven Kenobi necesitaron un momento para ajustarse al cambio de luz. Había unas cuantas halo-lámparas en las paredes, pero que apenas conseguían iluminar la penumbra. Media docena de mesas vacías estaban dispersas por el local. Una desvaída cortina verde colgaba de una puerta.
Piloto apartó la cortina y condujo a los Jedi por un pasillo, a través de una pequeña y abarrotada cocina hasta llegar a una sala más pequeña situada al fondo. Esa sala estaba vacía a excepción de un único cliente sentado dando la espalda a la pared, en el lado más alejado de la entrada.
El cliente se levantó y abrió sus largos brazos de phindiano.
—¡Obawan! —gritó.
¡Era Guerra, el amigo de Obi-Wan!
Los ojos anaranjados de Guerra se clavaron en Obi-Wan.
—¡Por fin has venido, amigo! ¡Cuánto me alegro de verte, y no es mentira!
—Yo también me alegro de verte, Guerra. Y me sorprende verte.
—¡Era una sorpresa, ja! Pero yo no he tenido nada que ver. ¡Qué va, es mentira! Creo que conoces a mi hermano Paxxi Derida.
Piloto les sonrió.
—Ha sido un honor haberos traído hasta aquí. Ha sido un buen viaje, ¿eh?
Qui-Gon enarcó una ceja y miró a su discípulo. Los dos alegres hermanos actuaban como si los Jedi hubieran aceptado una invitación para una visita amistosa, cuando en realidad les habían secuestrado, disparado y abandonado.
El Caballero Jedi se colocó en el centro de la habitación.
—Así que Piloto soltó deliberadamente ese combustible, ¿verdad?
—Llámame Paxxi, por favor, Jedi-Gon —repuso con amabilidad—. Claro que solté el combustible. No esperábamos que dijerais que sí a un viaje a Phindar.
—¿Tú sabías todo esto? —le preguntó Obi-Wan a Guerra.
—No, yo no estaba al tanto —respondió éste con gesto serio.
 
—¡Qué va, es mentira, hermano! —dijo Paxxi, clavándole un codo en las costillas.
—¡Es verdad, es mentira! —manifestó Guerra—. Yo iba en la nave, escondido en la bodega de carga. Al escapar de la plataforma minera, algunos querían llevarme de vuelta a las minas, pero yo sentía nostalgia de Phindar. ¡Así que aquí estoy!
—¿Y por qué te escondes? Eres nativo de Phindar, ¿por qué no te limitaste a aterrizar?
—Buena pregunta, muy inteligente, Obawan —dijo con seriedad Guerra—. En primer lugar, porque hay un bloqueo. Y, en segundo, porque los criminales no son bienvenidos, aunque sean nativos.
—¿Eres un criminal? —preguntó el muchacho sin poder creerlo.
—Oh, sí, pero muy poco importante.
—¡Qué va, hermano! ¡Han puesto precio a tu cabeza! —cloqueó Paxxi—. ¡Igual que a la mía! ¡Los androides asesinos tienen órdenes de disparar nada más vernos!
—¡Es verdad, hermano! ¡Vuelves a tener razón, por primera vez!
—¿Quién ha puesto precio a tu cabeza? —preguntó Qui-Gon. Obi-Wan pudo ver que los hermanos Derida le irritaban tanto como le divertían—. ¿Y por qué?
—Fue el Sindicato —contestó Guerra, dejando que su amistoso rostro se tiñera de gravedad—. Una gran organización criminal que tiene el control de Phindar. Las cosas están muy mal aquí, Jedi. Seguro que lo has notado, incluso en el breve tiempo que llevas aquí. Ha impuesto un bloqueo. Nadie puede irse, nadie puede aterrizar. Pero creímos que ni siquiera el Sindicato atacaría a dos Jedi en apuros. Que os dejarían aterrizar, cargar combustible y volver a despegar. Mi hermano y yo aprovecharíamos entonces para bajar y quedarnos en Phindar. ¡Era un plan muy sencillo! ¡Y muy inteligente! Pero, qué va. No pasó así...
—No, no pasó así —comentó Obi-Wan—. Primero fuimos atacados por androides asesinos, y ahora estamos atascados en Phindar sin manera de escapar.
—¡Ah, pero yo ya he pensado en eso! Es cierto, parece que estáis atascados aquí. Pero, aunque el principal espaciopuerto está controlado por el Sindicato, siempre hay maneras de sacar a la gente del planeta, si se tiene suficiente dinero.
—Somos Jedi —repuso impaciente el joven Kenobi—. No tenemos mucho dinero. Eso deberías pagarlo tú, ya que si estamos atrapados aquí es por tu culpa.
—¡Es verdad, Obawan! ¡Debemos pagar nosotros! ¿Has oído eso, Paxxi? — preguntó divertido Guerra.
Su hermano y él se agarraron por los hombros y rieron sonoramente el uno en la cara del otro. Cuando dejaron de reír, Guerra se enjugó las lágrimas de los ojos.
 
—Qué buen chiste, Obawan. Muy gracioso. No tenemos dinero. Pero no te preocupes, por favor. Tenemos una manera de conseguir dinero. Mucho dinero. Y podremos hacerlo con facilidad. Bueno, no con mucha facilidad... igual se necesita algo de ayuda de los Jedi.
—Ah. Por fin llegamos a la verdad —dijo Qui-Gon en tono alegre, clavando su penetrante mirada azulada en el phindiano—. ¿Por qué no nos dices cuál es el verdadero motivo por el que nos habéis traído aquí... y por qué quieres que nos quedemos?




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