Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 3. EL PASADO OCULTO -Capítulo 15-

                              



Después de que Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn son secuestrados hacia el planeta Phindar, se encuentran atrapados en un mundo enloquecido. El Sindicato controla a su gente renovando sus memorias. La única esperanza del planeta se encuentra en una banda de ladrones rebeldes.


Capítulo 15

El zumbido de los motores situados, bajo Obi-Wan latía contra su cráneo. Lo habían arrojado al suelo de una nave, encerrándolo en la bodega de carga. Mantuvo los ojos cerrados. Tenía que mantener la concentración. Se sentía completamente vacío. Agotado. Enfermo.
Pero podía recordar.
No habían podido con él. No habían ganado.
Ellos habían entrado en la celda y él ni los había mirado, ni siquiera cuando se rieron de él. Había devuelto la piedra de río al bolsillo de su túnica para que no pudieran verla y se la quitaran. La piedra mantenía un brillo y un calor constante contra su corazón. Había sacado fuerzas de ella. Era la prueba tangible de que la Fuerza estaba con él.
Mientras preparaban el androide borrador de memoria, él había edificado paredes de Fuerza en su interior. Había puesto cada recuerdo, hasta el más borroso, dentro de una vitrina. Y los había aceptado todos, tanto los dolorosos como los alegres.
Era tan joven en su primer día en el Templo, había tenido tanto miedo. Recordaba su primera visión de Yoda, acudiendo a recibirle, con sus ojos de pesados párpados y mirada somnolienta.
—Lejos has venido, lejos para viajar estamos —le había dicho—. Frío y cálido, es. Lo que tú buscas, hallarás. Aquí lo encontrarás. Escucha.
El sonido de las fuentes, del río que corría tras el Templo. Las campanas que el cocinero había colgado de un árbol en los jardines de la cocina. Se fijó en esas cosas, y algo en él se relajó. Por primera vez pensó que allí podría sentirse como en su casa.
Era un buen recuerdo.
Dos varillas de metal se clavaron en sus sienes. Los electro-pulsadores. La piedra brilló contra su corazón.
Una visita a casa. Su madre. Luz y suavidad. Su padre. Su risa generosa. La de su madre uniéndose a la de él, igual de libre, igual de sonora. Su hermano compartiendo una pieza de fruta con él. La explosión en su boca del dulce sabor del jugo. La suavidad de la hierba bajo sus pies desnudos.
El androide activó el borrado de memoria mientras los guardias observaban la operación. Notó en las sienes una sensación extraña que se movió hacia dentro. No era dolor, no mucho...
Owen. El nombre de su hermano era Owen.
Reeft nunca tenía bastante comida. Los ojos de Bant eran plateados.
 
La primera vez que empuño el sable láser. Brilló al activarlo. La mayoría de los estudiantes del Templo eran torpes. Él nunca fue torpe. No con ese arma. Siempre se sintió cómodo con el sable láser en la mano.
Ahora sentía dolor. Mucho dolor.
La Fuerza era luz. La imaginó, dorada, fuerte, brillante, formando una barrera en torno a sus recuerdos.
Son míos. No tuyos. Los conservaré.
Los hombres del Sindicato se sorprendieron al verle sonreír.
—Debe alegrarle perder ese recuerdo, supongo —le dijo uno al otro.
—No, no lo pierdo. Lo tengo. Me aferró a él...
Una tela basta contra sus manos. Un abrazo a su madre. El final de la visita. Sí, había querido volver al Templo. Era un gran honor. Sabían que no podían quitarle eso. El lo deseaba tanto. Pero, aun así, el adiós era doloroso, muy duro. Una mejilla suave presionaba la suya.
Lo conservaré siempre.
La forma en que caía el crepúsculo en el Templo. Lentamente, por todas las luces y edificios blancos de Coruscant. La luz siempre tardaba en irse. A esa hora solía ir al río con Bant. A Bant le encantaba el río. La muchacha se había criado en un mundo húmedo. Su cuarto siempre estaba lleno de vapor. Nadaba en el río como un pez. Al atardecer, el color del agua era como el de sus ojos.
Dolor. Se sentía mal. Estaba perdiendo la conciencia. Le vencerían si se desmayaba.
Yoda. No perdería a Yoda. Fortaleza tienes, Obi-Wan. Paciencia también tienes, pero encontrarla debes. En tu interior está. Buscarla debes hasta encontrarla y retenerla entonces. Aprender a usarla debes. Que puede salvarte descubrirás.
No perdería las lecciones de Yoda. Creó una barrera de Fuerza alrededor de ellas. El dolor volvió a aumentar, provocándole náuseas por todo el cuerpo. No podría aguantar mucho más.
—¿Cómo te llamas? —preguntó el guardia con dureza.
Obi-Wan clavó en el guardia unos ojos enfermos y en blanco.
—¿Cómo te llamas? —repitió el guardia. Obi-Wan simuló pensarlo, simuló asustarse.
—Está cocido —dijo el guardia con una carcajada.
El androide retrajo los electro-pulsadores. El Jedi se desplomó en el suelo.
—Ahora dormirá —dijo un guardia.
—No creo que sueñe —añadió el otro.
 
Pero sí que soñó.
***
Lo pusieron en pie. Un guardia del Sindicato se rió en su cara.
—¿Preparado para afrontar tu nueva vida?
Él mantuvo una expresión neutra, deslumbrada.
—Me juego dinero con esto —dijo el guardia—. No durarás en Gala ni tres días.
¡Gala! El muchacho mantuvo la mirada neutra a medida que se sentía inundado por el alivio. ¡Qué golpe de suerte! Al menos en Gala podría encontrar un modo de ayudar a Qui-Gon.
Conocía los planes del príncipe Beju. Igual encontraba en Gala a alguien que quisiera ayudarle, como algún rival político que se presentase a gobernador.
Bajaron ante él la rampa de aterrizaje. Pudo ver un espaciopuerto de piedra gris con varios cazas estelares muy baqueteados. Varios puestos de control impedían que la gente entrase en él. Recordó lo que le había dicho su Maestro. La casa real había esquilmado al planeta. Había facciones rivales luchando por el control. El pueblo estaba a punto de levantarse en armas.
—¡Que te diviertas! —cloqueó el hombre del Sindicato, y lo empujó rampa abajo.
Una sonda androide zumbó detrás del joven Jedi cuando éste cruzó con precaución el hangar del espacio-puerto. Cuando llegó al punto de control, los guardias le hicieron pasar. No había duda de que el Sindicato los había sobornado para que pudiera pasar sin problemas. La diversión empezaría en cuanto llegase a las calles de Gala. Estaban apostando por cuánto tiempo conseguiría sobrevivir.
Obi-Wan se internó en las abarrotadas calles de Galu, capital de Gala, sabiendo que el pequeño probot le seguía constantemente, filmándolo sin cesar. Le costaba saber lo que debía hacer. ¿Cómo reaccionaría ante una ciudad así si no tenía ningún recuerdo?
Hubo un tiempo en que la ciudad de Galu debió ser grande e impresionante, pero los enormes edificios de piedra se estaban desmoronando ya. En las fachadas podían verse, los agujeros y depresiones allí donde se habían arrancado los adornos. Donde antes hubo árboles a lo largo de las calles, ahora sólo había retorcidos tocones.
Los galacianos eran humanoides cuya piel pálida tenía un tono azulado. La luz solar era escasa en el planeta, y la piel clara y luminosa de sus habitantes hacía que se les llamase muy a menudo "gente de la luna". El joven
Kenobi veía evidencias de pobreza por todas partes. Si él ambiente en Phindar había sido de miedo, en Gala el que captaba era de rabia.
Procuró mantener una expresión confusa en el rostro. Miró en los escaparates, intentando aparentar que nunca había visto las mercancías que se exhibían en ellos. Evitó mirar a los ojos de la gente y vagó por las calles sin un destino
 
aparente. Pero, durante todo el tiempo, se fue acercando más y más al resplandeciente edificio que se veía en la distancia, y que él supuso era el gran palacio de Gala. Gemas azules y verdes incrustadas en las torres captaban la débil luz del sol haciendo que el palacio pareciera brillar.
De pronto, un galaciano gigantesco le bloqueó el paso.
—Tú —dijo, posando una carnosa mano en el hombro del muchacho—. ¿Sabes lo que me dije esta mañana al despertarme?
El probot zumbó alrededor de Obi-Wan, mientras éste resistía la tentación de actuar como un Jedi. No miraría al hombre a los ojos con valor claro y sereno. No le hablaría firme pero respetuosamente en un intento de calmar la situación. Debía reaccionar con miedo y confusión.
Y esperar que no le mataran.
Dejó que la aprensión asomara en su rostro.
—¿El qué? —respondió.
El hombrón le apretó dolorosamente el hombro.
—Qué le cortaría la garganta al primer hombre de las colinas que viera.
—Yo-yo no soy de las colinas —repuso el muchacho, dándose cuenta al instante de que, al no tener memoria, no podía saber si era o no de las colinas. Simuló que estaba confuso.
—Pues lo pareces —dijo el galaciano, cogiendo el vibrocuchillo que pendía de su cinturón.
El joven Kenobi oyó cómo lo sacaba de la vaina con un sonido sibilante.
Parecía tener una hoja muy larga.
Sus manos buscaron instintivamente el sable láser. Naturalmente, no lo tenía, ya que se lo había confiscado el Sindicato. Y, de todos modos, de usarlo alertaría a la cámara del probot.
—La gente siempre dice que lo parezco —dijo con rapidez—. Todo el tiempo. Y no lo entiendo.
—¿No lo entiendes? —comentó el hombre frunciendo el ceño.
—Sí, yo quizá sea feo, pero no tan feo.
No tenía ni idea de lo que era una persona de las colinas. Ni del aspecto que tenía. Pero sabía que la única forma de salir con bien del aprieto sin pelear era haciéndose amigo de su contrincante.
El hombretón le miró fijamente, antes de echar la cabeza atrás y proferir una carcajada. Apartó la mano del hombro de Obi-Wan.
El joven retrocedió un paso, sonriendo al tiempo que el hombre reía. Se apartó un poco de él. El hombre, riéndose todavía, devolvió el vibrocuchillo a su cinturón y se alejó caminando.
 
De cara al probot, el aprendiz de Jedi mantuvo en el rostro una mirada de miedo y confusión. Se daba cuenta de que debía deshacerse del androide. Si sólo podía depender de su inteligencia para sobrevivir, estaría muerto antes de que anocheciera.
La idea le hizo sonreír, pero enmascaró el gesto tosiendo y llevándose la mano a la boca. Se metió por una calle lateral, y mientras caminaba usó la técnica Jedi de mirar sin parecer que miraba. Iba acumulando información, esperando el momento oportuno.
Delante de él había un carro cargado de hortalizas, aparcado ante la cocina de un caté. Un cocinero había salido a discutir con el conductor. Una motojet doblaba la esquina en ese momento. Podía ser su oportunidad.
Aceleró el paso. Cuando estaba cerca del carro, tropezó, sin que su rostro perdiera la expresión de desconcierto. La caída le puso directamente al paso de la moto. Pudo ver perfectamente la expresión de sorpresa del conductor antes de que diera un giro brusco para no arrollar a Obi-Wan. Al hacerlo rozó el carro, volcándolo. El conductor del carro empezó a gritar al de la moto, que pisó a fondo y siguió su camino.
El conductor del carro le persiguió, cogiendo hortalizas y arrojándoselas al piloto del deslizador. Una de ellas alcanzó al probot, haciéndole girar en el aire con un pitido de alarma. El aprendiz de Jedi rodó rápidamente tras el carro, echó a correr y se metió en la cocina del café. Pasó como una exhalación ante un sorprendido pinche que removía un caldero con sopa y entró en el café. Se dirigió a la puerta y corrió hasta la calle para esconderse en la tienda de al lado.
Un momento después veía al probot saliendo por la puerta del café. Flotó en la calle, girando lentamente, examinando a los viandantes con la cámara, mientras su perseguido permanecía oculto en la tienda. Poco a poco, el probot empezó a recorrer la calle, girando con cuidado en todas direcciones, así que el joven Kenobi aprovechó para desaparecer dentro de la tienda, pasar junto a su sorprendido propietario y salir de ella por una salida trasera.
El palacio de Gala no estaba lejos. Se paró un momento ante las adornadas puertas enjoyadas, preguntándose lo que debía hacer. No podía entrar y anunciarse a sí mismo. Supuso que los ministros y candidatos al puesto de gobernador acudirían en algún momento a palacio para celebrar alguna reunión sobre las próximas elecciones. ¿Debería limitarse a parar a la primera persona de aspecto importante que llegase y contarle por qué estaba allí?
Deseó que Qui-Gon estuviera con él. El Caballero Jedi habría sabido qué hacer. Él tenía la mente demasiado llena de dudas y posibilidades. Allí, en la calle, ante el palacio, se sentía en desventaja, temiendo siempre que el probot reaparecería en cualquier momento.
Mientras pensaba en la manera en que debía proceder, caminó hasta la sombra que proporcionaba un saledizo del edificio. Allí se dio cuenta de que una nave de pasajeros bajaba desde el cielo, pareciendo dirigirse hacia él. Se tensó hasta que se dio cuenta de que estaba junto al hangar de un pequeño espaciopuerto.
 
Avanzó un poco, todavía a la sombra del saledizo, para ver cómo aterrizaba la nave. Bajaron la rampa y por ella salió un piloto. Alguien avanzó para saludarle. Era un joven que llevaba una capa larga y un turbante.
—Hace ya tres minutos que espero —soltó el chico en cuanto se acercó el piloto.
—Disculpas, mi príncipe. La comprobación del equipo nos llevó más tiempo de lo habitual, pero ya estamos listos para despegar.
Obi-Wan se tensó; debía ser el príncipe Beju.
—No me aburras con obviedades. ¿Han cargado ya mis suministros?
—Sí, mi príncipe. ¿Está la guardia real lista para subir a bordo?
—No me aburras con preguntas, ¡limítate a obedecerme! Espero que podamos despegar en dos minutos. Pienso descansar durante el vuelo, así que no me molestéis.
El príncipe Beju se echó la capa por encima de un hombro y echó a andar. Era evidente que el príncipe debía dirigirse a Phindar para su reunión con el Sindicato.
¿Debía impedir que fuera a ella?
No, pensó Obi-Wan. Si intervenía sólo conseguiría volver a prisión, pero a una de Gala. Lo mejor sería colarse a bordo y ver si conseguía regresar a Phindar.
Observó cómo el príncipe Beju desaparecía por la rampa. Le sorprendió descubrir que Beju no era mucho mayor que él. También tenía su misma altura, y su misma constitución...
Una idea brilló en la mente del aprendiz de Jedi como la luz de un sable láser extendido. ¿No sería demasiado arriesgado? ¿Debía intentarlo? Sólo tenía unos segundos para decidirse. Entró en la nave con cuidado. No se veía al príncipe por ninguna parte. Se dio cuenta de que la nave era un pequeño crucero modificado para su uso personal. Tenía toda clase de lujos. El príncipe Beju debía estar en su camarote, tras la puerta dorada situada a la derecha.
Obi-Wan entró en la cabina de control. Se sentó un momento para familiarizarse con los mandos. Ya había pilotado coches nube y deslizadores aéreos y, en una ocasión, una enorme nave de transporte. No debería serle muy difícil pilotar ésta.
Volvió al camarote y abrió la puerta de una cabina. Contenía suministros de todo tipo, pero encontró lo que buscaba en el otro... una hilera de turbantes similares al; que llevaba el príncipe. Se puso uno en la cabeza, envolviéndose a continuación los hombros en una capa de color púrpura de lujosa tela.
Regresó a la cabina de control y se sentó a los mandos. Vio que el piloto se dirigía a la nave acompañado de tres guardias reales, así que subió enseguida la rampa de salida y conectó los motores iónicos. El piloto alzó la mirada, sorprendido.
El padawan vio cómo el desconcierto se pintaba en su rostro. Había contado con que el turbante y la capa confundirían a piloto y a guardias. Supondrían que el
 
príncipe Beju pilotaba la nave. Puede que no por mucho tiempo, pero, con suerte, bastaría para permitirle despegar.
El intercomunicador cobró vida.
—¡Ya han pasado dos minutos! —ladró el príncipe Beju—. ¿Por qué no hemos despegado ya?
—De inmediato, mi príncipe —replicó cortante Obi-Wan.
Inició los preparativos del despegue. Los motores iónicos revivieron. El piloto y los guardias se acercaron más, intentando ver mejor. Uno de los guardias movió la mano en dirección a su láser.
—Ahora —murmuró el aprendiz de Jedi, y la nave salió disparada del hangar.
Las coordenadas de Phindar ya habían sido introducidas en el ordenador de navegación, y el muchacho pilotó la nave con seguridad fuera de la atmósfera de Gala. Esperó a estar en pleno espacio antes de quitarse momentáneamente turbante y capa.
En un mamparo de la cabina había un armarito con armas. Eligió una pistola láser y se dirigió al camarote del príncipe.
Éste estaba reclinado en un sofá.
—¡Dije que no quería que me molestaran! —exclamó sin levantar la mirada. Obi-Wan se acercó un poco más y puso el láser bajo la barbilla del príncipe.
—Lo siento mucho.
El príncipe se incorporó para mirar a su agresor.
—¡Guardias! —gritó.
—Decidieron quedarse en Gala.
—¡Fuera de mi nave! ¡Haré que te maten! ¿Quién eres tú? ¿Cómo te atreves?
—No me aburras con preguntas —dijo Obi-Wan, poniendo al príncipe en pie—.
Limítate a obedecerme.




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