Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 7. CAUTIVOS DEL TEMPLO -Capítulo 2-

                                                   



La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

El Templo Jedi esta bajo ataque. Se hizo un intento de matar Yoda. Un peligroso intruso se ha infiltrado en los Jedi.
Todos estan debajo sospecha, y nadie esta a salvo de daños. Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn deben llegar al corazón de la conspiración ... o ver la destrucción del templo, desde adentro.


Capítulo 2

Obi-Wan se sintió aliviado cuando escuchó la puerta sisear a sus espaldas. No habría aguantado ante los Maestros ni un segundo más. En ningún momento pensó que su primer encuentro con ellos iría tan mal.

Vio a una delgada figura al otro extremo de la sala a la que había salido, y se sintió algo más relajado.

¡Bant! —llamó.

Te estaba esperando —dijo Bant acercándose, con los ojos plateados iluminados. Su piel color salmón contrastaba con la túnica azul pálido.

Qué alegría ver a alguien agradable —dijo Obi-Wan. Bant le observó detenidamente.

No ha ido bien.

No podría haber ido peor.

Ella abrazó a Obi-Wan, que percibió el olor a sal y a mar, un olor único que siempre asociaba a Bant; porque, en Bant, hasta la sal olía dulce. La chica era calamariana, y por tanto anfibia, y necesitaba la humedad para vivir. Su habitación estaba siempre llena de vapor, y se bañaba varias veces al día.

Vámonos —murmuró Bant.

Él no tuvo que preguntar adonde. Cogieron el turboascensor y descendieron hasta el nivel del lago. Era su lugar especial. Cuando acababan los largos días de clases y entrenamiento, no había nada que le gustara más a Bant que meterse en el agua para darse un largo baño. Obi-Wan se unía a ella a menudo, aunque a veces se quedaba sentado en la orilla, viendo cómo ella se deslizaba elegantemente bajo el agua verdosa.

Salieron del turboascensor y fueron hacia lo que parecía un precioso día soleado en la superficie de un planeta. Pero ambos sabían que el sol dorado en el cielo azul era realmente una batería de focos dispuesta en la elevada cúpula del techo. El suelo bajo sus pies tenía matorrales floridos y árboles frondosos. La zona del lago estaba desierta. Obi-Wan no veía a nadie nadando ni paseando por ninguno de los muchos senderos.

Se ha pedido a los estudiantes que cuando no estén en clase permanezcan en sus habitaciones, en los comedores o en las Salas de Meditación —dijo Bant—. No es una orden, es sólo un ruego. El ataque a Yoda ha aumentado las precauciones.

Fue algo estremecedor —dijo Obi-Wan.

¿Y qué ha pasado contigo? —preguntó Bant—. ¿Qué te ha dicho el Consejo?

La amargura inundó a Obi-Wan.

No van a aceptarme de nuevo. Bant le miró asombrada.

 

¿Te lo han dicho ellos?

Obi-Wan miró el lago con los ojos ardiendo.

Bueno, no, no con esas palabras, pero su actitud era muy severa. Dicen que tengo que esperar. ¿Qué voy a hacer, Bant?

Ella le miró con sus enormes ojos plateados llenos de compasión. —Esperar. Él se dio la vuelta impaciente.

Pareces Yoda.

Ella le puso una mano en el brazo.

—Pero, Obi-Wan, lo que hiciste fue una ofensa grave. No tanto como para provocar una expulsión irrevocable —añadió rápidamente al ver la expresión de Obi-Wan —, pero el Consejo tendrá que poner a prueba tu sinceridad. Se reunirán contigo varias veces. Son compasivos, Obi-Wan, pero tienen que proteger a toda costa la Orden Jedi. Y es bueno que eso sea así. El camino de los Jedi puede ser muy difícil, y el Consejo tiene que asegurarse de que estás totalmente comprometido. De que todos estamos totalmente comprometidos.

Yo estoy totalmente comprometido —dijo Obi-Wan acalorado.

¿Pero cómo puede el Consejo estar seguro de eso? —preguntó Bant dulcemente —, y ¿cómo lo puede estar Qui-Gon? Porque ese compromiso ya lo aceptaste antes, cuando te uniste a él por primera vez.

La ira inundó a Obi-Wan. Una ira que nacía de la frustración. Sabía que Bant no quería herirle. Ahora ella le miraba con ojos cariñosos y preocupados, y con miedo de haberle ofendido.

Ya veo que tú también me culpas —dijo él rápidamente.

No —dijo ella con calma—, te estoy diciendo que llevará más tiempo del que crees, quizá más tiempo del que te sientas capaz de soportar; pero el Consejo cederá y verá lo que yo veo.

¿Y qué ves? —preguntó Obi-Wan irónico—. ¿A un niño lleno de rabia? ¿A un tonto?

A un Jedi —dijo ella suavemente, y era lo mejor que podía haber dicho.

De repente, un pensamiento vino a la cabeza de Obi-Wan. ¿Que pasaría si el Consejo quería que volviera, pero Qui-Gon no? En el supuesto de que el Consejo le permitiera volver a ser un estudiante Jedi, él ya tenía trece años y, por tanto, había pasado el límite para ser elegido por un Caballero Jedi como padawan.

¿Quién iba a elegirle si no era Qui-Gon?

Él no quería otro Maestro, pensó Obi-Wan desesperado. Quería a Qui-Gon.

Sin que Obi-Wan se diera cuenta, habían llegado paseando hasta la otra orilla del lago, donde había una pequeña ensenada en la que a Bant le gustaba nadar. La joven entró en el agua y sonrió al notar la frialdad del líquido en los tobillos.

—Cuéntame cosas de Melida/Daan —dijo—. Nadie sabe lo que pasó allí. ¿Qué

 

fue lo que hizo que te comprometieras con su causa y nos abandonaras?

Obi-Wan se quedó helado. Tal vez fue el atisbo de sonrisa que vio en el rostro de Bant al formular la pregunta; o cómo se reflejaba la luz en el agua; o sus ojos plateados, que le miraban llenos de confianza; o la cantidad de vida en aquel instante, tan bello, que casi le cegó.

No podía contarle lo de Cerasi. Con tanta vida rodeándole, ¿cómo podía hablar de la muerte?

Y, de repente, Obi-Wan se quedó sin palabras. Nunca había tenido ningún problema a la hora de hablar con Bant. ¿Pero qué podía contarle?

En Melida/Daan vi a una amiga morir delante de mí. Vi la vida en sus ojos estremecerse y desaparecer. La cogí en mis brazos. Sentí que otro querido amigo me daba la espalda. Un camarada de armas me traicionó. Y yo traicioné a mi Maestro. Una cadena de traiciones y una muerte que han marcado mi corazón para siempre.

No podía decirle esas cosas. Estaban enterradas en lo más profundo de su corazón.

Cuando todo esto haya acabado se lo contaré. Cuando tengamos tiempo.

Pero yo quiero saber de ti —le dijo él cambiando de tema—. Pareces distinta. ¿Has crecido desde la última vez que te vi?

Puede que un poco —dijo Bant, encantada. Siempre le había molestado su corta estatura—. Ahora ya tengo once años.

Pronto serás una padawan —se mofó Obi-Wan. Pero Bant no pilló el tono burlón. Se puso seria y asintió.

Sí. Yoda y el resto del Consejo piensan que estoy preparada.

Obi-Wan se quedó de una pieza. Dada su baja estatura y su carácter confiado, Bant siempre había parecido incluso más joven de lo que era. Siempre había ido detrás de él y de sus colegas, Reeft y Garen Muln.

—Eres demasiado joven para ser elegida —dijo él.

No es la edad lo que marca el punto de inflexión, sino la capacidad — respondió Bant.

Ahora pareces Yoda otra vez. Bant soltó una risilla.

Estoy citando a Yoda.

¿Y qué pasa con Garen? —preguntó Obi-Wan.

Garen está recibiendo un seminario de pilotaje avanzado — respondió Bant

—. Yoda opina que tiene unos reflejos especialmente agudizados. Los Jedi necesitan pilotos para las misiones. Ahora está en clase en el simulador, por eso no ha venido a verte.

¿Y dónde está Reeft? —preguntó Obi-Wan sonriendo—. ¿En el comedor?

 

Bant rió. Su amigo dresseliano era conocido por disfrutar enormemente de la comida.

Fue elegido padawan de Binn Ibes. Está fuera en su primera misión.

Una punzada recorrió a Obi-Wan. Así que Reeft ya era un padawan, Bant lo sería pronto y a Garen le habían escogido para misiones especiales. Todos sus amigos avanzaban rápidamente mientras él se quedaba en el mismo sitio. No, peor todavía, mientras él retrocedía a cada paso. Había sido el primero en abandonar el Templo y ahora iba a ser el que se quedara en la plataforma de despegue, diciendo adiós a sus amigos a medida que se fueran yendo uno tras otro. Se dio la vuelta para que Bant no pudiera ver la tristeza en su rostro.

¿Y qué pasa con Qui-Gon? —preguntó Bant —. ¿Sabes si él te aceptará de nuevo cuando el Consejo lo haga?

Así era Bant. Siempre se las arreglaba para dar en la diana. Y dado que ella hablaba con el corazón en la mano, esperaba que el resto hiciera lo mismo.

No lo sé —dijo Obi-Wan, y se agachó para pasar una mano por el agua, intentando ocultar su rostro.

¿Sabes?—dijo Bant—, al principio Qui-Gon me imponía un poco. Me daba un poco de miedo, pero luego me di cuenta de lo amable que es. Estoy segura de que las cosas se arreglarán entre vosotros dos.

No sabía que conocieras a Qui-Gon —dijo Obi-Wan sorprendido.

Sí —dijo Bant—, ayudé a él y a Tahl con la investigación de los robos cuando estabas en Melida/Daan.

Picado por la curiosidad, Obi-Wan se volvió para preguntarle por aquello, pero un extraño ruido le interrumpió. Bant y Obi-Wan levantaron la mirada. Un sonido rechinante surcó el aire.

Miraron hacia arriba. Al principio sólo vieron lo que era de esperar: el sol brillando en el cielo azul. Entonces, todo pareció suceder al mismo tiempo. La luz bajó de intensidad y, de repente, un objeto atravesó el cielo con un estruendo. Un cielo que resultó ser una pantalla falsa. Los esqueletos de las pasarelas y las baterías de focos quedaron

al descubierto. Parte de un túnel horizontal se quedó colgando en el aire.

¡Es el turbotransporte! —dijo Bant horrorizada—. ¡Va a caerse!





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