Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 7. CAUTIVOS DEL TEMPLO -Capítulo 20-

                                                        



La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

El Templo Jedi esta bajo ataque. Se hizo un intento de matar Yoda. Un peligroso intruso se ha infiltrado en los Jedi.
Todos estan debajo sospecha, y nadie esta a salvo de daños. Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn deben llegar al corazón de la conspiración ... o ver la destrucción del templo, desde adentro.


Capítulo 20

El Templo volvió a la normalidad mucho más rápido de lo que cualquiera hubiera esperado. Los sistemas entraron en funcionamiento, los estudiantes volvieron a sus habitaciones, llegaron nuevas remesas de alimentos y se retomaron las clases.

Obi-Wan se sentía fuera de lugar. Él no volvía a la normalidad. Seguía recordando el roce de la punta de los dedos de Bruck. De vez en cuando se miraba la mano y abría y cerraba el puño, recordando cómo había agarrado el aire en lugar de coger a Bruck.

Bruck había intentado matar a su amiga y Obi-Wan estaba contento de haberle detenido; pero había sido responsable de la muerte de otra persona, y no podía olvidarlo.

Obi-Wan sólo tenía un objetivo en ese momento: hablar con Bant.

La joven había sido llevada a la enfermería para hacerle un chequeo médico. Se encontraba perfectamente. Lo único que necesitaba era descansar, así que le permitieron ausentarse de las clases durante un día.

Obi-Wan la buscó por todas partes y acabó encontrándola donde menos esperaba: junto a la cascada. Estaba sentada en una roca contemplando el lago donde había estado a punto de morir. Bant siempre se sentaba lo más cerca posible del lago, para que el agua le salpicara suavemente la piel.

¿Qué haces aquí? —le preguntó dulcemente Obi-Wan, sentándose a su lado.

Éste es uno de mis sitios favoritos del Templo —respondió Bant con los ojos plateados fijos en la cascada —. No quiero que lo que pasó aquí estropee esa sensación. Estuve a punto de morir aquí, pero hubo otra persona que perdió su vida. Esta experiencia me ha enseñado más sobre ser un Jedi que mil clases —se volvió hacia Obi-Wan —. Espero que no te culpes por la muerte de Bruck.

Sé que hice todo lo que pude para salvarle —dijo Obi-Wan —, pero me sigue pesando.

Es normal —dijo Bant—. Se ha perdido una vida. Cuando estaba vivo, tuvo la oportunidad de cambiar.

Bant, siento muchísimo lo de... —comenzó a decir Obi-Wan de repente.

No —le interrumpió Bant con suavidad —.  No es necesario que te disculpes.

Me salvaste la vida.

Sí es necesario —dijo Obi-Wan con firmeza—. Lo necesito —se miró las manos posadas sobre su regazo —. Estaba enfadado y celoso, y lo que sentía me importó más que tus sentimientos.

Estabas preocupado por tu futuro —dijo Bant —. Tenías miedo de perder a Qui-Gon.

Obi-Wan suspiró y contempló la laguna turquesa.

 

—Creí que podía volver al Templo y que todo sería igual que antes, que el Consejo me perdonaría y me aceptaría de vuelta, y que Qui-Gon cambiaría su forma de pensar. Pero soy yo el que tiene que cambiar. Ahora me doy cuenta de que lo que hice no tiene fácil arreglo. Quizá ni siquiera tenga arreglo. Me he dado cuenta de cómo me ha afectado lo que hice, y de cómo eso ha influido en la relación entre Maestro y padawan. Ésa es la razón por la que un Jedi tarda tanto en escoger un padawan y por qué lo hace con tanto cuidado. Requiere mucha confianza. Yo me pregunto ¿y si Qui-Gon me hubiera rechazado?, ¿y si se hubiera alejado de mí después de haberle confiado mi vida?, ¿cómo me sentiría? Sí, le perdonaría, pero ¿volvería a unirme a él? ¿Podría depositar en él toda mi confianza? —Obi-Wan miró a Bant a los ojos y sintió desolación en su interior—. Yo no sé la respuesta —concluyó—. ¿Cómo puedo esperar que Qui-Gon la sepa?

—Creo que podrías volver a confiar en él —dijo Bant lentamente—. Y Qui-Gon también en ti. Todo esto acaba de ocurrir. No habéis tenido tiempo de sentaros a pensar, y mucho menos de dialogar entre vosotros. Has pasado por muchas cosas. Algo pasó en Melida/Daan que no quieres contarme —se detuvo —. Cuando estés preparado, me gustaría escucharlo.

Obi-Wan tomó aire. No podía decir su nombre en voz alta, pero supo que tenía que hacerlo. Sabía que, una vez transcurrido ese momento, quizá no volviera a hablar de ella con ningún ser vivo y, en ese instante, algo dentro de él moriría.

Se llamaba Cerasi —cuando lo dijo, Obi-Wan sintió una intensa punzada de dolor atravesándole, pero también se sintió aliviado al pronunciar su nombre —. Cerasi —repitió. Levantó la cara y sintió el agua salpicándole delicadamente. De repente, se sintió más fuerte, como si el espíritu vibrante de Cerasi estuviera a su lado y le tocara el hombro—. Teníamos una conexión que no puedo explicar. No era porque nos conociéramos desde hacía tiempo, ni el resultado de un montón de horas juntos. No era por haber compartido secretos o confidencias. Era algo más.

La amabas —dijo Bant. Obi-Wan tragó saliva.

Sí. Ella me servía de inspiración. Luchamos juntos y confiábamos el uno en el otro. Cuando murió me culpé a mí mismo, y cuando pensé que tú podías morir, supe que no podría soportarlo.

Sí hubieras podido, Obi-Wan —dijo Bant lentamente—. Todos lo superamos

—la joven se apoyó en él con los ojos llenos de lágrimas —. Tú me salvaste la vida. Lo superaremos juntos.

* * *

Qui-Gon se encontraba en los aposentos de Tahl. Llevaban un rato en silencio. DosJota estaba siendo reprogramado. Por una vez, Qui-Gon echaba de menos su chachara musical.

Pronto te reunirás con el Consejo —dijo por fin Tahl —. Si decides volver a tomar a Obi-Wan como padawan, le ayudarás. El Consejo le permitirá volver.

Lo sé —dijo Qui-Gon.

Sobre todo teniendo en cuenta lo que ha hecho —añadió Tahl.

 

Soy muy consciente de lo que ha hecho. Tahl suspiró.

Eres un hombre muy tozudo, Qui-Gon.

No —protestó Qui-Gon —. No soy tozudo, soy precavido. Tengo que estar seguro, Tahl. ¿Y si volver a acoger al chico no fuera justo para él, o para los Jedi? Si no consigo confiar en Obi-Wan, el lazo entre Maestro y padawan acabará rompiéndose.

¿Y crees que no puedes volver a entregarle esa confianza? — preguntó Tahl.

Qui-Gon se miró las manos apoyadas en el regazo.

Supongo que ése es mi defecto.

Se hizo de nuevo el silencio entre ellos. Entonces, Tahl cogió un vaso y pasó los dedos por el suave borde. Aunque no podía verlo, lo alzó hacia la luz.

Qué vaso tan bonito —dijo—. Lo sé aunque no puedo verlo. Lo percibo.

Era muy bonito, pensó Qui-Gon. De un material tan fino que casi se transparentaba, y de un color azul tan claro que era casi blanco. La forma era sencilla, sin asas ni bordes ondulados.

Lo utilizo aunque sé que podría romperlo —dijo ella Lo depositó en la mesa con cuidado—. ¿Has oído hablar del planeta Aurea?

Por supuesto —dijo Qui-Gon—. Aurea es conocido por su bella artesanía.

Allí viven los mejores sopladores de vidrio de la galaxia —prosiguió Tahl —. Mucha gente se ha preguntado por qué ha avanzado tanto el arte en ese planeta.

¿Serán sus arenas doradas, la temperatura del fuego o la larga tradición? Por lo que sea, Qui-Gon, los habitantes de Aurea fabrican las vasijas más bellas de la galaxia. Son tan valiosas que no tienen precio, pero en ocasiones, por descuido o por accidente, alguna se rompe.

Tahl volvió a coger el vaso.

A mí también se me podría romper este vaso —continuó—, pero esos artesanos cuentan con una técnica todavía más apreciada que la creación de vasijas. Saben rehacer las que se rompen. Y su arte alcanza su máxima expresión cuando reconstruyen las piezas que se han roto. Cogen los pedazos de algo bello que se ha quebrado y crean algo más precioso todavía. Al final, puedes apreciar las grietas, pero la pieza sigue siendo perfecta. El hecho de que haya estado rota la hace aún más valiosa que antes.

Tahl depositó el vaso azul ante Qui-Gon. El Maestro Jedi se quedó en silencio, asimilando la lección. ¿Podría ser, se preguntó, que el proceso de reconstrucción de su confianza en Obi-Wan no fuera doloroso, sino placentero?

Qui-Gon cogió el delicado vaso. Casi no se veía en su enorme mano. Sus dedos se cerraron alrededor de la frágil forma, pero el vaso no se rompió.

No podía recuperar lo que tuvo una vez, pero ¿y si el sentimiento que estaba por venir era aún más fuerte que antes, precisamente por el hecho de haberse quebrado una vez?

 





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