Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 7. CAUTIVOS DEL TEMPLO -Capítulo 3-

                                                   



La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

El Templo Jedi esta bajo ataque. Se hizo un intento de matar Yoda. Un peligroso intruso se ha infiltrado en los Jedi.
Todos estan debajo sospecha, y nadie esta a salvo de daños. Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn deben llegar al corazón de la conspiración ... o ver la destrucción del templo, desde adentro.


Capítulo 3

Obi-Wan lo vio todo rápidamente, pero con la claridad que permite la cámara lenta. El turbotransporte atravesaba la inmensa estancia por su parte superior, cruzando el lago y los senderos que lo bordeaban. Normalmente no se veía debido al brillo de las enormes baterías de iluminación, pero una parte del transporte se había salido del túnel cilíndrico por el que discurría y se había llevado por delante unos focos.

Los propulsores deben de haber reventado —adivinó Obi-Wan—. Está colgando de un cable.

Ese turbotransporte conecta la guardería y el centro de cuidados de los niños pequeños con los comedores — dijo Bant con los ojos clavados en el aparato —. Podría estar lleno de niños.

Apartó la mirada.

No tengo mi intercomunicador —dijo Obi-Wan rápidamente—. Se me estropeó en Melida/Daan.

Yo iré —decidió Bant—. Tú quédate por si... se cae. Bant se alejó corriendo. Obi-Wan sabía que iba a por la unidad de intercomunicación que había en la entrada del lago. No podía apartar los ojos del turbotransporte. El túnel por el que discurría se balanceó ligeramente. En cualquier momento podía caer al lago.

Pero el turbotransporte aguantaba.

No podía quedarse ahí de pie sin hacer nada. Obi-Wan examinó el área técnica que se hallaba sobre su cabeza. Nunca se había fijado en la cantidad de pasarelas que había. Si los niños conseguían salir del turbotransporte, podrían escapar por las pasarelas hasta el nivel del servicio técnico...

El pensamiento cruzó su mente y él corrió hacia la puerta de servicio escondida entre los arbustos. Entró y pulsó el botón de llamada del turboascensor. No pasó nada. Obi-Wan se dio la vuelta y vio una estrecha escalera.

Subió los escalones de dos en dos. Las piernas le palpitaban y los músculos le tiraban mientras ascendía. Aun así, no flaqueó.

Por fin llegó al nivel superior. Un túnel conducía a una serie de puertas marcadas con números: B27, B28, B29, etcétera. ¿Qué puerta llevaría a la pasarela más cercana al dañado turbotransporte?

Obi-Wan se detuvo. Su corazón latía desbocado. No podía perder tiempo, pero lo haría si no tomaba la decisión correcta. Intentó imaginar que se encontraba en el piso inferior para poder localizar en su mente la ubicación correcta del turbotransporte averiado. Comenzó a andar por el túnel, dejando atrás las puertas, hasta que estuvo seguro de estar en el punto más cercano al transporte. Pulsó el botón de acceso en la puerta B37, que siseó al abrirse, y salió a una pequeña plataforma.

El turbotransporte seguía colgando en mitad del gigantesco espacio. Si recorría la pasarela llegaría a la parte del túnel que permanecía intacta. Desde allí,

 

utilizando su sable láser, podría hacer un agujero en el túnel para meterse dentro e ir andando hasta el turbotransporte.

Eso si el túnel no se partía vencido por su peso...

Obi-Wan sabía que tenía que intentarlo. Miró hacia abajo desde la pasarela y vio que Bant aún no había llegado con ayuda. Si el transporte de servicio estaba estropeado quizá también lo estuviera la unidad de intercomunicación.

Obi-Wan atravesó rápidamente la pasarela rodeado por enormes baterías de focos. Entre ellas podía ver el reflejo cristalino del lejano lago. Hasta los gigantescos árboles parecían diminutos desde aquella altura.

Cuando llegó a la parte del túnel que se curvaba cerca de la pasarela, Obi-Wan activó su sable láser. Despacio y con cuidado, abrió un agujero en la superficie metálica. No quería que el fragmento cortado cayera dentro del túnel. Luego se volvió a colocar el sable láser en el cinturón.

Obi-Wan se subió a la barandilla. Ahora no había nada entre él y el lago, que estaba a cientos de metros por debajo. No oía ningún ruido procedente del turbotransporte, pero sentía angustia y miedo. Podía percibir que había niños atrapados dentro.

Obi-Wan se deslizó dentro del túnel. Sin soltar la barandilla, comprobó si su peso era excesivo. El túnel no se movió ni hizo ningún ruido. Aguantaría. Se soltó de la pasarela, preparado para retroceder rápidamente en caso de que el túnel se balanceara, pero no se movió.

Tendría que ir despacio. Si corría, la vibración podía desprender el túnel de la pared. Obi-Wan apartó de su mente la imagen de los niños atrapados cayendo hacia el lago y comenzó a andar. El túnel estaba oscuro. El muchacho activó el sable láser para poder ver y distinguió la forma del turbotransporte. Al acercarse, pudo escuchar la voz profunda de un cuidador Jedi y el murmullo ocasional de algún niño.

Avanzaba terriblemente despacio, pero por fin llegó a la pared del turbotransporte y dio varios golpecitos con los dedos.

Soy Obi-Wan Kenobi —dijo—. Estoy en el túnel de transporte.

Soy Ali-Alann —dijo la voz profunda—. Soy el cuidador de los niños.

¿Cuántos hay?

Diez niños y yo.

—La ayuda está en camino.

La voz de Ali-Alann no mostraba ningún signo de nerviosismo.

Los propulsores se estropearon uno detrás de otro. Sólo nos queda uno. La unidad de intercomunicación no funciona y la escotilla de salida no se abre. Yo no llevo sable láser.

Obi-Wan sabía lo que le estaba diciendo Ali-Alann. El último motor propulsor podría dejar de funcionar en cualquier momento. Estaban atrapados.

 

—Aparta a los niños de este lado —le dijo Obi-Wan.

Obi-Wan cortó un agujero en la pared del turbotransporte, de nuevo con más lentitud de la que hubiera deseado. El metal cedió, pero no se separó del transporte. Bien. Obi-Wan sostenía el sable láser como si fuera una antorcha. El brillo revelaba las caras angustiadas y serias de los niños, así como el evidente alivio en el rostro de Ali-Alann.

—Tenemos que ir muy despacio —dijo Obi-Wan a Ali-Alann. Luego bajó la voz para que los niños no le oyeran —. El túnel no aguantará mucho. No estoy seguro de cuánto peso puede soportar.

Ali-Alann asintió.

Entonces los sacaremos de uno en uno.

El proceso fue dolorosamente lento. Los niños eran todos menores de cuatro años. Sabían andar, claro, pero Obi-Wan pensó que era mejor llevarlos en brazos. Ali-Alann le alcanzó al primero, una pequeña humana que, confiada, rodeó a Obi- Wan con sus brazos.

¿Cómo te llamas? —preguntó él.

La niña era pelirroja y tenía el pelo anudado en trenzas alrededor de la cabeza.

Sus ojos marrones estaban muy serios.

Honi. Tengo casi tres años.

Vale, Honi de casi tres años, agárrate a mí.

La niña apretó la cabeza contra su pecho. Obi-Wan salió de nuevo al túnel. Cuando llegó a la abertura sujetó con un brazo a Honi y, con el otro, agarró la barandilla de la pasarela. Entrar en ella sería un ejercicio de perfecto equilibrio.

Escuchó pasos y, en un segundo, Qui-Gon estaba en la pasarela extendiendo los brazos.

Yo cojo a la niña. Obi-Wan se la alcanzó.

Quedan otros nueve, además de Ali-Alann —dijo.

Los Maestros están abajo —dijo Qui-Gon —, utilizan la Fuerza para sujetar el turbotransporte

En ese momento Obi-Wan pudo sentirlo. Una enorme expansión de la Fuerza, potente y profunda. Miró hacia abajo. Los miembros del Consejo estaban en círculo, concentrándose en el turbotransporte.

Aun así, yo no perdería tiempo —dijo Qui-Gon con frialdad tras depositar a Honi en el suelo sana y salva.

Obi-Wan volvió al turbotransporte. Fue sacando a los niños uno a uno y se los fue pasando a Qui-Gon. Los niños ya habían recibido entrenamiento sobre la calma y la Fuerza. Ninguno gimoteaba ni lloraba, aunque algunos tenían serios problemas para contenerse. Había confianza en sus ojos y se mostraban relajados a la hora de dejarse llevar y ser depositados sobre una pequeña pasarela a

 

cientos de metros por encima del lago.

Cuando sólo quedaban dos niños, Ali-Alann cogió a uno y Obi-Wan se ocupó del último, un pequeño de tan sólo dos años. Obi-Wan esperó a que Ali-Alann cruzara el túnel. Oyó un crujido y supo que Ali-Alann estaba entrando lentamente en la pasarela. El Jedi era alto y fuerte, con una complexión parecida a la de Qui- Gon. Obi-Wan notó que la estructura del túnel se debilitaba con el movimiento de Ali-Alann.

Entonces, el cuidador sacó al niño y después salió a la pasarela. Obi-Wan hizo el viaje por última vez. Sentía el túnel balanceándose con cada paso, pero sabía que si corría terminaría de desprenderlo. Entregó el niño a Qui-Gon y se deslizó a la pasarela. El túnel se balanceó, pero no se partió. Obi-Wan miró hacia abajo y vio a los Maestros Jedi formando un círculo, concentrándose en el túnel que colgaba sobre sus cabezas.

Los Caballeros Jedi habían ido bajando a los niños por tandas. Obi-Wan siguió a Ali-Alann y a Qui-Gon por la larga escalera de caracol hasta el lago. Ya abajo, sintió un gran alivio. Los niños estaban a salvo.

Obi-Wan caminó tras Qui-Gon hasta la orilla del lago, donde esperaban los Maestros. Bant tenía un niño en los brazos al que hablaba en voz baja. Yoda puso una mano sobre la cabeza de otro. Mantenían el ambiente en calma para que los niños no se asustaran con la experiencia.

Lo habéis hecho muy bien, niños —dijo Mace Windu, haciendo gala de una de sus escasas sonrisas —. La Fuerza estaba con vosotros.

Y Ali-Alann estaba allí también —intervino Honi con tono sincero —. Nos contó cuentos.

Sonriendo, Mace Windu le acarició el pelo.

Ali-Alann os llevará ahora al comedor, pero no en el turbotransporte.

Los niños rieron. Se arremolinaron alrededor de Ali-Alann, adorando a su alto y amable cuidador.

—Bien has manejado esto, Ali-Alann —le dijo Yoda. Los miembros del Consejo asintieron.

La Fuerza estaba con nosotros —repitió Ali-Alann, y se llevó a los niños.

Y tú, joven Bant —continuó Mace Windu, volviéndose hacia ella—. Tú también mereces elogios. Mantuviste la calma cuando viste que el intercomunicador del lago estaba roto. La velocidad con la que obtuviste ayuda es admirable.

—Cualquiera de nosotros habría hecho lo mismo —respondió Bant.

No, Bant —subrayó Qui-Gon —. Fue sabio por tu parte venir directamente a la Sala del Consejo. Y tu calma frente a un auténtico peligro ha sido propia de un verdadero Jedi.

Bant se puso roja.

 

—Gracias. Sólo quería ayudar a los niños.

Y así lo hiciste —dijo Qui-Gon.

Obi-Wan sintió una punzada de celos y nostalgia. La calidez de los ojos y la voz de Qui-Gon eran inconfundibles.

Obi-Wan esperó a que el Consejo le hiciera algo de caso. No es que hubiera salvado a los niños para que le elogiaran, pero no podía evitar alegrarse por haber tenido una oportunidad de serle útil al Templo. Al menos el Consejo había visto lo mejor de él.

En lo que a ti respecta, Obi-Wan —dijo Mace Windu volviéndose hacia él —, mereces agradecimiento por el rescate de los niños. Demostraste ser rápido de pensamiento.

Obi-Wan abrió la boca para responder con humildad, como debería hacer un Jedi, pero Mace Windu siguió hablando.

Sin embargo —continuó —, también has demostrado que la impulsividad es tu punto débil. El mismo punto débil que nos hace dudar de tu capacidad para ser un Jedi. Actuaste por tu cuenta y no esperaste ni ayuda ni consejo. Podrías haber puesto en peligro la vida de los niños sin necesidad. El túnel podría haberse roto.

—Pero lo probé antes de entrar, y me moví con cuidado. Y... y la ayuda no llegaba —dijo Obi-Wan tartamudeando. No podía creer que el Consejo estuviera cuestionando sus actos.

Mace Windu se dio la vuelta para marcharse. Obi-Wan seguía oyendo sus propias palabras en su cabeza, y se dio cuenta de que sonaba como si se estuviera disculpando. Bant le miraba apenada.

Por favor, no vuelvas a interferir —dijo Mace Windu —. El Consejo decidirá ahora lo que hay que hacer con el túnel. Tenemos que clausurar esta zona.

Qui-Gon apoyó una mano en el hombro de Bant, y se fueron juntos tras los miembros del Consejo.

Obi-Wan miró cómo se alejaban. Creía que aquel día no podía empeorar, pero había ido a peor. Para el Consejo, Obi-Wan no hacía nada bien.

Y para Qui-Gon, no valía nada en absoluto.

 





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