Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 7. CAUTIVOS DEL TEMPLO -Capítulo 18-

                                                       



La paz por encima de la ira
El honor por encima del odio
La Fuerza por encima del miedo

El Templo Jedi esta bajo ataque. Se hizo un intento de matar Yoda. Un peligroso intruso se ha infiltrado en los Jedi.
Todos estan debajo sospecha, y nadie esta a salvo de daños. Obi-Wan Kenobi y Qui-Gon Jinn deben llegar al corazón de la conspiración ... o ver la destrucción del templo, desde adentro.


Capítulo 18

Qui-Gon se movió con rapidez y salió por la ventana rota en pos de su adversario. Como Xánatos, él también sabía que ahí fuera había un saliente estrecho que discurría bajo los ventanales.

Utilizó la Fuerza para controlar el salto y cayó sobre el saliente. Xánatos se alejaba de él. Qui-Gon adivinó que se dirigía hacia el sur, donde, quince pisos más abajo, estaba la plataforma de aterrizaje.

Qui-Gon veía las delgadas agujas y las torres de Coruscant. Los aereotransportes zumbaban a su alrededor. Un aerotaxi pasó cerca y uno de los pasajeros se quedó atónito al ver a los dos hombres en una cornisa a cientos de kilómetros del suelo.

El viento era muy fuerte a aquella altura y se elevaba en corrientes lo suficientemente potentes como para hacer tambalearse a Qui-Gon. El Maestro Jedi se agarró al alféizar que había sobre su cabeza para poder aguantar un golpe de viento, y luego continuó. Xánatos iba rápido, pero Qui-Gon sabía que podía alcanzarle.

Xánatos miró hacia atrás e hizo una mueca. El viento azotaba su pelo negro y sus ardientes ojos azules parecían los de un trastornado. Poco a poco, el viento amainaba. Qui-Gon avanzaba con rapidez, casi corriendo.

Alcanzó a Xánatos antes de llegar a la plataforma de aterrizaje. No podía dejar que se acercara demasiado a esa zona.

Qui-Gon activó el sable láser y atacó. Éste era el momento y ésta era su decisión. Mataría a Xánatos ahí mismo. No movido por la ira, sino por la certeza de que su maldad tenía que ser detenida.

Los dos contendientes lucharon con una concentración fiera. Cada golpe estaba orientado a que el adversario se tambaleara y cayera. Resultaba difícil mantener el equilibrio en el estrecho saliente, y los golpes largos sólo podían darse desde un lado. El contraataque era complicado. Pero Qui-Gon adaptó su estilo al entorno. Daba golpes cortos y, en ocasiones, se apoyaba sobre una rodilla para atacar a Xánatos desde abajo. El Maestro Jedi sintió la Fuerza arremolinándose a su alrededor, segura y potente, apoyando sus instintos y avisándole del siguiente movimiento de Xánatos. Qui-Gon bloqueó cada golpe y contraatacó con más ímpetu. Podía sentir que Xánatos estaba al borde de la desesperación, pero su anterior aprendiz jamás se lo demostraría.

¿No te has olvidado de algo, Qui-Gon? — le gritó Xánatos por encima del aullido del viento—. La última parte de la ecuación: devastación.

Empiezas a cansarte, Xánatos —dijo Qui-Gon —, y cuando te cansas dices muchas tonterías —apretó los dientes y descargó un golpe sobre el hombro de su adversario.

Xánatos lo bloqueó.

¡Tu precioso Templo está condenado! —gritó —. Cuando ese idiota de Miro

 

Daroon active el último enlace del sistema, el horno de fusión explotará. El Templo saltará por los aires. Si no fuera así, ¿De verdad crees que hubiera permitido que los Jedi me siguieran?

Qui-Gon se tambaleó tanto por la sorpresa como por un ataque inesperado de Xánatos. ¿Estaría diciendo la verdad?

El Maestro Jedi, desesperado, se dio cuenta de que no tenía forma de averiguarlo.

Qui-Gon extendió el brazo y atacó con rabia desde la izquierda. Los dos sables láser entrechocaron. Durante un instante, los rostros de los contendientes estuvieron muy cerca. Los ojos de Xánatos ardían con una extraña luz. La pálida cicatriz semicircular de su mejilla brillaba.

Aquello que adoras puede destruirte —dijo en voz baja, pero Qui-Gon escuchó bien cada palabra—. ¿No lo has aprendido todavía?

Qui-Gon miró hacia arriba y vio cómo parpadeaban las luces de la Cámara del Consejo. Después del sistema de alumbrado, Miro activaría el sistema de comunicación; y después los propulsores de los turbotransportes del complejo entero. El sistema de aire sería lo último.

Qui-Gon calculó que quedaban unos tres minutos antes de la explosión. Quizá cuatro. Eso si Xánatos decía la verdad.

No estás seguro, ¿verdad? —se mofó Xánatos —. ¿Dejarás que muera tu precioso padawan para poder matarme? Ya intentó alejarse de ti una vez. ¿Por qué no te libras de él para siempre?

Qui-Gon dudó, con el sable láser en posición de ataque. Sabía que podía vencer a Xánatos, pero ¿cuánto tiempo le llevaría?

En esa milésima de segundo, Xánatos miró hacia abajo. Un aerotaxi volaba a unos veinte metros por debajo de la cornisa. Qui-Gon se abalanzó hacia él, pero Xánatos saltó de la cornisa y cayó sobre el aerotaxi. Qui-Gon pudo apreciar la sorprendida mirada de pánico del conductor cuando Xánatos le levantó tranquilamente del asiento y lo dejó caer al vacío.

Qui-Gon tenía menos de un segundo para decidir. Podía saltar, aterrizar en el taxi, forcejear con Xánatos y acabar con todo aquello para siempre.

El segundo transcurrió y Xánatos desapareció. Qui-Gon, furioso, desactivó el sable láser y corrió hacia la ventana abierta.

El Maestro Jedi saltó al interior y corrió, activando el intercomunicador mientras avanzaba. Intentó localizar a Miro, pero los campos de comunicaciones no estaban en pleno funcionamiento.

Estaba a medio camino del turbotransporte cuando se dio cuenta de que éste aún no estaría operativo. La frustración de Qui-Gon se convirtió en pánico. ¿Cómo podría llegar al Centro Técnico a tiempo?

De repente, Obi-Wan irrumpió en el vestíbulo por las escaleras.

 

Va a hacer explotar el Templo —le dijo Qui-Gon —. Tenemos que llegar al Centro Técnico.

Obi-Wan ya se había puesto en marcha.

Sígueme.





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