Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 5-

                                              



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 5

Obi-Wan se metió la pistola láser en el cinturón y comprobó que llevaba su espada vibradora. Le habían informado de que ciudadanos que se negaban a entregar sus armas estaban causando disturbios en el sector Melida.

Hasta que encontraran un lugar mejor, Cerasi, Nield y él vivían aún en las cavernas subterráneas. Además, no era un buen ejemplo tener una vivienda cuando tanta gente no tenía adonde ir. Obi-Wan se dirigió a la bóveda principal, donde le esperaban los integrantes del Área de Seguridad. Saludó con un gesto a Deila, su segunda al mando. Todos estaban preparados.

El grupo ascendió a través de un túnel utilizando una escalera de mano y salió a la calle. Habían andado sólo unos pocos metros, cuando Obi-Wan oyó unos pasos que corrían detrás de ellos. Se volvió y vio a Cerasi.

—He oído lo de los disturbios —dijo mientras se acercaba corriendo—. Voy con vosotros.

Obi-Wan negó con la cabeza.

—Cerasi, puede ser peligroso.

Sus ojos verdes emitieron un destello.

—Oh, ¿y la guerra que hemos librado no lo era?

—No llevas armas —le dijo Obi-Wan a la desesperada—. Puede que haya disparos.

—Relájate, Obi-Wan —dijo Cerasi enseñando un cinturón grueso que llevaba alrededor de la cintura—. Tengo mis trucos.

A pesar de su preocupación, Obi-Wan no pudo evitar sonreír. Cerasi llevaba encima una serie de "armas" de mentira. Eran los tirachinas que, al lanzar munición, sonaban como si fuesen disparos láser.

—De acuerdo —accedió Obi-Wan—, pero por una vez harás caso de mis órdenes.

—Sí, Capitán —bromeó Cerasi.

Era un día frío y su respiración se condensaba al entrar en contacto con el aire helado. Pasaron por una esquina donde algunos miembros del Área de la Nueva Historia estaban ocupados en desmantelar un monumento de guerra. Había un grupo de Mayores Melida mirando con expresión seria.

—He oído que hay quien piensa que vamos a erigir monumentos en nuestro honor —dijo Cerasi—. No espero sorprenderles. No habrá más monumentos conmemorativos de guerra en Melida/Daan.

¿Estás segura? —preguntó Obi-Wan aparentando seriedad—. Puedo imaginarte en un pedestal con tu tirachinas en la mano.

Cerasi le dio un empujón con el hombro.

 

—Mírate, amigo —le sonrió—. No sabía que los Jedi teníais permiso para bromear.

—Claro que podemos —la cara de Obi-Wan enrojeció—. Quiero decir pueden

—habló sin darle importancia, pero una sombra debía haber recorrido su cara, ya que la sonrisa de Cerasi desapareció de sus labios.

—Hiciste un gran sacrificio por nosotros —dijo ella con pena.

—Y mira lo que he recibido —contestó Obi-Wan, abriendo sus brazos para abarcar Zehava.

Cerasi estalló en risas.

—Sí. Una ciudad destruida, poca comida, nada de calefacción, una casa en un túnel, un trabajo que consiste en desarmar a fanáticos y...

—Amigos —concluyó Obi-Wan. Cerasi sonrió.

—Amigos.

El enorme edificio de dos plantas donde estaban viviendo algunos de los alborotadores Melida parecía tranquilo bajo el cielo azul. Estaba intacto por su parte delantera, pero al rodearlo, lo que no se veía a primera vista estaba completamente destrozado. Habían intentado arreglarlo con una serie de tablas y planchas de plástico duro.

Obi-Wan se dio cuenta de que había algo extraño en la construcción. No había puerta trasera. Se lo comentó a Cerasi.

—Sólo una entrada que defender —dijo mirando hacia el techo—. Así no pueden ser atacados por sorpresa.

—No quiero sorprenderles —comentó Obi-Wan—. Quiero darles la oportunidad de dejar las armas. No entraré disparando.

Miró hacia la casa y dirigió la mano hacia el cinturón. Todavía le resultaba extraño no encontrar allí su sable láser.

—Necesitamos alguien que se quede vigilando en la calle —continuó Obi-Wan

—. Serás tú.

Durante un instante, Cerasi estuvo a punto de protestar, pero después asintió y levantó la mano con la palma hacia afuera. Obi-Wan levantó la suya y la acercó todo lo que pudo sin llegar a tocarse.

—Buena suerte.

—No necesitamos suerte.

—Todo el mundo necesita suerte.

—Nosotros no.

Obi-Wan dobló la esquina seguido de una cuadrilla de seis chicos y chicas; los mejores luchadores que tenían los Jóvenes.

 

Llamó a la puerta. Oyó movimientos en el interior, pero no sucedió nada. Se acercó más a la puerta y gritó:

—Somos los Jóvenes del Área de Seguridad. El actual gobierno de Melida/Daan os obliga a abrirnos la puerta.

—Vuelve cuando tu voz haya cambiado —gritó alguien desde el interior.

Obi-Wan suspiró. Tenía la esperanza de que cooperarían. Asintió a Deila, su experta en explosivos, que colocó rápidamente unas cargas explosivas cerca del cerrojo de la puerta.

—Alejaos de la puerta —indicó a los que se hallaban al otro lado.

Los del Área de Seguridad ya lo habían hecho. Muchos Mayores Melida y Daan se negaban a abrir para demostrar que no reconocían su autoridad. Los explosivos eran una manera de demostrar quién mandaba sin causar daño a nadie, salvo a las puertas.

Deila indicó a sus compañeros que retrocedieran. Después, colocó la carga y saltó hacia atrás para unirse al resto.

Una explosión apagada resonó en el silencio. La puerta tembló. Deila se adelantó y la empujó con la punta del pie. La puerta cayó provocando un gran estruendo y los chicos del Área de Seguridad, comandados por Obi-Wan, entraron en el edificio.

Al principio, Obi-Wan no veía nada, pero, como no había olvidado su entrenamiento de Jedi, alejó de sí la necesidad urgente de ver y aceptó la oscuridad. En cuestión de segundos pudo distinguir sombras.

Sombras con armas...

Los Mayores Melida estaban de pie al final de un largo pasillo. Sus espaldas estaban apoyadas en una escalera que llevaba a los pisos superiores. Todos llevaban puestas sus armaduras y les apuntaban.

Obi-Wan adivinó en seguida cuál era el problema. Tenía que acabar con el enfrentamiento en ese momento. El grupo estaba muy cerca de la escalera. Se podían perder vidas si se veían obligados a perseguirlos escaleras arriba. Podía haber trampas en el camino. Y, como mínimo, sería peligroso ir tras los seis Mayores en el piso superior.

Uno de ellos habló:

—No reconocemos vuestra autoridad.

Obi-Wan reconoció la voz. Era la de Wehutti, el padre de Cerasi. La joven no le había visto desde hacía años. Obi-Wan se alegró de que la chica se hubiera quedado fuera.

—No importa que tú no la reconozcas —contestó Obi-Wan en un tono tranquilo

—. La tenemos. Ganamos la guerra. Hemos formado un nuevo gobierno.

¡No reconozco vuestro gobierno! —gritó con fuerza Wehutti.

 

Su mano firme sujetaba una pistola láser. Había perdido un brazo en una de las guerras anteriores, pero Obi-Wan sabía de primera mano que Wehutti era más peligroso con un brazo de lo que muchos guerreros podían serlo con los dos.

¡Jóvenes locos! —continuó Wehutti con rudeza—. ¡Habláis de paz con las armas en la mano! No sois diferentes a nosotros. Os involucrasteis en la guerra para conseguir lo que queríais y sometéis a la gente para conservar lo que habéis ganado. Sois hipócritas e irracionales. ¿Por qué debemos doblegarnos ante vuestra autoridad?

Obi-Wan comenzó a avanzar. Su grupo le seguía.

—Tirad las armas o tendremos que arrestaros. Hemos pedido refuerzos.

Por lo menos esperaba que así fuese. Si las cosas se complicaban, lo habitual era que el último del grupo avisara al que vigilaba fuera para que pidiera más refuerzos. En ese momento, Cerasi ya tenía que haberse comunicado con Mawat.

—Si das otro paso, Jedi, abriré fuego —dijo Wehutti apuntando con su arma.

Antes de que Obi-Wan pudiera moverse empezaron a surgir disparos de láser desde lo alto de las escaleras. Obi-Wan se echó hacia atrás para esquivarlos, pero no pudo ver de dónde procedían.

Wehutti se echó también hacia atrás, lo que significaba que él tampoco lo sabía.

¡Cerasi! De alguna manera, la joven había subido al piso superior. Cerasi era una gimnasta ágil que no temía a nada. Había puesto en marcha una estrategia que ella llamaba "especial para tejados", y que consistía en saltar de un tejado a otro hasta llegar al edificio de destino. Una vez allí se introducía en él a través de una ventana.

Obi-Wan se aprovechó de la sorpresa de Wehutti y, con sus compañeros pisándole los talones, se abalanzó sobre el grupo. Saltó e hizo girar su cuerpo en el aire para, al caer, golpear con la empuñadura de su espada en la muñeca de Wehutti. Nadie podía aguantar semejante golpe, ni siquiera un hombre fuerte como Wehutti, que gritó y soltó su arma.

Obi-Wan la recogió del suelo y, cuando se dirigía a desarmar al siguiente Mayor, vio un reflejo de movimiento a su espalda. Era Cerasi, que saltaba desde la escalera al pasillo. La joven cayó con los pies por delante encima de un Melida. El hacha vibratoria del Melida cayó en el suelo y Deila la recogió.

En treinta segundos, el grupo entero estaba desarmado.

—Gracias por su cooperación —dijo Obi-Wan.

El muchacho había decidido que si los rebeldes eran desarmados sin perder una sola vida, no serían arrestados. Si tenían que arrestar a todos los que ofrecían resistencia, según había señalado Nield, no habría sitio suficiente para retenerlos.

¡Maldigo a los locos Jóvenes que destruyen nuestra civilización! —exclamó Wehutti. Sus ojos verdes tenían el mismo color que los de Cerasi, pero su mirada estaba llena de odio.

 

La mirada de odio de su padre atravesó a Cerasi y la dejó clavada en el suelo.

Él no la había reconocido con su abrigo marrón y su capucha.

Obi-Wan la cogió del brazo y ella le siguió al exterior. El aire frío refrescó sus mejillas coloradas.

—Deila, lleva las armas a los almacenes —ordenó Obi-Wan con una voz cansina—. Nos tomaremos un descanso.

Deila se despidió con la mano.

—Buen trabajo, jefe.

El resto del grupo siguió adelante. Cerasi caminó en silencio al lado de Obi-Wan durante unos minutos. El frío les había obligado a guardar las manos en los bolsillos de los abrigos para hacerlas entrar en calor.

—Lo siento, no pedí refuerzos —dijo Cerasi—. Pensé que podríamos arreglarnos solos.

¿Sabías que Wehutti estaba allí? —preguntó Obi-Wan.

—No estaba segura, pero cuando oigo hablar de un grupo de disidentes Melida cabezotas y enfadados, pienso en mi padre inmediatamente.

Cerasi miró hacia arriba, buscando los primeros rayos de sol para que le calentaran la cara, la chica parecía serena, pero Obi-Wan había notado la triste amargura que se desprendía de su tono de voz.

—Está equivocado —admitió Obi-Wan con calma—, pero no conoce otra manera de vivir.

—Fue una estupidez pensar que esta guerra podía cambiarle —dijo Cerasi. Después se detuvo para coger un escombro que encontró en su camino. Lo arrogó sobre una pila que había en un lado del camino y volvió a meter la mano en el bolsillo—. Pensé que si sobrevivíamos a la última guerra en la que habíamos participado en Melida/Daan, terminaríamos reconciliándonos. Y es una estupidez.

—No lo es —dijo Obi-Wan con cuidado—. Puede que eso no haya sucedido todavía.

—Es curioso, Obi-Wan —comentó pensativa Cerasi—. No me faltaba nada durante la guerra. Mi deseo era alcanzar la paz y mis amigos, los Jóvenes. Ahora que hemos vencido me siento vacía. Nunca pensé que algún día echaría de menos a mi familia, pero ahora necesito agarrarme a algo tan fuerte como mi linaje.

Obi-Wan tragó saliva con dificultad. Cerasi le sorprendía constantemente. Cada vez que pensaba que la conocía bien, se despojaba de otra capa y aparecía una persona diferente. Él se había encontrado con una chica ruda y enfadada, que podía disparar y luchar casi con tanta habilidad como un Jedi. Después de la guerra había visto cómo surgía una idealista capaz de influir en la mente y en el corazón de los demás. Y ahora veía a una niña que sólo quería tener un hogar.

—Has conectado conmigo, Cerasi —dijo—. Me has cambiado. Nos apoyamos y

 

nos protegemos. Eso es una familia, ¿no?

—Supongo.

Obi-Wan se detuvo y se volvió para mirarla.

—Cada uno seremos la familia del otro.

El joven levantó la mano. Esta vez, ella apretó su palma contra la de él.

Arreció el viento, que les cortaba a través de sus abrigos y les hacía temblar. Aun así, mantuvieron sus manos unidas. Obi-Wan podía sentir el calor de la piel de Cerasi. Casi podía sentir cómo corría la sangre por sus venas.

—Ya ves —dijo—. Yo también lo he perdido todo.






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