Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 18-

                                                 



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 18

Cuando salieron de la casa de Wehutti, Obi-Wan sintió que sus esperanzas le abandonaban. Si Wehutti no hacía algo, la guerra sería inevitable.

Qui-Gon caminaba pensativo a su lado. Obi-Wan no tenía ni idea de qué estaría pensando, pero eso no era extraño. Incluso cuando eran Maestro y padawan, Qui- Gon era muy reservado para sus pensamientos.

Giraron una esquina y casi se dan de bruces con Nield. El muchacho les esquivó con rapidez. Se miraron unas décimas de segundo y Obi-Wan tuvo la sensación de ser invisible.

Los pasos de Obi-Wan se volvieron vacilantes. Todavía no se había acostumbrado a sufrir el odio de Nield.

—Me contaste que Nield te acusó de ser un extraño —remarcó Qui-Gon—.

¿Fue porque te opusiste a su decisión de derribar las Salas de la Evidencia?

—Sí, ahí empezó todo —contestó Obi-Wan—. También estaba enfadado con Cerasi. Pero ahora las cosas están aún peor.

¿Desde la muerte de Cerasi? Obi-Wan asintió.

—Él..., él dice que es culpa mía. Que debería haber estado vigilándola en lugar de estar tratando de salvar el mausoleo. Dice que soy el culpable de que ella apareciera en escena ese día.

Qui-Gon le miró pensativo.

¿Y tú qué piensas?

—No lo sé —susurró Obi-Wan.

—Nield te acusa a ti de lo que teme haber hecho él mismo —dijo Qui-Gon—. Si no hubiese sido tan insistente con el tema de los mausoleos, Cerasi todavía estaría viva. Además, tal y como le pasa a Wehutti, también tiene miedo de haber matado a Cerasi. Los dos tienen miedo de haber disparado ese tiro fatal.

Obi-Wan asintió. No le salían las palabras. No podía ni imaginar que llegaría un día en el que podría vivir sin estar absorbido por el sentimiento de pérdida y culpa.

Qui-Gon se detuvo.

—La muerte de Cerasi no fue culpa tuya, Obi-Wan. No puedes evitar lo que no sabes que va a suceder. A lo largo de tu vida, sólo puedes hacer lo que tú crees que es correcto. Podemos planear, tener esperanzas o temer al futuro, pero no podemos saber lo que va a ocurrir.

A lo largo de tu vida, sólo puedes hacer lo que tú crees que es correcto. ¿Se estaba refiriendo también a su decisión de quedarse en Melida/Daan? La esperanza creció en Obi-Wan. ¿Le habría perdonado?

Qui-Gon reanudó la marcha.

 

—Estamos ante dos personas que sufren porque creen haber matado a la persona que más han querido en el mundo. Quizá la clave de la paz sea encontrar la respuesta a una sencilla pregunta: ¿Quién mató a Cerasi? A veces, las guerras se inician por causas tan sencillas como ésa.

Qui-Gon no se había referido a la decisión que había tomado Obi-Wan. En su mente sólo estaba el problema que llevaban entre manos. Y así tenía que ser. Qui-Gon trataba a Obi-Wan con compasión, pero era una compasión distante. No le había perdonado.

—Pero, ¿cómo podemos saber quién disparó? —preguntó Obi-Wan—. Wehutti tiene razón. Había mucha confusión. Nield y él estaban listos para disparar.

Se pararon. Obi-Wan vio con sorpresa que Qui-Gon le había llevado a la plaza donde había muerto Cerasi.

—Vamos a ver, Obi-Wan. Dime qué es lo que viste ese día —ordenó Qui-Gon.

—Nield y sus fuerzas estaban aquí —dijo Obi-Wan señalando un lugar de la plaza—. Wehutti, allí. Yo estaba aquí de pie. Se amenazaban mutuamente y sus armas estaban listas para disparar. Cerasi apareció de pronto en medio de la fuente. Vi que...

Obi-Wan notó que se le resecaba la garganta. La aclaró y continuó:

—No podía creer que estuviese allí. Cerasi empezó a correr y yo hice lo mismo. Y entonces oí los disparos láser... No sabía de dónde venían, así que continué corriendo. Tenía mucho miedo, pero no podía moverme más rápido. Y, entonces, ella cayó. Hacía mucho frío y el día era gris. Ella temblaba...

—Espera —le cortó bruscamente Qui-Gon—. Basta de contar la historia como el amigo que sufre —suavizó el tono—. Sé que es duro, Obi-Wan, pero no puedo sacar ninguna conclusión si tus explicaciones están influidas por los sentimientos. Tienes que recordar sin culpa ni pena. Cuéntamelo como lo haría un Jedi. Guarda los sentimientos en el corazón. Dime lo que vio tu mente. Ahora. Cierra los ojos.

Obi-Wan cerró los ojos. Le costó unos momentos concentrarse. Buscó un espacio en su mente que no estuviese ocupado para dejar que los recuerdos aflorasen a su memoria. Dejó la mente en blanco y relajó el ritmo de la respiración.

—Escuché ruidos en la fuente antes de que apareciera Cerasi. Yo ya me había vuelto hacia la izquierda. Ella vio lo que pasaba con sólo echar una ojeada. Así que salió del caño seco. En cuanto llegó al suelo comenzó a correr y saltó el borde de la fuente. Me di la vuelta hacia la derecha durante un instante. Nield estaba sorprendido. Vi a Wehutti por el rabillo del ojo. Él...

Obi-Wan se detuvo, sorprendido de cómo recordaba claramente la escena.

—Bajó el arma —dijo sorprendido—. Él no disparó a Cerasi.

—Continúa —pidió Qui-Gon.

—Corrí y perdí de vista a Nield. Yo iba hacia Cerasi, intentaba llegar a ella. Vi un reflejo del sol en el tejado del edificio que tenía enfrente. Recuerdo que deseé que el reflejo no me diera en los ojos y me impidiese ver. Necesitaba ver todo lo

 

que estaba sucediendo. Y entonces oí el disparo. Y ella cayó.

—Abre los ojos, Obi-Wan. Tengo una pregunta que hacerte. Obi-Wan obedeció y los abrió.

¿No me habías dicho que era un día gris y que el cielo estaba nublado? Obi-Wan asintió.

—Entonces, ¿cómo podía brillar el sol en un tejado?

Qui-Gon puso las manos sobre los hombros de Obi-Wan y le hizo girarse.

—Mira. Allá arriba. ¿Es posible que hubiera alguien en el tejado? ¿No sería el brillo que viste el reflejo de un rifle láser?

—Sí —contestó Obi-Wan emocionado—. Puede ser.

—Y ahora tengo otra pregunta —continuó Qui-Gon—. Dices que los Mayores llevaban armas ese día. Pero eso fue antes de que las importaran del campo. ¿De dónde las sacaron, entonces? Si habíais confiscado todas sus armas y las guardabais en vuestros almacenes, ¿cómo se las apañaron los Mayores para obtenerlas?

—No lo sé —dijo Obi-Wan—. Yo asumí que las habían traído del campo. Qui-Gon sonrió sarcásticamente.

¿Lo asumiste? Eso no suena mucho a lo que debe hacer un Jedi.

Obi-Wan trató de no demostrar lo derrotado que se sentía. Qui-Gon tenía razón. Se había dejado atrapar por sus propios sentimientos. Había perdido la disciplina mental que debe gobernar la mente de todo Jedi.

Y Qui-Gon se había dado cuenta. Ahora, su antiguo Maestro tendría aún menos confianza en él que antes.

 





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