Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 7-

                                              



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 7

Obi-Wan caminó exhausto por las calles de la ciudad. Llevaba tres días trabajando intensamente al frente del Área de Seguridad. Había resultado agotador, pero el resultado final había sido que barrios enteros de la ciudad ha- bían quedado desarmados. Ya sólo quedaban unos pocos reductos aislados. La mayoría de las armas estaban guardadas en enormes almacenes bajo grandes medidas de seguridad. Era más seguro alejarlas de la ciudad hasta que el Consejo decidiese si había que destruirlas. Tendría que plantear esta cuestión en la próxima reunión.

Empezaban a caer unos ligeros copos de nieve de un cielo metálico. Era casi invierno y la gente necesitaba combustible para los meses que venían, pero todavía no habían hecho nada al respecto.

Nield se había limitado a reclutar cada vez más trabajadores para acabar con todos los mausoleos de la ciudad. Obi-Wan, que ahora se pasaba la mayor parte del tiempo en la calle, había notado el enfado de la gente. Las preocupaciones de la guerra habían cambiado por las que provocaba la supervivencia. Los Jóvenes no ayudaban a reconstruir los edificios ni a alimentar a las familias. El descontento crecía. La Generación de Mediana Edad les había ayudado a ganar la guerra, pero ahora apoyaban cada vez menos a los Jóvenes y, aunque eran menos numerosos, tenían mucha influencia. Los Jóvenes no podían perder su apoyo.

Tenemos que hacer algo, pensó Obi-Wan.

Vio un grupo de los Jóvenes de los Basureros que bajaban corriendo por una calle como si se dirigieran a un sitio a toda prisa. Obi-Wan llamó a uno de ellos.

¡Joli!, ¿Qué pasa?

Un chico bajo y rechoncho se volvió.

—Mawat nos ha llamado —dijo—. Hoy van a derribar otra Sala de la Evidencia.

La que está en la Calle de la Gloria, cerca de la plaza principal Cuando acabó de hablar corrió detrás de los otros.

Obi-Wan sintió un estremecimiento. En esa Sala de la Evidencia se guardaban los monumentos y los hologramas de los ancestros de Cerasi. El muchacho recordó lo preocupada que se había mostrado la joven por no tener una familia. Quizá debería avisarla de lo que iba a pasar.

Obi-Wan olvidó su debilidad y corrió hacia los túneles. Se deslizó por la cueva cercana al mausoleo y corrió hacia la bóveda. Cerasi estaba sentada en la tumba que los Jóvenes utilizaban como mesa de reunión.

—Ya lo he oído —dijo a Obi-Wan.

Obi-Wan redujo su paso a medida que se aproximaba a ella.

—Podemos pedirle a Nield que no lo haga.

Cerasi se retiró un mechón de pelo que le caía cerca de los ojos.

 

—Eso no sería justo, Obi-Wan.

El joven se sentó en una piedra cerca de ella.

¿Cuándo fuiste por última vez a la Sala? Cerasi suspiró.

—No me acuerdo. Antes de venir a vivir a los túneles... Hace tanto que ya ni puedo recordar la cara de mi madre. Su recuerdo se está desvaneciendo de mi memoria —se volvió hacia Obi-Wan—. Creo que Nield tiene razón. Odio las Salas de la Evidencia tanto como él, o por lo menos las odiaba; pero no odio a mi familia, Obi-Wan. Mi madre, mis tías, mis tíos, mis primos... Todos los que perdí están allí. Sus caras, sus voces... No tengo otra forma de recordarlos. Y no soy la única. Mucha gente en Melida/Daan no tiene nada con lo que recordar a sus seres queridos excepto esos mausoleos. Hemos bombardeado nuestras casas, las bibliotecas y los edificios públicos... No tenemos ningún recuerdo de los nacimientos, las bodas y las muertes. Si destruimos todos nuestros hologramas, nuestra historia se perderá para siempre. ¿Terminaremos echando de menos parte de lo que estamos destruyendo ahora?

Los ojos de Cerasi buscaron los suyos, pero él no tenía ninguna respuesta que ofrecerle.

—No estoy seguro —dijo poco a poco—. A lo mejor Nield está siendo demasiado estricto. Quizá los hologramas se puedan conservar de alguna manera. Tal vez en una bóveda a la que sólo se pueda acceder con un permiso. Así no estaríamos fomentando los valores de la guerra y de la violencia, pero los escolares podrían acceder a los monumentos, que conservarían la historia de Melida/Daan.

—Es una buena idea, Obi-Wan —dijo Cerasi muy contenta—. Es un compromiso. Y es algo que podemos ofrecer a la gente de Zehava.

¿Por qué no convencemos a Nield para que detenga esto momentáneamente hasta que hayamos tomado una decisión?

La alegría desapareció de los ojos de Cerasi.

—No va a querer —dijo en un tono serio.

—El Consejo podría plantearse detener las actividades del grupo de Nield hasta que el tema se lleve a debate y se estudie más profundamente. Tenemos esa opción. Nield tendrá que hacernos caso.

Cerasi se mordió el labio.

—No creo que pueda hacerlo. No puedo oponerme a Nield oficialmente. Los Jóvenes se dividirían en dos bandos. Necesitamos estar juntos. Si los Jóvenes nos dividimos significará el fin de la paz en Melida/Daan. No puedo arriesgarme a llegar a eso.

—Cerasi, la ciudad se está desmoronando —dijo Obi-Wan con desesperación

—. La gente quiere volver a su vida anterior. Ésa es la paz que quieren. Si Nield se ocupa sólo de

 

la destrucción y no de la reconstrucción, la gente se levantará en su contra. Cerasi dejó caer la cabeza entre las manos.

¡No sé qué hacer!

De repente, Mawat entró en la habitación.

¡Obi-Wan! —gritó—. ¡Te necesitamos! El joven se puso de pie.

¿Qué ocurre?

—Wehutti ha organizado a los Mayores para que protesten por la destrucción de la Sala de la Calle de la Gloria —dijo Mawat—. Se ha congregado una gran multitud de gente allí. Te necesitamos urgentemente para que autorices a los Jóvenes a coger las armas. ¡Tenemos que defender nuestro derecho a demoler los mausoleos!

Obi-Wan negó con la cabeza.

—No os voy a dar armas, Mawat. Si lo hago, la protesta acabará convirtiéndose en una masacre.

Mawat, en un gesto de frustración, se pasó las manos por su largo y rojizo pelo.

¡Pero ahora estamos desarmados gracias a ti!

—Gracias a la decisión unánime del Consejo —intervino Cerasi—. Obi-Wan tiene razón.

Mawat se dio la vuelta disgustado.

—Gracias por nada.

¡Espera, Mawat! —gritó Obi-Wan—. He dicho que no os voy a dar armas, pero no que no os vaya a ayudar.






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