Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 6-

                                              



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 6

Una caja de herramientas para la unidad de mantenimiento. Ficheros holográficos y grabaciones de ordenador de todos los estudiantes cuyos nombres empiecen con las letras comprendidas entre la A y la H. Un traje de profesor de meditación. Un equipo de actividades deportivas de un estudiante de cuarto año.

Qui-Gon miró la lista. Era un compendio de objetos extraño. No tenían nada en común. Tahl y él habían partido de la base de que se trataba de robos de pequeña importancia. Esa era la respuesta más fácil. En algún lugar había un estudiante que parecería adaptado, pero que en el fondo ocultaba resentimiento o ira. Él o ella había atacado a los demás.

Pero, gracias a su larga experiencia vital, Qui-Gon había aprendido que normalmente las respuestas fáciles conducen a una pregunta más complicada.

Los ficheros holográficos de los estudiantes eran custodiados por el Maestro Jedi T'un, que llevaba mucho tiempo cumpliendo ese servicio. T'un tenía varios cientos de años y llevaba a cargo de las grabaciones del Templo desde hacía cincuenta. Cada año le ayudaban dos estudiantes que se ofrecían voluntarios, y a los que Tahl y Qui-Gon ya habían entrevistado. Los estudiantes se habían mostrado tranquilos y habían respondido de forma clara. Solamente T'un y otros miembros del Consejo tenían acceso a los ficheros privados. Los estudiantes nunca se quedaban a solas en la oficina de T'un.

El resultado habitual de su investigación era que cada cabo suelto les conducía a un callejón sin salida.

Sonaron unos golpes apresurados en la puerta de Qui-Gon. —Qui-Gon —dijo Tahl con suavidad—. Te necesito.

Él abrió la puerta.

—Malas noticias —dijo frunciendo el ceño—. Han saqueado las habitaciones de entrenamiento de los estudiantes avanzados, y han robado todos los sables láser.

La sorpresa le impidió responder con rapidez. El sable láser de Obi-Wan se encontraba en esa habitación. Qui-Gon lo había dejado allí. Una parte de él todavía conservaba la esperanza de que algún día Obi-Wan volviera y lo reclamara.

—Eso ya no es un robo sin importancia —dijo.

—Yoda ha acordonado la zona hasta que nosotros examinemos la habitación

—explicó Tahl—. Date prisa, antes de que DosJota me encuentre.

Caminaron aprisa hasta el ascensor, que les llevó al piso de entrenamiento. Qui-Gon entró en la sala de vestuario. De repente, se detuvo y Tahl chocó contra su espalda.

¿Qué ocurre? —preguntó—. ¿Qué ves?

Qui-Gon no pudo responder inmediatamente y observó toda la estancia con el corazón dolorido. Las túnicas de entrenamiento habían sido reducidas a harapos,

 

y los trozos estaban esparcidos por el suelo. Habían saltado los cerrojos de las taquillas y su contenido estaba esparcido por todas partes.

—Puedo sentirlo —dijo Tahl—. Rabia. Destrucción.

Tahl caminó a través del desorden, se agachó y cogió un trozo de tela.

¿Y qué más?

—Un mensaje —contestó Qui-Gon—. Pintado en rojo en la pared. Se lo leyó.

VENDRÁ, TU TIEMPO

PREPARADO DEBES ESTAR, PROBLEMAS YO TENDRÉ

—Se burlan de Yoda —dijo ella—. Sé que los estudiantes le imitan a veces.

Incluso yo lo hago. Pero lo hacemos con cariño. Aquí hay odio, Qui-Gon.

—Sí.

—Tenemos que llegar al fondo de esta cuestión. Y los estudiantes tienen que saberlo. Hay que avisarles.

—Sí —coincidió Qui-Gon—. No podemos mantener esto en secreto durante más tiempo.

***

Se declaró la alerta de alta seguridad en el Templo. El Consejo tomó la decisión con reticencias porque convertía a los estudiantes en prisioneros, y los obligaba a llevar un pase para abandonar el Templo, pasear por los jardines o nadar en el lago. Todos tenían que dar cuentas de lo que hacían en cada minuto del día. Era por su propia protección, pero iba contra el espíritu del lugar. La filosofía del Templo decía que la disciplina no tenía que ser impuesta, y los controles de seguridad iban en contra de esa idea.

Pero Qui-Gon y Tahl habían insistido, y habían contado con el apoyo de Yoda.

La seguridad de los alumnos estaba por encima de todo.

En el Templo se respiraba una atmósfera de desconfianza. Los estudiantes se miraban unos a otros con suspicacia. Todos estaban siendo llamados a realizar una entrevista con Qui-Gon y Tahl, y se miraban entre sí para descubrir cualquier signo delator. Sin embargo, nadie podía creer que un estudiante hubiese sido capaz de realizar un acto tan vandálico.

Bruck era uno de los estudiantes que pensaba así.

—Yo creo que no ha podido ser ninguno de los estudiantes avanzados —dijo tranquilamente a Tahl y a Qui-Gon cuando le llamaron para que hablase con ellos

—. Nos han entrenado a todos juntos. No puedo imaginar por qué uno de nosotros querría perjudicar al Templo.

—Es difícil saber lo que hay en el corazón de otra persona —señaló Qui-Gon.

—Yo fui el último en salir anoche de las habitaciones de entrenamiento —dijo

 

Bruck—. Y, por supuesto, sabréis que hace meses fui sancionado a causa de mi ira. He trabajado con Yoda y he realizado progresos, pero me imagino que todavía soy uno de los sospechosos.

Bruck miró directamente a los ojos de Qui-Gon.

—Aún no sospechamos de nadie —le aseguró Tahl—. ¿Viste algo extraño anoche? Piensa detenidamente.

Bruck cerró los ojos durante unos instantes.

—Nada —dijo finalmente—. Apagué las luces y me marché. Nunca cerramos con llave las habitaciones de entrenamiento. Cogí el turboascensor hasta el comedor y estuve allí con mis amigos hasta que me fui a la cama.

Qui-Gon asintió. Había comprobado con anterioridad la historia de Bruck.

Ni Tahl ni él sabían con precisión lo que estaban buscando. Sólo estaban recopilando información e intentando descubrir si los estudiantes habían visto algo fuera de lo normal, o incluso si habían visto algo que en su momento no les había parecido importante.

Despidieron a Bruck. Tahl, suspirando, se volvió hacia Qui-Gon.

—Creo que tiene razón. No puedo imaginar a uno de los estudiantes antiguos haciendo eso. Son Jedi.

Qui-Gon se pasó una mano por la frente.

—Y nadie ha visto a ningún estudiante que últimamente se haya mostrado enfadado o preocupado. Sólo lo habitual, un ejercicio que no sale muy bien, un desacuerdo por algún asunto nimio... —tamborileó sus dedos sobre la mesa, pensando—. Y, sin embargo, Bruck se enfadó una vez.

—Yoda dice que ha hecho progresos muy notables —dijo

Tahl—. Bruck ha aprendido que su problema era tener tanta ira y ha admitido que haber sido el último estudiante en utilizar las habitaciones de entrenamiento le ha perjudicado. No percibí que tuviese malas intenciones. Un chico tan honesto no ha podido hacer eso.

—A menos que sea muy inteligente —señaló Qui-Gon.

¿Sospechas de él?

—No —dijo Qui-Gon—. No sospecho de nadie, y de todos...

¡Maestra Tahl! —DosJota apareció de repente en el quicio de la puerta de la sala de entrevistas—. Estoy aquí para llevarte al comedor.

Tahl apretó los dientes.

—Estoy ocupada.

—Es la hora de la cena —dijo DosJota con un tono musical.

—Puedo ir sola—se quejó Tahl.

 

—Está cinco niveles más abajo.

¡Sé perfectamente dónde está!

—Tienes un cuaderno de datos a tu izquierda, a tres centímetros...

¡Lo sé! ¡Y en un segundo estará volando por los aires en dirección a tu cabeza!

—Ya veo que estás ocupada. Volveré —DosJota emitió unos pitidos de forma amistosa y se marchó.

Tahl se llevó las manos a la cara.

—Recuérdame que me haga con un par de vibrocortadores, ¿vale, Qui-Gon? Necesito desmontar a ese androide —Tahl levantó la cabeza y dio un fuerte suspiro—. Esta investigación va a acabar con los nervios de todos en el Templo. Siento una perturbación seria en la Fuerza.

—Yo también.

—Me temo que el causante de todo esto no es un estudiante. Creo que es un invasor. Alguien que nos odia. Alguien que quiere dividirnos y mantenernos ocupados.

¿Un plan a largo plazo? ¿Eso es lo que temes?

Tahl se dio la vuelta y dirigió hacia él unos ojos dorados y esmeralda que se reflejaban preocupación. —Es lo que más miedo me da. —A mí también —replicó con suavidad Qui-Gon.

 





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