Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 4-

                                             



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 4

Qui-Gon se encontraba en sus dependencias cuando recibió un mensaje que requería su presencia inmediata ante el Consejo Jedi. Estaba casi seguro de que querían información sobre lo que le había ocurrido con Obi-Wan.

Se levantó suspirando. Había vuelto al Templo buscando paz y tranquilidad y, por el contrario, se le obligaba a revivir esa desagradable situación una y otra vez.

Sin embargo, no podía ignorar un llamamiento del Consejo. Ser un Jedi conllevaba reconocer que la sabiduría propia tiene límites, y que el Consejo está formado por los mejores Maestros Jedi, y también los más sabios. Si querían una explicación por parte de Qui-Gon, la tendrían.

El Jedi entró en la sala del Consejo. Era la habitación más grande de las situadas en una de las torres del Templo, y ocupaba la parte más alta. Por las ventanas, que se levantaban desde el suelo hasta el techo, se divisaban las cúpulas y las torres de Coruscant, que quedaban más abajo. El sol salía en esos momentos y teñía las nubes de un naranja intenso.

Qui-Gon se quedó de pie en medio de la habitación, hizo una reverencia respetuosa y esperó. ¿Por dónde empezarían? ¿Le preguntaría Mace Windu, cuyos ojos oscuros podían atravesarte como si de un carbón incandescente se tratara, por qué había dejado a un niño de trece años solo en medio de una gue- rra? ¿Comentaría Saessee Tiin que sus acciones estaban siempre motivadas por su carácter impulsivo? Había tenido que comparecer ante el Consejo más que el resto de los Caballeros Jedi. Podía casi adivinar lo que iba a decir cada uno.

Yoda fue el primero en hablar.

—Por un asunto de gran importancia te hemos llamado. Un secreto es. Una serie de robos hemos descubierto.

Qui-Gon se quedó paralizado por el asombro. No estaba preparado para esto.

¿Aquí en el Templo? Yoda asintió.

—Tener que hablar de esto siento. Lo robado son cosas que valor monetario no tienen. Y, sin embargo, los robos serios son, En contra del Código Jedi van.

¿Cree el Consejo que uno de los estudiantes puede ser el responsable de estos hechos? —preguntó Qui-Gon frunciendo el ceño. Nunca se había oído un caso similar en el Templo.

—No lo sabemos —contestó Yoda.

—Si no es un estudiante —señaló Mace Windu—, entonces una fuerza extraña ha invadido el Templo. Cualquiera de las dos situaciones es intolerable. Y en cualquiera de los dos casos hay que investigar —puso sus finos y elegantes dedos juntos—. Por eso te hemos convocado, Qui-Gon. Necesitamos que lo investigues con discreción. No queremos alarmar a los estudiantes más jóvenes, ni que el ladrón se dé cuenta de que vamos tras él. Queremos que te hagas cargo de esta

 

investigación.

—Con Tahl tú trabajarás —añadió Yoda—. Verdad es que ella ver no puede, pero destacables sus poderes son.

Qui-Gon asintió. Estaba de acuerdo con Yoda. La intuición y la inteligencia de Tahl eran reconocidas por todos.

—Puede que de momento los robos sean menores —advirtió Mace Windu—, pero un robo pequeño puede formar parte de otro mayor. En cualquier caso, la amenaza es real. Ocúpate de ello, Qui-Gon.

***

—Sí, ya lo sabía —le dijo Tahl a Qui-Gon cuando éste se dirigió a sus aposentos para comentarle la decisión del Consejo—. Yoda vino a verme esta mañana. Me despertó con la mala noticia. No es la mejor manera de comenzar el día.

Tahl esbozó una sonrisa irónica que Qui-Gon conocía perfectamente. Habían estado juntos durante su entrenamiento de Jedi en el Templo. Tahl siempre llamaba la atención. Era fuerte y bella, con la piel del color de la miel oscura y con unos ojos verdes y grandes. Tahl y su lengua afilada habían bajado los humos y habían desafiado a todos los que intentaban burlarse de ella, incluso cuando tenía seis años.

Ahora, cuando miraba sus ojos ciegos y la cicatriz blanca que le atravesaba la cara hasta la barbilla, el corazón de Qui-Gon se encogía de dolor. Aunque Tahl seguía siendo asombrosamente bella, le dolía ver las marcas que delataban su sufrimiento.

—He oído que los curanderos estuvieron ayer contigo —puntualizó Qui-Gon.

—Sí, ésa era otra de las razones por las que me visitó Yoda. Quería asegurarse de que estaba bien —dijo Tahl. Su media sonrisa volvió a asomar por un lado de su boca—. Ayer me dijeron que nunca recuperaría la vista.

La mala noticia hizo que Qui-Gon se fuera agachando lentamente hasta sentarse en una silla. Se alegraba de que Tahl no pudiera ver la expresión de dolor que había en su cara.

—Lo siento.

Él, como Tahl, había conservado la esperanza de que los curanderos de Coruscant fueran capaces de curar su ceguera.

Ella se encogió de hombros.

—Yoda vino a decirme que me necesitaba en esta investigación. Creo que nuestro amigo me ha encargado esto para mantenerme ocupada y que piense en otras cosas.

—Si no te apetece puedo buscar otro compañero —dijo Qui-Gon—. El Consejo lo entenderá.

Ella le dio una palmadita en la mano y buscó su tetera.

 

—No, Qui-Gon. Yoda, como siempre, tiene razón. Y si hay una amenaza sobre el Templo, quiero ayudar. Y ahora toma un té conmigo. —Tocó la tetera—. Todavía está caliente.

—Déjame ayudarte —dijo Qui-Gon rápidamente.

—No —contestó Tahl cortante—. Tengo que hacer las cosas por mí misma. Si vamos a trabajar juntos espero que lo comprendas.

Qui-Gon asintió y después se dio cuenta de que Tahl no podía verle. Tenía que acostumbrarse a esta nueva Tahl. Puede que hubiese perdido la vista, pero su percepción era más fuerte que nunca.

—De acuerdo —accedió Qui-Gon—. Me apetece un té. Tahl cogió una taza.

¿Sabes lo que he estado haciendo estas últimas semanas? Ejercicios de entrenamiento. Estoy trabajando con los Maestros para desarrollar mi sentido del oído, del tacto y del olfato. Ya he hecho algunos avances importantes. No tenía ni idea de lo fino que era mi oído.

—Y yo que pensaba que lo único afilado que tenías era la lengua —dijo Qui- Gon.

Ella se rió mientras cogía la taza con una mano y empezaba a servir el té.

—Yoda tenía preparada una sorpresa para mí. Una sorpresa inesperada, debo decir, pero no se lo cuentes. Él...

¡Un centímetro a la izquierda!

La voz musical se escuchó de repente detrás de ellos. Sorprendida, Tahl derramó el té sobre su muñeca.

¡Estrellas y galaxias! —gritó.

Qui-Gon le acercó una servilleta. Se dio la vuelta y vio que había un androide en la habitación. Llevaba el traje plateado de los androides de protocolo, pero Qui- Gon se fijó en que estaba equipado con otros accesorios complementarios. Tenía extra sensores en la cabeza y sus brazos eran más largos. Se acercó y cogió la taza de Tahl.

—Ves, Maestra Tahl, has derramado el té —dijo el androide.

—Ha sido porque tú me asustaste, montón de latas reciclado —escupió Tahl—.

Y no me llames Maestra Tahl.

—Sí, por supuesto, señor —contestó el androide.

—No soy un señor, soy una mujer. ¿Quién es el ciego? Qui-Gon trató de aguantarse la risa.

¿Qué es eso? —preguntó señalando al androide.

—Descubre cuál era la sorpresa de Yoda —dijo Tahl sonriente—. 2JTJ, pero llámale DosJota. Es un androide de navegación personal. Se supone que me

 

ayudará con las tareas personales hasta que pueda valerme por mí misma. Me avisa de los obstáculos y puedo programarle para que me lleve a cualquier sitio.

—Parece una buena idea —señaló Qui-Gon viendo cómo DosJota limpiaba eficazmente el té que se había derramado.

—Preferiría andar sola por espacios cerrados —protestó Tahl—. Fue idea de Yoda, pero no estoy acostumbrada a tener compañía constantemente. Ni siquiera tuve nunca un padawan.

Cuando Tahl comenzó a tomar el té, Qui-Gon dio un sorbo al suyo. Él tampoco había querido otro padawan después de perder al primero, Xánatos, que había destruido todos los lazos de honor y lealtad que había entre ellos. Estar solo le había gustado. Así sólo tenía que responsabilizarse de sus actos. Pero, después de aquello, Obi-Wan había irrumpido en su vida y, con el tiempo, se había habituado a tenerle a su lado.

—Lo siento, Qui-Gon —dijo Tahl amablemente—. Fue una observación desafortunada. Sé que echas de menos a Obi-Wan.

Qui-Gon bajó su taza con cuidado.

—Ya que no quieres que te ayude a servir el té —dijo—, ¿puedo pedirte que no me digas cómo me siento?

—Bueno, a lo mejor no sabes que le echas de menos —dijo Tahl—. Pero es así.

Enfadado, Qui-Gon se puso de pie.

¿Ya has olvidado lo que hizo? Robó un caza para derribar las torres deflectantes. ¡Si le hubiesen alcanzado tú habrías muerto en Melida/Daan!

—Ah, así que tienes una nueva habilidad. Puedes ver las cosas que habrían sucedido. Nos vendrá bien.

Qui-Gon empezó a dar vueltas alrededor de ella.

—Si no le hubiésemos detenido, lo habría robado otra vez.

Nos habría dejado tirados en ese planeta sin un medio de transporte para huir. Tahl empujó la silla de Qui-Gon con el pie.

—Siéntate, Qui-Gon. No te veo, pero me estás poniendo nerviosa. Si yo no culpo a Obi-Wan, ¿por qué tienes que culparle tú? Estás hablando de mi vida.

Qui-Gon no se sentó, pero dejó de andar. Tahl buscaba en su cabeza razonamientos para aplacar su estado de ánimo.

—Recibió una llamada fuerte —dijo en un tono amable—. Tú te fuiste por un lado y él por otro. Creo que eres el único que continúa culpando al chaval. Es sólo un niño, Qui-Gon. Recuérdalo.

Qui-Gon permanecía en silencio. Estaba discutiendo otra vez sobre Obi-Wan, y no quería hablar de ese tema con Tahl. Ni siquiera con Yoda. Ninguno sabía cuánto había puesto de su parte para enseñar al chaval en tan poco tiempo. Nadie

 

sabía cuánto le había herido la decisión de Obi-Wan.

—Creo que debemos hablar de la investigación —dijo finalmente—. Ahora es nuestra principal preocupación. Estamos perdiendo el tiempo.

—Es verdad —dijo Tahl asintiendo—. Creo que el Consejo tiene razón. No podemos tomarnos este asunto a la ligera. Es peligroso.

¿Por dónde empezamos'? —preguntó Qui-Gon sentándose—. ¿Tienes alguna idea?

—Uno de los robos ocurrió en un área semi-restringida —señaló Tahl—. Faltan algunas grabaciones de estudiantes. Podemos mirar quién tiene acceso al registro del Templo. Cuando no sabes por dónde empezar, hay que arrancar por lo más obvio.






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