Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 9-

                                               



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 9

Obi-Wan, Cerasi y Mawat salieron de los túneles a una manzana de la Sala de la Evidencia. Obi-Wan había convocado allí a todos los miembros del Área de Seguridad. No quería utilizar la violencia, pero les ayudaría mostrar un poco las armas. Había que evitar la crisis a toda costa.

Pero era demasiado tarde, la crisis ya había comenzado.

Wehutti y los Mayores habían formado una cadena humana alrededor de la Sala. Estaban de pie, hombro con hombro, desafiando a Nield y a sus ayudantes.

Todo indicaba que Nield había comenzado la destrucción del mausoleo, pero los Mayores no le habían permitido acabar. Algunos monumentos medio destruidos estaban ya fuera de la Sala. Al otro lado de la cadena humana que cercaba el lugar se alineaban deslizadores aparcados, en los que se transportaban taladradores de piedra y otros equipos de demolición. Obviamente, Wehutti y los Mayores habían logrado colocarse entre Nield y sus instrumentos de trabajo.

Cerasi y Obi-Wan corrieron hasta situarse al lado de Nield.

—Miradlos —dijo Nield disgustado—. Protegen su odio con sus vidas.

—Tenemos problemas —dijo Obi-Wan.

—Gracias por la información —contestó Nield con sarcasmo. Después suspiró

—. Mira, sé que tenemos problemas. ¿Por qué crees que estoy parado aquí sin hacer nada? Si los desalojamos por la fuerza será como volver al enfrentamiento armado, pero no podemos dejar que impongan su voluntad. Tenemos que destruir el mausoleo.

¿Por qué? —preguntó Cerasi. Nield movió la cabeza con fuerza.

¿Qué quieres decir? Ya sabes por qué.

—Creí que lo sabía —le dijo Cerasi—, pero he cambiado de opinión, Nield. ¿Te parece una decisión acertada destruir los únicos lugares donde se guardan testimonios de nuestra historia?

¡Una historia de muerte y destrucción!

—Sí —admitió Cerasi—. Pero ésa es nuestra historia. Nield miró fijamente a Cerasi.

—No puedo creer lo que estoy oyendo —murmuró.

—Nield, hay que tener en cuenta lo que está pasando en Zehava —señaló Obi- Wan—. Cuando dije que teníamos problemas no me refería sólo a la destrucción de este mausoleo. Si insistes en utilizar la fuerza, la noticia correrá por toda la ciudad. La gente ya está descontenta con nosotros. Tienen frío y el invierno está cerca. Necesitan ver alguna señal de reconstrucción, no más destrucción.

 

Nield miraba a Cerasi y a Obi-Wan con desconcierto.

¿Y qué hay de nuestros ideales? ¿Vamos a ceder tan pronto?

¿Es que los acuerdos son malos? —preguntó Cerasi—. Civilizaciones enteras se han construido a partir de ellos —colocó la mano en el brazo de Nield

—. Deja que Wehutti gane esta vez, Nield.

El muchacho negó con la cabeza con fuerza.

—No. ¿Desde cuándo te ha importado que derrotáramos a tu padre? ¡Durante la guerra no te importó! Disparaste a un montón de Mayores. ¡Le habrías matado si hubieses podido!

Las palabras de Nield parecieron golpear la cara de Cerasi, que volvió la cabeza.

—Nield, escucha —suplicó Obi-Wan—. Esto no tiene nada que ver con Wehutti. Todos queremos lo mejor para Zehava. Hay asuntos sobre los que hay que discutir. Deberíamos votar. ¿No adoptamos este sistema de gobierno por eso? Tú mismo querías tener un Consejo. No querías tener todo el poder en tus manos,

¿te acuerdas?

La mirada de Nield denotaba enfado.

—De acuerdo. No puedo oponerme a dos de vosotros. Cerasi le miró con ojos de súplica.

—No nos oponemos a ti, Nield. Estamos todos juntos en esto. Levantó la palma de su mano.

Nield la ignoró, volvió la cabeza y se fue. Hizo un gesto a sus trabajadores y, pasado un momento, todos le siguieron con una expresión de asombro en sus caras. Nunca habían visto a Nield abandonar.

Los Mayores lanzaron gritos de alegría. La voz fuerte de Wehutti retumbó entre las demás.

¡Hemos ganado!

Cerasi miró a su padre con preocupación.

—Creo que he cometido un error. No debería haber discutido con Nield delante de ellos.

—Me temo que no teníamos otra opción —dijo Obi-Wan.

Al joven también le preocupaba la reacción de los Mayores. Sabía que Wehutti convertiría este percance en una gran victoria y la utilizaría en su beneficio.

De repente, Wehutti se dio la vuelta y miró por encima de las cabezas de la multitud, directamente hacia Cerasi. Sus ojos se encontraron. Obi-Wan vio la fuerza de la mirada que Wehutti le dirigía a su hija. La furia fue reemplazada por dulzura.

Así que tiene sentimientos, después de todo, pensó Obi-Wan. Por primera vez,

 

el muchacho vislumbró una esperanza para que la tan ansiada reconciliación entre Cerasi y su padre se hiciera realidad.

Uno de los Mayores agarró el brazo de Wehutti, y éste se dio la vuelta bruscamente. Cerasi dejó escapar un leve suspiro.

—Nield dijo que para él sus padres eran algo más que guerreros —dijo—. Yo también lo siento así. Sé que mi padre está lleno de odio, pero quiero recordar que también había amor en él.

—Yo creo que ese amor todavía existe —dijo Obi-Wan.

—Eso es sagrado para mí —explicó ella—. Y eso significa que las memorias de los mausoleos son sagradas también —se dio la vuelta hacia Obi-Wan—.

¿Entiendes lo que quiero decir? ¿Hay algo que sea sagrado para ti?

Sin quererlo, una imagen vino a la cabeza de Obi-Wan. Vio el Templo Jedi recortado sobre el cielo azul y los edificios blancos de Coruscant, increíblemente alto y con reflejos dorados. Vio los largos y fríos pasillos, las habitaciones acogedoras, las fuentes y el lago, que era de un verde más intenso que los ojos de Cerasi. Sintió el mismo estremecimiento que cuando se sentaba frente de los Cristales de Fuego Sanadores y miraba su deslumbrante interior.

La emoción le embargó. Echaba de menos ser un Jedi.

Echaba de menos su seguridad y su conexión intensa con la Fuerza. Se lo estaba perdiendo. Era como si fuera otra vez un estudiante de primer año, consciente de que había algo que podía sentir, pero que todavía no podía controlar. Echaba de menos el sentido del propósito que tenía en el Templo, el sentido de que sabía exactamente hacia dónde iba y la alegría por haber elegido ese camino.

Y, por encima de todo, echaba de menos a Qui-Gon.

La conexión entre ambos había desaparecido. Obi-Wan podía volver al Templo. Sabía que Yoda le daría la bienvenida. El Consejo tenía autoridad para decidir si podía volver a ser un Jedi. Otros antes que él se habían marchado y luego habían regresado.

Lo que era seguro es que Qui-Gon no le aceptaría ni le recibiría bien. El Maestro Jedi había terminado su relación con él, y Obi-Wan sabía que tenía derecho a hacerlo. Una vez rota, esa profunda confianza no se podía recuperar.

Cerasi leyó en sus ojos lo que le estaba pasando.

—Le echas de menos.

—Sí.

Ella asintió, como si esa afirmación confirmara algo que llevaba tiempo pensando.

—No es algo vergonzoso, Obi-Wan. Puede que el destino te reserve algo mejor de lo que podemos ofrecerte aquí. Puede que tu destino sea llevar una vida diferente.

 

—Pero yo quiero a Melida/Daan —dijo Obi-Wan.

—Eso no tiene por qué cambiar. Sabes que podrías contactar con él. Obi-Wan no tuvo que preguntar a quién se refería.

—Hiciste la elección correcta en un momento determinado —continuó Cerasi—.

Por lo que tú me has contado de los Jedi, nadie va a culparte.

Obi-Wan miró a través de la plaza hacia el cielo gris, en el que empezaban a brillar algunas estrellas. Entre ellas se encontraban los planetas de la galaxia, y uno era Coruscant. Sólo estaba a una distancia de tres días con un transporte rápido. Una distancia que, sin embargo, era insalvable para él.

—Uno de ellos sí me culpará —contestó—. Siempre lo hará.





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