Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 8-

                                               



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 8

El rumor se extendió rápidamente por todos los rincones del Templo. Se había detectado la presencia de un intruso en el planeta. Algunos aseguraban que había sido visto en el propio Templo. Los estudiantes más jóvenes estaban ate- morizados, y los propios Caballeros Jedi mostraban su preocupación. El Templo se encontraba en situación de máxima alerta. ¿Cómo había logrado entrar? ¿Era el Templo vulnerable?

—La seguridad interna del Templo es muy severa —dijo Qui-Gon a Tahl durante una de sus investigaciones—, pero quizá deja mucho que desear si la amenaza viene del exterior.

Ambos caminaban por uno de los pasillos, llevando a DosJota a sus espaldas.

¿Qué quieres decir? —preguntó Tahl.

—Quiero decir que los sistemas de seguridad no están preparados para impedir que un intruso se introduzca en el Templo, si alguien, desde dentro, quiere que así sea. El sistema está programado suponiendo que ningún Jedi permitiría el acceso de una amenaza del exterior.

—Una rampa con una inclinación de quince grados a dos metros de distancia — informó DosJota.

Tahl se mostró enfadada durante un segundo, pero enseguida volvió a centrarse en el planteamiento de Qui-Gon.

—Ni siquiera sabemos con seguridad que hay un invasor —dijo, frustrada—. Hemos intentado llegar al fondo de los incidentes y ha sido imposible. Todo se sabe por alguien que ha oído la historia contada por algún otro, que, a su vez, ni siquiera recuerda quién se la ha contado a él...

—La huella de cualquier rumor, por propia naturaleza, es difícil seguir — argumentó Qui-Gon—, Puede que el invasor cuente con ello, o quizá quiere que creamos que se trata de una invasión desde el exterior.

A través del sistema de comunicación, una voz calmada y con un tono neutro dijo:

—Código catorce, código catorce.

—La señal de Yoda —dijo Tahl—. Ha ocurrido algo.

Los dos Jedi se dieron la vuelta. Tahl se agarró al brazo de Qui-Gon para poder avanzar más rápidamente.

¡Maestra Tahl! ¡Por favor, camine más despacio! —dijo DosJota en un tono musical—. ¡No puedo seguirles!

¡Piérdete! —le gritó Tahl por encima del hombro—. ¡Tenemos prisa!

—No me puedo perder, señor —contestó DosJota, apresurándose para seguirles—. Soy un androide de navegación.

Qui-Gon y Tahl aceleraron el paso y llegaron a una pequeña sala de

 

conferencias, donde habían acordado encontrarse con Yoda para darle las últimas novedades. Era la sala más segura del Templo porque estaba equipada con un escáner que controlaba en todo momento varios dispositivos de seguimiento.

Cuando entraron en la sala de paredes blancas, Yoda ya les estaba esperando.

—Puerta a punto de cerrarse en unos dos segundos —dijo DosJota a Tahl.

—DosJota... —contestó Tahl a punto de perder la paciencia.

—Esperaré fuera, señor —se ofreció DosJota.

La puerta se deslizó a sus espaldas y se cerró. Yoda parecía preocupado.

—Malas noticias tengo —dijo—. Otro robo que informar. Los Cristales de Fuego Sanadores robados esta vez han sido.

¿Los Cristales? —preguntó Qui-Gon asombrado—. Pero si se guardan con unas medidas de seguridad muy estrictas.

Tahl respiró con fuerza.

¿Quién sabe lo que ha ocurrido?

—El Consejo solamente —dijo Yoda—. Pero qué esta noticia pronto se sepa nosotros tememos.

Cuando Qui-Gon pensaba que la situación no podía empeorar más, las cosas empezaban a ir peor. La gravedad de los: robos iba en aumento. Ésa podía ser la clave.

Esa era la clave, pensó Qui-Gon. No era una casualidad. Todo estaba planeado.

Esta vez, el robo había golpeado directamente en el corazón del Templo. Los Cristales habían sido un tesoro Jedi durante miles de años. Se guardaban en una habitación de meditación a la que tenían acceso todos los estudiantes. La fuente de calor y de luz de esa habitación procedía de los propios Cristales, en el centro de cada uno de los cuales ardía una llama eterna.

Cuando los estudiantes se enteraran del robo perderían la confianza y dejarían de ver el Templo como un lugar inexpugnable. Su propia creencia en la Fuerza se tambalearía.

—Encontrar a quien hizo esto vosotros deberéis —dijo Yoda—. Pero algo más importante hay que descubrir.

¿El qué, Yoda? —preguntó Tahl.

—Averiguar por qué debéis —dijo Yoda con preocupación—. En la semilla de nuestra destrucción me temo que el porqué se esconde.

Yoda se marchó de la habitación. Cuando hubo salido, la puerta se cerró.

¿Por dónde empezamos? —preguntó Tahl a Qui-Gon.

—Por mi habitación —respondió Qui-Gon—. Tengo notas apuntadas en mi cuaderno. Y a partir de ahora llevaremos siempre con nosotros lo que escribamos.

 

Si los Cristales son vulnerables, también lo somos nosotros.

Qui-Gon y Tahl entraron en la habitación. El Maestro Jedi temía que al llegar no encontraran el cuaderno, pero estaba en un cajón al lado de su cama, justo donde él lo había dejado. En el Templo no existían ni llaves ni cerrojos.

—Está bien —dijo—. Volvamos a...

Qui-Gon se detuvo a observar a Tahl. Era obvio que no le estaba escuchando. Se había quedado parada en medio de la habitación. Su rostro mostraba un gesto de gran concentración. Esperó para no interrumpirla.

¿No lo hueles? —preguntó ella—. Alguien ha estado aquí, Qui-Gon. En la habitación se percibe la esencia de tu persona... y la de alguien más. Un invasor.

Qui-Gon miró a su alrededor. No habían tocado nada. Activó su cuaderno. Todas sus notas codificadas estaban allí. Las entrevistas con los estudiantes, los sistemas de seguridad. ¿Alguien podría haber descifrado el código y leerlas? Tampoco importaba mucho. No había anotado conclusiones, sólo hechos. Pero alguien había estado allí.

De repente, Qui-Gon se sintió muy satisfecho. Tahl notó su cambio de humor y se dio la vuelta. Cada vez era más extraordinario todo lo que podía percibir sin necesidad de verlo.

¿Qué ocurre? —preguntó.

—Acabas de encontrar la manera de capturar al ladrón —contestó Qui-Gon.

 






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