Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 12-

                                               



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 12

Debido a las nuevas normas de seguridad, la intensidad de la iluminación había bajado en el lago. La oscuridad era total. Qui-Gon pensó que eso era mejor para ellos. Él y Tahl se agacharon detrás de los árboles que había en la orilla del lago. Lo único que podía distinguirse era el reflejo del agua.

—Por fin estamos igualados —murmuró Tahl cuando Qui-Gon le comentó lo oscuro que estaba todo a su alrededor.

Creían que esa noche podría ocurrir otro robo. Habían visto cómo la importancia de los robos iba en aumento, y suponían que el ladrón de los Cristales estaba a punto de cometer otro delito. Si era así, el ladrón necesitaría esconder su botín, y para ello tendría que ir al lago.

O al menos eso era lo que esperaban.

Tahl tenía que permanecer a su lado. Lo habían discutido y, al final, la muchacha había conseguido imponer su opinión. Sí Qui-Gon veía al culpable, ella sería la encargada de ir a contárselo a Yoda. Puede que Qui-Gon tuviese que perseguir al ladrón. Tahl había argumentado que no debían estar en contacto a través de los comunicadores. El asunto era demasiado importante y tenían que solucionarlo sin hacer el más mínimo ruido. No había que dar facilidades al ladrón.

—De acuerdo —accedió finalmente Qui-Gon—. Pero deja a DosJota en tu habitación.

Llevaban cinco horas esperando. De vez en cuando se ponían de pie y movían los músculos, realizando un ejercicio Jedi conocido como Movimiento Estacionario. Gracias a él lograban permanecer despiertos y preparados para la acción en cualquier momento.

En el lago reinaba una calma total, así que bastó el reflejo de una hoja al moverse para que Qui-Gon se diese cuenta de que alguien había aparecido en escena. Tahl lo había oído; incluso era posible que lo hubiese percibido antes, ya que había vuelto la cabeza hacia el lugar de donde procedía el sonido.

Qui-Gon invocó a la Fuerza para que le ayudara. Se había puesto ropas oscuras y estaba perfectamente camuflado entre la vegetación. Permanecía inmóvil.

Una figura apareció en la playa por la parte izquierda, pero no por el camino por el que ellos habían llegado. Llevaba una capucha, pero Qui-Gon pudo distinguir que se trataba de un chico. Según indicaba su altura, tenía que ser uno de los estudiantes más antiguos del Templo. Además, su forma de caminar le resultaba familiar. Qui-Gon no tuvo que esperar a que se quitara la capucha, ni a que se descubriera el brillo de una coleta "blanca para identificar a Bruck.

Qui-Gon se agachó y acercó los labios al oído de Tahl. Susurró el nombre de Bruck, y ella asintió.

Bruck se sentó en la orilla y se quitó las botas y el abrigo. Después, se ató una especie de bolsa impermeable con una cuerda alrededor del cuello, encendió una

 

barra luminosa sumergible y se introdujo en el lago. Respiró profundamente y desapareció de la vista.

—Se ha sumergido —dijo Qui-Gon, en voz baja, a Tahl—. Cuando salga al exterior, le perseguiré. Espérame aquí y no te muevas. Que no descubra que voy a seguirle.

—De acuerdo —accedió Tahl—. Si no vuelves en quince minutos iré a pedir ayuda.

En unos minutos, Bruck salió a la superficie y nadó con fuertes brazadas hacia la orilla. Salió del lago y se puso las botas y el abrigo. En lugar de volver por el turboascensor principal, escogió un pequeño camino. Qui-Gon lo conocía perfectamente.

Era el que conducía a los edificios en los que se guardaban los deslizadores y las hidronaves.

Qui-Gon le siguió. No sabía si iba a reunirse con alguien o si se dirigía hacia donde guardaba el resto de los objetos robados. De todas formas, lo que sí sabía era que esa noche iba a descubrir algo importante acerca de los robos.

Bruck avanzaba con cuidado, pero Qui-Gon era aún más sigiloso. Tenía más práctica que el chico en este tipo de situaciones. Seguía a Bruck más por el sonido de sus pasos que porque pudiera verlo.

A medida que se iban alejando del lago, la vegetación era más tupida en los alrededores del camino. Muy pronto llegarían a los edificios donde se guardaban las naves. ¿Habría alguien allí esperando a Bruck? Qui-Gon aceleró el paso para acercarse y poder ver al chico.

—Raíces de un árbol a dos centímetros —una voz muy conocida retumbó en el silencio de la noche—. ¡Una rama con hojas a tres centímetros, justo al nivel de los ojos!

¡DosJota! Qui-Gon se detuvo y permaneció inmóvil. Bruck se volvió y su coleta ondeó al viento. La oscuridad no le permitía ver a Qui-Gon, pero se dio la vuelta y comenzó a correr.

No tenía sentido seguir persiguiéndole. Seguramente, ya habría dado la vuelta y ahora se dirigía hacia el turbo ascensor. Había advertido su presencia.

Disgustado, Qui-Gon se dio la vuelta. Tahl le estaba esperando en el camino, a unos pocos metros. DosJota estaba a su lado.

—Qui-Gon Jinn se acerca —informó DosJota en un tono alegre.

Tahl se aproximó a DosJota y, con rabia, le desenchufó los mecanismos que le permitían hablar. El androide movía los brazos, pero ya no podía emitir ningún sonido.

—Lo siento, Qui-Gon —dijo Tahl inmediatamente—. No me di cuenta de que DosJota me andaba buscando. En cuanto empecé a caminar ya estaba a mi lado.

¿Por qué me seguiste? —preguntó Qui-Gon irritado.

 

—Porque alguien te estaba siguiendo a ti —explicó Tahl—. Se movía tan sigilosamente que pensé que seguramente tú no le oirías. Estaba preocupada.

¿Alguien del Templo? —preguntó Qui-Gon—. ¿Qué te pareció?

—No lo sé —Tahl dudaba—. Tanto los estudiantes como los profesores, o incluso los trabajadores, llevan botas con la suela de goma. Tu perseguidor llevaba botas pesadas y sus ropas hacían ruido al andar. Y no era el ruido que hacen las capas o las túnicas. Creo que era un hombre. Las pisadas sonaban con fuerza cuando aplastaba las hojas caídas a su paso. Creo que era más o menos de tu envergadura.

—Así que tenemos un intruso —dijo Qui-Gon—. Probablemente con el que iba a encontrarse Bruck.

—Sí —coincidió Tahl—. Pero no es sólo eso. No tuvo que atravesar la vegetación ni seguir tus pasos. Conocía el camino. Se sentía como en casa y no tenía miedo.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Qui-Gon. Lo que acababa de oír era la peor noticia de todas, y la más alarmante.






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