Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 10-

                                               



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 10

Tahl y Qui-Gon repasaron la relación de nombres. Cada estudiante, profesor o trabajador del Templo que tenía acceso a los objetos robados, y que no había estado durante esos días, fue eliminado de la lista principal. Los dos Jedi esperaban poder reducir un poco el grupo de personas que tenían que entrevistar.

El ordenador les mostró los nombres. Tras el recorte quedaban doscientos sesenta y siete.

Cuando el ordenador les mostró la cifra, Tahl se quejó.

—Nos llevará varios días entrevistar a tanta gente.

—Entonces es mejor que empecemos ya —dijo Qui-Gon.

Obtendrían una mínima ventaja si las entrevistas eran cortas, así que decidieron que cada una durara sólo cinco minutos. Con ese tiempo bastaba para que Tahl identificara la esencia que había olido en el cuarto de Qui-Gon.

Debido a la corta duración de las entrevistas, los estudiantes se cruzaban fuera de la sala. Los comentarios circulaban por todas partes. Los rumores sobre el robo de los Cristales se estaban extendiendo. Pronto hubo un grupo constante de estudiantes recorriendo los pasillos.

— ¿Dónde está DosJota ahora que la necesito? —se quejó suavemente Tahl al final de una larga jornada de trabajo—. Alguien debería encargarse de mantener el orden ahí fuera.

—Ya casi hemos terminado —dijo Qui-Gon—. La próxima es Bant Eerin. Llamaron suavemente y Qui-Gon activó la apertura. La puerta se deslizó.

Bant tenía solamente once años y era bajita para su edad. Era una chica calamariana, criada en un clima húmedo y lluvioso. Qui-Gon sabía que había sido una de las mejores amigas de Obi-Wan. Cuando se aproximó a la mesa donde estaban sentados Qui-Gon y Tahl se mostró nerviosa. ¿Tal vez demasiado?

Tahl no demostró sorpresa ni pareció alarmada, pero buscó y tocó la rodilla de Qui-Gon por debajo de la mesa.

Había reconocido el olor del invasor.

Qui-Gon volvió a mirar a la delgada chica. ¡Estaba seguro de que no podía ser el ladrón! Bant bajó involuntariamente la mirada, pero en seguida recordó su entrenamiento de Jedi y volvió a mirar al frente.

—Pareces incómoda —comenzó a decir Qui-Gon en un tono neutral—. Esto no es un tribunal de la Inquisición.

Bant asintió con dificultad.

—Pero entenderás que tras los robos tenemos que hablar con todos los estudiantes.

Ella volvió a asentir.

 

¿Podemos registrar tu habitación?

—Po... por supuesto —contestó Bant.

¿Has infringido alguna vez las normas de seguridad del Templo?

—No —dijo Bant con una voz levemente temblorosa. Tahl se acercó a Qui-Gon para hablarle al oído.

—Te tiene miedo.

Sí, Qui-Gon también lo había notado. ¿Por qué le tenía miedo?

¿Por qué me tienes miedo? —preguntó Qui-Gon directamente. Bant tragó saliva.

—Po... porque eres Qui-Gon Jinn. Te llevaste a Obi-Wan.

Él sólo quería ser tu padawan, y ahora ha dejado de ser un Jedi. Me pregunto...

¿Qué? —preguntó Qui-Gon.

¿Q... qué le hiciste? —susurró ella,

—Esta chica es inocente —dijo Tahl.

—Lo sé—contestó Qui-Gon con voz enérgica.

—No sabía lo que decía —continuó Tahl—. Que Obi-Wan renunciara a ser un Jedi no es culpa tuya.

Qui-Gon no contestó. El largo día de trabajo le estaba pasando factura. Él, que podía andar durante horas y luchar contra diez enemigos armados, se sentía exhausto después de entrevistar a unos chavales.

Se dirigieron en silencio hacia el lago. DosJota no había aparecido todavía para llevar a Tahl de vuelta a sus aposentos. Qui-Gon agradecía no tener que escuchar a cada momento su voz chillona anunciando todos los obstáculos. Si le daba la mano, Tahl podía caminar tan rápido como él, incluso por un terrero accidentado.

Llegaron al lago y Tahl soltó la mano de Qui-Gon. No le gustaba recibir más ayuda de la que necesitaba.

—Tenemos que decidir lo que vamos a hacer a continuación —dijo Qui-Gon mirando al lago de color verde claro, ahora salpicado por las sombras de la noche.

El lago ocupaba cinco niveles del Templo y estaba rodeado por árboles y arbustos. Caminos estrechos cruzaban la zona ajardinada y, al pasear por ellos, daba la impresión de que se estaba caminando por la superficie del planeta, y no suspendidos sobre ésta.

—Ya es hora de que desenmascaremos al ladrón —continuó el Jedi—.

Podríamos...

—Qui-Gon, lo huelo —le interrumpió Tahl emocionada. Qui-Gon miró a su alrededor. Estaban solos.

 

—Pero si aquí no hay nadie.

Ella extendió una de sus manos y la metió en el agua.

—No era una persona lo que yo olí. Era esto. Levantó su mano mojada.

¡Lo que olí era el lago!

De repente, las dudas se despejaron de la mente de Qui-Gon y todos los hechos comenzaron a encajar. —Tenemos que explorar el fondo del lago —dijo.

Tahl lo entendió todo perfectamente al mismo tiempo que Qui-Gon.

¿Crees que el ladrón está escondiendo lo que roba en el fondo del lago?

—Puede ser.

—Obviamente, yo no puedo bajar a verlo —dijo Tahl con crudeza—. ¿Qué tal se te da nadar, Qui-Gon?

—Bien —contestó Qui-Gon—, pero conozco a alguien que puede hacer este trabajo mejor que yo.

***

Los plateados ojos de Bant se abrieron asustados cuando descubrió a Tahl y a Qui-Gon al otro lado de la puerta.

—Nunca haría daño al Templo... —comenzó a decir con los ojos llenos de lágrimas.

—Bant, necesitamos que nos ayudes —la interrumpió Qui-Gon utilizando un tono amable.

Le contó rápidamente lo que necesitaban que hiciese.

Qui-Gon no quería infringir las normas de seguridad si no era estrictamente necesario. Hasta el momento, todos en el Templo eran sospechosos, pero tanto Qui-Gon como Tahl estaban absolutamente convencidos de la inocencia de Bant.

La chica calamariana podía servir de gran ayuda. Nadaba todos los días y sus ropas desprendían un ligero olor a agua y humedad. Eso era lo que Tahl había notado en la habitación de Qui-Gon. Seguramente, Bant conocía perfectamente el fondo del lago y podría buscar de una manera más eficaz que Qui-Gon.

Bant asintió para demostrar que aceptaba la propuesta, y las lágrimas desaparecieron de sus ojos.

—Por supuesto que puedo hacerlo —dijo—. Eso no supone ningún esfuerzo para un calamariano.

Juntos se apresuraron de vuelta al lago.

—Tendrás que recorrer toda la superficie —le comentó Qui-Gon a Bant mientras se acercaban—. Supongo que si alguien ha escondido algo ahí abajo, lo más probable es que esté cerca de la orilla —sonrió a la chica—. No todo el

 

mundo nada tan bien como tú.

Bant se quitó la ropa y se quedó con el traje de baño que utilizaba para nadar.

—No os preocupéis si estoy mucho tiempo debajo del agua sin salir a respirar.

Qui-Gon se alegró de que se lo hubiese advertido antes de sumergirse. Aunque sabía que era una anfibia, la gran cantidad de tiempo que pasaba sin salir a la superficie le consumía los nervios. El Jedi miraba fijamente el agua y Tahl escuchaba con atención. Sólo se oía el pequeño chapoteo que producía Bant al salir al exterior. La calamariana sacudía la cabeza cada vez que aparecía, tomaba una gran bocanada de aire y volvía a sumergirse.

La fuente de iluminación se había difuminado y casi reinaba una oscuridad total cuando Bant volvió a salir a la superficie. Qui-Gon, que no quería agotar a la chica, iba a decirle que se tomara un respiro, pero la joven se movió hacia ellos muy contenta.

¡He encontrado algo!

Qui-Gon se quitó las botas, se metió en el agua helada y nadó hacia Bant.

Después cogió mucho aire y la siguió debajo del agua.

El fondo del lago estaba oscuro. Apenas se podía distinguir el reflejo de la piel pálida de Bant mientras se sumergían hacia el fondo. Qui-Gon deseó haber estado mejor preparado. Debería haber llevado una barra luminosa sumergible y una bombona de oxígeno. Había sido demasiado impaciente.

De repente, vio frente a ellos un cajón de embalaje, semienterrado en la fina arena del fondo del lago. Qui-Gon dio vueltas alrededor de él. No estaba cubierto ni de plantas ni de algas, lo que indicaba que llevaba poco tiempo sumergido.

Le hizo señas a Bant para que subiera a la superficie, pero ella continuó a su lado mientras él ataba una cuerda alrededor del contenedor. Qui-Gon empujó el cajón y éste se movió. Era muy pesado. Bant agarró la cuerda, y juntos lograron sacar el objeto a la superficie.

Qui-Gon emergió, jadeando por la falta de aire. Bant respiraba con normalidad. La joven esperó en el agua hasta que el Jedi recuperó el ritmo normal de su respiración. Después, arrastraron el cajón hacia la orilla. Cuando hizo pie y pudo volver a andar, Qui-Gon lo cogió y lo llevó a la playa.

Describió la forma a Tahl.

—Nunca he visto uno igual.

—Yo sí —dijo Bant. Se arrodilló y pasó las manos sobre él—. Hay muchos en mi mundo. Como gran parte de él está cubierto por el agua, existe un peligro constante de inundaciones, por eso, nosotros utilizamos estos contenedores herméticos para guardar cosas. Mira —encontró un panel escondido y lo abrió—. En este compartimento puedes poner objetos. Después cierras el panel y activas el mecanismo de vacío. Así sacas el agua y los objetos se sitúan en un compartimento interior seco. De este modo puedes ir metiendo cosas sin tener que sacar el cajón del agua.

 

—Muy inteligente —dijo Qui-Gon—. ¿Puedes abrirlo?

—Creo que sí.

Bant presionó otro botón y la compuerta superior de la caja se abrió. Qui-Gon miró en el interior.

¡Los sables láser!

Qui-Gon buscó entre los objetos.

—Casi todo está aquí, pero creo que faltan algunas cosas.

¿Los Cristales?—preguntó Tahl.

—No están —dijo Qui-Gon.

El Jedi se sintió decepcionado, pero por lo menos habían recuperado una parte de los objetos robados.

¿Qué hacemos ahora? —preguntó Tahl. Qui-Gon se volvió hacia Bant.

—Hoy te has portado muy bien. ¿Podrías guardar el secreto de lo que has hecho?

Bant asintió.

—Por supuesto, no se lo diré a nadie.

Qui-Gon pasó las manos por encima del contenedor.

—Tengo que pedirte una cosa más. Ayúdame a dejarlo donde lo encontramos

—miró la tranquila y sombría superficie del lago.

—Ha llegado el momento —dijo—. Vamos a usarlo como trampa.

 





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