Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 2-

                                             



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 2

El sable láser descendió y pasó a milímetros de él. Qui-Gon, sorprendido, se alejó de un salto. No sabía de dónde había venido el golpe. No estaba prestando atención.

Se dio la vuelta, levantando su propio sable láser, y adoptó una postura defensiva. Su oponente se detuvo y, después, se retorció para atacarle desde la izquierda. Sus armas se encontraron en el aire, zumbando. De repente, el enemigo hizo un movimiento con los pies y se apartó hacia la derecha. Qui-Gon no esperaba ese gesto y su intento por evitarlo llegó demasiado tarde. El sable láser le alcanzó en la muñeca. La quemadura que le produjo no era nada comparada con el enfado que sentía consigo mismo.

—Ronda tres ésta es —dijo Yoda desde uno de los lados—. Desde las esquinas opuestas aproximarte deberías.

Qui-Gon se secó la frente con una de sus mangas. Cuando accedió a formar parte de los ejercicios de entrenamiento de los estudiantes avanzados del Templo, no pensó que le resultaría tan agotador.

Cuando Bruck Chun hizo una reverencia y se retiró a su esquina, Qui-Gon escuchó el murmullo de los estudiantes que miraban el entrenamiento. Bruck estaba luchando mejor de lo que nadie esperaba. Y así lo había hecho en las seis rondas precedentes, contra seis oponentes distintos. Ésta era su última ronda.

Qui-Gon recordaba a Bruck de su última visita al Templo. El joven de pelo blanco había luchado contra Obi-Wan en una pelea larga y agotadora. Los dos chicos eran enemigos y habían luchado con la furia que les provocaba lo que sentían el uno por el otro, y con el deseo de agradar a Qui-Gon. Las habilidades de Obi-Wan habían impresionado al Maestro Jedi, pero la ira que emanaba del muchacho no le había gustado. Tras haber visto a Obi-Wan luchar así, Qui-Gon había decidido no hacerle su padawan.

¿Por qué no habría hecho caso de su intuición?

Qui-Gon fijó su atención en el presente. Tenía que concentrarse. Las habilidades de Bruck para la lucha habían mejorado sensiblemente. En teoría, el duelo debería haber sido fácil para Qui-Gon, pero éste comprobó que lo más difícil era luchar contra su distracción. Bruck le había sorprendido más de una vez. El chico luchaba con fuerza y sin cansarse, y era rápido a la hora de aprovechar los lapsos de concentración de Qui-Gon.

Bruck daba vueltas frente a él con su sable láser en una posición defensiva. Los sables de entrenamiento tenían poca potencia. Un golpe podía dejar una señal, pero no provocar una herida. Había obstáculos esparcidos por el suelo para dificultar los movimientos de los contrincantes. Las luces estaban también atenuadas para añadir aún más dificultad al ejercicio. El que golpeara a su rival en el cuello ganaría el combate.

Qui-Gon esperó paciente el siguiente movimiento de Bruck, que empezó a deslizarse hacia la izquierda. Qui-Gon notó que el joven aprendiz agarraba con

 

fuerza su sable láser. La impaciencia era el punto débil de Bruck, exactamente igual que el de Obi-Wan...

¿La impaciencia de Obi-Wan le estaría creando problemas de nuevo en el peligroso mundo de Melida/Daan?

Qui-Gon vio demasiado tarde el resplandor del sable láser de su adversario. Bruck había utilizado una estrategia simple, algo que nunca debería haberle confundido. Había cambiado de dirección. El golpe llegó cuando Bruck saltó en el aire y giró para caer sobre el lado contrario de Qui-Gon. No le acertó en el cuello por muy poco. Qui-Gon se dio la vuelta y sintió el golpe en su hombro. Se quedó parado, de pie, y escuchó los murmullos de los muchachos que estaban presenciando el ejercicio.

Ya era suficiente. Estaba cansado de su propia falta de atención. Tenía que concentrarse.

A pesar de sus traspiés, Qui-Gon dejó que su cuerpo se relajara y confundió a Bruck. El chico se le acercó demasiado rápido y perdió el equilibrio. Qui-Gon le esquivó y le atacó. Bruck, sorprendido, dio un paso tambaleante hacia atrás y enfiló hacia Qui-Gon con su sable en alto. Otro error. El siguiente golpe de Qui- Gon se desplomó contra el sable de su adversario, que estuvo a punto de dejar caer su arma.

Qui-Gon aprovechó la ventaja y atacó. Ahora con un sable láser que era un mero reflejo en la tenue luz. Se movió con rapidez y giró para arremeter contra Bruck, primero desde un lado y después desde otro distinto. Qui-Gon arrinconó al muchacho. Ahora, el murmullo de los espectadores eran alabanzas sobre las habilidades del Maestro Jedi. Qui-Gon no quería prestarles atención. Una batalla no acaba hasta que se da el golpe final.

Bruck intentó un último asalto, pero estaba cansado. No hubiera sido difícil para Qui-Gon hacer que el arma de Bruck se le cayera de las manos, y rozar ligeramente con la punta del sable el cuello del chaval.

—Punto final éste es —anunció Yoda.

Los dos intercambiaron reverencias y el habitual contacto visual. Al final de cada ejercicio, cada Jedi, perdiera o ganara, mostraba respeto a su adversario y gratitud por la lección. Qui-Gon había participado en muchos ejercicios. A veces, los estudiantes no podían controlar su frustración y la demostraban en la reverencia.

Pero Qui-Gon sólo encontró respeto en la mirada fija de Bruck. Había realizado progresos.

Y, sin embargo, notó otros sentimientos. Curiosidad. Deseo.

Bruck cumpliría trece años en unos pocos días y nadie le había elegido aún para que fuese su padawan. El tiempo se le acababa. Probablemente, el joven se estaba preguntando si Qui-Gon contaría con él.

Todos se lo preguntaban. Qui-Gon lo sabía. Los profesores, los estudiantes e

 

incluso el Consejo. ¿Por qué había vuelto el Maestro Jedi al Templo? ¿Había venido en busca de otro aprendiz?

Qui-Gon volvió la cabeza ante la expectación que brillaba en los ojos de Bruck.

Nunca volvería a tener un padawan.

El Maestro Jedi se metió el sable láser en el cinturón. Bruck dejó el suyo en el armario, donde los estudiantes avanzados dejaban las armas después de los entrenamientos. Qui-Gon se dirigió rápidamente hacia los vestuarios y activó la puerta que conducía a la Estancia de las Mil Fuentes.

Notó aliviado el aire frío. En los enormes jardines siempre se percibía un ambiente refrescante. La sombra de los árboles y el sonido del agua al caer calmaban las almas agitadas. Podía oír el leve sonido del agua al fluir de las pequeñas fuentes y el agradable retumbar de las cataratas que estaban distribuidas entre los caminos. Qui-Gon siempre encontraba la paz interior en los jardines. Tenía la esperanza de poder calmar allí su corazón herido.

En el Templo se respetaba mucho la intimidad. Nadie le había formulado preguntas desde que llegó. Sin embargo, sabía que la curiosidad flotaba en todos los rincones, igual que las fuentes manaban escondidas entre los jardines. Los estudiantes y los profesores querían saber la respuesta a una única pregunta:

¿Qué había pasado entre él y su padawan, Obi-Wan Kenobi?

Si alguien se lo preguntaba, ¿sería capaz de contestarle? Qui-Gon suspiró. La situación estaba llena de motivos oscuros y senderos desconocidos. ¿Habría juzgado mal a su padawan? ¿Había sido demasiado severo con Obi-Wan? ¿O quizás demasiado permisivo?

Qui-Gon desconocía la respuesta. Sólo sabía que Obi-Wan había tomado una decisión sorprendente e inesperada. Había renunciado a su formación de Jedi como si se desprendiera de una túnica vieja.

—Preocupado estás si los jardines buscas —dijo Yoda a su espalda. Qui-Gon se dio la vuelta.

—No estoy preocupado, sólo acalorado tras la pelea.

Yoda asintió ligeramente. No solía insistir si notaba que un Jedi eludía un tema.

Qui-Gon también lo sabía.

—Evitándome has estado —remarcó Yoda, que se había sentado en un banco de piedra cercano a una fuente que caía sobre pequeñas piedrecitas blancas. El ruido del agua era casi musical.

—He estado cuidando de Tahl —respondió Qui-Gon.

Tahl era la Maestra Jedi que Qui-Gon y Obi-Wan habían rescatado de Melida/Daan. Había sido cegada en un ataque y después retenida como prisionera de guerra.

Yoda volvió a asentir ligeramente.

—Mejores cuidadores que tú en el Templo tenemos —dijo—. Y necesitada de

 

un cuidado constante ella no está. Creo que con agrado no lo recibe.

Qui-Gon no pudo reprimir una leve sonrisa. Era verdad. Tahl casi se había sentido incómoda con la atención que le prestaban. No le gustaba que estuviesen tan pendientes de ella.

—De tu corazón momento de hablar es —dijo Yoda suavemente—. Del pasado hablar.

Con un fuerte suspiro, Qui-Gon se sentó en el banco al lado de Yoda. No tenía ganas de abrir su corazón. Sin embargo, Yoda tenía derecho a saber qué había pasado.

—Se quedó allí —dijo Qui-Gon simplemente—. Me dijo que había encontrado algo en Melida/Daan que era más importante que su entrenamiento para convertirse en un Jedi. La mañana del día que debíamos marcharnos, los Mayores atacaron a los Jóvenes. Tenían cazas y armas. Los Jóvenes estaban desorganizados y necesitaban ayuda.

—Y, sin embargo, allí no permaneciste.

—Mis órdenes eran volver al Templo con Tahl. Yoda se echó hacia atrás sorprendido.

¿Las órdenes ésas eran? Una cuestión del Consejo era. Y tú siempre dispuesto a ignorar mi consejo estás, si para tus planes bien viene.

Qui-Gon se sorprendió. Obi-Wan le había espetado casi las mismas palabras unos días antes en Melida/Daan.

¿Me estás diciendo que debería haberme quedado? —preguntó irritado Qui- Gon—. ¿Y qué hubiese pasado si Tahl hubiese muerto?

Yoda suspiró.

—Una decisión difícil era, Qui-Gon. Sin embargo, a tu padawan dispuesto estás a culpar. A elegir al chico obligaste: el entrenamiento para un Jedi abandona, o los chicos morirán y los amigos traicionados serán. A pesar de que lo que hay en el corazón de un chico no entendiste, yo sí lo hice.

Qui-Gon le miró sorprendido. No esperaba el reproche.

—Como estudiante impulsivo eras —continuó Yoda—. Por el corazón muchas veces estabas movido. Y muchas veces también equivocado estabas. Eso yo recuerdo.

—Yo nunca hubiese abandonado mi formación de Jedi —dijo Qui-Gon con rabia.

—Verdad eso es —contestó Yoda, asintiendo para mostrar su acuerdo—. Compromiso tenías y absoluto era. ¿Eso significa que como tú no lo cuestionaste, otros no deberían? ¿Como tú deberían siempre ellos ser?

Qui-Gon se estiró en el banco. Las conversaciones con Yoda podían ser dolorosas. El Maestro Jedi siempre encontraba la manera de llegar hasta la herida

 

más profunda.

—Así que debería haber permitido que tomara sus propias decisiones incorrectas —dijo Qui-Gon encogiéndose de hombros—. Dejarle que luchara en una guerra que no puede ganar. Dejar que se quedara y que viera una masacre. Tendrá suerte si escapa de allí con vida.

—Ah, ya veo —los ojos de Yoda brillaron—. ¿Guiado por tus sentimientos tu predicción haces?

Qui-Gon negó ligeramente con la cabeza.

—Vi el desastre que había allí. Los Jóvenes no pueden ganar.

—Interesante —murmuró Yoda—. Ellos ganaron, Qui-Gon. Qui-Gon se volvió hacia él, mirándole asombrado.

—Noticias hemos recibido —dijo Yoda con calma—. La guerra los Jóvenes han ganado. Un gobierno han formado. ¿La decisión de Obi-Wan entiendes ahora? Por una causa perdida no estaba luchando. En gobernante del planeta se ha convertido.

Escondiendo su sorpresa, Qui-Gon volvió la cabeza.

—Entonces está más loco de lo que yo pensaba —replicó fríamente.

 





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