Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 14-

                                                



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 14

La sorprendente noticia de la muerte de Cerasi se extendió por toda la ciudad de Zehava. Ella había sido un símbolo de paz. Y, ahora, su muerte también se había convertido en otro símbolo, pero no de reconciliación.

Cada bando del conflicto había utilizado la muerte de la joven para justificar sus propios fines. Para los Mayores, era un símbolo de la irresponsabilidad y la imprudencia de los Jóvenes. Para los Jóvenes, su trágica muerte simbolizaba el odio inflexible de los Mayores. Cada grupo culpaba al otro de la muerte de Cerasi.

Los Jóvenes y los Mayores estaban más enfrentados y divididos que nunca. Aunque tanto Nield como Wehutti se habían retirado, sus facciones patrullaban las calles sin esconder las armas. Cada bando captaba adeptos a diario. El rumor más extendido era que la guerra era inevitable.

Obi-Wan sabía que Cerasi habría odiado que su muerte se hubiera convertido en una razón para luchar. Pero él no quería empezar a descifrar significados y símbolos. Sólo podía sentirse afligido.

Nield no había ido al funeral de Cerasi. Sus cenizas se habían guardado en la misma Sala de la Evidencia donde estaban sus padres.

Obi-Wan estaba solo. El sentimiento de la pérdida de Cerasi era lo único que le acompañaba. Lo percibía en cuanto abría los ojos. Era como si sus huesos hubiesen abandonado su cuerpo y hubieran dejado un enorme espacio vacío. Caminaba sin rumbo por las calles de la ciudad, preguntándose cómo podía la gente comer, ir de compras o vivir, si Cerasi se había ido.

Revivía el momento de su muerte una y otra vez, y se preguntaba por qué no había corrido más rápido, por qué no se había dirigido a ella antes o por qué no había previsto que ella pudiese aparecer por allí. ¿Por qué no le había alcanzado el disparo a él?

Entonces, volvía a ver la sorpresa reflejada en los ojos cristalinos de Cerasi cuando había recibido el disparo, y sentía ganas de gritar y de golpear las paredes. La rabia ocupaba tanto espacio en él como el dolor.

La pérdida de Cerasi le golpeaba cada vez con más fuerza. Saber que nunca más hablaría con ella le producía un enorme dolor. Echaba de menos a su amiga. Siempre la echaría de menos. Había sido una persona importante en su vida y les habían quedado muchas cosas por decirse.

Obi-Wan caminaba a diario meditando estos pensamientos. Caminaba hasta que se sentía exhausto, hasta que casi no podía ni ver. Después dormía todo lo que podía. En cuanto se levantaba, comenzaba a caminar de nuevo.

Los días pasaban y él no sabía cómo superar el dolor. Un día, sin darse cuenta, se encontró en la plaza donde terminaba la Calle de la Gloria y donde Cerasi había muerto. Alguien había colgado una pancarta entre dos árboles, en la que podía leerse: "VENGAD A CERASI. ELEGID LA GUERRA".

Obi-Wan sintió que algo explotaba en su interior, corrió hacia la pancarta y saltó

 

para cogerla. Cuando la tuvo en las manos, notó que el material era duro y difícil de romper, pero, aunque acabó con los músculos doloridos y los dedos llenos de heridas, logró reducirlo a pequeños pedazos.

No podían utilizar el nombre de Cerasi de esa manera. Tenía que impedirlo.

Tenía que utilizar su dolor y el amor que sentía hacia ella para lograrlo.

Necesitaba hablar con Nield. Nadie excepto él podía ayudarle.

Obi-Wan lo encontró en los túneles, en la habitación lejana de la bóveda donde se habían encontrado por primera vez. Era una estancia que habían utilizado como almacén durante un corto período de tiempo. Nield estaba sentado en un banco, con la cabeza agachada.

¿Nield? —Obi-Wan entró dubitativo en la habitación—. Te he estado buscando.

Nield no levantó la mirada, pero tampoco le dijo a Obi-Wan que se fuera.

—Nuestros corazones están rotos —dijo Obi-Wan—. Lo sé. La echo de menos. Pero ella estaría furiosa si pudiese ver lo que está sucediendo. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Nield no contestó.

—Va a empezar otra guerra, y Cerasi está siendo utilizada como excusa — continuó Obi-Wan—. No podemos permitir que eso suceda, iría en contra de todo lo que ella defendía. No fuimos capaces de proteger a Cerasi mientras estuvo viva, pero podemos proteger su memoria.

Nield permanecía con la cabeza agachada. ¿Era su dolor tan grande que no podía escuchar a Obi-Wan?

En ese momento, Nield miró hacia arriba. Obi-Wan dio un paso atrás. En lugar de la aflicción que Obi-Wan esperaba encontrar en el rostro de su amigo, vio una enorme rabia.

¿Cómo te atreves a venir aquí? —le preguntó Nield, con una voz que temblaba de la furia—. ¿Cómo te atreves a decir que no pudiste protegerla? ¿Por qué no, Obi-Wan?

Nield se puso de pie. En ese reducido espacio, casi tocaba con la cabeza en el techo. Su ira inundaba toda la habitación.

—Intenté llegar hasta donde estaba ella —comenzó a decir Obi-Wan—. Yo...

¡Ella no tenía que haber estado allí! —gritó Nield—. Tú tendrías que haber estado vigilándola y protegiéndola, en lugar de salir corriendo a intentar solucionar los problemas de los demás como un... ¡Jedi!

Mientras escupía la última palabra, Nield dio un paso amenazante hacia él. Sus ojos oscuros estaban encendidos. Obi-Wan pudo ver restos de lágrimas en ellos. Lágrimas de dolor y de rabia.

—Los Jedi sólo piensan en sus grandes principios —continuó Nield con amargura—. Siempre se creen mejores que aquellos a los que protegen, y son

 

incapaces de conectar con los seres humanos de carne y hueso, que tienen corazón...

¡No! —gritó Obi-Wan—. ¡Los Jedi no son así! ¡Eso es justamente lo contrario de lo que somos!

¡Hablas de nosotros! —chilló Nield—. ¿Lo ves? ¡Eres un Jedi! No eres leal a nuestro mundo. Eres un extraño. Tú influiste en Cerasi para que se pusiese en mi contra...

—No, Nield —Obi-Wan luchaba para que su voz pareciese calmada—. Sabes que eso no es verdad. No se podía influir en Cerasi ni decirle lo que tenía que hacer. Ella sólo quería la paz. Por eso estoy aquí ahora.

Nield cerró los puños.

¿Paz? —silbó entre dientes—. ¿Qué es eso? ¿Qué es la paz después de la pérdida de Cerasi? A Cerasi la asesinaron los Mayores, y deben pagar por ello. No descansaré hasta que todos hayan muerto. ¡Vengaré su muerte o moriré en el intento!

Las palabras cogieron por sorpresa a Obi-Wan. Sonaban como los hologramas que tanto despreciaba Nield.

¿Qué estás haciendo aquí, Obi-Wan Kenobi? —preguntó Nield sin que el tono de su voz disimulara el desagrado—. No eres parte de los Jóvenes. No eres Melida. No eres Daan. No eres nadie. Estás en ninguna parte y no significas nada para mí.

La ira pareció abandonar la voz de Nield, y la debilidad le empujó obligándole a sentarse de nuevo en el banco.

—Ahora, fuera de mi vista... y de mi planeta.

Obi-Wan retrocedió y salió de la habitación. Atravesó varios túneles hasta que vio un rayo de luz gris sobre su cabeza. Subió por una gruta por la que nunca había pasado y se encontró en una calle que le resultaba desconocida.

Se había perdido. Comenzó a caminar en una dirección y luego cambió de rumbo. Su mente estaba agotada y no conseguía elaborar ningún pensamiento coherente. Sólo meditaba las palabras de Nield.

¿Adonde podía ir? Todo lo que le ataba a la vida había desaparecido. Todos aquellos que le habían importado se habían ido.

Nield tenía razón. Sin los Jedi y sin los Jóvenes no tenía a nadie. Él no era nadie. Cuando no has dejado nada atrás, ¿adonde puedes regresar?

Era como si el cielo oscuro sobre su cabeza le presionara y le aplastara contra el suelo. Quería caerse y no volver a levantarse jamás.

Pero cuando estaba llegando al límite de su desesperación oyó una voz dentro de su cabeza.

Siempre aquí puedes venir, cuando perdido estés...

 





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