Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 6. SENDERO DESCONOCIDO -Capítulo 17-

                                                 



Obi-Wan Kenobi ha dejado de ser un Jedi y ha elegido formar parte de la revolución en el planeta Melida/Daan. Su Maestro, Qui-Gon Jinn, ha regresado a Coruscant para atender asuntos urgentes en el Templo Jedi.

Obi-Wan se siente cómodo con sus nuevos amigos, los líderes de la revolución. Juntos han conseguido mucho poder, tal vez demasiado.

Mientras la revolución continúa, los amigos se convierten en enemigos, y el sendero por el que camina Obi-Wan se va volviendo más desconocido.

Qui-Gon ya no está a su lado para ayudarle. Ahora, Obi-Wan está solo.


Capítulo 17

Qui-Gon había imaginado que el reencuentro iba a ser desagradable, pero no había tenido en cuenta el dolor. Ver la esperanza dibujada en el rostro del joven Obi-Wan le hizo sentirse enfadado. Qui-Gon luchó por librarse de ese sentimiento. Sabía que estaba siendo demasiado severo.

No podía hablar. No quería que Obi-Wan notase el enfado en su voz. Quería que sus primeras palabras fueran tranquilas.

Así que no habló y se limitó a asentir ligeramente con la cabeza a modo de saludo. Qui-Gon se dio cuenta de que la frialdad del gesto había dolido al chico. Obi-Wan llevaba tiempo sufriendo mucho. Lentamente, mientras caminaban, la ira de Qui-Gon se fue esfumando y la compasión ocupó su lugar.

—Me sentí muy afligido al oír lo que había pasado con Cerasi —dijo tranquilamente—. Sinceramente, siento mucho la pérdida, Obi-Wan.

—Gracias —contestó Obi-Wan con un hilo de voz.

—Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar —continuó Qui-Gon—, pero creo que ahora sólo servirían para distraernos. Cualquier problema entre nosotros es nimio comparado con la posibilidad de que puede volver a estallar una guerra en este planeta. Así que vamos a concentrarnos en los problemas de Melida/Daan.

Obi-Wan aclaró la garganta.

—Estoy de acuerdo.

¿Qué es lo último que se sabe de Nield y de Wehutti?

—Nield está agrupando a sus hombres. Ahora cuenta con el apoyo de Mawat y de los Jóvenes de los Basureros. Está intentando que la Generación de Mediana Edad se vuelva a unir a él. Circula el rumor de que la guerra estallará muy pronto, justo en el lugar donde Cerasi fue asesinada. También sé que los partidarios de Wehutti están recuperando las armas. Wehutti se ha ido a vivir aislado de todo.

Qui-Gon asintió pensativo.

¿Wehutti dirige a sus seguidores o éstos se están preparando por su cuenta?

—Creo que ni siquiera Wehutti está en contacto con ellos —dijo Obi-Wan—. No ve a nadie.

—Pues tendrá que vernos a nosotros —replicó con firmeza Qui-Gon.

***

La puerta de Wehutti estaba cerrada con llave y con varios cerrojos. Qui-Gon llamó con fuerza. No hubo respuesta.

—Sabemos que no quiere visitas —dijo Qui-Gon, sacando el sable láser de su cinturón—. Pero no necesitamos invitación.

 

Qui-Gon activó el arma y la usó para cortar los cerrojos. Empujó la puerta y ésta se abrió sin dificultad.

El pasillo y las dos habitaciones que había en la planta baja estaban vacíos. Con cuidado, Qui-Gon y Obi-Wan empezaron a subir por las escaleras. Recorrieron habitación por habitación, hasta que encontraron a Wehutti en un pequeño dormitorio en la parte trasera de la casa.

Había bandejas de comida cubriendo el suelo, y unas gruesas cortinas impedían que entrara la luz. Wehutti estaba sentado en una silla encarada hacia una ventana, aunque no podía ver nada al otro lado. Ni siquiera se dio la vuelta cuando entraron en la habitación.

Qui-Gon se interpuso en el campo de visión de Wehutti y se agachó a su lado.

—Wehutti, necesitamos hablar contigo —le dijo. Lentamente, Wehutti se volvió hacia Qui-Gon.

—Había mucha confusión. Por supuesto, yo estaba preparado para disparar, pero creo que no lo hice.

Qui-Gon miró a Obi-Wan. Wehutti estaba reviviendo el día de la muerte de Cerasi.

—Había más Jóvenes de los que habíamos calculado —continuó Wehutti—. Pensamos que no tendríamos que utilizar las armas. Creíamos que no iban a ir armados. Y no pensé que mi hija, mi Cerasi, iba a estar allí. Ella no llevaba ningún arma, ¿lo sabías?

—Sí —dijo Qui-Gon.

—La había visto hacía poco porque había venido a verme. ¿Lo sabías?

—No, no lo sabía —contestó Qui-Gon educadamente.

—Estuvimos hablando. Ella quería que dejara de luchar contra los Jóvenes. Yo no estaba de acuerdo. No fue una visita agradable. Pero, entonces, ella sugirió que no hablásemos de las cosas tal y como eran, sino tal y como habían sido. De su infancia. Ella había vivido unos años felices antes de que comenzara la guerra, y yo lo recordé todo de repente. No había pensado en ello desde hacía mucho tiempo.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Wehutti.

—Me acordé de su madre y recordé a mi hijo. Cerasi era nuestra hija más pequeña. Le daba miedo la oscuridad, así que yo solía quedarme en su cuarto hasta que se dormía. Me sentaba al lado de su saco de dormir y le ponía una mano encima para que supiera que estaba allí. Ella tocaba mi mano de vez en cuando, hasta que se quedaba dormida. Yo la cuidaba —suspiró Wehutti—. Era tan guapa.

De repente, el hombre se dobló sobre la silla y colocó los hombros pegados a las rodillas. Su cuerpo se convulsionaba debido a sus fuertes sollozos.

—Había mucha confusión —dijo con voz entrecortada—. Al principio no la vi.

 

Estaba mirando a Nield. Mi mujer está enterrada en esa Sala. Sus cenizas están allí. No podía permitir que la destruyeran.

—Wehutti, eso está bien —dijo Qui-Gon—. Hiciste lo que tenías que hacer.

Igual que Cerasi.

Wehutti levantó la cabeza.

—Eso es lo que dices tú. Lo que dice todo el mundo —repitió con un tono de voz neutro.

—Y ahora tus partidarios se están movilizando para comenzar otra guerra —le explicó Qui-Gon—. Sólo tú puedes detenerlos. ¿Podrías hacerlo, por la memoria de Cerasi?

Wehutti se volvió hacia Qui-Gon. No había expresión en sus ojos y su cara había perdido el color. Sólo estaba marcada por los surcos de las lágrimas.

¿Y cómo va a ayudar eso ahora a Cerasi? No me importa la guerra ni las batallas. Está claro que no puedo evitar que las cosas sucedan. Ya no siento odio. Ya no siento nada.

—Pero Cerasi hubiese querido que la ayudases —dijo Obi-Wan. Wehutti se volvió hacia la ventana cubierta por las cortinas.

—Había mucha confusión —dijo en un tono de voz mecánico—. Estaba preparado para disparar. Quizás llegué a hacerlo. Puede que yo la matase, o puede que no. Nunca lo sabré.

 



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