Decidme, V-Haad y O-Rena —comentó Qui-Gon mientras paseaban por las calles de Kegan —. Veo que habéis resuelto muchos problemas que a otros planetas les quedan por resolver. ¿Por qué no van los keganitas a otros mundos para compartir su conocimiento?
— No tenemos necesidad de hacerlo —dijo V-Haad —. Tenemos todo lo que necesitamos para llevar una buena vida. Y viajar puede ser peligroso. La galaxia es un lugar violento. Si viajáramos, animaríamos a otros a que vinieran aquí. Eso podría traer el peligro a Kegan. No podéis negar que hay violencia en la galaxia.
— No, no puedo —admitió Qui-Gon—, pero también hay comercio e intercambio de ideas.
O-Rena y V-Haad sonrieron y negaron con la cabeza.
—Tenemos todo lo que necesitamos —repitió V-Haad —. Importar mercancías o conocimiento es innecesario y dañino para el Bien General.
— ¿Por qué iban a ser dañinos los avances en el conocimiento? — preguntó Obi-Wan curioso.
Qui-Gon vio que a V-Haad se le ponía el cuello rojo, aunque mantuvo su sonrisa.
— Kegan es un planeta precioso —comentó Adi en un intento evidente de cambiar de tema.
De pronto, O-Rena comenzó a hablar de los maravillosos lugares de Kegan, señalando las especies nativas cuando pasaron por el Círculo del Jardín con sus plantas en flor.
Qui-Gon permaneció callado. Había otra cosa que le molestaba de Kegan, algo al margen de la perpetua sonrisa de los Guías de la Hospitalidad. De repente se dio cuenta de que no había escuchado a nadie reír desde que había llegado al planeta. No había visto esculturas públicas ni fuentes ni obras de arte. No había oído música. En un planeta tan pacífico eso era inusual. Quizás, a pesar de las sonrisas, la falta de alegría perturbaba aquel planeta.
— Éste es nuestro mercado —dijo O-Rena con orgullo, abarcando con un gesto del brazo el área circular llena de puestos—. Nadie necesita monedas para comprar. Todos realizan trueques con los bienes que les sobran. Nadie pasa hambre.
Era el mercado más raro que Qui-Gon había visto nunca. Aunque acababan de cruzar por huertos frutales en el Círculo del Jardín, y habían visto árboles cargados de frutos maduros, no se veía fruta o verdura fresca por ningún lado. De los puestos colgaban tiras de verdura y fruta seca, y había grandes latas llenas de grano. También abundaban los zapateros que arreglaban las botas de los keganitas y sastres que vendían túnicas y ropa de trabajo. Los compradores iban de un puesto a otro sonriendo y asintiendo. No paseaban, admirando los productos, ni se paraban tentados por algún capricho. Había mucho que ver en el
mercado, pero nada que fuera realmente tentador.
— Muy... útil —dijo Siri educadamente.
Un carro lleno de rollos de ruda tela se dirigía hacia ellos. Qui-Gon se hizo a un lado para quitarse del paso y chocó con un comerciante que estaba colocando unas herramientas en su puesto. La estantería se tambaleó y los utensilios cayeron al suelo.
Qui-Gon se agachó rápidamente para ayudar al tendero a recogerlas. Cuando volvió a levantarse, Obi-Wan y Siri ya habían desaparecido.
O-Rena se dio la vuelta.
— Como podéis ver, llegan nuevos productos constantemente. Aquí en Kegan...
—su voz se apagó. Sus ojos recorrieron la zona—. ¿Dónde están vuestros jóvenes Jedi?
V-Haad se giró para observar a la multitud.
— ¿Se han parado en algún sitio?
—No estoy seguro —dijo Qui-Gon, fingiendo buscarles entre la gente —.
Quizás han visto algo que les ha interesado.
— No conocen vuestra tecnología — sugirió Adi —. Alo mejor se pararon a ver esos transmisores viejos que hemos visto.
— Sí, la curiosidad —murmuró O-Rena—. Es encomiable, pero tenemos que encontrarles. Es fácil perderse en Kegan.
— No es una buena idea perderse —confirmo V-Haad —. Los Círculos pueden confundir, son como un laberinto.
O-Rena y V-Haad miraron a V-Nen y O-Melie.
— Podéis esperar aquí con los Jedi... —dijo O-Rena.
— Y enseñarles el mercado... —añadió V-Haad.
— Pero no os alejéis —dijo O-Rena—. O no podremos encontraros. Eso nos angustiaría.
Les están advirtiendo, pensó Qui-Gon.
— Esperaremos aquí —dijo V-Nen lentamente. Qui-Gon vio que cogía a O- Melie de la mano.
Los Guías de la Hospitalidad se fueron rápidamente. Qui-Gon se giró hacia V- Nen y O-Melie. Un skyhopper zumbó sobre sus cabezas, y él alzó la voz por encima del ruido.
— Agradecemos esta oportunidad para hablaros a solas.
—No tenemos nada más que decir —la voz de O-Melie carecía de inflexión—.
Fue un error llamaros. Deberíais iros.
Qui-Gon miró a Adi atónito. Él pensaba que O-Melie y V-Nen tendrían un
montón de preguntas que hacerles.
V-Nen colocó una mano sobre el brazo de su mujer. Qui-Gon vio que ella temblaba. ¿Qué pasaba? Sintió la frustración creciendo en su interior. ¿Cómo podrían Adi y él ganarse la confianza de aquellos padres? Era evidente que tenían miedo.
— Puede que O-Lana ya se haya despertado —dijo Qui-Gon—. ¿Por qué no vamos a verla otra vez? Tenéis que saber si O-Lana es sensible a la Fuerza, aunque no toméis la decisión ahora. Podéis pensar en ello.
— Volvamos a examinar a la niña —añadió Adi Gallia en voz baja—. Os diremos lo que pensamos y nos marcharemos.
V-Nen y O-Melie dudaron. Qui-Gon sabía que querían decir que sí.
— Nosotros nos haremos responsables ante los Guías de la Hospitalidad — añadió Qui-Gon.
— De acuerdo —dijo V-Nen reacio.
V-Nen les sacó del mercado por un serpenteante camino. Salieron a una calle diferente de la que habían utilizado antes. El keganita les condujo por callejuelas traseras, para llegar a la parte de atrás de su vivienda.
Siguieron a los padres hasta el interior. Cuando entraron en la casa, vieron a una mujer mayor. Tenía una mata de pelo rojizo con tonos plateados, y ojos pequeños y oscuros que iban de un lado a otro nerviosos, como los de un pájaro.
— Habéis vuelto —dijo.
— ¿Dónde esta Lana, O-Yani? —preguntó O-Melie—. ¿Está durmiendo?
— No está aquí —respondió la anciana—. Vinieron. Se la llevaron.
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