Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 1. El Resurgir de la Fuerza -CAPÍTULO 2-




Obi-Wan Kenobi quiere desesperadamente ser un Caballero Jedi. Después de pasar años en el Templo Jedi, conoce el poder del sable láser y de la Fuerza. Pero no sabe cómo controlar su miedo y su ira, y el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn le rechaza para ser su padawan.


CAPÍTULO 2

Obi-Wan Kenobi estaba vendándose las quemaduras en su habitación cuando recibió las malas noticias. Intentaba imaginar la manera de impresionar a Qui-Gon por la mañana. Debía encontrar la forma de mejorar sus habilidades en la lucha, cualquier cosa que pudiese hacer o decir para convencer al Caballero de que merecía la pena que él se convirtiera en el padawan de un Jedi. Pero, justo en ese momento, Docent Vant le llevó un bloc de notas y le enseñó las órdenes que había en él.
De repente, todos sus planes y sus sueños se hicieron añicos.
—Bueno, tampoco es tan horrible —dijo Docent Vant.
Era una mujer alta y de piel azul, con una elegante coleta que retorcía nerviosamente.
Obi-Wan miraba las órdenes conmocionado. El bloc de notas le ordenaba abandonar el Templo por la mañana. Tenía que recoger sus cosas.
Le enviaban al mundo de Bandomeer, un planeta del que nunca había oído hablar, más allá del Borde Interior. Allí tendría que incorporarse a los Cuerpos Agrícolas.
—Pero no lo entiendo —dijo apesadumbrado —Todavía me quedan cuatro semanas hasta mi cumpleaños.
—Lo sé —dijo Docent Vant —Pero tu nave, la Monument, parte mañana con un millar de mineros a bordo. No puede esperar por tu cumpleaños.
Conmocionado. Obi-Wan miró su habitación. Por encima de su cabeza, tres modelos de cazas verpines pasaron zumbando cerca del techo. Los había hecho él mismo. Campos de fuerza los mantenían en el aire, y sus luces zumbaban cuando parpadeaban en morado y verde. Miniaturas de insectos pilotos giraban sus cabezas como si estuviesen mirando alrededor. Libros y mapas de navegación se apilaban en su mesa de estudio. El sable láser estaba colgado de la pared en su sitio habitual. No podía imaginar su marcha. Ése era su hogar. No le importaba dejarlo todo a cambio de la difícil vida de un aprendiz. ¡Pero no para ser un granjero!
Nunca llegaría a ser un Caballero. Obi-Wan pensó amargamente que Bruck tenía razón. La única intención de las palabras de Yoda era que se sintiera mejor.
La impresión y la desesperación le hicieron volverse loco. Levantó su mirada fija hacia Docent Vant.
—Todavía puedo ser un Caballero Jedi.
Docent Vant tocó cariñosamente la mano de Obi-Wan. Sonreía, mostrando sus dientes afilados.
Negó con la cabeza.
—No todo el mundo está destinado a ser un guerrero. La República Galáctica necesita también curanderos y granjeros. Tu habilidad con la Fuerza
 
te permitirá recuperar cosechas dañadas. Tu talento servirá para alimentar a mundos enteros.
—Pero... —Obi-Wan quería decir que se sentía defraudado. Se merecía cuatro semanas más—. Es un trabajo para los que no son aceptados, para los que son demasiado débiles para ser Caballeros. Además, mañana, Qui-Gon Jinn vendrá a buscar a un padawan. El Maestro Yoda dijo que yo debería luchar para él.
Docent Van negó con la cabeza.
—Eso era antes de que los Maestros se enteraran de la paliza que le has dado a Bruck. ¿Creías que los curanderos no iban a contarnos lo que has hecho?
Con horror, Obi-Wan se dio cuenta de lo que había sucedido. Bruck le había tendido una trampa y él había caído en ella. Quería protestar, decir que era inocente. Había sido una lucha justa. ¿Curanderos? Seguramente Bruck no necesitaba ser atendido por los curanderos, excepto para justificar la historia que les hubiese contado.
—Ésta no es la primera vez que dejas que tu ira te domine —dijo Docent Vant—. Pero esperemos que sea la última —afirmó con la cabeza—. Ahora, trata de no mostrarte tan triste. Tendrás que empaquetar tus cosas y despedirte de tus amigos esta noche. La galaxia es muy grande. Ellos querrán verte antes de que te vayas.
Docent Vant se fue, cerrando la puerta suavemente tras ella. Obi-Wan se quedó solo, con el único sonido de los cazas volando sobre su cabeza.
Ya sólo podía hacer las maletas. Obi-Wan se sentía demasiado apesadumbrado y avergonzado para decir adiós; ni a Garen Muln o a Reeft, o incluso a su mejor amiga, Bant. Se enfadarían y se sentirían dolidos si se iba sin despedirse, pero no podía dar la cara. Sus amigos querrían saber adonde le mandaban. Si les decía que le habían destinado a formar parte de los Cuerpos Agrícolas, sus palabras se divulgarían. Podía imaginar a algunos de los otros aprendices riéndose de él. No había nada que pudiese decir para limpiar su reputación.
Porque la verdad era que, si bien Bruck le había tendido una trampa, él había caído totalmente en ella. A ciegas y sin pensarlo, quizá, pero había sido su propia decisión la que le había llevado hasta ahí. ¿Qué clase de Jedi podría llegar a ser si caía en las trampas de un matón como Bruck?
Obi-Wan se tumbó de espaldas en su lecho. Había decepcionado al Maestro Yoda. Había desperdiciado su última oportunidad dejando que la ira nublara su mente. Ahora, su peor miedo se había hecho realidad. Después de todos sus años de entrenamiento, no era lo suficientemente bueno para ser un Caballero Jedi.
Yoda siempre le había dicho que la ira y el miedo condicionaban mucho sus actos; y que, si no aprendía a controlarlos, acabarían conduciéndole por caminos por los que no quería ir.
 
—De ellos ser amigo tú deberías —Yoda le había recomendado—. Sin pestañear a los ojos míralos. Como tus maestros los defectos deberías usar. Entonces, controlarte tendrías y ellos no te dominarían. Dominarlos deberás.
La sabiduría de Yoda estaba grabada en su corazón. ¿Cómo se le había ocurrido ignorarla?
Fuera de su habitación, oía cómo los demás aprendices se preparaban para ir a dormir. Se daban las buenas noches, gritando desde una habitación a otra. Por último, las luces se apagaron y los recibidores se quedaron en silencio.
Obi-Wan se sintió rodeado por la energía pacífica de los estudiantes que dormían, pero eso no aliviaba su corazón roto. Sus compañeros podían descansar. Ellos no tenían pensamientos que les atormentasen. Obi-Wan movía la cabeza y daba vueltas, incapaz de dejar de imaginar la expresión triunfante del rostro de Bruck cuando conociera su destino.
Se oyó un golpe suave en la puerta. Dubitativo. Obi-Wan se levantó y la abrió. Bant estaba allí de pie, sin decir una palabra, sólo mirándole. La chica calamariana llevaba un vestido verde que hacía destacar su piel color salmón. Sus ropas olían a humedad y a sal, debido a que acababa de salir de su habitación, que siempre estaba vaporosa como la brisa de un mar cálido. Era pequeña para tener diez años, y le miraba atentamente con sus enormes ojos plateados.
Se fijó en sus magulladuras y en sus quemaduras con una expresión que quería decir: "Has estado luchando otra vez". Luego, miró más allá de él, hacia sus maletas apiladas en el suelo.
— ¿No ibas a despedirte de mí? —preguntó ella derramando abundantes lágrimas—. ¿Ibas a marcharte así?
—Me han destinado a los Cuerpos Agrícolas —dijo, con la esperanza de que ella comprendiera lo humillante que era para él —. Me hubiese gustado despedirme, pero...
Ella negó con la cabeza.
—He oído que vas a ir a un planeta llamado Bandomeer.
Así que todo el mundo lo sabía ya. Obi-Wan afirmó con la cabeza tristemente, justo cuando Bant se movió hacia él para darle un torpe abrazo.
—Sí, es ahí donde voy —dijo.
La abrazó. Así que mi destino está decidido, se dio cuenta con desesperación. Seré granjero. Porque este adiós iría seguido de otros. No iba a poder evitarlo.
Bant frunció el ceño y retrocedió un paso.
—Será peligroso. ¿No te han dicho que podría ser peligroso? Obi-Wan negó con la cabeza.
—En los Cuerpos Agrícolas, ¿qué peligro puede haber allí?
—No se sabe —dijo Bant.
—Hay que obedecer —añadió Obi-Wan con dulzura.
 
Era una frase que había escuchado muchas veces de los Maestros, cuando se les pedía que hiciesen algunas tareas de las que no comprendían su significado.
—De menos te echaré —dijo Bant imitando la extraña manera de hablar de Yoda. Lloraba desconsoladamente.
—Lo mío un sentimiento es —contestó Obi-Wan. Trataba de sonreír, pero no podía.
En respuesta. Bant le abrazó fuertemente y, después, se fue corriendo: para esconder sus lágrimas.




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