Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 1. El Resurgir de la Fuerza -CAPÍTULO 3-




Obi-Wan Kenobi quiere desesperadamente ser un Caballero Jedi. Después de pasar años en el Templo Jedi, conoce el poder del sable láser y de la Fuerza. Pero no sabe cómo controlar su miedo y su ira, y el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn le rechaza para ser su padawan.


CAPÍTULO 3

Con la ayuda de las técnicas curativas de los Jedi y de los maravillosos ungüentos del Templo, las quemaduras y magulladuras de Obi-Wan Kenobi estaban curadas por la mañana. Pero el dolor de su corazón no había disminuido. Durmió poco y se levantó sin problemas antes del amanecer.
Se despidió de Garen Muln y de Reeft, dos chicos procedentes de diferentes lugares de la galaxia que se habían vuelto inseparables en aquellos años en el Templo Jedi.
Reeft, un dresselliano con la cara extrañamente arrugada, se pasó toda la comida de la mañana mirando fijamente hacia algún pastel o alguna bebida y diciendo a los que estaban sentados en su mesa: "No quisiera parecer glotón, pero ¿podría comerme tu parte?" o "No quisiera parecer glotón, pero...".
Aunque Obi-Wan no había cenado la noche anterior, compartía toda su comida. Bant le alcanzó amablemente la mitad de su postre. Cuando no podía comer todo lo que quería, el dresselliano presentaba un aspecto realmente triste, con su piel de cuero gris y todas aquellas arrugas.
—No será tan malo —dijo Garen Muln a Obi-Wan —. Por lo menos vas a vivir una aventura.
Garen no se cansaba nunca. Yoda le había mandado a veces ejercicios extra de relajación.
—Y estarás rodeado de comida —añadió Reeft con gran esperanza.
— ¿Quién sabe dónde acabará cada uno de nosotros? —apostilló Bant —. Las misiones que nos encarguen serán diferentes para cada uno de nosotros.
—E inesperadas son —corroboró Garen Muln —. Eso es lo que dice Yoda.
No todo el mundo está destinado a ser un aprendiz.
Obi-Wan afirmó con la cabeza. Había sido una buena idea haberle dado a Reeft la mayor parte de su comida. Él no podía comer. Sabía que sus amigos estaban intentando hacer que se sintiera mejor, pero ellos todavía tenían muchas posibilidades de convertirse en un Jedi. Ese gran honor era lo que todos querían, por lo que todos trabajaban. No importaba lo que dijeran, todos sabían que su última oportunidad había resultado ser una decepción aplastante.
Alrededor de él, Obi-Wan oía los murmullos de las conversaciones de las otras mesas. Los estudiantes le miraban y luego dirigían la vista hacia otro lado. La mayoría de las miradas eran de compasión, aunque algunas otras trataban de animarle. Pero él notaba, y tenía la certeza absoluta, de que todos en la sala se alegraban de que lo sucedido a Obi-Wan no les hubiese pasado a ellos.
En la mesa de Bruck, las voces eran altas y llegaban a sus oídos.
—Siempre supe que no lo conseguiría —decía Aalto, el amigo de Bruck, en voz alta. Las orejas de Obi-Wan ardían según oía les palabras del mayor adulador de Bruck. Se volvió y vio que Bruck le estaba mirando fijamente, desafiándole a comenzar otra pelea.
 
—No le hagas caso —dijo Bant —. Está loco.
Obi-Wan se dio la vuelta y terminó su comida. Justo en ese momento una enorme fruta negra de BarabaI cayó en la mesa terca de su bandeja. El zumo de la fruta se derramó sobre Bant y Garen Muln. Obi-Wan miró a Bruck, que se había ido hasta la mitad de la habitación para lanzarla.
—Plántala, Torpe —dijo Bruck —. He oído que crecen con facilidad en todas partes.
Obi-Wan comenzó a levantarse de la silla, pero Bant le puso la mano encima para que se calmara y le hizo sentarse.
Obi-Wan sonrió a Bruck y mantuvo el control de la situación. Quiere enfadarme, se dijo. ¿Cuántas veces, en el pasado, otros habían jugado así conmigo, haciéndome perder la oportunidad de llegar a ser un padawan?
Obi-Wan controló su cólera y sonrió educadamente a Bruck. A pesar de todo, una ira ardiente iba creciendo dentro de él.
Justo en ese momento. Reeft murmuró:
—No quisiera parecer un glotón, pero, ¿te vas a comer esa fruta de BarabaI?
Obi-Wan casi estalló en risas.
—Gracias, Bruck —dijo, levantando la fruta de la mesa y poniéndola en una copa—. La gente de Bandomeer se sentirá honrada cuando comparta con ellos tu regalo. El regalo de un granjero para otro.

***
En una de las habitaciones superiores del Templo, el Maestro Yoda discutía con los miembros más antiguos del Consejo Jedi. Meditaban en una enorme estancia verde, la de las Mil Fuentes, donde los surtidores y las cascadas discurrían a través de un bosque de esmeraldas.
En el exterior, la superficie de Coruscant estaba oculta tras negras nubes de lluvia.
—Este día a Obi-Wan Kenobi se le debe permitir ante Qui-Gon Jinn luchar
—dijo el Maestro Yoda, justo cuando un destello de luz se colaba a través de las nubes que tenían encima—. Lo presiento.
— ¿Qué? —preguntó el Consejero Mace Windu. Era un hombre fuerte, de piel oscura y con la cabeza afeitada. Estudiaba a Yoda con una mirada que podría atravesarlo como un rayo—. ¿Para qué? Obi-Wan ha demostrado una vez más que no puede controlar ni su cólera ni su impaciencia. Y Qui-Gon Jinn no está dispuesto a tener otro padawan impaciente.
—De acuerdo estoy —dijo Yoda —. Ni Obi-Wan ni Qui-Gon preparados están, pero la Fuerza puede, sin embargo, al Maestro y al estudiante juntar.
Mace Windu preguntó:
—Y ¿qué hay de la última noche?, ¿qué pasa con la paliza que Obi-Wan le dio a Bruck?
 
Yoda movió su mano y, al hacer un gesto, un androide arbitro salió de entre los arbustos.
—Androide 6 de Entrenamiento Avanzado Jedi, ¿en la lucha de anoche qué viste? —apuntó Yoda.
—El corazón de Obi-Wan palpitaba a sesenta y ocho pulsaciones por minuto
—informó el androide —. Su torso estaba orientado hacia el noreste a veintisiete grados, con la mano derecha hacia abajo, sujetando su arma de entrenamiento. La temperatura de su cuerpo era de...
Mace Windu suspiró. Si le dejaba continuar, el androide de entrenamiento tardaría una hora sólo en describir cómo había cruzado Obi-Wan la habitación.
—Solamente dinos quién provocó la lucha —dijo Mace Windu—. ¿Quién dijo qué y qué pasó entonces?
El androide de entrenamiento AJTD6 emitió un zumbido de indignación por haber sido interrumpido en su narración, pero, ante la mirada severa de Mace Windu, comenzó a contar la historia de cómo Bruck había provocado a Obi- Wan para que luchara.
Al final del relato, Mace Windu suspiró.
—Así que tenemos un chico que miente y otro que está loco —dijo.
Después, miró al Maestro Yoda—. ¿Qué sugiere que hagamos?
Yoda entrecerró los ojos.
—La oportunidad de fracasar a ambos deberíamos dar —dijo.




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