Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 1. El Resurgir de la Fuerza -CAPÍTULO 13-

      



Obi-Wan Kenobi quiere desesperadamente ser un Caballero Jedi. Después de pasar años en el Templo Jedi, conoce el poder del sable láser y de la Fuerza. Pero no sabe cómo controlar su miedo y su ira, y el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn le rechaza para ser su padawan.


CAPÍTULO 13

Qui-Gon corrió hacia el puente, descendiendo por los pasillos principales. Obi-Wan, Si Treemba y Clat'Ha le seguían corriendo a toda velocidad. Por toda la nave, los arconas gemían aterrorizados, lanzando ese extraño siseo que emitían los de su especie. Se escondían en sus habitaciones y las cerraban con llave.
A través de las aberturas que había debajo del suelo, Qui-Gon podía oír el rechinar de los generadores al montar los escudos deflectores de la nave. Mientras tanto, el ruido provocado por el impacto de los disparos de las pistolas láser continuaba resonando.
El Maestro Jedi creyó saber lo que pasaba. A veces, los piratas minaban las rutas de las naves. Cuando alguna chocaba contra una mina, se perdía la hipervelocidad y la nave podía ser enviada fuera del hiperespacio.
Después, los piratas empezaban a disparar para destrozar las armas y los motores, tan rápidamente, que los viajeros desprevenidos rara vez tenían tiempo de reaccionar.
Luego, los piratas mandaban a miembros de su tripulación para saquear todo lo que pudieran de sus víctimas.
Un transportador de mineros como la Monument no llevaba mucho que mereciese ser robado, pero los piratas no lo sabían, al menos hasta que hubieran volado la nave en pedazos y empezaran a rebuscar entre los escombros.
El suelo retumbó como consecuencia del impacto de otro disparo. Cuando la nave volcó hacia un lado. Qui-Gon rodó hasta una esquina. Frente a él había una ventana a través de la cual se podían ver cinco naves de guerra togorianas todas con la forma de un ave de presa roja. Dos de ellas pasaron zumbando cerca de la ventana. Desde las naves de guerra surgieron disparos láser de color verde dirigidos contra la Monument. El metal chirrió a modo de protesta. Los pasillos se llenaron de humo espeso.
Las armas de la Monument quedaron en silencio. Ahora, Qui-Gon podía ver por qué, las torretas de los cañones láser habían sido voladas. Trozos de escombros ardiendo lucían como estrellas brillantes justo en el sitio en el que antes estaban las torretas.
La Monument flotaba a la deriva en el espacio. Aunque habían sonado las alarmas de incendio, nadie en el puente de mando daba órdenes. Ahora, un crucero togoriano se dirigía a gran velocidad hacia la nave.
Qui-Gon permanecía de pie, mirando impotente al crucero que se aproximaba. Había momentos en los que deseaba no estar solo, no haber perdido a su último padawan, Xánatos.
—Obi-Wan —llamó Qui-Gon.
Aunque no tenía una confianza total en el chico, no tenía otra alternativa.
Necesitaban algún plan, y todos debían trabajar juntos si querían sobrevivir.
 
—Los piratas se están preparando para el abordaje —dijo secamente—. Intentaré detenerlos. Vete al puente de mando y comprueba que la tripulación está viva. Si no es así, quiero que pilotes la nave fuera de esta zona.
Qui-Gon miró fija y seriamente al chico. Sabía que pedía mucho de él. Como estudiante Jedi, Obi-Wan habría conducido algunas naves en pruebas de simulación y, probablemente, como casi todos los demás alumnos, también habría llevado algunos coches nube de doble baina alrededor de Coruscant. Pero nunca había dirigido una nave como ésa, y en medio de una batalla.
—Puedo luchar a tu lado —protestó Obi-Wan.
Qui-Gon se volvió y cogió al chico por los hombros.
—Escúchame. Tienes que obedecerme esta vez. Confía en mis decisiones. Yo puedo contener a los piratas, pero moriremos todos si la nave continúa a la deriva por el espacio. No te preocupes por el rumbo que pongas. Simplemente vuela hacia algún sitio. Una vez que los piratas nos aborden, sus compañeros no dispararán por miedo a matar a sus líderes. Y ahora vete. Pilota la nave.
Obi-Wan afirmó con la cabeza. Qui-Gon podía ver la inseguridad que reflejaba la mirada del muchacho. Qui-Gon tampoco estaba demasiado seguro de que Obi-Wan pudiera hacerse cargo de la nave.
Ni de que él solo pudiera contener a los piratas. Obi-Wan afirmó con la cabeza.
—No te defraudaré.
Qui-Gon miró cómo Obi-Wan corría hacia el puente seguido por Si Treemba.
De repente, el chico parecía tan joven...
Durante un segundo, Qui-Gon estuvo tentado de irse detrás de él y dejar a los piratas para los whiphids y los arconas, pero los mineros no les durarían un asalto a los togorianos. Tenía que confiar en Obi-Wan.
Qui-Gon oyó el rugido lejano de los pequeños láser. Sólo podía significar una cosa: los piratas ya estaban a bordo. Los arconas habían elegido esconderse para evitar la lucha, pero los mineros de Offworld estaban combatiendo.
Por supuesto, los piratas iban a mandar algo más que una simple patrulla de abordaje. Qui-Gon decidió dejar que los mineros de Offworld se defendieran solos y bajó corriendo por un pasillo lateral, hacia el muelle. Clat'Ha corría detrás de él.
Doblaron una esquina. Un enorme pirata togoriano, con los ojos relampagueando como ascuas verdes sobre la piel oscura de su cara, se interponía en su camino.
El togoriano alargó sus enormes garras para apartar a Qui-Gon de su camino, pero Qui-Gon era un Maestro Jedi. La Fuerza ya le había puesto sobre aviso. Se retorció debajo de los brazos del pirata, anticipándose a su movimiento, y cogió el sable láser que llevaba colgado del cinturón. El filo surgió limpiamente y cortó al togoriano a la altura de las rodillas. El ser rugió de dolor.
 
Detrás del pirata caído, más togorianos doblaban la esquina y corrían hacia ellos. Clat'Ha, cegada por el terror, cogió su arma y abrió fuego. Un togoriano gritó al ser alcanzado, enseñando sus colmillos y la sangre de sus heridas.
Todos los togorianos respondieron abriendo fuego con sus armas. Qui-Gon esquivó dos rayos láser, y luego usó su sable para rechazar otros tres más.
Clat'Ha bajó la frecuencia de sus disparos, gritando de rabia. Era una buena guerrera, pero luchaban en una proporción de uno contra veinte. Qui-Gon rezó para que ella no perdiera la vida.

***
La puerta del puente de mando estaba sellada y ardía. Obi-Wan pudo sentir el calor que irradiaba cuando intentó abrirla. Había fuego al otro lado. El joven ignoró el dolor y trató de meter los dedos en una grieta para empujar y así abrir la puerta.
—Es inútil —dijo Si Treemba—. Es una puerta contra incendios. Se cierra si hay fuego en el puente.
Obi-Wan se echó hacia atrás. El puente debía haber recibido un impacto directo de la nave togoriana, pero la descarga de un potente cañón láser, o de un torpedo de protones, habría hecho algo más que causar un incendio. Probablemente habría abierto un agujero en el casco.
Sería peligroso abrir la puerta. Puede que sólo hubiera fuego, pero podría ser peor si el aire había escapado del puente.
Se acordó de la mirada de Qui-Gon cuando el Maestro Jedi le pidió ayuda.
No podía decepcionarle esta vez.
Con cuidado, Obi-Wan intentó calmarse para poder usar la Fuerza. Podía adivinar el mecanismo de apertura y moverlo sólo le costaría un pequeño esfuerzo.
Pero, después, qué. Si lo abría, podía ser arrastrado hacia el espacio; o el humo tóxico podía extenderse por el pasillo, asfixiándoles; o el fuego podía aumentar...
No tenía elección. Concentró su atención y la puerta comenzó a deslizarse.
Inmediatamente, un fuerte viento golpeó la espalda de Obi-Wan y el joven aprendiz se quedó sin respiración. El aire del interior de la nave pasó a su alrededor y lo succionó hacia el vacío del espacio. Obi-Wan se agarró al marco de la puerta para evitar ser lanzado al exterior. Era todo lo que podía hacer para resistir. Detrás de él. Si Treemba consiguió agarrarse a un panel de control.
Estaba claro que el puente de mando había sido alcanzado. El aire se escapaba a través de un pequeño y redondo agujero encima de la pantalla de la nave.
¡Tengo que cerrar esa abertura! —gritó Obi-Wan a Si Treemba.
Pero antes de que Obi-Wan pudiera siquiera moverse. Si Treemba se tiró al suelo y se arrastró de agarradera en agarradera. Lo único que podía hacer Obi-
 
Wan era permanecer colgado del cerco de la puerta y observarle. No podía ayudar a Si Treemba, ni tampoco éste a él.
El arcona agarró una brújula esférica, un objeto redondo de metal que reemplazaba al ordenador principal de navegación cuando estaba roto o dañado. Luchando contra el viento que pasaba silbando junto a él, Si Treemba se dirigió a duras penas hacia el casco y dejó la brújula cerca del agujero. El vacío la succionó y la corriente de aire cesó de inmediato.
¡Buen trabajo! —gritó Obi-Wan mientras corría hacia la consola del piloto.
El capitán y su copiloto, que permanecían sujetos a sus asientos por el cinturón, se habían desmayado debido a la falta de aire. Un minuto más y se hubieran asfixiado. De momento, seguían inconscientes. En la habitación hacía mucho calor. Los disparos habían atravesado la terminal de navegación y los restos de metal se amontonaban por cualquier sitio. Pero como había tan poco aire en la estancia, el fuego se había apagado.
Obi-Wan desató al capitán y lo tumbó en el suelo. Después miró al panel de control. Tenía muchas luces y botones. Se quedó quieto un momento, sin saber qué hacer, y alzó la mirada hacia la pantalla.
Varias naves de guerra togorianas volaban alrededor de la Monument. Un pesado crucero estelar que había sido transformado en una nave armada se acercaba cada vez más. Sus escudos deflectores debían estar bajados para poder mantener esa distancia.
Una luz roja parpadeaba constantemente en la consola de Obi-Wan. Aturdido, el joven se dio cuenta de que los lanzatorpedos de protones delanteros estaban cargados y preparados para disparar. Era el equipo de defensa estándar para las naves de transporte que viajaban por esa región. El ordenador de objetivos no funcionaba, pero él apuntó a la nave sin su ayuda.
Su corazón palpitaba. Tenía miedo de lo que estaba haciendo. Esperaba que Qui-Gon tuviera razón y que los piratas no se volvieran a abrir fuego con sus hombres dentro. Porque, si lo hacían, utilizarían su artillería pesada.
¿Qué vas a hacer, Obi-Wan? —preguntó Si Treemba, agarrándose a la consola del puente.
—Mandar un mensaje a los togorianos —contestó Obi-Wan seriamente —.
¡Todavía no estamos muertos!
Se inclinó sobre la consola y lanzó los torpedos de protones.

***
Los disparos de pistolas láser iluminaban los pasillos llenos de humo de la Monument y cegaban a Qui-Gon, que los esquivaba y rechazaba las ráfagas. Los togorianos muertos cubrían los pasillos que dejaban atrás, y los vivos obstruían los que tenían delante. Sus rugidos resonaban a través de las paredes. Durante un momento, el Maestro Jedi quedó atrapado detrás de los cadáveres y deseó tener algún refuerzo, pero los de OffWorld estaban luchando en otro frente.
¿Dónde están tus arconas? —le gritó a Clat'Ha—. Nos podrían ayudar.
 
¡Los arconas no luchan! —gritó Clat'Ha hacia atrás, a la vez que disparaba a un togoriano—. ¡Probablemente estarán encerrados en sus habitaciones!
¿Y qué hay de los hombres de Jemba? —preguntó Qui-Gon—. ¡Quizá tú podrías hablar con ellos para que nos ayudasen!
—No vendrían —dijo Clat'Ha tristemente —. Me temo que tendremos que luchar tú y yo solos, Qui-Gon.
Un capitán pirata togoriano se abalanzó pasillo abajo, rompiendo la cortina de humo. Era enorme, casi el doble de alto que un humano. Su armadura negra tenía las señales y los golpes de mil batallas. Llevaba una calavera humana sujeta por una cadena que colgaba de su cuello. Su piel era tan oscura como la noche y sus ojos verdes relucían con crueldad.
Llevaba una enorme hacha vibratoria en una mano y un escudo en la otra: y tenía las orejas puntiagudas, planas, echadas hacia atrás y pegadas a la cabeza. Avanzaba hacia Qui-Gon.
¡Llegó la hora de tu muerte. Jedi! —rugió el pirata togoriano—. ¡Ya he cazado antes a alguno de tu especie, y esta noche roeré tus huesos!
De repente, Qui-Gon se dio cuenta de que los piratas que estaban detrás de su capitán se retiraban hacia el agujero. Por allí no había ninguna salida, excepto si encontraban otro túnel de acceso. Los piratas, posiblemente, estaban intentando rodearle.
Clat'Ha se precipitó hacia el togoriano y disparó su arma. El pirata levantó el escudo y rechazó los disparos fácilmente. Después izó su hacha mortal. Con el más mínimo roce, el arma podía cortar la cabeza de un hombre. Qui-Gon se dirigió hacia él con un movimiento ligero de su sable láser.
—No dudo de que hayas matado antes —dijo Qui-Gon suavemente—, pero no roerás ningún hueso esta noche.
El Maestro Jedi saltó hacia el pirata togoriano. El pirata rugió y balanceó su hacha.

***
Un destello cegador, tan brillante como una llamarada solar, iluminó el espacio cuando los torpedos de protones alcanzaron la nave togoriana. Obi- Wan se protegió los ojos de la intensa luz y Si Treemba gritó.
La mitad de la nave se desintegró, arrojando con fuerza sus restos al espacio. Una segunda detonación siguió a la primera y el arsenal de la nave explotó.
Varios trozos de metal cayeron sobre la Monument, y una enorme sección de la nave destruida impactó sobre otra togoriana.
Obi-Wan no podía esperar la respuesta de los piratas y. mientras reaccionaban, apretó un botón para cargar más torpedos.
Con la consola de navegación estropeada sólo se podía pilotar manualmente. Obi-Wan agarró los mandos de control y tiró de ellos hacia atrás
 
con fuerza. Oyó el sonido chirriante del metal desgarrándose. ¿Habría roto los motores?
Rápidamente, consultó las terminales y miró la fuente del sonido. Al disparar, Obi-Wan se había deshecho de los dos cruceros togorianos acoplados a la Monument y, al mismo tiempo, había destruido el cierre que sellaba las compuertas que daban a los muelles. El aire del interior de la nave empezaba a salir al espacio.
Qui-Gon se había dirigido a detener el abordaje de los piratas.
Obi-Wan apretó los dientes, rogando fervientemente para que lo único lanzado al espacio junto con los restos fueran los piratas.
Delante de él, una nave de guerra togoriana abrió fuego.

***
El capitán pirata se acercaba y el suelo retumbaba bajo los pies de Qui-Gon.
El enorme togoriano pesaba cuatro veces más que un humano.
Incluso en circunstancias normales, Qui-Gon no hubiera podido hacer otra cosa para rechazar el ataque del pirata. Trató de equilibrarse a la vez que paraba los golpes del monstruo.
El pirata casi cayó, pero se recuperó a tiempo de levantar su hacha vibratoria. El golpe del filo alcanzó de pleno el hombro derecho de Qui-Gon y lo arrojó al suelo.
El Caballero Jedi lanzó un grito ahogado provocado por el dolor. Su hombro le quemaba como si se estuviese ardiendo. Intentó levantar el brazo, pero fue inútil.
Detrás del pirata, Qui-Gon oyó el sonido del metal rompiéndose. El cierre que sellaba las compuertas estaba desprendiéndose. El viento aullaba por los pasillos a medida que el aire de la nave se escapaba de ella. Qui-Gon vio cómo gotas de su propia sangre salían despedidas como la lluvia en una tormenta.
Los trozos de metal llegaban silbando por el aire del pasillo, junto con las armas y los cascos de los togorianos muertos, y volaban hacia el enorme pirata, que levantó su escudo para rechazar el ataque.
Qui-Gon dejó que el viento le empujara y se deslizó por el pasillo hacia el vacío del espacio, en dirección al capitán pirata.
Si tenía que morir, se llevaría al monstruo con él.

***
Los potentes disparos de los cañones láser desgarraban el casco de la Monument. Una nave de guerra togoriana apuntaba al puente de mando, pero sus repentinos movimientos indicaban que los disparos habían alcanzado la parte de atrás de la corbeta.
Obi-Wan, que no quería pensar en quién había podido morir durante el ataque, devolvió los disparos.
 
La siguiente lluvia de proyectiles procedente de la nave de guerra erró el blanco y no alcanzó su objetivo. Obi-Wan apuntó sus torpedos de protones en una milésima de segundo y los lanzó hacia el centro de la nave enemiga.

***
Mientras era succionado hacia el vacío del espacio, Qui-Gon se pasó el sable láser a la mano izquierda y dirigió un golpe hacia los pies del capitán pirata. El togoriano se enganchó a una agarradera y, dando un gran salto, evitó la estocada y aterrizó con sus botas justo encima del brazo izquierdo de Qui- Gon.
Luchando contra el dolor, Qui-Gon trató de levantar su sable láser, pero el enorme togoriano le tenía sujeto. El Maestro Jedi se retorcía desesperadamente, pero no podía escapar. Con su brazo izquierdo atrapado y el derecho gravemente herido, Qui-Gon poco podía hacer para luchar contra el monstruo.
El capitán pirata rugió triunfal como un loco, y el viento, que corría por los pasillos igual que un tornado, pareció rugir con él. Qui-Gon apenas podía respirar.
De repente, la cabeza del pirata desapareció. El enorme togoriano fue lanzado velozmente hacia el espacio, arrastrado por la furia del viento.
Qui-Gon miró al otro lado del pasillo. Clat'Ha estaba agachada en el suelo, sujetándose desesperadamente con una mano al picaporte de una puerta cerrada, y agarrando con la otra su pesada arma.
En el fragor de la batalla, el pirata togoriano se había olvidado por completo de la mujer.
AI final del pasillo había una puerta interior que debería haberse cerrado automáticamente con la presión del aire, pero, por los daños que presentaba la nave, no era de extrañar que el mecanismo de cierre no hubiese funcionado.
Qui-Gon estaba sangrando abundantemente y apenas podía respirar. Aunque estaba débil, hizo un esfuerzo supremo y, ayudado por la Fuerza, alcanzó un trozo de metal para llegar a los controles de la puerta y lograr que ésta se cerrara. Cuando el viento dejó de silbar a través de la nave, todo quedó en un silencio sepulcral.
Qui-Gon sólo podía oír los latidos de su propio corazón y a Clat'Ha jadeando para conseguir aire.

***
La nave de guerra togoriana explotó con un estallido de luz.
Si Treemba trabajaba en la consola de comunicaciones, enviando mensajes de socorro. Una nave de la República Galáctica podía tardar días en responder, o quizá segundos. Era imposible determinar el volumen del tráfico en las rutas estelares.
De repente, las naves de guerra togorianas se alejaron. Dos de ellas habían sido destruidas, y el crucero y una segunda barcaza de abordaje habían sido
 
arrancados del casco de la Monument. Podían verse piratas muertos flotando en el espacio.
Ni el último de los piratas lanzados al hiperespacio podía imaginar que había sido derrotado por un niño de doce años.
Obi-Wan pilotaba la Monument entre las relucientes estrellas. Las sirenas de alarma sonaban por todas partes. Los monitores mostraban la descompresión del aire por una docena de agujeros.
—Es como si la nave estuviera desintegrándose —dijo Obi-Wan a Si Treemba.
Este afirmó con su cabeza triangular, mostrando preocupación. —Tenemos que aterrizar,  Obi-Wan.
¿Aterrizar? ¿Dónde? —preguntó Obi-Wan, que miraba alrededor y lo único que veía era el espacio vacío.
Si Treemba se inclinó sobre el ordenador de navegación.
—No funciona —dijo.
—Lo sé —contestó Obi-Wan —.  Por  eso estoy pilotando manualmente.
¿Dónde está la tripulación? ¿Por qué no viene nadie a ayudarnos?
—Probablemente estén curando a los heridos, o ellos mismos estén heridos.
—Si Treemba miró a lo lejos a través de la pantalla— ¡Espera! ¡Allí!
Obi-Wan sólo pudo entrever el planeta que tenía delante. Era una esfera azul del color del agua, sobre la que destacaba el blanco de las nubes.
¿Cómo sabemos si podremos respirar el aire? —preguntó Obi-Wan —. La atmósfera podría estar envenenada o ser un planeta hostil.
—Tiene que ser mejor que respirar en el vacío —sugirió Si Treemba.
Los ojos del arcona se encontraron con los de Obi-Wan. La enorme nave retumbó y otro monitor de alarma dejó de funcionar, lo que significaba que la presión del aire estaba disminuyendo.
—Creo que no tenemos elección —dijo Si Treemba suavemente.

***
Grelb y sus hombres corrieron por los pasillos hacia la sección arcona de la nave. Los mineros hutts de Jemba habían luchado bien contra los piratas en su lado de la nave, pero docenas de corpulentos hutts y whiphids habían muerto.
Era una buena oportunidad para que también hubieran muerto numerosos arconas. Grelb esperaba obtener un gran botín de las víctimas.
Pero cuando llegaron a las puertas del lado arcona, descubrieron que no habían luchado. En vez de eso, habían dejado que su mascota Jedi les protegiera.
Grelb miró detrás de una esquina y vio a su odiada Clat'Ha ayudando a Qui- Gon a levantarse del suelo. El Jedi tenía una profunda herida en el brazo derecho y el izquierdo estaba hinchado y magullado.
 
El hutt sonrió y, para que nadie le viera, escondió su cabeza tras el recodo del pasillo. Después susurró a los whiphids que tenía a sus espaldas:
—Id a decidle a Jemba que los arconas son todos unos cobardes que no se han atrevido a salir de sus habitaciones para luchar. Y que su precioso Jedi está vivo de milagro. ¡Es un buen momento para dar el golpe!

***
Obi-Wan sobrevoló la superficie de un mundo acuático y pasó de la luz del día a la oscuridad, a una noche iluminada por cinco lunas brillantes que colgaban en el cielo como piedras multicolores. Debajo de él, enormes criaturas volaban en grandes bandadas. Parecían plateadas debido a la luz de las lunas, con cuerpos largos en forma de proyectil y alas poderosas. Tenían el aspecto de alguna especie extraña de pez volador cuyas alas hubieran evolucionado hasta un tamaño destacable. Las criaturas abrían sus alas, medio dormidas, cuando volaban mecidas por el viento. Algunos de ellos miraban hacia la nave con curiosidad.
Sin soltar los controles manuales, y con la nave acelerando y haciendo ruidos al moverse, Obi-Wan sólo veía océano por todas partes. Al fin pudo entrever en el horizonte una isla rocosa, con las olas rompiendo en su costa.
Obi-Wan dirigió la nave hacia las rocas, agarrando fuertemente los controles, y gruñó por el esfuerzo que le supuso intentar frenar la caída de la corbeta.




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