Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 1. El Resurgir de la Fuerza -CAPÍTULO 6-




Obi-Wan Kenobi quiere desesperadamente ser un Caballero Jedi. Después de pasar años en el Templo Jedi, conoce el poder del sable láser y de la Fuerza. Pero no sabe cómo controlar su miedo y su ira, y el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn le rechaza para ser su padawan.


CAPÍTULO 6

La Monument era una vieja corbeta corelliana marcada con golpes de meteoritos. Tenía la forma de un enorme armatoste y llevaba enganchadas en su parte delantera una docena de cajas de carga para llevarlas a Bandomeer. Era la nave más fea y más sucia que Obi-Wan podía haber imaginado.
Si el exterior era feo, el interior era horrible. Sus pasillos deteriorados olían a los desperdicios de los mineros y a los cuerpos sudados de las distintas especies. Los compartimentos de reparaciones estaban abiertos, de manera que los cables y las mangueras de presión, las tripas de la nave, se desparramaban como si se tratara de una herida abierta.
Enormes hutts se deslizaban por todas partes como babosas gigantes, y los whiphids acechaban en los corredores con sus pieles mohosas y sus colmillos. Altos arconas, con cabezas triangulares y ojos brillantes, se movían en pequeños grupos.
Obi-Wan deambulaba aturdido con sus bolsas en la mano. No encontró a nadie en la puerta de entrada que le guiara. Incluso parecía que nadie había notado su presencia. Tristemente, se dio cuenta de que había olvidado el cuaderno de notas que Docent Vant le había dado. En él estaba su número de habitación.
Buscó a algún miembro de la tripulación, pero todo lo que pudo encontrar fueron mineros que eran transportados a Bandomeer. Obi-Wan caminaba apesadumbrado y con desesperación creciente. La nave era tan extraña que intimidaba. Era tan diferente a las silenciosas y relucientes estancias del Templo, donde se podía escuchar el sonido de las fuentes por cualquier sitio por donde se anduviese. Obi-Wan conocía cada rincón del Templo, sabía el camino más rápido para llegar a la arena, donde se practicaban caídas y equilibrios: y a la piscina, en la cual podías sumergirte lanzándote desde la torre más alta...
Los pasos de Obi-Wan se hicieron cada vez más lentos. ¿Qué estaría haciendo Bant ahora? ¿Estaría en clase o en una tutoría privada? ¿Estaría nadando con Reeft y Garen Muln? Aunque sus amigos se estuvieran acordando de él, nunca llegarían a imaginar el lugar tan horrible en el que se había embarcado.
De repente, un enorme hutt bloqueó su camino. Antes de que Obi-Wan pudiese ni siquiera decir una palabra, el ser le agarró por la garganta y le arrojó contra una pared.
¿Adonde vas, babosa?
—Eh, ¿cómo? —preguntó Obi-Wan sorprendido.
¿Qué había hecho mal? Él sólo deambulaba taciturno hacia su habitación. Con preocupación, se dio cuenta de que dos whiphids particularmente horrorosos se situaban detrás del hutt.
—Ban... Bandomeer —tartamudeó el joven.
 
El hutt estudió a Obi-Wan como si fuese un bocado de comida. La enorme lengua de la criatura se desenrolló, deslizándose sobre sus labios grises y dejando una estela de cieno.
—No llevas uniforme de la tripulación. Tú no perteneces a Offworld.
Obi-Wan se miró sus vestiduras. Llevaba una túnica gris suelta. Se dio cuenta en seguida de que el hutt que tenía delante llevaba un parche triangular negro que mostraba un planeta rojo brillante, como si fuese un ojo. Una nave espacial plateada que daba vueltas alrededor del planeta hacía las veces del iris. Debajo del logotipo estaban escritas las palabras "Compañía Minera de Offworld". Los whiphids llevaban el mismo símbolo.
—Debe ser de otro equipo —dijo un whiphid.
—A lo mejor es un espía —gruñó el segundo whiphid —. ¿Qué creéis que lleva en esas bolsas? ¿Bombas?
El hutt acercó su enorme y grotesca cara a la de Obi-Wan.
—Cualquier minero que no trabaja para Offworld es un enemigo —rugió, sacudiendo violentamente a Obi-Wan —. Tú, babosa, eres un enemigo. Y nosotros no permitimos que haya enemigos en territorio de Offworld.
Los dedos del hutt eran enormes trozos de carne. Apretaban el cuello de Obi-Wan estrangulándole. Sofocado, Obi-Wan soltó sus bolsas y agarró los dedos del hutt. Sus pulmones ardían y la habitación le daba vueltas.
Usando toda su fuerza. Obi-Wan se las arregló para retirar los dedos del hutt de su garganta lo suficiente para coger un poco de aire. Miró fijamente a los ojos crueles e inexpresivos del hutt, tratando de reunir todos sus poderes de la Fuerza.
—Déjame en paz —dijo Obi-Wan con voz entrecortada y luchando por respirar. Para derribar la voluntad del hutt y hacerle cambiar de opinión, el joven aprendiz dejó que la orden llegara a la criatura a través de la Fuerza.
Esto no era como luchar contra otro estudiante. Sentía que había una crueldad malsana. Aquí no había reglas, ni un Yoda al que llamar para que parara la lucha.
—Dejarte en paz, ¿por qué? —rugió el hutt que se estaba divirtiendo cruelmente.
Estoy yendo por el buen camino, pensó Obi-Wan desesperadamente.
La última cosa que pudo recordar fue el puño del hutt que avanzaba directamente hacia él.
 



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