La batalla no se parecía a nada que Obi-Wan hubiera imaginado antes. No tenía miedo. Había aceptado su muerte. La situación le resultaba demasiado extraña. Ahora sólo luchaba para proteger a los arconas. No sentía rabia. No odiaba a las bestias hambrientas que caían sin descanso del cielo oscuro.
La Fuerza era su aliada.
Podía sentir cómo le movía y cómo fluía a través de él y de los dragones. Obi-Wan saltaba y hacía cabriolas en el aire, se movía y quemaba hocicos y garras. La batalla se convirtió en un baile por la supervivencia.
Mientras se movía, notó un cambio en sí mismo. Sentía sutiles sensaciones que no había experimentado antes. Veía los ataques antes de que ocurrieran. Veía el golpe de la cola antes de que se produjese. Los músculos de los dragones parecían estar perfectamente definidos, así que podía prever el principio de los movimientos que le indicaban hacia dónde iba a dirigirse el dragón. Los dragones muertos ocupaban todo el suelo a su alrededor. Obi-Wan se abandonó totalmente al baile.
Después de muchos minutos interminables, el joven empezó a retroceder hacia el interior de la cueva. Tenía una idea. Si podía matar a los dragones justamente en la entrada de la cueva, los cuerpos bloquearían el hueco. Si bloqueaba las suficientes entradas, entonces tendrían una opción de sobrevivir.
Obi-Wan luchaba, retirándose hacia atrás. Había llegado justo a la entrada cuando oyó una risa que le resultaba familiar.
— ¡Bien hecho, pequeño! —se rió alegremente Jemba.
El enorme hutt se deslizaba entre las sombras lejanas de la parte trasera de la cueva. Portaba un rifle láser de enorme tamaño.
Obi-Wan apenas tuvo tiempo de mirar al hutt, ya que tres dragones se habían unido en la entrada de la cueva.
— ¡Ayúdame! —gritó Obi-Wan a Jemba mientras seguía luchando.
Sería muy fácil para el hutt disparar a los dragones. Podía ayudarle con su plan. Obi-Wan sabía que a Jemba no le importaba que él muriese, pero seguramente el hutt querría conservar su propia vida.
—Por supuesto —rió Jemba—. Te ayudaré. ¡A morir! Levantó su arma y apuntó.
***
Grelb estaba resguardado debajo de su roca. Los dragones caían a los pies de Obi-Wan Kenobi. El chico estaba delante de la entrada abierta de la cueva.
El hutt rió entre dientes, vio su oportunidad y apretó el gatillo de su arma.
Disparó; pero, para sorpresa de Grelb, el joven Obi-Wan debía haber oído el ruido y se movió hacia un lado. El disparo no le acertó.
Grelb gritó de rabia y se preparó para disparar de nuevo. Esta vez no fallaría. Pero, de repente, sintió un enorme mordisco en su cola.
Estaba demasiado concentrado en lo que estaba haciendo y se había olvidado de mirar a su alrededor. Un dragón le había encontrado.
Apenas tuvo tiempo de gritar antes de que el dragón lo cogiera con la boca, bajo la roca.
***
Obi-Wan estaba de pie, jadeando. Había sentido un movimiento en la Fuerza cuando un disparo láser había surgido de no se sabía dónde y había pasado silbando por encima de su cabeza. Pero posiblemente nadie se había sorprendido tanto como el hutt Jemba.
El enorme ser había recibido el impacto en su pecho. Por un momento, Jemba miró la herida con incredulidad.
— ¡Bien, ja! —se rió horrorizado.
Sus ojos, sorprendidos, se posaron durante un instante en Obi-Wan. Los truenos retumbaban y los relámpagos relucían. Entonces, Jemba se derrumbó sobre el mohoso suelo y murió.
El chillido de un dragón devolvió a Obi-Wan a la realidad. El muchacho apenas tuvo tiempo de introducir su sable láser en la enorme boca que le atacaba, para luego saltar hacia atrás.
—Yo diría que esta vez ha estado demasiado cerca —destacó Qui-Gon, que estaba detrás de él. El Maestro Jedi tenía encendido su sable, que destelleaba en color verde.
—Pensé que necesitarías ayuda.
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