Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 1. El Resurgir de la Fuerza -CAPÍTULO 12-

     



Obi-Wan Kenobi quiere desesperadamente ser un Caballero Jedi. Después de pasar años en el Templo Jedi, conoce el poder del sable láser y de la Fuerza. Pero no sabe cómo controlar su miedo y su ira, y el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn le rechaza para ser su padawan.


CAPÍTULO 12

Obi-Wan consideró la opción de retirarse a su habitación, pero sabía que era mejor enfrentarse pronto a Qui-Gon en vez de hacerlo más tarde. Sugirió a Si Treemba que se fuese a descansar, pero el arcona se negó.
—Daremos la cara juntos —dijo Si Treemba, estirándose hasta alcanzar su estatura completa.
Encontraron al Jedi y a Clat'Ha en el salón de los arconas, donde las luces estaban siempre bajas para imitar la noche y los androides músicos tocaban suavemente las flautas arconas. Tan tarde había pocos en el salón, y la mayoría tenían los ojos cerrados y permanecían de pie como estatuas, el equivalente para los arconas al sueño humano.
Qui-Gon estaba de pie en la barra, bebiendo un zumo azulado. Clat'Ha estaba de pie a su lado con su bebida, sin tocar, frente a ella sobre la barra. Una sola mirada le bastó a Obi-Wan para saber que ambos estaban preocupados por lo que había pasado en el lado Offworld de la nave.
—Por lo menos esta vez estás entero —dijo Qui-Gon mirándole fríamente
—. Bien, ¿descubriste algo?
—No —admitió Obi-Wan —. Si Treemba fue capturado antes de que pudiéramos encontrar los termostatos.
—Obi-Wan nos rescató —elogió Si Treemba—. Estábamos encadenados al suelo y él solo hizo frente al hutt Grelb...
—Un hombre que se mete él solo en el peligro se merece afrontarlo también en soledad —dijo Qui-Gon severamente.
Obviamente, la valentía de Obi-Wan no le había impresionado. Si Treemba se calló, lanzando una mirada a Obi-Wan que quería decir "lo intentamos".
—Desobedeciste deliberadamente mi orden —dijo Qui-Gon sin rodeos.
—Con todos los respetos —dijo Obi-Wan tranquilamente —, como usted me recordó, no estoy a su cargo.
Qui-Gon se volvió hacia él y lo observó durante un momento. Obi-Wan no podía ver qué había detrás de aquella intensa mirada azul. Al final, habló.
—Tu entrometimiento está haciendo que la situación empeore.
¿Que las cosas empeoren? —preguntó Obi-Wan —. ¿En qué sentido?
—Sí, quiero decir que lo has conseguido —dijo Qui-Gon.
Su expresión permanecía impasible y su tono de voz imperturbable; pero, ahora, Obi-Wan podía sentir su profunda irritación. Tenía la esperanza de haberse ganado el respeto del Jedi, pero, en vez de eso, se le consideraba una molestia que ni siquiera se merecía una demostración de cólera.
—Estuviste merodeando por el territorio de Offworld, invadiste su intimidad, fuiste capturado y tuviste que luchar tú solo otra vez. Seguramente ellos tomarán represalias.
 
—Pero habría merecido la pena —intentó justificarse Obi-Wan—si hubiésemos encontrado los termostatos...
Clat'Ha le interrumpió.
—Encontramos los termostatos hace una hora, escondidos en un barril de lubricante. Quien los haya puesto allí no esperaba que los localizásemos.
Obi-Wan permaneció con la boca cerrada. Qui-Gon tenía razón. Había arriesgado la frágil paz de la nave a cambio de nada.
¿No ves que esto no tiene nada que ver con los termostatos? —dijo Qui- Gon tratando de controlar el tono de voz —. Un Jedi tiene que pensar en las repercusiones de sus actos a largo plazo. La intención de mi orden era rebajar la tensión. Quería crear confianza. ¿Cómo se van a fiar ahora los de Offworld de los Jedi, si te encuentran husmeando en su territorio? ¿Cómo pueden...?
De repente, la habitación se movió y se escuchó un gran estruendo. La bebida de Qui-Gon se deslizó por la barra hasta que la copa cayó al suelo. Si Treemba se encogió sobre sí mismo. Las sirenas de alarma comenzaron a sonar.
¿Qué ha chocado contra nosotros? —gritó Clat'Ha.
Obi-Wan sabía que si hubiesen colisionado en el hiperespacio contra otra nave o contra un asteroide la Monument hubiera quedado destruida. En la distancia, Obi-Wan oyó el ruido provocado por las armas de la nave disparando.
Qui-Gon se dirigió hacia una ventana. Tenía el sable láser en la mano.
—Son piratas —anunció.




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