Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 1. El Resurgir de la Fuerza -CAPÍTULO 21-

              



Obi-Wan Kenobi quiere desesperadamente ser un Caballero Jedi. Después de pasar años en el Templo Jedi, conoce el poder del sable láser y de la Fuerza. Pero no sabe cómo controlar su miedo y su ira, y el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn le rechaza para ser su padawan.


CAPÍTULO 21

Allí, amigo mío —dijo Qui-Gon al dragón. Apuntó a las cavernas. La docena de pasadizos que llevaban a la cueva daban al mismo lado de la montaña y, desde el cielo, las entradas de las cuevas parecían agujeros de gusanos.

Qui-Gon se esforzó para controlar la mente del dragón y así obligarlo a bajar a tierra sin peligro. Estaba preocupado. Hasta donde le alcanzaba la vista, veía dragones que se dirigían en bandadas hacia las cuevas. Cuando se llamaban unos a otros, sus gritos eran ensordecedores.

Qui-Gon había visto árboles gigantes en el Bosque Plateado de los Sueños, en el planeta Kubindi. Algunas de sus enormes hojas podían medir veinte metros de ancho, y cuando se caían en otoño, flotaban en el aire como balsas gigantes. Eso era lo que le recordaban los dragones. Volaban por el cielo como caían las hojas en el bosque de Kubindi.

Sin embargo, estas criaturas eran mortíferas, y como Qui-Gon, se encaminaban hacia las cavernas.

Qui-Gon llamó mentalmente al joven Obi-Wan para advertirle del peligro. Luego esperó a que el dragón volara hacia abajo, hasta situarse cerca del estrecho borde que había fuera de las cuevas. Qui-Gon eligió ese momento para saltar de la espalda de la bestia y aterrizó en el borde, sujetándose con una mano en la pared interior de la cueva. El dragón se alejó volando, emitiendo un chillido suave y confuso al quedar liberada su mente.

Qui-Gon había dado dos pasos hacia el interior de la cueva cuando vio a Obi-Wan que salía corriendo hacia fuera, con su sable láser en alto.


***

Obi-Wan corrió fuera de la cueva, se paró en seco y miró al cielo horrorizado. Al principio creyó estar viendo sólo nubes oscuras, pero luego se dio cuenta de que bandadas de dragones ocultaban el sol, y de que todos venían volando hacia las cavernas.

Nunca en su joven vida había experimentado tanto terror. Las piernas le flaquearon y la mente se le quedó de repente en blanco. No sabía qué hacer.

Entonces vio a Qui-Gon que venía hacia él, y se sintió aliviado. El Jedi parecía estar herido y sangraba, agarrándose un hombro. Pero estaba vivo.

¿Conseguiste los dáctilos? —preguntó Obi-Wan. Qui-Gon afirmó con la cabeza.

¿Los arconas?

—Aún están vivos, pero agonizan. Vamos, Qui-Gon. Yo me ocuparé de la entrada de la cueva.

Obi-Wan esperaba que Qui-Gon discutiera la orden y que le mandara a él de vuelta con los dáctilos. El Caballero Jedi se limitó a mirarle durante una décima de segundo. Obi-Wan vio respeto y aceptación en los ojos del Maestro.

—Volveré —prometió Qui-Gon, y corrió hacia las cavernas. Segundos después, cientos de dragones se abalanzaron sobre Obi-Wan. Su sable láser

 

acuchillaba y quemaba, crepitaba y zumbaba. Los dragones rugían y caían hacia atrás. Luchaba mejor y con más fuerza de lo que había luchado nunca, incluso mejor de lo que él pensaba que era capaz.

Pero sabía que no iba a mantener a los dragones alejados durante mucho más tiempo.


***

Qui-Gon corrió con la bolsa de dáctilos a través de los pasadizos y entre los guardias hutts y whiphids.

La determinación que se veía en sus ojos era tal, que nadie se atrevió a pararle. Los guardias de Jemba se apartaron asustados hasta que. en medio del túnel y a mitad de camino, el propio Jemba le salió al paso.

¡Alto! —ordenó el enorme hutt—. ¿Dónde vas? Qui-Gon miró fijamente a Jemba.

—Será mejor que mandes a tus guardias a la salida de las cuevas —advirtió Qui-Gon —. Tenemos problemas.

¡Ja, ja! —se rió Jemba—. ¡Tu loco pupilo ya intentó ese truco antes!

De repente, un dragón rugió cerca de la entrada de uno de los túneles. El sonido era espeluznante. La cueva tembló y varios trozos de piedra cayeron del techo.

—Ya han empezado —dijo Qui-Gon seriamente.

Luego, ladeó el hombro para pasar al lado del hutt y corrió a llevar los dáctilos a los arconas.


***

Grelb se apretó entre dos rocas planas, tumbado durante un momento, con su rifle láser en la mano y mirando abajo, hacia las cavernas. Había perdido su oportunidad de matar a Qui-Gon Jinn. El Gran Jedi había llegado a las cuevas, pero su pupilo guardaba la entrada de la caverna, sable láser en mano.

Prefería al Maestro, pero de momento tendría que conformarse con el alumno.

Los dragones caían como rayos del cielo y enfilaban hacia el muchacho. Incluso Grelb tuvo que reconocer las habilidades del joven Jedi. Su sable láser golpeaba una y otra vez, y el chico no mostraba ningún signo de cansancio. Casi iba a ser una pena matarlo.

Los rayos cruzaban el cielo. La lluvia arreciaba sobre las piedras que Grelb tenía sobre su cabeza. Era la parte positiva de esconderse debajo de esas piedras, por lo menos se mantenía seco.

Levantó el arma e intentó apuntar al joven Jedi. El sable láser del chico relucía entre los dragones.

Todo lo que necesito, pensó Grelb, es un pequeño instante para disparar.

Sólo un...






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