Mundo Star Wars: Aprendiz de Jedi Volumen 1. El Resurgir de la Fuerza -CAPÍTULO 20-

             



Obi-Wan Kenobi quiere desesperadamente ser un Caballero Jedi. Después de pasar años en el Templo Jedi, conoce el poder del sable láser y de la Fuerza. Pero no sabe cómo controlar su miedo y su ira, y el Maestro Jedi Qui-Gon Jinn le rechaza para ser su padawan.


CAPÍTULO 20

En las cuevas, los arconas empezaban a desfallecer rápidamente. Sus ojos bioluminiscentes iban apagándose como las ascuas de un fuego.

Allí, Clat'Ha y otra pareja de humanos cuidaban a los que caían. La mujer, que normalmente demostraba entereza, parecía agotada y sin fuerzas. Lo único que podía hacer por los arconas era intentar que el entorno fuese confortable.

Si Treemba, que no se había movido desde hacía horas, le susurró a Obi- Wan que estaba guardando fuerzas. Sin embargo, el joven Jedi adivinó que lo que realmente ocurría era que su amigo estaba demasiado débil para moverse.

Obi-Wan, desesperado, no soportaba la quietud ni la impotencia que sentía ante la lenta muerte de su amigo. Había pensado varias veces escaparse para ir a buscar a Qui-Gon, pero se había resistido a hacerlo. Tenía que estar al lado de su amigo y protegerle.

Obi-Wan apoyó la frente en las rodillas, en un gesto de desesperación, y miró al suelo de la caverna. ¿Para qué servía todo su entrenamiento Jedi? Nunca se había sentido tan inútil. Nada de lo aprendido, ni siquiera las palabras de Yoda, le habían preparado para un momento como ése. Había llegado el final de todo: su fe, su esperanza y su confianza en sí mismo. Había fallado. Durante toda la vida lo recordaría como su momento más amargo.

Su momento más amargo...

Obi-Wan recordó algo, una conversación que había tenido con Yoda.

  ¿Cuál es mi límite y cómo sabré que he llegado a él? —había preguntado Obi-Wan—. Y si estoy en esa situación, ¿a qué puedo recurrir en busca de ayuda?

Entonces fue cuando Yoda le había dicho que en momentos de peligro extremo, cuando se había hecho todo lo posible, podía usar la Fuerza para llamar a otro Jedi.

—Cerca debes estar —había dicho Yoda—. Conectado.

Puede que Qui-Gon no pensara que tenían esa conexión, pero, aun así, Obi- Wan tenía que intentarlo.

En la oscura cueva. Obi-Wan invocó a la Fuerza. La sintió latir y se metió en su energía. Puso en marcha toda su sensibilidad Jedi y buscó la presencia del Maestro Qui-Gon. Obi-Wan era muy joven y no podía controlar la Fuerza como quería, pero, hablando para sí mismo, lanzó un mensaje: ¡Qui-Gon! ¡Vuelve! Los arconas morirán pronto sin los dáctilos.

Resonó una gran carcajada en la entrada de la caverna. Obi-Wan miró hacia arriba. Había llamado a Qui-Gon con todas sus fuerzas, pero, en su lugar, había aparecido el hutt Jemba. Era demasiado para sus habilidades.

Jemba les miraba desde arriba, cubriendo la entrada de la caverna con su enorme volumen.


   ¿Cómo os encontráis? Espero que bien —tanteó —. Bueno, en caso de que no lo estéis, yo vendo dáctilos. Dáctilos para los necesitados. Tenemos algunos por aquí y muchos más escondidos en alguna parte. ¡El precio será sólo vuestras vidas!

Los arconas comenzaron a quejarse por toda la cueva. Algunos de ellos se volvieron y empezaron a gatear penosamente hacia el hutt que les ofrecía los dáctilos.

Obi-Wan, furioso, se puso de pie en un salto.

  ¡Un momento! —gritó.

Antes de que se diera cuenta, su sable láser estaba desenvainado. Recorrió cincuenta metros, saltando por encima de docenas de arconas agonizantes, y plantó cara al hutt. Allí, ondeó la espada de luz por encima de su cabeza en un gesto típico Jedi. El parecido del hutt con una babosa se veía claramente a la luz del sable. Una docena de hutts y whiphids llenaron el túnel detrás de él, pero el volumen de Jemba dificultaba sus posibles disparos.

—Bien, bien —rugió Jemba—. ¡Me alegra comprobar que eres valiente incluso cuando no tienes a tu Maestro para cubrirte las espaldas!

—Vete, Jemba —acertó a decir Obi-Wan. Estaba lleno de ira, pero su voz sonó cómica por su corta edad.

A su espalda, empuñando la pistola láser, apareció Clat'Ha.

—El chico tiene razón. No eres bienvenido aquí.

—Muy bien —bramó Jemba—. Si eso es lo que queréis, dejaré encantado que vuestros amigos mueran.

  ¡Devuélveles los dáctilos! —ordenó Obi-Wan.

El joven aprendiz agarró con fuerza su sable láser y pudo sentir la temperatura que calentaba el pesado mango. El filo crepitó en el aire y cada uno de sus músculos se preparó para saltar hacia delante y hacer rodajas al hutt.

   ¿No os parece divertido? —Jemba se dirigió a su cohorte—. No sabe usar la Fuerza. Está en los registros de la nave. No es más que un granjero, un repudiado del Templo Jedi.

Obi-Wan luchó contra su propia ira, que crecía ante la ofensa de Jemba. Durante unos largos segundos, buscó dentro de sí mismo una manera de calmarse y encontrar paz. Y entonces recordó las palabras de Qui-Gon. Jemba no era el verdadero enemigo. Lo era la cólera.

Por fin encontró la calma que necesitaba y puso todos sus sentidos para que la Fuerza fluyera a través de él. Ahora podía sentirla a su alrededor; en Jemba, en las piedras, en los arconas que iban cayendo tan deprisa a sus espaldas. La sintió y se entregó a ella.

  ¡Qui-Gon! —gritó Obi-Wan sorprendido.

Estaba tan concentrado llamando al Maestro Jedi para que le ayudara que se sintió atónito cuando percibió algo más: Qui-Gon le estaba pidiendo ayuda a él.


    ¡Jemba, quítate de mi camino! —dijo Obi-Wan —. ¡Qui-Gon está en peligro!

   ¡Ja, ja, ja! —rugió el enorme hutt, palmeándose los costados como si la risa le produjese dolor—. ¿Por qué no me sorprende? ¡Puede que sea porque he mandado a mis hombres a matarlo!

Pero no era solamente Qui-Gon. El peligro se cernía sobre todos ellos. Qui- Gon no sólo estaba pidiéndole ayuda. Estaba intentando advertir a Obi-Wan de un peligro.

—Te lo advierto. Jemba —dijo Obi-Wan —. ¡Todos estamos en peligro!

   ¿Qué quieres de mí, pequeño? —preguntó Jemba—. ¿Quieres que me mire los zapatos para que puedas apuñalarme? ¡Ja, ja, ja! Ese truco no funciona conmigo. ¡Los hutts no tenemos pies!

Estaba perdiendo el tiempo. Obi-Wan dio un salto mortal en el aire y aterrizó delante de Jemba. Después, utilizando el impulso de su caída, saltó por encima de la cabeza del hutt. Obi-Wan aterrizó en la espalda de Jemba y el hutt chilló.

  ¡Ya te lo advertí! —le gritó Obi-Wan, agarrando su sable láser con fuerza.

Luego se deslizó por la cola de Jemba y fue saltando sobre las cabezas de los sorprendidos guardias whiphids.

Un whiphid abrió fuego contra la espalda de Obi-Wan, pero éste pudo colocar su sable láser en el dorso y rechazó el disparo. El joven corrió a través de los túneles, pasando cerca de los sorprendidos hutts y whiphids. Su necesidad de encontrar a Qui-Gon era prioritaria. Se había sorprendido al recibir la llamada de aviso del Caballero Jedi y sentir que estaban conectados.

Detrás de él, unos cuantos whiphids rugieron con gritos de guerra, pero Jemba gritó por encima del resto:

  ¡No! ¡Dejádmelo a mí! ¡El chico es mío!





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