Mundo Star Wars: Guerras Clon. EL LEGADO DE LOS JEDI -CAPÍTULO 15-




El Templo Jedi es un lugar de secretos y de confianza. Dentro de sus paredes, un legado se transmite de generación en generación de la paz, la justicia y la fuerza. Pero ese legado se puede romper. A veces los mayores enemigos pueden elevarse desde dentro...

Lorian Nod es un aprendiz de Jedi prometedor. Un padawan llamado Dooku es su mejor amigo. Bajo la atenta mirada de Yoda, se están preparando para convertirse en Caballeros Jedi. Dooku sabe que su destino está entrelazado ... sin embargo, no está preparado para un giro de los acontecimientos que revelan el lado oscuro para él, por primera vez.

Años más tarde, Dooku es un Maestro Jedi y Lorian Nod es un paria de la piratería. Con un deseo de venganza imprevisto, Dooku trabaja para frustrar a su antiguo amigo, incluso si esto significa cruzarse con su propio aprendiz de Qui-Gon Jinn ... Cuando el propio Qui-Gon se convierte en un Maestro Jedi, el espectro de Lorian Nod todavía acecha. Como Qui-Gon y Obi-Wan Kenobi luchan por encontrar su lugar como Maestro y Padawan, deben trabajar juntos para prevenir una amenaza interplanetaria, y para burlar a un enemigo muy familiar ...

Durante las Guerras Clon, Lorian Nod quiere jugar un papel fundamental en la lucha de la República para mantener el control de un planeta estratégico. Por un lado, Obi-Wan y su aprendiz, Anakin Skywalker, deben decidir si pueden confiar en una figura tan infame. Por otro lado, el ahora comprometido Conde Dooku tiene una cuenta pendiente contra de su antiguo némesis ...


CAPÍTULO 15

Qui-Gon pensó que la aparición de Lorian Nod no era una coincidencia.
El oficinista debió haberle avisado de su presencia, por lo que le había tomado un tiempo un poco más largo en obtener sus tarjetas de identificación.
Nod vestía un uniforme gris como el oficial de seguridad, pero con una variada colección de coloridos listones tejidos a través del material en los hombros, indicando un alto rango.
Era obvio que recordaba a Qui-Gon. Su mirada se desplazó sobre él, y Qui-Gon recordó la manera en que Lorian había hecho todo, incluso que una lucha de vida o muerte pareciera una gran broma que se jugaba sobre todos ellos. Como padawan, había quedado desconcertado por esto. Ahora lo entendió como la defensa de un hombre que había perdido la única cosa que había tenido importancia en su vida, alguna vez hace mucho tiempo, y nunca podría sacar ese dolor de su corazón.
—Estás sorprendido de verme —dijo Lorian—. Junction-5 es mi mundo natal.
—Estoy sorprendido de verte fuera de prisión —dijo tajante Qui-Gon. Lorian agitó una mano—. Sí, pues bien, fui un prisionero modelo. Terminé ayudando a la fuerza de seguridad de Coruscant con un sinnúmero de problemas que tenían dentro de la prisión, y fueron agradecidos.
—Quieres decir que fuiste un delator —dijo Qui-Gon. Lorian irguió su cabeza y sonrió al Jedi—. No me has perdonado por lo que le hice a tu maestro
—. El perdón no es mío para dar —dijo Qui-Gon—. ¿Y cómo está el Maestro Dooku? —dijo Lorian.
—He escuchado que está bien —dijo Qui-Gon. La verdad era que no estaba en contacto con su antiguo maestro. Tampoco esperaba estarlo. Su relación no había estado basada en la amistad. Había sido una relación de maestro y estudiante. Era natural que no estuvieran pendientes en la vida del otro.
Sería diferente con Obi-Wan, pensaba Qui-Gon. Vio los días por venir, cuando Obi-Wan sería un Caballero Jedi, y a le gustaría ser parte de eso.
—Veo que trabajas para los Guardianes —dijo Qui-Gon.
—Soy Los Guardianes —contestó Lorian—. La antigua fuerza de seguridad estaba indefensa haciendo frente a la gran amenaza, así que propuse una nueva fuerza. El líder de Junction-5 me pidió que fuera su líder.
Qui-Gon estaba asombrado. ¿Un antiguo criminal era el jefe de la seguridad planetaria?
—Lo ves, estoy completamente rehabilitado. Entonces, ¿qué haces en Junction-5? —preguntó suavemente Lorian, pasando a otro tema.
—Una parada temporal —dijo Qui-Gon.
¿Y éste es su padawan?
—Obi-Wan Kenobi, Lorian Nod —dijo Qui-Gon.
¿Sabías que también fui un padawan una vez? —preguntó Lorian a Obi-Wan, quien negó sacudiendo su cabeza—. Dejé la Orden.
Obi-Wan no podía ocultar la sorpresa en su rostro. Qui-Gon podía leerla de la misma forma que a una pantalla de datos. ¿Alguien más había dejado la Orden? Así que no estaba solo. Entonces la aprehensión llegó cuando Obi-Wan comprendió. Si yo hubiera abandonado, ¿esto es en lo que me habría convertido?
—Al principio pensé en eso como un terrible castigo, pero ahora veo que esto era lo que tenía pensado ser —continuó Lorian—. Pues bien, esto ha sido encantador, pero tengo trabajo que hacer. Disfruten su viaje. Sugiero que estén a tiempo para su transporte. La seguridad aquí debe estar muy ajustada, para protegernos. Si se quedan más tiempo de lo autorizado por sus pases, podrían tener algunos problemas.
Qui-Gon supo que estaban siendo amenazados—. Los Jedi están acostumbrados a los problemas —le contestó.
Lorian le miró penetrantemente—. Tengo una brillante idea. Por mis antiguos lazos con los Jedi, les ayudaré. Les proveeré de escoltas para asegurarme de que logren llegar al transporte a tiempo. Las calles de Rion pueden ser confusas para los visitantes.
—No es necesario —dijo Qui-Gon.
—Ahora, ahora, no me agradezcas —dijo Lorian firmemente—. Está hecho.
Los dos oficiales de seguridad siguieron detrás de los Jedi cuando hicieron su camino de regreso a la plataforma de aterrizaje.
—Lorian Nod parecía bastante insistente en que partiéramos —dijo Obi-
Wan.
—Nunca me gustó que me mostraran la salida —contestó Qui-Gon. Obi-
Wan captó su significado y sonrió abiertamente. — ¿Debemos perderlos?
—En un minuto. ¿Notas algo, padawan? Desde que llegamos, cada vez hay más oficiales de seguridad en las calles. De algún modo, dudo que esto tenga algo que ver con nosotros.
¿Piensa usted que hay una alerta? —preguntó Obi-Wan. Qui-Gon se dirigió a los oficiales detrás de ellos—. Rion es una ciudad bella.
—Sí, nos enorgullecemos de nuestro mundo natal —dijo uno de ellos rígidamente.
—Los ciudadanos parecen felices.
—Saben que habitan el mejor planeta en la galaxia —dijo él.
—Me dicen —continuó Qui-Gon en tono agradable —que al parecer tienen muchos crímenes en su capital.
El oficial se puso rígido—. No hay ningún crimen en Rion.
¿Entonces por qué veo tantos oficiales de seguridad? —preguntó Qui-Gon.
—Circunstancias extraordinarias —contestó él, frunciendo el ceño—. Hay
una Orden de Amenaza Excepcional. Un enemigo del estado se ha escapado de prisión. Cilia Dil es muy peligrosa. Los oficiales de seguridad la están buscando.
—Lo veo —dijo Qui-Gon—. ¿Cuál fue su crimen?
—Ya les he dicho suficiente —el oficial chasqueó los dedos—.
Apresúrense o perderán su transporte. Si eso ocurre, serán arrestados.
¿Arresta a las personas por demorarse? —preguntó suavemente Qui-Gon.
—No sea ridículo. Por quedarse más tiempo del permitido por su pase. Delante, un enorme vehículo descargaba un cargamento de la plataforma de un repulsoascensor. El tráfico se congestionaba detrás del largo vehículo, y los peatones bajaban a la calle para lograr pasar por allí. Qui-Gon indicó a Obi- Wan el desorden de enfrente con un simple cambio de miradas. Obi-Wan no asintió ni dio señal alguna, pero Qui-Gon supo que su aprendiz estaba listo.
Cuando se acercaron al vehículo, Qui-Gon utilizó la Fuerza para agitar una columna de cajas precariamente apiladas. Los productos rodaron en la calle mientras los trabajadores gritaban y maldecían.
Los peatones pisaron los productos, triturándolos contra el pavimento y haciendo a los trabajadores gritarles airadamente. Qui-Gon y Obi-Wan saltaron. La Fuerza los impulsó sobre el desorden, los ciudadanos y los trabajadores, dejando atrás a los oficiales de seguridad.
Llegaron a la calle y corrieron, echando a un lado a los peatones que de un salto, salían rápidamente de su camino. Doblaron en una calle más pequeña, silenciosa, luego en otra y otra. Pronto, Qui-Gon estaba seguro de haber perdido a sus perseguidores.
¿Ahora qué? —preguntó Obi-Wan.
—Digo que encontremos a Cilia Dil —propuso Qui-Gon—. Es probable que tenga muchas cosas interesantes que decirnos.
—Pero un ejército entero de Guardianes la está buscando —dijo Obi-Wan
—. ¿Cómo podremos encontrarla?
—Es un buen punto, mi joven aprendiz —dijo Qui-Gon—. En tal caso, se hace más razonable crear una situación donde ella nos pueda encontrar.
No tardarían demasiado en averiguar más acerca de Cilia Dil. Aunque nadie les hablaría directamente, temerosos de que fueran espías, las conversaciones serían fácilmente escuchadas de casualidad, y todo el mundo hablaba de la rebelde que había escapado. Qui-Gon no se sorprendió al descubrir que la conversación que casualmente habían oído esa mañana había sido sobre Cilia, y que Jaren era su marido.
Él vivía en medio de la ciudad, en un enorme edificio con muchos apartamentos. El Jedi hizo una pausa, fingiendo mirar en una ventana de la tienda al final del bloque.
—Hay vigilancia en el techo —dijo Obi-Wan—. Pero sólo observan la puerta principal. Podemos venir por detrás, bajar al callejón, y encontrar una ventana al costado.
—Es exactamente lo que quieren que hagamos —dijo Qui-Gon—. Mira de nuevo.
Tomó sólo un momento para que Obi-Wan explorara el área otra vez. Parecía alicaído, como si hubiera decepcionado profundamente a Qui-Gon—. Veo un destello en una ventana de al lado, mirando desde lo alto el callejón. Electrobinoculares. Vigilan el callejón, también. Lo siento, Maestro.
No era común que Obi-Wan se disculpara por una iniciativa. Siempre había absorbido las pequeñas lecciones de Qui-Gon sin hacer comentarios. No volvería a cometer el mismo error otra vez.
¿Cómo puedo devolverle su confianza?, se preguntó Qui-Gon.
¿Qué propone usted? —preguntó Obi-Wan.
¿Tienes alguna idea? —preguntó Qui-Gon, hincándole amablemente.
Pero Obi-Wan no aventuraría otro plan. Apretando sus labios, negó con la cabeza. Qui-Gon notó que temía decepcionarlo otra vez.
Qui-Gon enterró su suspiro en una exhalación de aliento, mientras miraba el cielo sobre ellos—. Es tarde. El fin de un día de trabajo. Sugiero que busquemos nuestra ventaja en la rutina.
—Los trabajadores y las familias volverán a casa —dijo Obi-Wan.
—Así es, veamos lo que ocurre —estuvo de acuerdo Qui-Gon.
Al principio era sólo un hilo de transeúntes, pero en unos minutos la calle estaba atestada de personas que regresaban a sus casas. Transportes repulsores saturados de trabajadores se detuvieron para abrir sus puertas y más seres fluyeron sobre las calles.
Qui-Gon y Obi-Wan merodearon fuera de una tienda cerca del edificio de Jaren Dil. No tuvieron que esperar mucho tiempo. Pronto una madre y un grupo de niños descendieron a la calle. La madre llevaba un saco de comida y varias otras bolsas, mientras sus niños corrían alrededor de sus piernas, con la alegría de ser liberados de la escuela. Se detuvieron por un momento en la rampa de entrada fuera del edificio. Uno de los pequeños niños, soñando despierto, casi fue arrollado en el mar de personas sobre la acera. Qui-Gon avanzó rápidamente y lo recogió. Se reunió con el grupo en la rampa. Obi-Wan lo siguió rápidamente.
—Tyler —la madre le regañó duramente—. ¡Qué desobediente! Trató de alcanzar al niño mientras, palpando, buscaba su tarjeta de entrada. Obi-Wan levantó varias bolsas de sus brazos para ayudarle.
—Déjeme llevarlo —dijo Qui-Gon, haciéndole una cara chistosa al niño
—.Nos hemos hecho amigos.
La madre le agradeció con gratitud mientras insertaba su tarjeta de entrada. Obi-Wan maniobraba las bolsas y puso una mano en el hombro de otro niño. Para un observador, parecería que los Jedi eran simplemente otros dos miembros de la familia.
Ayudaron a la madre hasta su puerta y les dijeron adiós a los niños.
No había un turboascensor, y tuvieron que subir las escaleras para llegar al último piso. Qui-Gon llamó cortésmente a la puerta, la cual fue abierta por un hombre alto con ojos tristes.
¿Es usted Jaren Dil? —preguntó Qui-Gon. Él asintió con la cabeza cautelosamente.
—Hemos venido por su esposa —dijo Qui-Gon.
Jaren Dil bloqueó la puerta. A pesar de que era casi un metro más bajo que Qui-Gon y tan delgado que estaba casi demacrado, no pareció intimidarse—. No sé nada de la fuga de mi esposa.
—Queremos ayudar —dijo Qui-Gon.
Una sonrisa sinuosa tocó los labios de Jaren, y luego desapareció—. Se sorprenderían —dijo él suavemente —cuan a menudo hemos escuchado esas palabras. Siempre dicen que tienen el deseo de ayudar.
—Somos Jedi —dijo Qui-Gon, mostrando la empuñadura de su sable de luz—. No somos Guardianes.
—Sé que no son Guardianes —dijo Jaren—. Pero no sé quiénes son ustedes, o quiénes son sus amigos. Espero ser arrestado de un momento a otro. Mi crimen es estar casado con Cilia Dil y no traicionarla.
—Me gustaría que le lleve un mensaje a ella —dijo Qui-Gon.
—No he visto a Cilia desde que estaba arrestada. No tenía permitida las visitas. No sé donde...
Qui-Gon interrumpió—. Dígale que los Jedi quieren ayudarla. Qui-Gon alcanzó el comunicador de Jaren, que estaba enganchado en su cinturón. Puso su clave—. Le he dado a usted una forma para contactarme. La encontraremos en cualquier lugar,  donde ella quiera.
Jaren no dijo nada. Se marcharon dando media vuelta, escalera abajo. No oyeron la puerta cerrarse hasta que estuvieron fuera de vista.
—No confía en nosotros —dijo Obi-Wan.
—Sería estúpido si lo hiciera. Está acostumbrado a la traición.
—De todos modos, ¿por qué piensa usted que ella nos contactará? — preguntó Obi-Wan.
—Porque en las situaciones más difíciles, los desesperados piden ayuda a quien la ofrece. El hecho que seamos Jedi está a nuestro favor. Lo discutirán. Luego ella nos contactará.
—Parece estar seguro de eso —dijo Obi-Wan—. ¿Cómo lo sabe?
—No tienen nadie más a quien recurrir —dijo Qui-Gon.
Fue una suerte para ellos que una búsqueda a gran escala tuviera lugar para atrapar a Cilia, de modo que la captura de los Jedi no era una alta prioridad. Era por eso que los guardias alrededor de la casa de Jaren no notaron cuando se marcharon. Qui-Gon y Obi-Wan caminaron por las calles, renuentes a sentarse en un café o aun en un banco de un parque. Necesitaban moverse con facilidad en caso de que fuesen descubiertos. Los oficiales de seguridad patrullaban, pero fueron capaces de evadirlos.
El anochecer cayó de la misma manera que una cortina púrpura. Las sombras se alargaron y se volvieron de un color azul profundo. Cubiertos por la oscuridad, se sintieron otro poco más seguros. Qui-Gon comenzaba a preguntarse si se había equivocado, y si Cilia no los contactaría. Entonces, el comunicador parpadeó.
¿Qué es lo que piensa usted que puede hacer por mí? —preguntó una voz propia de una mujer.
—Cualquier cosa que necesite —contestó Qui-Gon. Hubo un breve silencio—. Voy a hacerle cumplir eso.
Qui-Gon se maravilló que Cilia pudiera sonar humorística después de escaparse de una notable prisión—. Dígame donde y cuándo la podemos ver.
Cilia mencionó un pequeño puente peatonal cruzando el río y a medianoche. Qui-Gon y Obi-Wan habían pasado el puente varias veces en el día en su viaje alrededor de la ciudad. Estaban cansados más tarde esa noche mientras caminaban hacia allí y se paraban al borde de la cornisa, fuera del alcance de las luces resplandecientes. La ciudad guardaba silencio. La mayor parte de los ciudadanos estaba en casa. Escuchaban sólo el chapoteo suave del río contra las piedras del puente.
Pero de todas maneras Qui-Gon sintió que Cilia estaba cerca, lo suficientemente cerca como para oírles.
—También puedes confiar en nosotros —dijo en voz alta.
Una respuesta llegó desde debajo del puente—. Es un poco prematuro en nuestra relación.
Qui-Gon se dio cuenta de que Cilia debía estar en un pequeño bote, pero no se inclinó para mirar.
—Pues bien, has venido a vernos —dijo Qui-Gon—. Tomaré eso como una señal.
Repentinamente una forma oscura saltó desde abajo del puente y aterrizó cerca de ellos. Cilia estaba vestida con un traje impermeable, y su pelo corto estaba alisado detrás de sus orejas. Era diminuta y esbelta. Los huesos de sus muñecas se veían tan delicados como un pájaro. El corte de sus pómulos creaba huecos en su cara. Sus ojos eran del color azul oscuro de un río. Debajo de ellos había círculos oscuros, marcas de su sufrimiento.
¿Por qué quiere ayudarme? —preguntó ella.
—Lorian Nod fue entrenado como Jedi una vez —dijo Qui-Gon—. Él ha traído problemas a este mundo. Digamos que los Jedi les deben su apoyo a los habitantes de Junction-5.
¿Se entrenaba para ser un Jedi? Eso podría explicarlo todo. Él parece saber cosas... cosas que no podría conocer, ni siquiera a través la vigilancia. Cilia apartó a la fuerza un mechón de su cabello que había caído sobre su frente
—. Tengo un plan. Un poco de ayuda Jedi sería bienvenida. Sin embargo, será peligroso.
—Esperaré entonces —dijo Qui-Gon.
—He reunido un equipo para viajar a Delaluna —dijo Cilia—. Nuestra idea es irrumpir en el Ministerio de Ofensiva y Defensiva para robar los planos del Annihilator. No podemos confiar en nuestro gobierno para actuar, obviamente están paralizados por el miedo, temen que la acción conduzca a la reacción. Pero si tomamos los planos, quizá podamos encontrar la forma de defendernos del arma. Y si los ciudadanos se sienten libres otra vez, el gobierno represivo no tendrá razón para existir, y podremos modernizar la sociedad para hacerla más justa.
—Llamar peligroso a esto, es demasiado suave —dijo Qui-Gon—. Yo le sumaría difícil y temerario.
Cilia puso un pie en la verja de hierro, lista para saltar de regreso al río.
—Cuente con nosotros —dijo Qui-Gon.
 

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