Mundo Star Wars: Guerras Clon. EL LEGADO DE LOS JEDI -CAPÍTULO 10-




El Templo Jedi es un lugar de secretos y de confianza. Dentro de sus paredes, un legado se transmite de generación en generación de la paz, la justicia y la fuerza. Pero ese legado se puede romper. A veces los mayores enemigos pueden elevarse desde dentro...

Lorian Nod es un aprendiz de Jedi prometedor. Un padawan llamado Dooku es su mejor amigo. Bajo la atenta mirada de Yoda, se están preparando para convertirse en Caballeros Jedi. Dooku sabe que su destino está entrelazado ... sin embargo, no está preparado para un giro de los acontecimientos que revelan el lado oscuro para él, por primera vez.

Años más tarde, Dooku es un Maestro Jedi y Lorian Nod es un paria de la piratería. Con un deseo de venganza imprevisto, Dooku trabaja para frustrar a su antiguo amigo, incluso si esto significa cruzarse con su propio aprendiz de Qui-Gon Jinn ... Cuando el propio Qui-Gon se convierte en un Maestro Jedi, el espectro de Lorian Nod todavía acecha. Como Qui-Gon y Obi-Wan Kenobi luchan por encontrar su lugar como Maestro y Padawan, deben trabajar juntos para prevenir una amenaza interplanetaria, y para burlar a un enemigo muy familiar ...

Durante las Guerras Clon, Lorian Nod quiere jugar un papel fundamental en la lucha de la República para mantener el control de un planeta estratégico. Por un lado, Obi-Wan y su aprendiz, Anakin Skywalker, deben decidir si pueden confiar en una figura tan infame. Por otro lado, el ahora comprometido Conde Dooku tiene una cuenta pendiente contra de su antiguo némesis ...


CAPÍTULO 10

No pensaré acerca de esto ahora —se dijo Dooku—. Si pienso acerca de Lorian, perderé el control.
La nave moría. Eero podía estar muerto. La primera cosa por hacer era revisarle. Corrieron de regreso al Cuarto de Seguridad, donde él ponía el máximo empeño en levantarse.
—Échate hacia atrás con cuidado —le dijo Qui-Gon. Plegó una manta y la colocó debajo de su cabeza.
Los ojos de Eero se agitaron.
¿El Senador?
—Se lo llevaron —dijo Dooku.
—Tenemos que ir tras ellos —dijo Eero, intentando ponerse de pie.
—Tenemos problemas más urgentes —dijo Dooku—. La nave se cae a pedazos. Y tú no te ves demasiado bien.
—Estoy bien —dijo Eero. Se paró rápidamente, pero al instante se desplomó contra el piso.
—Obviamente —dijo Dooku—. Enviaremos a alguien por ti. Mientras tanto, tengo el presentimiento que el piloto necesita nuestra ayuda.
Podían sentir como el crucero se estremecía y viraba a un lado cuando fueron a la cabina del piloto. Éste presionaba febrilmente los interruptores.
—Tengo al droide de mantenimiento trabajando en las líneas de energía, pero estamos perdiendo la subluz.
¿Dónde está el próximo Espaciopuerto? —preguntó Dooku, mientras caminaba a grandes pasos para ubicarse detrás del asiento del piloto.
—Verificaré —se ofreció Qui-Gon, trasladándose a la computadora de a bordo. En sólo unos segundos, exclamó —Espaciopuerto Voltare. Leyó en voz alta las coordenadas—. Maestro, puedo intentar trabajar sobre el control subluz de la computadora central.
—Hazlo.
Dooku no tenía paciencia para los detalles tecnológicos. Ya había reconocido que su aprendiz era mejor en reparaciones que él.
¿Qué puedo hacer? —preguntó el piloto, mientras sus ojos se precipitaban nerviosamente sobre los controles.
—Solo manténganos volando —dijo Dooku.
Qui-Gon abrió un panel de control en el piso y bajó para trabajar en los mandos del sistema—. Pienso que lo puedo unir —llamó—. Si no forzamos los motores, creo que podríamos lograrlo.
¿Forzarlos? Los mimaré como a un niño —comentó el piloto.
Qui-Gon saltó de la cámara y cambió lugares con el copiloto—. Mantendré mi vista en las luces indicadoras. Tú solamente vuela —le dijo al piloto.
 
Con el piloto de blancos nudillos al mando de los controles y la constante presencia de Qui-Gon en la butaca del copiloto, la nave finalmente entró arrastrándose al Espaciopuerto Voltare.
Eero fue llevado rápidamente a la clínica médica. Los demás pasajeros y el piloto se dirigieron hacia la cantina del espaciopuerto.
Dooku y Qui-Gon se sentaron en la cabina del piloto. Qui-Gon mantuvo un silencio respetuoso, dándose cuenta de que su Maestro necesitaba tiempo para pensar.
Por fin, Dooku tenía la oportunidad de analizar lo que sabía.
Lorian. ¿Cómo pudo caer tan bajo? Una vez un Padawan listo, ahora un pirata del espacio, viviendo a costa de senadores a quienes debía proteger: para eso había sido entrenado alguna vez.
Lorian todavía tenía habilidades con la Fuerza, lo que explicaba la precisión de sus disparos con el cañón láser en fracción de segundos. No era como si Dooku debiera haberlo adivinado, pero debería haber estado más alerta.
Suficiente. Un Jedi no perdía el tiempo pensando en lo que debería haber hecho.
¿Y ahora qué? Una llama de furia momentánea explotó en Dooku, cuando pensó acerca de cómo su viejo amigo se había reído en la nave, de cómo le había dominado con astucia.
La controló. La ira era una pérdida de tiempo. Acción era lo que necesitaba.
Porque Lorian no podía ganar.
—Deberíamos contactar al Consejo Jedi —dijo Qui-Gon.
Por supuesto que deberían contactar al Consejo. Ese era el procedimiento usual. Pero si contactaban al Consejo, Dooku tendría que decirles que no tenía dudas de que Lorian Nod era ahora un pirata del espacio, y que había secuestrado al Senador Blix Annon justo debajo de su nariz. Eso era algo que Dooku no podía hacer.
El Consejo no tenía que saber nada aún, de cualquier forma, ¿qué harían? Simplemente decirles a que procedieran. No enviarían otro equipo Jedi a estas alturas. Confiarían en que Dooku y Qui-Gon podrían manejarlo.
¿Maestro?
—Sí, Padawan —dijo Dooku—. Contactaremos al Consejo Jedi. A su debido tiempo—. Lo que necesitaba era encontrar al Senador antes de que alguien notara su ausencia—. Sería mejor contactarlos cuando sepamos hacia dónde vamos. En lo que se refiere a un secuestro, la rapidez es el factor más importante. Tenemos posibilidades de encontrar al senador. Debemos actuar rápidamente.
Dooku recordó de los archivos, que el pirata usualmente esperaba veinticuatro horas antes de hacer públicas sus demandas de rescate.
Su comunicador parpadeó, y vio que Yoda estaba tratando de contactarle. Colocó el comunicador de nuevo en su cinturón—. Deberíamos mantener en
 
silencio el comunicador de ahora en adelante —dijo a Qui-Gon—. Todas nuestras energías deben estar enfocadas en nuestra búsqueda.
Qui-Gon inclinó la cabeza, sin mostrar nada de lo que sentía en su rostro. Si pensara que era extraño mantener en silencio el comunicador, no pronunciaría una sola palabra, ni siquiera contraería nerviosamente una ceja.
¿Cuál será nuestro primer paso, Maestro? —preguntó—. Hasta que tengamos un pedido de rescate, no tenemos un lugar para empezar.
—Siempre hay un lugar para empezar. Repasa el combate en tu mente, Qui-Gon. Si examinas cada detalle, encontrarás al menos una pista para seguir. Trata de recordar cualquier cosa que te pareció fuera de lugar o sin sentido.
Dooku esperó, observando a su padawan. La mirada fija de Qui-Gon era lejana. Podría decir que su padawan miraba fuera del espaciopuerto ocupado sin haberlo visto siquiera. Volvía a vivir el combate. Dooku ya sabía cual sería su primer paso. Pero diciéndoselo a Qui-Gon no ayudaba a su padawan a aprender. Qui-Gon tenía una mente excelente. Podía analizar datos rápidamente y los organizaba para llegar a una conclusión.
Dooku tuvo que esperar menos de un minuto.
—El escudo de energía dejó de operar —dijo Qui-Gon—. Y el blindaje se desvaneció. Si el senador realmente acostumbraba a acudir a los mejores proveedores de seguridad, eso parece poco probable. El fuego del cañón no fue lo suficientemente prolongado como para explicarlo.
—Bien —aprobó Dooku.
—Deben haber desperfectos serios en los escudos y en los revestimientos de la nave —continuó Qui-Gon—. Y pudieron estallar las puertas del cuarto de seguridad utilizando artefactos explosivos convencionales.
¿Y qué te dice eso?
—Que el senador nos mintió, o que ha sido estafado.
¿Y lo del pirata fue fortuito, o planificado?
Qui-Gon necesitó menos de un minuto para entender—. El pirata trabajó tan rápido porque debió conocer las partes vulnerables de la nave.
—Quizás. Examinemos el archivo de datos otra vez. Dooku metió la mano en su mochila de viaje y extrajo el delgado holoarchivo. Lo activó y hojeó los informes de secuestros previos. Qui-Gon observaba por sobre su hombro.
—Hay un patrón —dijo—. Los pilotos divulgan los funcionamientos defectuosos en la seguridad, o los fracasos que no pueden explicar.
—Nada lo suficientemente catastrófico como para levantar sospechas — notó Dooku—. Ante todo, los pilotos y los oficiales de seguridad se interesan demasiado en cubrir sus propios fracasos. Y lo segundo, todo el mundo enfoca su atención en el secuestro, no en cómo ocurrió.
Dooku sabía otra cosa, algo que no compartiría con su padawan. Lorian tomaba riesgos calculados. No le gustaban las sorpresas. Tenía sentido que, de algún modo, encontró la manera de atacar una nave que de antemano conocía que tenía un sistema de seguridad defectuoso.
 
¿Con toda esta información, cuál sería tu primer paso? —preguntó a Qui-Gon.
—Averiguar donde fue equipada la nave con sus dispositivos de seguridad
—dijo puntualmente Qui-Gon—. Ve allá y averigua si hay una conexión. Será difícil sin la identidad del pirata del espacio, pero tal vez obtengamos algo. Qui- Gon vaciló—. Hay algo más. Que no sé cómo decirlo.
—Sólo dilo, padawan.
—Algo que percibo en usted —dijo Qui-Gon—. ¿Odio? Algo fuera de proporciones para lo que sucedió.
Había esa irritante conexión con la Fuerza viva otra vez—. Te equivocas, mi joven aprendiz —le reprendió Dooku—. Debemos concentrarnos en nuestros asuntos.
—Sí, Maestro.
Dooku felicitaría a Qui-Gon eventualmente, pero no aún. Si Qui-Gon supiese que un antiguo aprendiz estaba involucrado, se preguntaría por qué no contactaban al Templo inmediatamente. Dooku quería atrapar a Lorian antes que el Consejo averiguase los detalles. Cuando el nombre de Dooku era pronunciado a lo largo del Templo, lo era en el nombre de la gloria, no de la humillación.
Pálido y débil, la primera sacudida de Eero fue sorprendentemente vigorosa—. Eso es imposible —dijo—. Yo mismo arreglé los sistemas avanzados de seguridad. Escogí a la compañía más renombrada para la seguridad de la nave: Kontag. Tengo un extenso archivo de ellos, cumplí con mi investigación. Si pudieses alcanzarme mi bolsa de viaje...—Eero señaló un bolso colocado cerca de sus ropas.
Dooku se lo alcanzó y extrajo un holoarchivo—. Aquí. Sólo mira. Son expertos.
Dooku hojeó el archivo. Era un artículo promocional que Kontag le proporcionaba a sus potenciales clientes. Vio largas listas de clientes, y reconoció los nombres. Las descripciones de sistemas altamente sofisticados, imágenes de las instalaciones de la planta. Era impresionante. Él mismo había escuchado acerca de Kontag. Ellos eran justamente renombrados por sus excelentes sistemas de seguridad y a menudo estaban vinculados a la Techno- Unión. No podía imaginarse que hubiera sabotajes en alguna de sus plantas.
No obstante, si algo parecía equivocado, tenía que estar equivocado.
—Qui-Gon, intenta conseguir el historial con las naves que fueron atacadas —le dijo a su padawan—. Debería estar en el archivo.
Qui-Gon extrajo su holoarchivo de datos y le echó un vistazo rápidamente.
—Todas fueron reparadas por Kontag —dijo, contemplando a Dooku.
—Allí tiene que haber una conexión —dijo Dooku.
Dooku se alejó de la cama de Eero y utilizó su comunicador para contactar con las oficinas centrales de Kontag. Aunque después de interrogar a varios directivos de la empresa, no llegó a ninguna parte. Cerró su comunicador visiblemente disgustado.
 
—Toda información de seguridad es confidencial. No me sorprende. Es así cómo una compañía que trabaja en seguridad tiene que funcionar.
¿Si no nos dirán lo qué nosotros necesitamos saber, qué podemos hacer? —preguntó Qui-Gon.
Dooku se levantó suavemente—. Nos dirán lo que necesitamos conocer.
Pero no sabrán que lo están haciendo.


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